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El combate ha durado cerca de una hora. Se ha incendiado un almiar. A su vera, ha estado crepitando ruidosamente y echando chispas un olivo. Por fin, el tiroteo desde la otra parte ha cesado por completo. En pequeños grupos, aprovechando la luz de la luna, se ha empezado a reconocer el extremo de la aldea. Han encontrado tan sólo a dos fascistas muertos, con el uniforme del «tercio» —la legión extranjera. A uno de ellos, una granada de mano le había desfigurado el rostro; es posible que al dar impulso al brazo para arrojar la granada haya rozado con ella la pared de la casa de enfrente; las calles, aquí, son muy estrechas.

Han puesto nuevos centinelas y han ido a preparar café. Nosotros hemos pretendido convencer a Santos de que organizara inmediatamente un contraataque, pero Santos dice que la gente no está acostumbrada a pelear de noche.

Soñolientos, malhumorados, a las cinco de la mañana hemos subido al coche.

13 de agosto

Por caminos vecinales, entre espesas nubes de cáustico y pesado polvo, corremos a lo largo del frente hacia abajo, en dirección a Tardienta. No todos los caminos tienen postes indicadores; los campesinos de las aldeas nos aconsejan prudencia: es muy fácil penetrar sin darse cuenta en territorio enemigo, por nuestra parte no hay una línea ininterrumpida de defensa. Por este motivo varias veces damos la vuelta, retrocedemos y nos paramos largo rato en los cruces.

Por fin hemos llegado a Tardienta, animada población con muchos soldados, transportes, municiones, gran cantidad de automóviles y autobuses, estación ferroviaria, un tren blindado sobre vías.

Encontramos el Estado Mayor de las unidades de milicias. Ahí, de pronto, una escena enternecedora: Marina ha visto a su hermano Alber. De pequeña estatura, delgado, ágil, se parece mucho a su hermana. Era sastre, ahora quiere ser jefe militar, y ya lo es —es miembro del Comité Militar de la Columna de Tardienta, manda algunas secciones y va con ellas al combate. Es jovial y hasta bromista, cosa muy rara en un catalán.

La columna es importante, cuenta con varios miles de hombres, entre ellos algunos centenares de voluntarios extranjeros. Hay batallones con los nombres de Carlos Marx, Thálma





En Angüés, las unidades con mandos profesionales no se aproximan al enemigo y, de hecho, no combaten con él. Aquí, por el contrario, todo está situado demasiado cerca de la primera línea. Un alto acueducto de hormigón sirve de principal línea fortificada. El acueducto se encuentra en la zona de tiro del enemigo. En el acueducto y debajo de él, los de Tardienta han emplazado ametralladoras y morteros. Pero con esto se acaba la profundidad de la defensa. A cincuenta pasos empiezaya el pueblo mismo, con los cuarteles, el Estado Mayor, y los depósitos de municiones. No cuentan con defensa antiaérea de ninguna clase ni tienen puntos de observación.

De todos modos, hay aquí mucha audacia, intrepidez, iniciativa y abnegación. Por la mañana, en la plaza, enseñan la instrucción militar a los novatos, la táctica elemental, el manejo del fusil. En círculos especiales se efectúan ejercicios de tiro con ametralladora, se enseña a montarla y desmontarla. Todos los días salen de reconocimiento y regresan con algo —un prisionero, un fusil, provisiones—. Entre los combatientes se efectúa un gran trabajo político, cada día se celebran mítines, cada día hay periódicos, radio y cine. Todos quieren aprender el arte de la guerra, tienen una enorme avidez de conocimientos militares y una gran pena por no poseerlos. Jiménez ha recorrido los nidos de ametralladoras y las posiciones de artillería, luego se ha sentado junto a una ventana, ha pedido papel, ha sacado lápices de color, se ha calado las gafas y ha hecho unos croquis sencillos, pero muy cuidados. Señalaban una disposición más conveniente de los cañones y de los nidos de ametralladoras. Esto ha llenado de entusiasmo a toda la dirección. Han abrazado ajiménez, y hasta el oficial de carrera, el único «técnico» de Tardienta, bastante celoso, después de mirar los croquis, ha dicho que los aprueba por completo.

En el cementerio, unos albañiles están nivelando y cubriendo una tumba reciente. Resulta que ayer ocurrió una desgracia. Tres camaradas llevaban a Barcelona dinero y valores recogidos por los campesinos para la lucha antifascista. En Monzón, unos pazguatos de la localidad los detuvieron, no descifraron los documentos, los registraron. Les encontraron mucho dinero, allí mismo los fusilaron a los tres como fascistas que habían requisado valores y aquí se presentaron, en Tardienta, con su botín, entusiasmados por su triunfo. Los han juzgado, pero los han perdonado: los campesinos semianalfabetos habían creído obrar de la mejor manera... De momento a los tres camaradas los entierran anónimamente, enmascaran la tumba; quién sabe a qué manos puede pasar aún Tardienta.

La columna está formada, en su mayor parte, por obreros, pero cuenta con un buen grupo de intelectuales: ingenieros, juristas, estudiantes. Hay, incluso, dos toreros, que han aprendido rápidamente a arrojar granadas de mano. El sindicato de toreros de Madrid se ha movilizado y se ha puesto a disposición del gobierno, los toreros luchan valientemente contra los fascistas. De todos modos, los toreros de la ciudad de Sevilla se han puesto a disposición del general faccioso Queipo de Llano...

Al atardecer, empieza lentamente el duelo de artillería. En el figón del pueblo comienza la reunión general de campesinos. Es la segunda, pues ayer se celebró otra sobre el mismo problema. Unos anarquistas reunieron a los campesinos y declararon que Tardienta se transformaba en comuna. No se les hizo ninguna objeción, pero por la mañana han surgido discusiones y quejas; un grupo se ha presentado a Trueba y le ha pedido que él, como comisario de guerra, ponga en claro la cuestión.

Resulta ahora muy espinoso y complicado todo lo que se refiere a la distribución de la tierra y de la cosecha, a las formas de llevar la economía. Casi en todas partes, la tierra confiscada a los propietarios fascistas se distribuye entre los campesinos pobres y los braceros. Unos y otros recogen en común la cosecha de los campos de los terratenientes y la reparten según el trabajo de cada uno de los que ha participado en la recolección. A veces se reparte por familias, según el número de bocas. Pero en la zona inmediata al frente, han aparecido varios grupos de anarquistas y trotskistas quienes pretenden, en primer lugar, que se colectivicen inmediatamente todas las haciendas campesinas; en segundo lugar, que se requise la cosecha de los campos de los terratenientes y se ponga a disposición délos comités rurales^, en tercer lugar, que se confisque la tierra a los campesinos medios que poseen de cinco a seis hectáreas. Con órdenes y amenazas se han creado varias colectividades de ese tipo.

La sala, baja de techo, con suelo de baldosas y columnas de madera, está llena a rebosar. Arde una lámpara de petróleo —la corriente eléctrica se reserva para el cine—. Se nota un fuerte olor a piel y a tabaco canario. De no ser las trescientas boinas negras y los abanicos de papel en manos de los hombres, podría creerse que estamos en una aldea del Kubán.