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ELENA ANDREEVNA.- ¡E1 día entero se lo pasa usted zumba que te zumba!... ¿Cómo no se harta? (con tristeza,.) ¡Me muero de aburrimiento!... ¡No sé qué hacer!
SONIA (encogiéndose de hombros). -¿Es que no hay cosas en qué ocuparse? ¡Todo es cuestión de que quieras hacerlas!...
ELENA ANDREEVNA.- ¿Qué, por ejemplo?
SONIA.- Ocuparte de la casa, enseñar a niños, asistir enfermos y una porción de cosas más... Cuando tú y papá no estabais aquí, tío Vania y yo íbamos en persona al mercado a vender la harina.
ELENA ANDREEVNA.- Eso yo no sé hacerlo y, además, no es interesante. Sólo en las novelas idealistas se enseña a los niños y se asiste a los mujiks ... ¿Cómo yo..., así sin más ni más, voy a cuidar y a enseñar a nadie?
SONIA.- Pues yo, en cambio, lo que no comprendo es no ir y no enseñar... Tú espera, que ya adquirirás la costumbre. (Abrazándola.) ¡No te aburras, querida! (Riendo.) ¡Te aburres y no sabes qué hacer de tu persona..., y el caso es que el aburrimiento, como la ociosidad, son contagiosos!... Mira, tampoco el tío Vania hace más que seguirte corno una sombra; y, en cuanto a mí..., abandono mis asuntos y corro aquí a charlar contigo. ¡Qué perezosa me he vuelto!... El doctor Mijail Lvovich rara vez venía antes a vernos -una vez al mes, a lo sumo- y su visita era difícil de conseguir; pero ahora..., ha dejado a un lado sus bosques y su medicina, y viene todos los días. Seguro que eres una bruja.
VOINITZKII.- ¿Por qué languidece así? (En tono vivo.) ¡Querida mía!... ¡Preciosa!... ¡Sea buena!... ¡Por sus venas fluye sangre de ondina! ¡Séalo de verdad!... ¡Permítase la libertad, aunque sólo sea una vez en la vida! ¡Enamórese hasta el cuello de algún Neptuno y tírese de cabeza al remolino para poder dejarnos al Herr profesor y a todos nosotros con la boca abierta!
ELENA ANDREEVNA (con ira).- ¡Déjeme en paz!... ¡Resulta cruel! (Se dispone a salir.)
VOINITZKII (cerrándole el paso). -¡Bueno, bueno!... ¡Perdóneme, alegría de mi vida! ¡Le pido perdón! (Besándole la mano.) ¡Paz!
ELENA ANDREEVNA.- ¡Debería usted reconocer que incluso a un ángel se le acabaría la paciencia!
VOINITZKII.- En signo de paz y concordia, voy a traerle un ramo de rosas. Lo preparé esta mañana para usted... ¡Rosas de otoño!... ¡Maravillosas, tristes rosas! ... (Sale.)
SONIA.- ¡Rosas de otoño! ... ¡Maravillosas, tristes rosas! (Ambas fijan la vista en la ventana.)
ELENA ANDREEVNA.- ¡Ya estamos en septiembre! ¡Veremos cómo pasamos aquí el invierno! (Pausa.) ¿Dónde está el doctor?
SONIA.- En el cuarto de tío Vania. Escribiendo algo... Me alegro de que tío Vania se haya marchado... Tengo que hablar contigo.
ELENA ANDREEVNA.- ¿De qué?
SONIA.- ¿De qué?... (Acercándose a ella y reclinando la cabeza sobre su pecho.)
ELENA ANDREEVNA.- ¡Vaya, vaya! ... (Alisándole el cabello.) ¡Vaya! ...
SONIA.- ¡Soy lea!
ELENA ANDREEVNA.- Tienes un pelo precioso.
SONIA.- ¡No!... (Volviendo la cabeza para mirarse en el espejo.) Cuando una mujer es fea, se le dicen esas cosas: Tiene usted un pelo precioso ... Tiene usted unos ojos preciosos ... ¡Hace ya seis años que le quiero!... ¡Le quiero más que a mi padre!... ¡En todo momento oigo su voz, siento la presión de su mano, y si miro a la puerta, me quedo suspensa, pues se me figura que va a entrar!... ¿Ves?... ¡Siempre acudo a ti para hablar de él!... ¡Ahora viene todos los días, pero no me mira..., no me ve! ¡Qué sufrimiento!... ¡No tengo esperanza alguna!... ¡No!... ¡No!... (Con acento desesperado.) ¡Dios mío!... ¡Dame fuerzas!... ¡Me he pasado toda la noche rezando!... A veces me acerco a él, le hablo, le miro a los ojos... ¡Ya no tengo orgullo ni dominio sobre mí misma!... ¡Ayer, no pudiendo resistir más, confesé a tío Vania que le quiero!... ¡Todos los criados saben que le quiero! ¡Todos lo saben!
ELENA ANDREEVNA.- ¿Y él?
SONIA.- No. Él ni siquiera se fija en mí.
ELENA ANDREEVNA (pensativa).- Es un hombre raro... ¿Sabes una cosa?... Vas a permitirme que yo le hable. Lo haré con mucho tiento... , valiéndome de insinuaciones... (Pausa.) En serio: ¿hasta cuándo vamos a vivir, si no, en la ignorancia de esto?... ¡Permítelo! (Sonia hace con la cabera un signo de asentimiento.) ¡Magnífico, entonces! Si él te quiere o no te quiere, no será tan difícil de averiguar... No te preocupes, palomita... Indagaré con mucha precaución, y ni siquiera se dará cuenta. Lo único que tenemos que saber es si es sí o si es no ... (Pausa.) Y si es no , no tiene que volver por aquí. (Sonia vuelve a asentir con la cabeza.) ¡No viéndole es más fácil... Lo que no vamos a hacer es dejar el asunto para más tarde. Se lo preguntaremos ahora mismo... Parece ser que tiene intención de enseñarme unos planos delineados por él, conque ve y dile que quiero verle.
SONIA (presa de fuerte agitación). - ¿Me contarás toda la verdad?
ELENA ANDREEVNA.- ¡Claro que sí! Entiendo que la verdad -sea cual sea- nunca es tan temible como la incertidumbre... ¡Confía en mí, palomita!
SONIA.- ¡Sí, Sí!... ¡Le diré que quieres ver sus planos!... (Se dirige a la puerta; pero, antes de entrar, se detiene un momento.) ¡No!... ¡Mejor es la incertidumbre!... ¡Siempre queda al menos la esperanza!...
ELENA ANDREEVNA.- ¿Qué te pasa?
SONIA.- Nada. (Sale.)
ELENA ANDREEVNA (sola).- No hay cosa peor que conocer un secreto ajeno, y no poder servir de ayuda. (Pensativa.) Él no la quiere; eso está claro..., pero ¿por qué no habría de casarse con ella, después de todo?... Es fea; pero para un médico rural y de sus años, sería una mujer maravillosa... ¡Es inteligente y tan buena, además..., tan pura!... No, no es esto lo que... (Pausa.) ¡Comprendo a esta pobre chiquilla!... ¡En medio de este atroz a aburrimiento, viendo vagar a su alrededor, en lugar de personas, a unas manchas grises; sin oír más que vulgaridades, ni hacer más que comer, beber, dormir... La aparición de un hombre como él, distinto de los demás, guapo, interesante, atractivo, es igual a cuando de la oscuridad surge una luna clara!... ¡Sucumbir al encanto de un hombre así!... ¡Olvidarse!... Parece enteramente que yo también estoy un poco prendada de él... Sí..., me aburro sin su compañía, y ahora sonrío recordándole... Tío Vania dice que por mis venas corre sangre de ondina... ¡Permítase obrar con libertad, aunque sólo sea una vez en la vida! ... Pues ¿qué?... ¡Tal vez tenga que hacerlo así!... ¡Volar lejos de aquí, libre como el pájaro, alejándome de todos vosotros!... ¡De vuestros rostros soñolientos, de vuestra charla!... ¡Olvidando vuestra existencia en el mundo!... ¡Pero soy cobarde, tímida!... ¡La conciencia me atormentaría!... ¡Adivino por qué él viene aquí todos los días, y ya me siento culpable!... ¡Estoy dispuesta a caer de rodillas ante Sonia, a pedirle perdón y a llorar!...
ASTROV (entrando con un cartograma en la mano).- Buenos días. (Le estrecha la mano.) ¿Quería usted ver mis dibujos?