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TÍO VANIA

Autor: Chejov, Anton Pavlovich

ISBN: 9788484285571

Generado con: QualityEbook v0.35

ANTON CHÉJOV

TÍO VANIA

Escenas de la vida en el campo, en Cuatro Actos.

PERSONAJES:

ALEXANDER VLADIMIROVITCH SEREBRIAKOV, profesor retirado.

ELENA ANDREEVNA, su mujer, 27 años.

SOFÍA ALEXANDROVNA (Sonia), su hija de un primer matrimonio.

MARÍA VASILIEVNA VOINITZKAIA, viuda de un consejero secreto y madre de la primera mujer del profesor.

IVÁN PTROVICH VOINITZKII, su hijo.

MIJAIL LVOVICH ASTROV, médico.

ILIA ILICH TELEGUIN, terrateniente arruinado. MARINA, vieja nodriza.

Un Mozo.

La acción tiene lugar en la hacienda de Serebriakov.

ACTO PRIMERO

La escena representa un jardín y parte de la fachada de la casa ante la que se extiende una terraza. En la alameda, bajo un viejo tilo, está dispuesta la mesa del té. Sillas, bancos y, sobre uno de ellos, una guitarra. A corta distancia de la mesa, un columpio. Son más de las dos de la tarde. El tiempo es sombrío.

ESCENA PRIMERA



MARINA, viejecita tranquila, hace calceta sentada junto al samovar; ASTROV pasea a su lado por la escena.

MARINA (sirviéndole un vaso de té). - Toma, padre- cito.

ASTROV (cogiendo con desgana el vaso).- Creo que no me apetece.

MARINA.- Puede que quieras un poco de vodka.

ASTROV.- No... No la bebo todos los días... El aire, además, es sofocante. (Pausa.) ¡Ama!... ¿Cuánto tiempo hace ya que nos conocemos?

MARINA (cavilando).- ¿Cuántos?... ¡Que Dios me dé memoria!... Verás... Tú viniste aquí..., a esta región... ¿cuándo?... Vera Petrovna, la madre de Sonechka, estaba todavía en vida. Por aquel tiempo, antes de que muriera, viniste dos inviernos seguidos..., lo cual quiere decir que hará de esto unos once años. (Después de meditar unos momentos.) Y hasta puede que más.

ASTROV.- ¿He cambiado mucho desde entonces?

MARINA.- Mucho. Antes eras joven, guapo..., mientras que ahora has envejecido... ¿Y dónde se te ha ido la belleza? También hay que decir que bebes vodka.

ASTROV.- Sí. En diez años me he vuelto otro hombre. Y ¿por Qué causa?... Porque trabajo demasiado, ama... No conozco el descanso, y hasta por la noche, bajo la manta, estoy siempre temiendo que vengan a llamarme para ir a ver a algún enfermo. Desde que nos conocemos no he tenido un día libre, y así..., ¿quién no va a envejecer? Además, la vida de por sí es aburrida, tonta, sucia... Eso también influye mucho. A tu alrededor no ves; más que gentes absurdas, y cuando llevas viviendo con ellas dos o tres años, tú mismo, poco a poco y sin darte cuenta, te vas volviendo también absurdo... Es un destino inevitable. (Rizándose los largos bigotes.) ¡Qué bigotazo más enorme he echado! ¡Qué bigote más tonto! ¡Me he vuelto absurdo, ama!... Tonto todavía no me he vuelto. ¡Dios es misericordioso! Mis sesos están en su sitio; pero tengo, en cierto modo, atrofiado el sentimiento. No deseo nada, no necesito de nadie y no quiero a nadie. Acaso sólo te quiero a ti. (Le besa la cabera.) Cuando era niño, tuve también un ama como tú.

MARINA.- Puede que quieras comer algo.

ASTROV.- No. En la tercera semana de Cuaresma, durante la epidemia, tuve que ir a Malitzkoe... Cuando el tifus exantemático... Allí, en las isbas, se morían las gentes como moscas... ¡Suciedad..., pestilencia..., humo..., terneros por el suelo, junto a los enfermos!... ¡Hasta cerdos había!... Yo no me senté en todo el día, ni probé bocado; pero, eso sí..., cuando llegué a casa, tampoco me dejaron descansar. Me traían al guardagujas de la estación... Le tendí sobre la mesa para operarle, y se me murió bajo el cloroformo... Pues bien..., entonces..., cuando menos falta hacía, el sentimiento despertó dentro de mí. La conciencia me dolía como si le hubiera matado premeditadamente. Me senté, cerré los ojos..., así..., y pensé: aquellos que hayan de sucedernos dentro de cien o doscientos años, y para los que ahora desbrozamos el camino..., ¿tendrán para nosotros una palabra buena?... ¡No la tendrán, ama!

MARINA.- La gente no la tendrá; pero Dios, sí. ASTROV.- Sí. Gracias... Has hablado muy bien.

ESCENA II

Entra Voinitzkii.

VOINITZKII (ha salido de la casa con aspecto de haber estado durmiendo después del almuerzo y, sentándose en el banco, endereza su corbata de petimetre).- Bueno... (Pausa.) Bueno...

ASTROV.- ¿Has dormido bien?

VOINITZKII.- Muy bien, sí. (Bosteza.) Desde que viven aquí el profesor y su mujer..., mi vida se ha salido de su carril. No duermo a las horas en que sería propio hacerlo; en el almuerzo y la comida, como cosas que no me convienen; bebo vinos... ¡Nada de esto es sano!... Antes no disponía de un minuto libre. Sonia y yo trabajábamos mucho; pero ahora es ella sola la que trabaja, mientras yo duermo como, bebo... ¡No está bien, desde luego!

MARINA (moviendo la cabeza).- ¡Vaya orden de vida!... ¡El samovar esperando desde por la mañana temprano, y el profesor levantándose a las doce!... Antes de venir ellos, comíamos, como todo el mundo, a poco de dar las doce; pero, con ellos, a las seis pasadas... Luego, por la noche, el profesor se pone a leer y a escribir, y, de repente..., a eso de las dos, un timbrazo... ¿Qué se le ofrece, padrecito? ... ¡El té! ... Y, por él, tiene una que despertar a la gente..., preparar el samovar... ¡Vaya orden de casa!

ASTROV.- ¿Piensan quedarse mucho tiempo todavía?

VOINITZKII (silbando). - Cien años... El profesor ha decidido establecerse aquí.

MARINA.- Pues ahora está pasando igual. El samovar lleva ya dos horas sobre la mesa, y ellos..., de paseo.