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Los vehículos tenían que ser inmensos para albergar a los gigantescos neshgais. Los volantes eran enormes, parecían más timones de navíos. Debía necesitarse gran fuerza y grandes manos para girarlos, y quizás ésa fuese la razón de que sólo los neshgais condujesen, incluso en los camiones. Sin embargo, Ghlij dijo que nunca confiaban en los humanos para conducir vehículos o para utilizar instrumentos tecnológicos avanzados, salvo los transmisores de voces.

Ningún sonido brotaba del capó. Ulises puso su mano sobre la madera pero no percibió ninguna vibración. Preguntó a Ghlij qué impulsaba los vehículos, y Ghlij se encogió de hombros.

– No lo sé -dijo-. Los neshgais me dieron cierta libertad como vendedor de artículos e información. Pero no me describieron sus aparatos ni me dejaron siquiera aproximarme a uno sin supervisión.

Aquello debía haberle resultado muy frustrante a Ghlij, pensó Ulises, pues su objetivo primario allí sería sin duda descubrir el secreto de la tecnología neshgai.

Había en su cultura muchas contradicciones. Había tantas cosas primitivas allí, junto a instrumentos avanzados. Los neshgais tenían arcos y flechas, lanzas de punta de plástico, pero no tenían pólvora. O quizás supiesen de la pólvora pero no tenían armas de fuego porque carecían de metal o de un plástico que pudiese sustituir al metal.

Gushguzh apareció sentado en el asiento trasero del primer vehículo. Dejó de comer un inmenso plato de verdura y de beber de una jarra de leche el tiempo suficiente para pedir comida para los humanos y los recién llegados. La mayoría de la comida era verdura, pero había también algo de carne de caballo. Los caballos se utilizaban también, como descubriría, para arrastrar carros y carruajes para los esclavos humanos y los neshgais rurales.

Después de comer, la mayor parte del grupo de Ulises pasó a los camiones, y los soldados humanos se unieron a ellos. Ulises, sus jefes, Awina y los dos hombres murciélago entraron en el coche que iba detrás del de Gushguzh.

El coche avanzó por una carretera de ladrillo cubierta con plástico en el que había incrustados trozos de ladrillos para mejorar la tracción. Ulises observó al conductor, que controlaba su velocidad y el freno con un solo pedal bajo el pie derecho. El panel de instrumentos contenía una serie de marcadores y válvulas con varios símbolos. Ulises los estudió porque eran las primeras indicaciones de escritura que veía. Había algunos símbolos familiares, un 4 invertido, una H a su lado, una O, una T, una Z barrada, pero se trataba de símbolos cuya simplicidad hacía probable que hubiesen sido inventados independientemente.

Los vehículos tenían parabrisas, pero los laterales iban abiertos. El viento no era problema, pues los coches nunca sobrepasaban los cuarenta y cinco kilómetros por hora. Y descendían a veinte en las subidas. No brotaba ni un simple ronroneo de los motores.

Después de más o menos hora y media, la comitiva desembocó en la plaza de un gran fuerte, y el grupo pasó de aquellos vehículos a otros. Ulises no entendía por qué debían cambiar de coche como si fuesen viajeros del Pony Express. Luego pensó que su comparación con el Pony Express podría resultar más apropiada de lo que suponía. Quizás los motores no fuesen mecánicos ni eléctricos sino biológicos. ¿Podían estar utilizando los neshgais algún tipo de motor muscular?

Vio a un esclavo vertiendo combustible en el tanque a través de un tubo, a un lado del capó, y esto fortaleció su teoría. El combustible no era desde luego gasolina ni nada parecido. Era espeso como jarabe y tenía un olor vegetal. ¿Alimento para el motor vivo?





La comitiva partió de nuevo, dirigiéndose hacia el campo como antes. Era un terreno ondulado y de grandes bosques con sólo los claros de algunos cultivos y caseríos. Había algunas plantas extrañas en las tierras de cultivo y una vez, que se pararon a descansar, se acercó al campo más próximo. Nadie intentó detenerle, aunque había tres arqueros cerca de él. Las plantas tenían poco más de dos metros de altura y eran verdes y de finos tallos, con frutos en forma de caja de un verde oscuro. Cogió uno para examinarlo. El tallo se inclinó dócilmente sin el menor indicio de que fuese a romperse. Abrió la carnosa caja hundiendo los dedos en una ranura de su parte superior. Bajo las capas de suaves hojas verdosas había una placa delgada y cartilaginosa cuya superficie cruzaban líneas oscuras anchas y estrechas. Donde se unían las líneas había pequeños globos verdes y pulposos. Intentó imaginarse lo que parecería la placa cuando madurase.

A menos que estuviese dando demasiada cuerda a su imaginación, contemplaba un cuadro de circuito impreso aún no maduro.

Gushguzh dijo algo, y todos volvieron a los vehículos. Ulises pasó a observar los campos con más interés y, al cabo de kilómetro y medio vio otro cultivo que creyó poder identificar. O al menos, podía suponer razonablemente su naturaleza. Eran unas plantas bajas, achaparradas, y crecían en ellas cajas redondas envueltas en hojas. Las cajas eran de algo más de un metro de longitud, un metro de anchura y algo menos de profundidad. Su teoría era que aquellos eran los motores de los vehículos. Eran de origen vegetal, no animal, aunque podían ser plantas con muchas proteínas.

Consideró las implicaciones de su descubrimiento mientras cruzaban más campos con una variedad de cultivos cuya naturaleza no podía siquiera imaginar. Pasaron también por una serie de pueblos formados por las casas mayores, esculpidas y pintadas, de los neshgais y las más pequeñas, sin esculturas y a menudo sin pintar, de los humanos. Al cabo de un rato, dejó de teorizar sobre la tecnología vegetal de los neshgais y consideró las implicaciones de la estructura de los pueblos y de los caseríos. Los humanos parecían sobrepasar a los neshgais en una relación de seis a uno o de unos tres adultos humanos por cada adulto neshgai. Aunque eran inmensos y parecían muy fuertes, un neshgai no podía compararse con tres humanos actuando de acuerdo y mucho más rápidos, aunque algunos de los humanos fuesen hembras.

¿Qué impedía a los humanos rebelarse? ¿Tenían mentalidad de esclavos? ¿Había alguna arma que hacía invencibles a los nesgáis? ¿Vivían en realidad los humanos en una simbiosis con los neshgais que era lo bastante provechosa para ellos como para que no les preocupase la esclavitud?

Pensó en los soldados humanos que se sentaban frente a él. Eran medio calvos. Los hombres y las mujeres que había visto en los pueblos eran semicalvos, aunque los niños tenían pelo en toda la cabeza. Era un pelo muy rizado. Su piel era de un hermoso color aceituna. Los ojos castaños o, a veces, castaño verdosos. Las caras solían ser estrechas con tendencia a las narices aguileñas, las barbillas afiladas y los pómulos altos.

El único rasgo no humano era que carecían de dedo meñique en los pies. Pero esto podía achacarse a la evolución. Después de todo, algunos teorizadores, tanto científicos como profanos, habían dicho que el hombre podía perder esos dedos. Y sus muelas del juicio.

Se inclinó hacia adelante y habló en airata al soldado de enfrente. Pareció desconcertarse y alarmarse un poco, al principio. Ulises repitió su petición más lentamente. Esta vez el soldado comprendió la mayoría del mensaje. Su airata no era como el de Ghlij o el de Ulises, puesto que el airata era su idioma nativo y se había desviado un tanto del original. Pero Ghlij conocía las palabras extrañas y las traducía.

El soldado parecía receloso al principio, pero Ulises le aseguró que no le haría ningún daño. El soldado se volvió y preguntó al gigante que tenía detrás si debía obedecer. La gran cabeza elefantina se volvió, miró a Ulises y luego habló. El soldado abrió su boca y Ulises miró dentro y recorrió los dientes con el dedo. No había muela del juicio.

Ulises le dio las gracias. El neshgai sacó un cuaderno y escribió algo en él con una pluma estilográfica del tamaño de una linterna grande.