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Ulises pudo ver entonces más de cerca a los neshgais. Medían algo más de tres metros y tenían unas piernas cortas y vigorosas como columnas, y grandes pies desparramados. Eran largos de cuerpo, (diríase que debían padecer mucho de la espalda) y sus brazos eran muy musculosos. En las manos tenían cuatro dedos.

Las cabezas se parecían mucho a la cabeza tallada que habían visto en el pueblo vroomaw. Las orejas eran enormes, pero mucho más pequeñas en proporción a la cabeza que las de un elefante. La frente era muy ancha y nudosa en las sienes. No tenían cejas, pero las pestañas eran muy largas. Los ojos eran marrones, verdes o azules. La pellejuda y arrugada probóscide, cuando colgaba, les llegaba al pecho. Las bocas eran anchas, y de los labios muy gruesos (casi negroides, en realidad) les brotaban dos pequeños colmillos en ángulo recto respecto al plano de la cara. No tenían más que cuatro molares, y esto, claro está, afectaría a su idioma. Su airata, la lengua comercial, tendría un tono distinto. Tan distinto que era casi un nuevo lenguaje. Pero cuando el oído se acostumbraba, resultaba inteligible. Sin embargo, los humanos tenían dificultad para reproducir sonidos neshgais, y en consecuencia su airata era un compromiso entre aquél que hablaban pueblos de dentadura similar y el que hablaban los neshgais. Por fortuna, los neshgais eran capaces de entender el airata especial de sus esclavos.

Sus pieles variaban de un gris muy claro a un gris marrón.

Llevaban picudos yelmos de cuero con cuatro orejeras, muy parecidos, pensó Ulises, al gorro de Sherlock Holmes. Llevaban cuentas enormes, piedras de varios tipos atadas con cuerdas de cuero, alrededor de sus gruesos cuellos. Grandes petos de hueso pintados en rojo, negro y verde cubrían sus pechos, relativamente estrechos. Su única ropa (universal entre los humanos y entre los neshgais también) era un taparrabos. Las piernas de los oficiales tenían enrolladas unas cintas verdes, y sus enormes pies iban embutidos en sandalias. Algunos llevaban capas de vivos colores, con grandes plumas blancas en los bordes.

A Ulises le parecía que aquellas criaturas combinaban una ajenidad repugnante con un aura de poder y sabiduría. Esto último era consecuencia de su propia actitud hacia los elefantes, claro. Luego se recordó que los neshgais podrían ser descendientes de probóscides, pero no eran elefantes, lo mismo que él no era un simple mono. Y aunque su tamaño gigante y su indudable gran fuerza les proporcionaran ventajas, también les creaban ciertas desventajas. Todo tiene sus inconvenientes.

Un majestuoso neshgai se mantenía separado y delante de los otros en el muelle. Fue él quien habló a Ulises mientras todos los demás escuchaban respetuosamente. Lanzó un agudo trompeteo por su larga nariz (un saludo, como Ulises descubriría) y luego pronunció un breve discurso. Ulises, aunque sabía que el otro hablaba en airata, poco pudo entender por lo extraño del acento. Pidió a Ghlij que lo tradujera, advirtiéndole que no mintiese.

– ¿Y qué me haríais, Señor? -dijo Ghlij, mirándole de reojo sin disimular su odio.

– Puedo matarte ahora mismo -dijo Ulises-. No te subleves tan pronto.

Ghlij soltó un bufido y luego repitió en airata más inteligible lo que el oficial, Gushguzh, había dicho.

El resumen era que Ulises debía rendirse con su tripulación a Gushguzh. Él le conduciría a la ciudad, al edificio principal de la administración, la casa del soberano y de su primer ayudante, Shegnif. Allí le entrevistaría. Si Ulises no aceptaba rendirse inmediatamente, Gushguzh ordenaría que les atacasen.

– ¿Es ésta la capital? -dijo Ulises, señalando la ciudad de la colina. Era la población mayor que había visto hasta entonces, pero aun así no podía albergar a más de treinta mil seres, incluidos los humanos.

– No -dijo Ghlij-. Bruuzhgish está a varios kilómetros al este. Allí es donde viven la Mano de Nesh y su ayudante Shegnif.

Ghlij utilizó una palabra para indicar la posición de Shegnif que podría traducirse como Gran Visir.





Gushguzh habló de nuevo, y Ghlij dijo que debían abandonar la nave y subir la colina hasta la guarnición. Les proporcionarían transporte a todos para trasladarse a la capital. Al parecer, no le preocupaban las armas que los recién llegados llevaban.

Ulises salió el primero para colocarse al lado del descomunal Gushguzh. El gigante desprendía un olor más parecido al de un caballo sudoroso que al de un elefante. A Ulises le resultó agradable. El atronar de los estómagos de los neshgais, sin embargo, era un fenómeno que habría de rodear constantemente a Ulises en aquella tierra. Además, el neshgai comenzó a mascar un gran palo hecho de verduras prensadas y daba órdenes a sus soldados sin dejar de mascar. Los neshgais dedicaban mucho tiempo a comer porque así lo exigían sus grandes estómagos. Pero no tanto como los elefantes.

Organizada al fin, la cabalgata desfiló calle arriba directamente hacia la colina. Los soldados neshgais, esclavos humanos y oficiales no humanos, siguieron a los recién llegados. Wulka llevaba a Jyuks a la espalda. Ulises llevaba a Ghlij, seguido del enorme Gushguzh. Caminaba muy digna y lentamente ladera arriba. Cuando llegaron a la cima, jadeaba, y le caía saliva de la boca. Ulises recordó el comentario de Ghlij de que los neshgais eran propensos a las enfermedades cardíacas, pulmonares y de espalda, y a dolencias en pies y piernas. Pagaban cara la combinación d«gran tamaño y estructura bípeda.

La calle estaba pavimentada con ladrillos unidos con mortero y tenía una anchura de unos quince metros. Las casas eran cuadradas, tenían tres cúpulas y estaban cubiertas de diversas figuras y dibujos geométricos y pintadas de modo parecido a lo que se llamaba «psicodélico» en tiempos de Ulises. No había ciudadanos ni esclavos en la calle porque los soldados los habían desalojado. Pero se asomaron a puertas y ventanas a su paso muchas caras grises o tostadas. Según Ghlij, los neshgais jamás habían visto felinos peludos como aquéllos.

Gushguzh les dejó a la entrada del fuerte de la guarnición, que era un edificio con forma de castillo hecho de ciclópeos bloques de granito, Pasó una hora; luego otra. Era como estar en el ejército, pensó Ulises. Correr y esperar. Diez millones de años habían creado un nuevo tipo de ser inteligente, pero el procedimiento militar no había variado en absoluto.

Awina estuvo un rato cambiando el peso del cuerpo de un pie al otro, hasta que por fin se acercó a Ulises y se apoyó en él.

– Temo, mi Señor -dijo-, que nos hemos puesto en manos de los narigudos, y que harán con nosotros lo que quieran. Somos demasiado pocos para defendernos.

Ulises le dio una palmada en la espalda, gozando, pese a su ansiedad, la suave sensualidad de aquella piel.

– No te preocupes -dijo-. Los neshgais parecen ser individuos inteligentes. Se darán cuenta de que tengo mucho que ofrecerles y que no deben tratamos como si fuésemos una manada de perros salvajes.

Esa había sido su principal razón para penetrar tan audazmente en territorio neshgai. Pero luego la galera le había dejado asombrado. ¿Y si aquella gente estuviese tan adelantada que nada de lo que pudiese ofrecerles fuese comparable a lo que ya tenían? Ciertamente no había visto signo alguno de transporte terrestre con motores, y eso resultaba extraño. Quizás los motores que la galera utilizaba exigiesen demasiado espacio y combustible para poder aplicarse a los automóviles. En cuyo caso, podría enseñarles a construir coches de vapor.

Entonces se abrieron las puertas del fuerte y salió una hilera de automóviles y camiones. Se parecían un poco a los primeros coches de su época, parecían carros y carruajes modificados. Eran todos de madera, salvo ruedas y neumáticos. Las ruedas parecían de vidrio u otro plástico que parecía vidrio. (El vidrio, por supuesto, era un plástico) Los neumáticos parecían de goma blanca, y (según se enteró más tarde) los hacían de la savia, especialmente tratada, de un árbol que no había existido en su época.