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ESCENA XI

Calígula. ¿Está todo listo?

Cesonia. Todo. (A un Guardia.) Haced entrar a los poetas.

Entran, de a dos, una docena de Poetas que bajan por la derecha a paso cadencioso.

Calígula. ¿Y los otros?

Cesonia. ¡Mételo y Escipión!

Los dos se unen a los Poetas. Calígula se sienta al fondo, a la izquierda, con Cesonia y el resto de los Patricios. Breve silencio.

Calígula. Tema: la muerte. Plazo: un minuto.

Los poetas escriben precipitadamente en las tablillas.

El viejo patricio. ¿Quién hará de jurado?

Calígula. Yo. ¿No es suficiente?

El viejo patricio. Oh, sí, absolutamente suficiente.

Quereas. ¿Participarás en el concurso, Cayo?

Calígula. Es inútil. Hace tiempo hice mi composición sobre el tema.

El viejo patricio (solícito) ¿Cómo se puede leerla?

Calígula. A mi manera, la recito todos los días.

Cesonia lo mira, angustiada.

Calígula (brutalmente). ¿Qué tengo en la cara que te desagrada?

Cesonia (suavemente). Perdóname.

Calígula. Ah, por favor, nada de humildad. Sobre todo, nada de humildad. ¡Ya eres difícil de soportar, pero tu humildad…!

Cesonia sube lentamente.

Calígula (a Quereas). Continúo. Es la única composición que he escrito. Pero también prueba que soy el único artista que Roma haya conocido, el único, ¿oyes?, que ponga de acuerdo su pensamiento con sus actos.

Quereas. Es sólo cuestión de poder. Calígula. Así es. Los otros crean por falta de poder. Yo no necesito una obra: yo vivo. (Brutalmente.) Bueno, y vosotros, ¿ya estáis?

Mételo. Ya estamos, creo.

Todos. Sí.

Calígula. Bueno, escuchadme bien. Os levantaréis. Yo tocaré el silbato. El primero empezará la lectura. Al oír el silbato ha de detenerse y empezará el segundo. Y así sucesivamente. El vencedor, naturalmente, será aquel cuya composición no haya interrumpido el silbato. Preparaos. (Se vuelve hacia Quereas; confidencial.) Se necesita organización en todo, hasta en arte.

Silbato.

Primer poeta. Muerte, cuando más allá de las negras orillas…

Silbato. El Poeta desciende por la derecha. Los otros harán lo mismo.

Escena mecánica.

Segundo poeta. Las tres parcas en su antro… (Silbato.)

Tercer poeta. Te llamo, oh muerte….(Silbato rabioso.)

EL Cuarto Poeta avanza y adopta una actitud declamatoria. El silbato resuena antes de que haya hablado.

Quinto poeta. Cuando era un niñito…

Calígula (gritando). ¡No! ¿Qué relación puede tener con el tema la infancia de un imbécil? ¿Quieres decirme dónde está la relación?

Quinto poeta. Pero, Cayo, no he terminado… (Silbato estridente.)

Sexto poeta (avanza aclarándose la voz). Inexorable, camina… (Silbato.)

Séptimo poeta (misterioso). Recóndita y difusa oración… (Silbato entrecortado.)

Escipión avanza sin tablillas.

Calígula. ¿No tienes tablillas?

Escipión. No las necesito.





Calígula. Veamos. (Mordisquea el silbato.)

ESCIPIÓN (muy cerca de Calígula, sin mirar y con una especie de cansancio):"¡Caza de la dicha que purifica a los seres, cielo en que el sol chorrea, fiestas únicas y salvajes, delirio mío sin esperanza!…"

Calígula (suavemente). Detente, ¿quieres? Los otros no necesitan competir. (A Escipión.) Eres muy joven para conocer las verdaderas lecciones de la muerte.

Escipión (mirando fijo a Calígula). Era muy joven para perder a mi padre.

Calígula (apartándose bruscamente). Vamos, vosotros a formar fila. Un falso poeta es un castigo demasiado duro para mi gusto. Hasta hoy había pensado conservaros como aliados y a veces imaginaba que formaríais el último cuadro de mis defensores. Pero es inútil; os arrojaré entre mis enemigos. Los poetas están contra mí; puedo decir que éste es el fin. ¡Salid en orden! Desfilaréis ante mí, lamiendo las tablillas para borrar las huellas de vuestras infamias. ¡Atención! ¡Adelante!

Silbidos rítmicos. Los Poetas salen por la derecha marcando el paso y lamiendo sus inmortales tablillas.

Calígula (en voz muy baja). Y salid todos.

En la puerta, Quereas retiene al Primer Patricio por el hombro.

Quereas. Ha llegado el momento.

El joven Escipión, que ha oído, vacila en el umbral de la puerta y se acerca a Calígula.

Calígula (con maldad). ¿No puedes dejarme en paz, como lo hace ahora tu padre?

ESCENA XII

Escipión. Vamos, Cayo, todo esto es inútil. Ya sé que has elegido.

Calígula. Déjame.

Escipión. Te dejaré, sí, porque creo haberte comprendido. Ni para ti ni para mí, que me parezco tanto a ti, hay ya salida. Voy a marcharme muy lejos a buscar las razones de todo esto. (Pausa; mira a Calígula. Con fuerte acento.) Adiós, querido Cayo. Cuando todo haya terminado, no olvides que te he querido. (Sale.)

Calígula lo mira. Hace un ademán. Pero se sacude brutalmente y vuelve junto a Cesonia.

Cesonia. ¿Qué dijo?

Calígula. No está a tu alcance.

Cesonia. ¿En qué piensas?

Calígula. En aquél. Y en ti también. Pero es lo mismo.

Cesonia. ¿Qué pasa?

Calígula (mirándola). Escipión se ha marchado. He terminado con la amistad. Pero me pregunto por qué estás tú todavía…

Cesonia. Porque te gusto.

Calígula. No. Si te hiciera matar, creo que comprendería.

Cesonia. Sería una solución. Hazlo, pues. ¿Pero no puedes, siquiera por un minuto, despreocuparte y vivir libremente?

Calígula. Hace ya varios años que me ejercito en vivir libremente.

Cesonia. No es así como lo entiendo. Compréndeme. Puede ser tan bueno vivir y amar en la pureza del propio corazón.

Calígula. Cada uno se gana la pureza como puede. Yo, persiguiendo lo esencial. Nada de eso me impide, por lo demás, hacerte matar. (Ríe.) Sería la coronación de mi carrera.

Calígula se levanta y hace girar el espejo. Camina en círculo, con los brazos colgando, casi sin ademanes, como un animal.

Calígula. Es curioso. Cuando no mato, me siento solo. Los vivos no bastan para poblar el universo y alejar el tedio. Cuando estáis todos aquí, me hacéis sentir un vacío sin medida donde no puedo mirar. Sólo estoy bien entre mis muertos.(Se planta frente al público, un poco inclinado hacia adelante, olvidado de Cesonia.) Ellos son verdaderos. Son como yo. Me esperan y me apremian. (Menea la cabeza.) Tengo largos diálogos con este y aquel que me gritó pidiendo gracia y a quien hice cortar la lengua.

Cesonia. Ven. Tiéndete a mi lado. Apoya la cabeza en mis rodillas. (Calígula obedece.) Estás bien. Todo calla.

Calígula. ¡Todo calla! Exageras. ¿No oyes ese ruido a hierros? (Ruidos.) ¿No adviertes esos mil ligeros rumores que revelan el odio en acecho? (Rumores.)

Cesonia. Nadie se atrevería…

Calígula. Sí: la estupidez.

Cesonia. La estupidez no mata. Da cordura.

Calígula. Es asesina, Cesonia. Es asesina cuando se considera ofendida. ¡Oh!, no me asesinarán aquellos cuyos padres o hijos he matado. Ellos han comprendido. Están conmigo, tienen el mismo gusto en la boca. Pero estoy indefenso contra la vanidad de los otros: aquellos de quienes me he burlado, a quienes he puesto en ridículo.

Cesonia (con vehemencia). Te defenderemos nosotros; todavía somos muchos que te queremos.

Calígula. Cada vez sois menos. Hice todo lo posible para que así fuera. Y además, seamos justos, no sólo está en mi contra la estupidez; también lo están la lealtad y el coraje de los que quieren ser felices.

Cesonia (siempre vehemente). No, no te matarán. O entonces algo venido del cielo los aniquilará antes de que te hayan tocado.