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Lydia seguía siendo el gran tópico de discusión en toda Climatología a la semana siguiente, cuando visité el taller de Ted. Mi motivo inicial de la visita era para cuidarme del papeleo que conduciría a un contrato entre la División y Eolo. Pasé la mañana rellenando formularios y a mediodía tenía tanto hambre que me consideré dispuesto a aceptar la comida de la cafetería. Pero Ted y Barney me llevaron a un pequeño restaurante italiano del barrio contiguo.

Volvía otra vez a llover mientras entrábamos en el aparcamiento del restaurante.

— Una tormenta secundaria — murmuró Ted -. Secuela desprendida de Lydia — añadió.

— Fue un buen huracán — comenté mientras corríamos desde el coche hasta la puerta del restaurante -. Miami sufrió grandes destrozos; los daños se calculan en mil millones de dólares.

— Es una vergüenza que no tengamos predicciones a lo largo plazo que indiquen dónde azotará la tempestad — comentó Barney.

Ya estábamos dentro. Ocupamos un reservado y pedimos pizza

— ¿Hubiera podido una predicción a largo plazo ayudar a evitar las catástrofes de Miami? Me pregunté en voz alta.

Encogiéndose de hombros, Ted contestó:

— Es difícil precisar con exactitud dónde y cuándo azotará la tempestad. Hay demasiadas variables. Los huracanes son traicioneros… muy sensibles, aun con todo su tamaño y poder.

— Pero un mayor tiempo de aviso habría ayudado a la gente. a que se preparase para enfrentarse a la tormenta

— sugirió Barney.

— No me interesan los avisos — gruñó Ted -. Quiero cortar por lo sano esas tormentas. No hay nada peor que saber dónde van a atacar, pero sentirse incapaz de hacer nada por evitarlo.

Miré por la ventana del restaurante a la lluvia que caía.

— Parece que se prepara un viento del noreste.

Eso le hizo sonreír.

— Pareces un verdadero yanki. Pero tienes razón. Vamos a tener mal tiempo.

Después de aquello, llegó la "pizza" y cuando casi nos la habíamos terminado, Barney preguntó:

— ¿Qué pretende hacer ahora el doctor Rossman, puesto que ya terminó con la sequía?

Ted puso cara de vinagre.

— Te diré lo que no va a hacer: controlar el tiempo. Quiere que nosotros repasemos y volvamos a repasar todo lo de la sequía, en el hemisferio norte completo, durante los próximos seis meses. Dice que desea asegurarse que no hemos causado ningún daño. No es más que otra de sus tácticas dilatorias.

Mientras yo luchaba con una porción pegajosa de queso que quedaba encima de mi rebanada de "pizza", Ted prosiguió:

— Se opone a cualquier otro trabajo de modificación; le da un pánico mortal cualquier cosa nueva.

Ya estamos otra vez, pensé.

— Sin embargo para mantenerme tranquilo — continuó — cede en lo de las predicciones a largo plazo. Nos permite que las enviemos por las redes del Departamento de Meteorología siempre y cuando nos ciñamos a una base experimental. Las predicciones no serán públicas, pero los aficionados de toda la nación empezarán a compararlas con lo que ocurre en realidad. Por eso necesitamos a Eolo, viejo camarada yanki. Tenéis que empezar a emitir predicciones para toda la zona continental de los Estados Unidos.

— Ese es un gran encargo — murmuré desde detrás de mi pedazo de "pizza".

— Demasiado grande para que lo resuelva Climatología, a menos que Rossman consiga permiso para doblar su personalcosa que no intentará. Es mucho más fácil conseguir un contrato que despedir a un centenar, poco más o menos, de empleados del gobierno.

— Gracias por darme ánimos.

Soltó una carcajada.

— Escucha. Tenemos que descubrir una manera de hacerle que acepte más trabajo del control del tiempo. ¡Y sin conseguir que me vuelva a despedir!

— Eso sería una mala nota en tu hoja de servicios como empleado — no pude evitar decirle.

Barney intervino antes de que Ted replicase.

— ¿Qué es lo que estabas pensando, Ted?



— Todavía no es seguro. Pero hemos de hacer algo que obligue a Rossman a dar el paso siguiente. De otro modo permanecerá sentado donde está. Seguro y respetado, y contemplando su medalla.

— ¿Tienes ideas? — pregunté.

— Un par — contestó, mirando la continuada lluvia.

Amigos de Nueva York me han hablado de que corren rumores de que la cúpula de Manhattan tiene dificultades en el problema de la contaminación del aire. Quizá puedas echar un vistazo a eso, Jerry. Rossman daría saltos hasta el techo si supiese que yo había intervenido.

"Y hay un comandante de la Fuerza Aérea que va a venir a verme esta tarde, para hablar del control del tiempo y los problemas militares. Quizá sea la clase de camino que podemos tomar para poder poner en marcha el verdadero proyecto.

— Jamás se me ocurrió que hubiesen usos militares en el control del tiempo — dije.

— Es algo que hay que meditar. ¿Por qué no te quedas aquí esta tarde? Podría ser distraído.

Volví con ellos a Climatología. El despacho de Ted estaba pegadizo y se podía oír como la lluvia tamborileaba contra el tejado metálico. Hacia fresco y Ted conectó la estufa eléctrica cercana a su escritorio y luego se sirvió café y me lo sirvió a mí. Barney había vuelto a la sección de computaciones.

El comandante Vincent llegó mientras estábamos tomando — café. Era un hombre regordete, no demasiado alto y casi por completo calvo. Pero su rostro redondo tenía un aspecto juvenil, casi infantil.

— Pertenezco a la División de Tecnología Extranjera — dijo el comandante después de que Ted le hiciese sentar y le entregase una taza de café -. Nuestra tarea principal es mantener informada a la Fuerza Aérea de lo que están haciendo las demás naciones en diversos campos técnicos.

— ¿Como por ejemplo, el control del tiempo? — preguntó Ted, sentándose tras su escritorio.

— Bueno, quizás. Ahora mismo DTE se interesa oficialmente en cómo pueden predecir el tiempo las otras naciones y quizás efectuar modificaciones en pequeña escala… Despejar las nieblas en torno a un aeropuerto y esa clase de cosas.

— Pero ustedes se preocupan por si los rojos son capaces de manipular en nuestro clima… Por lo menos, deberían preocuparse.

El mayor se agitó incómodo en la silla.

— Claro que me preocupa eso. Y no sólo por los rojos. Cualquier nación que pueda controlar el tiempo tiene un arma tan poderosa como un ICBM.

Ted se levantó y fue hasta la pizarra que quedaba tras el escritorio.

— Jerry ya oyó esta conferencia… Son mis palabras clásicas sobre lo que ustedes necesitan para el control de tiempo.

Y se lanzó a su rutina acerca de la teoría de la turbulencia, las predicciones a largo plazo, las fuentes de energía etcétera. Mientras hablaba, el comandante Vincent sacó de la guerrera una pequeña agenda de notas y empezó a escribir en taquigrafía.

Cuando terminó, el comandante cerró la agenda. Ted había llenado la pizarra de palabras, diagramas y ecuaciones.

— Eso es lo que necesitamos — dijo el comandante -. Si sabemos qué buscar, podemos decir lo que ocurre en otros países.

— Sin convocar a los espías — añadió Ted.

— La DTE no interviene en los asuntos de espionaje.

— No en público — murmuró Ted.

El comandante decidió cambiar de conversación.

— Tenemos, por ejemplo, ese huracán que asoló Florida…

— El Lydia.

— Sí. Bueno, ¿pudo haberse formado artificialmente? ¿Pudo ser conducido de manera deliberada para que pasara por los Estados Unidos?

Ted se encogió de hombros.

— Es posible. Aún no sabemos cómo hacerlo, pero quizás otra nación esté más adelantada que nosotros.

Sacudiendo la cabeza, el comandante dijo:

— Cuando más pienso en ello, más importante me parece. Supongamos que esa sequía que ustedes vencieron fuera obra de una potencia enemiga… Oh, con el control del tiempo ustedes podrían hacer que un país doblara las rodillas aun sin saber que le estaban atacando!