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XIII

NUBES TORMENTOSAS

Durante un instante me pareció no haber oído bien las palabras de Ted.

— ¿Qué dijiste?

— Quiero que trabajes aquí. Te necesitamos.

— Debe ser una broma…

— Nada de bromas. Mira este cuchitril — con el brazo lo abarcó todo en un gesto de barrido. ¿Crees que a Rossman le gusta tenernos aquí? ¿Crees que va a sentirse cómodo con esa Medalla Nacional a la Ciencia colgándole del cuello mientras nosotros le contemplamos de arriba abajo? Va a haber jaleos en esta casa tarde o temprano y necesitaré a cuantos amigos poseo.

— ¿Y quién te hace pensar que yo soy un amigo?- me oí preguntarle.

Ted se incorporó vivamente.

— ¿Aún sigues teniéndome rencor porque me marché de Eolo? Era la única cosa que podía hacer, Jerry. Lo sabes.

— Y ahora deseas que yo también me marche de Eolo.

Se encogió de hombros con aire desvalido.

— Nos estamos enterrando en papeles. Rossman amontona los oficios y partes cada día, haciendo crecer estas montañas que nos abruman. Trata de ahogarnos en la burocracia. Vamos demasiado rápidos para él; tenía un miedo mortal a los módulos de sequía; ahora se preocupa por lo que le pondremos después delante. ¡Trata de disminuir nuestro trabajo a base de pape!. Tú puedes ayudarnos a salir de este apuro…

No pude permanecer sentado más tiempo. Levantándome de la silla, miré de reojo a Barney. Ella me contemplaba, pero no pude adivinar por su expresión qué deseaba que hiciera yo.

— ¡Ted, de haber estado con el ejército de Santa Ana en el Alamo, hubieras tenido la cara dura de pedir a Davy Crockett que cambiara de bando!

— ¿Qué bando? Todos queremos lo mismo… Control del tiempo. Necesito tu ayuda.

— Entonces puedes comprarla. Comprarla al Laboratorio de Investigaciones Eolo!

Parpadeó.

— Aguarda un momento…

— No, aguarda tú contesté, plantándome delante de su escritorio -. Hay ochenta personas en Eolo que se ganan la vida con los contratos que obtiene el Laboratorio. Tú te fuiste y te llevaste contigo las mejores posibilidades que teníamos de conseguir verdaderos contratos substanciosos para el trabajo de la modificación del tiempo. Está bien. Pero esas ochenta personas aún pueden realizar una buena misión. Podrían ayudarte a despachar los papeles, con los computadores, con las predicciones a largo alcance y muchas otras cosas. Te podrían proporcionar más ayuda de la que yo te dispensara solo, no importa bajo qué techo me sentase. Y no creas que voy a abandonarles como lo hiciste tú, sólo porque deseas tener a otro chupatintas a tu disposición Tienes más conocimiento del tiempo que de las personas.

Ted se arrellanó en su silla, frunciendo el ceño en silencio. Luego, una sonrisa se extendió por su tosco rostro.

— Cuando te lo propones, eres una verdadera bola de fuego, Jerry. Pero, tienes razón… Eolo puede ayudarnos a salir del paso. Ayudarnos mucho, pensándolo bien.

Por poco me caigo. Barney me miró como si quisiera decirme: Bien dicho.

Tuli intervino:

— ¿Pero puedes conseguir que el doctor Rossman acceda a gastar dinero contratando a Eolo para que nos ayude?

— Creo que con esa estupenda y brillante medalla Nacional en su bolsillo — respondió Ted -, nos debe un favor. Le hablaré tan pronto como vuelva de Washington. Y volviéndose a mí, preguntó -: ¿No estarás demasiado enfadado con nosotros si firmamos un contrato para que nos ayude Eolo y pagamos bien?



— No me interesa el dinero, Ted; lo sabes. Lo que no quiero es dejar sin trabajo al personal de Eolo.

— Está bien, cálmate. Ya has expresado tu opinión y resulta buena. Debió habérseme ocurrido a mí.

— Entonces volveremos a trabajar juntos otra vez.

— Barney pareció complacida.

Ted extendió la mano por encima del escritorio.

— Bienvenido en tu regreso al equipo, camarada.

Le estreché la diestra, pero, por primera vez desde que conocí a Ted, no me sentía muy feliz de trabajar con él.

Los meteorólogos bautizaron al huracán con el nombre de Lydia, puesto que era el decimosegundo tornado tropical o huracán que amenazaba zonas pobladas. Lydia viajó hacia el oeste desde el lugar de nacimiento en medio del océano, siguiendo los vientos hacia las Indias Occidentales. Luego, al cabo de tres días, giró de pronto y apuntó hacia la costa de Florida. Avisos de desastre recorrieron la península. La velocidad del viento central de Lydia era casi de un centenar de nudos; su frente de lluvias era devastador. Azotó las Bahamas, arrasando palmerales, destrozando escolleras con olas titánicas, amontonando muelles y lanchas por igual contra las rocas, arrancando los tejados, cortando las líneas eléctricas, inundando carreteras, casas y ciudades; destruyendo, aterrorizando, matando. Cuando los cielos de las islas volvieron a despejarse, hombres cansados y como atontados contemplaron el campo de batalla en donde reinaba la devastación. Por millares habían quedado sin hogar. Las ciudades carecían de electricidad y agua potable. Los supervivientes se sentían maltrechos, hambrientos, heridos. Los aviones trajeron medicinas y alimentos mientras Lydia recuperaba fuerzas, posándose al borde de la costa de Florida, muy cerca de Miami.

Al día siguiente de mi visita a las nuevas instalaciones de Ted en Climatología, Barney me llamó a Eolo y se invitó a sí misma a almorzar. Nos reunimos en uno de los restaurantes de la terraza de las torres de Back Bay.

Era un día cálido, soleado… extrañamente hermoso para ser a principios de noviembre. Desde nuestra mesa junto a la ventana podíamos distinguir las lejanas colinas que marcaban la situación del edificio de Climatología. Barney estaba junto a la ventana, su pelo amarillento captando la luz del sol y enmarcado por el claro y profundo azul del cielo.

— Ted habló con el doctor Rossman a primera hora de esta mañana — dijo después de que encargásemos la Comida -. Conseguirás un contrato para que Eolo nos ayude en las predicciones a largo plazo y en algunas tareas administrativas.

Asentí.

— En realidad, asombraste ayer a Ted continuó ella -, cuando le rechazaste. Jamás esperaba que le gritaras.

— Yo no rechacé a nadie. Sólo me ofendió pensar que esperaba que abandonase Eolo del modo en que él lo hizo. Me pidió que diera la espalda al personal del que soy responsable… con tanta sencillez como si me rogara que le pasase el salero.

Sin darse cuenta, Barney extendió el brazo para coger el salero; luego se contuvo. Ambos reímos.

— Mira, nos tiene bien enseñados a ambos — dije.

— Nos necesita, Jerry — contestó, disminuyendo su risa. Muy seria, añadió: No te enfades con él. Por favor, Jerry, por duro que sea, por favor, no te enfades con él. Trata de recordar que necesita a cuantos amigos posee.

— ¿Entonces, por qué pisotea a la gente?

Sacudió la cabeza.

— Es su carácter. Tendremos que aceptarle así. No cambiará.

Comprendí que tenía razón con respecto a Ted. Y supe que nunca podría discutir con ella, tanto si estaba en lo cierto como si se equivocaba.

— Bueno, le aceptaremos tal corno es. Pero no tiene que gustarnos. Es un fanático, y los fanáticos son peligrosos.

— Sí, lo sé — asintió ella -. Pero son tan peligrosos para sí mismos como para cualquier otra persona.

Miami sufrió las consecuencias del huracán. Los lujosos hoteles de Miami Beach estaban oscuros y vacíos mientras los mares invasores y el viento los sacudían, destrozando ventanas e inundando las plantas bajas con una marea tormentosa. Los elegantes automóviles se vieron barridos por el oleaje que sacudió por completo la isla, desapareciendo en su mayoría para siempre dentro del mar. La ciudad de Miami quedó devastada, sus muelles destrozados, sus refugios de la defensa civil atestados por millares de fugitivos. Los aviones se vieron arrancados de sus hangares en los aeropuertos y vagaron como enloquecidos, para estrellarse y quedarse clavados en el empapado terreno. La gente se agrupó durante horas dentro de las casas y edificios, sin tener el consuelo de la recepción de noticias por la radio, sin teléfonos, sin nada que escuchar, excepto sus voces asustadas y la furia aullante del exterior que rompía ventanas, derribaba postes, arrancaba letreros y carteles y, en apariencia, trataba de borrar a la humanidad de la superficie de la zona. Por último, Lydia subió por la península, extendiendo la muerte y la destrucción por todo lo que tocaba.