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La mañana era nubosa y cuando llegué en helicóptero a Climatología, para el almuerzo, comenzaba otra vez a llover.

Barney me recibió en el vestíbulo.

— El grupo de Ted tiene un nuevo conjunto de oficinas — dijo -, en el edificio anexo.

Me guió por los pasillos y la pasarela cubierta que unía el edificio principal con el anexo. La lluvia tamborileaba con fuerza en el bajo techado metálico de la pasarela mientras la cruzábamos. El anexo en si tenía un aspecto provisional, prefabricado. No habla verdadero techo, sólo el lado descubierto de debajo de la terraza, con todas las tuberías y vigas estructurales y todos los patios de ventilación mostrándose. La mayor parte del edificio estaba lleno de talleres con máquinas estrepitosas. Los "despachos" estaban hechos de tabique de metro y medio de altura, unidos por viguetas, para formar recintos.

— Hay algo de humedad aquí cuando llueve — dijo Barney por encima del estrépito de las máquinas -, y mucho calor si el tiempo es cálido.

La seguía a través de los atestados corredores. Podía ver por encima de los tabiques los despachos en forma de cabinas.

— El de Ted está allá — dijo, señalando.

— ¿Y tú trabajas aquí?

— No… sigo en computación, en donde todos tenemos que luchar contra el zumbido de las máquinas y de los refugiados del anexo, que vienen a ver si es verdad eso del aire acondicionado.

— ¡Pero esto es terrible!

Llegamos al extremo del pasillo y entramos en una habitación de un rincón formada por dos tabiques y por dos de las paredes del propio anexo. Ted no estaba allí, pero se veía su sello: la mesa llena de mapas, bosquejos, diagramas, un mapa pantalla en la pared opuesto, otro escritorio cubierto de papeles y la inevitable fila de cafeteras.

— ¡Bienvenido a Shangri-la!

Nos volvimos y vimos a Ted bajando deprisa hacia nosotros. Y llevaba un televisor portátil.

— Vamos, tomad una silla — dijo, pasando junto a nosotros para colocar el televisor en el escritorio -. Me alegro de que vinieras Jerry.

— Veo que vives en pleno lujo oriental desde que te fuiste de Eolo — comenté, yendo hasta una de las sillas.

Barney se sentó a mi lado.

— Tuli llama a esta zona "Shangri-la".

— Rossman pudo haberte proporcionado mejor acomodo — dije.

Ted se encogió de hombros.

— De acuerdo, hay humedad. Es parte del precio que tenemos que pagar. Pero acudí a él, no vino a mí.

— Lo sé.

— En cierto modo, este panorama miserable ayuda — dijo animoso. Todo adquiere ese carácter de entrenamiento básico… ya sabes, estamos en esto juntos y tenemos que ayudarnos si queremos sobrevivir". Así que se efectúa el trabajo.

— Que es lo que importa — afirmó Barney

— Hablando de Rossman — prosiguió Ted -. Aparecerá en la TV dentro de un minuto. Emisión especial de Washington, sobre la sequía.

Conectó el televisor. Tras cuatro o cinco espacios comerciales, empezó la emisión. El doctor Rossman estaba flanqueado por el Consejero Científico del Presidente, doctor Jerrold Weis, y por el director de Environmental Science Services Administration, un almirante retirado llamado Correlli.

Tuli entró en el despacho mientras el comentador efectuaba las observaciones preliminares de presentación. Saludó con la cabeza y se colocó detrás del escritorio, plantado junto a Ted.

El doctor Weis dijo algunas cosas en general sobre haber reunido a varias inteligencias de la nación y el almirante Correlli habló brevemente de lo maravilloso que era ESSA. Luego le tocó el turno al doctor Rossman. La cámara nos dio un primer plano de su rostro, largo y sombrío, mientras empezaba a hablar sobre las condiciones que originaron la sequía. Habló despacio, con cuidado, del modo que lo hace el hombre cuando no está seguro de que le comprendan. Poco a poco me di cuenta de que estaba contando la misma historia, utilizando idénticas palabras, casi, que empleó Ted aquella noche, muchas semanas antes, cuando nos explicó por primera vez el problema de la sequía.

La cámara de televisión nos ofreció un mapa. Era uno de aquéllos que nos enseñara Ted en la conferencia del Cuatro de Julio.

— ¡Ese es tu trabajo! — balbuceé.

Ted sonrió con aspereza.



— Sólo la primera diapositiva… hay más.

Rossman siguió hablando y mostrando las diapositivas de Ted. Yo contemplé cómo cambiaba la condición de sequía tal y como anunciara Ted. La célula de altas presiones se alejaban más allá de la costa y los flujos de aire del sur que traía la lluvia ascendían de nuevo por la costa de levante. La pantalla de TV mostró películas de aviones volando en misiones de siembra y submarinos nucleares que eran revisados por ingenieros protegidos por trajes antirradiación.

— Parecen hombres de Marte — dijo el comentador de la TV, con una medida admiración en la voz.

— Sí, es verdad — asintió el doctor Rossman.

La cámara volvió a los cuatro hombres del estudio.

— Bueno, la lluvia que hemos obtenido constituye una' clara evidencia de que su trabajo es un éxito — dijo acalorado el comentador.

— Gracias — El doctor Rossman se permitió una modesta sonrisa -. Creo que hemos demostrado que la modificación del tiempo puede utilizarse para ayudar a disminuir los problemas críticos del agua… El trabajo se efectúa bajo un control cuidadoso, con todas las precauciones adecuadas.

Miré de reojo a Ted. Luchaba por permanecer en calma. Habla tomado un lápiz en su manaza y lo flexionaba entre los dedos.

— Así que podemos decir que la sequía es cosa del pasado — insinuó el comentador.

Rossman asintió.

— Mi grupo de predicciones de dos meses de anticipación indica que los niveles de precipitación deberían ser ligeramente superiores al nivel normal en la zona completa del este de los Apalaches. Claro, mis predicciones no son a toda prueba, pero constituyen una buen evidencia de que estamos en camino de acabar con la sequía.

— Sus predicciones — susurró Barney.

— Y ahora — dijo el comentador creo que el doctor Weis tiene que anunciar algo.

La cámara cambió hasta el Consejero Científico del Presidente. Tenía un rostro agradable y cuadrado, tan curtido que parecía más un vaquero que un científico.

— Como resultado de los trabajos del doctor Rossman sobre la modificación del tiempo, en los que nos ha dado ejemplo de su dedicación a resolver el problema de la sequía que afectó al sector noreste de la nación, he recomendado al Presidente que se le conceda la Medalla Nacional de la Ciencia.

¡Clak!. Ted rompió el lápiz.

— Como ustedes saben, la Medalla Nacional de la Ciencia es la recompensa que se da cada año a…

Ted apagó el televisor con furia.

— La Medalla Nacional — dijo Barney, sorprendida -. ¡No está bien! ¡No la merece!

Sospecho que el doctor Rossman está tan sorprendido por el premio como nosotros — indicó Tuli.

— No puede aceptarla — dije -. La verdad acabará por saberse.

Ted miró los pedazos del lápiz que tenía en la mano y los dejó caer en la papelera.

— La verdad no tendrá mucha circulación. ¿Qué dirías si el ama de llaves de Albert Einstein se presentase y pretendiera haber descubierto las leyes de la relatividad, diciendo que su jefe se apoderó de ellas y las presentó como suyas?

— Eso no es lo mismo…

— Lo es por ahoraamigo. La cuestión importante es que hemos vencido la sequía y que las modificaciones del tiempo son ahora cosas respetables. Es un gran salto en la dirección correcta. Rossman sabe a qué atenerse y lo mismo el Jefe y tu amigo el congresista. De acuerdo, Rossman se apunta los honores por esta hazaña. Pero el talento es nuestro.

Sacudí mi cabeza.

— ¿No hay un premio de cincuenta mil dólares incluido en la Medalla?

— Insignificancias — saltó Ted -. El dinero sigue al talento, camarada. Yo soy joven y con ganas de trabajar. Lo que me recuerda que te necesito aquí. ¿Qué te parece convertirte en funcionario público?