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– Cambie de tema, Bernie.

– No le pregunto si lo hacía, sólo quiero saber si él lo creía.

– La misma respuesta.

– Muy bien. Probaré otra. ¿Qué ascendiente tenía el mexicano sobre él?

– Que yo sepa, ninguno.

– El mexicano tiene demasiado dinero. Más de mil quinientos dólares en el banco, un vestuario magnífico y un Chevrolet flamante.

– A lo mejor se ocupa del tráfico de drogas.

Ohls se levantó de la silla y me miró con el ceño fruncido.

– Usted es un muchacho de mucha suerte, Marlowe. Dos veces se ha escapado de una buena. No vaya a ser que sienta demasiada confianza en sí mismo. Usted ayudó mucho a esa gente y no sacó ni una moneda de beneficio. Usted también ayudó mucho a un tipo llamado Le

Me puse de pie, di la vuelta alrededor del escritorio y me paré frente a Ohls.

– Soy un romántico, Bernie. Durante la noche oigo voces que lloran y voy a ver qué es lo que pasa. De esa forma uno no saca ni un cobre. Si uno tiene un poco de sentido común, lo que debe hacer es cerrar la ventana y poner más fuerte el sonido de la televisión, o apretar el acelerador y alejarse de allí. Permanecer fuera de las dificultades y líos de otra gente. Porque todo lo que uno puede sacar es ensuciarse. La última vez que vi a Terry Le

– Debe ser falso -dijo Ohls secamente-, excepto que no los falsifican de esa cantidad. Entonces, ¿adónde quiere llegar con toda esa cháchara?

– A ninguna parte. Le dije que soy un romántico.

– Ya lo oí. Y que no saca ni un centavo de ello. Oí eso también.

– Pero siempre puedo decir a un policía que se vaya al diablo. ¡Váyase al diablo, Bernie!

– Usted no me mandaría al diablo si lo tuviera en interrogatorio en el cuarto de atrás, debajo de la luz, compañero. -Se dirigió hasta la puerta y la abrió de un tirón. -¿Quiere que le diga una cosa, amigo? Usted cree que se hace el vivo, pero no es más que un tonto. Usted es una sombra en la pared. Hace veinte años que estoy en la policía sin que haya habido nada en mi contra. Sé muy bien cuándo me engañan por bromear y cuándo un tipo está ocultándome algo. Aquel que se cree muy vivo no engaña a nadie, sino a sí mismo. Se lo digo yo, compañero, que tengo cierta experiencia.

Se dio vuelta desde la puerta, hizo una inclinación de cabeza y dejó que la puerta se cerrara. Oí sus pasos alejándose por el corredor, taconeando fuerte. En aquel momento empezó a sonar la campanilla del teléfono. Oí una voz clara, con el clásico tono profesional de las operadoras telefónicas que decía: Nueva York está llamando al señor Philip Marlowe.

– Habla Philip Marlowe.

– Gracias. Un momento, por favor, señor Marlowe.

Aquí está su comunicación.

Esta vez la voz era conocida:

– Howard Spencer, señor Marlowe. Estamos enterados de lo ocurrido con Roger Wade. Ha sido un golpe muy duro. No tenemos los detalles completos, pero parece que su nombre está envuelto en el asunto.





– Yo estaba en la casa cuando ocurrió. Se emborrachó y se pegó un tiro. La señora Wade volvió un poco más tarde. Los sirvientes no estaban…, el jueves es su día libre.

– ¿Usted estaba solo con él?

– Yo no estaba precisamente con él. Había salido afuera y andaba dando vueltas a la espera del regreso de la señora Wade.

– Comprendo. Bueno, supongo que habrá una investigación.

– La investigación ha terminado, señor Spencer. Suicidio. Y hubo muy poca publicidad.

– ¿No me diga? Es extraño. -No pareció desilusionado, sino más bien perplejo y asombrado. -Wade era tan conocido. Debí haber pensado…, bueno, no importa lo que haya pensado. Creo que será mejor que vaya para allá en avión, pero no podré hacerlo antes de fines de la semana que viene. Enviaré un telegrama a la señora Wade. Quizá pueda hacer algo por ella…, y también veremos con respecto al libro. Quiero decir que tal vez esté bastante adelantado y alguna otra persona pueda terminarlo. Supongo que usted aceptó al fin aquel trabajo que le habíamos propuesto.

– No, aunque él mismo me lo pidió. Le contesté de inmediato que yo no podía impedir que se emborrachara.

– Aparentemente usted ni siquiera lo intentó.

– Oiga, señor Spencer, usted no sabe absolutamente nada acerca de esto. ¿Por qué no espera a estar enterado antes de sacar conclusiones? No es que yo mismo no me eche un poco la culpa. Creo que eso es inevitable cuando ocurre algo así y uno se encuentra justo en el lugar del hecho.

– Por supuesto -exclamó Spencer-. Lamento lo que le dije; era totalmente inmerecido. ¿Cree que Eileen Wade estará ahora en la casa…, o no tiene idea?

– No sabría decirle, señor Spencer. ¿Por qué no la llama directamente?

– No creo que quiera hablar con nadie todavía -dijo Spencer, lentamente.

– ¿Por qué no? Habló con el investigador y ni siquiera pestañeó.

Spencer carraspeó como aclarándose la garganta.

– No parece condolerse mucho.

– Roger Wade ha muerto, Spencer. Tenía algo de anormal y quizá de genio. Eso está por encima de mí. Era un borrachín egoísta y se odiaba a si mismo. No hizo más que darme muchos disgustos y meterme en dificultades, y al final muchos dolores. ¿Por qué diablos tendría que condolerme?

– Yo me refería a la señora Wade -replicó secamente.

– Yo también.

– Lo llamaré a mi llegada -dijo con brusquedad-. Adiós. -Cortó la comunicación.

Durante un par de minutos contemplé el teléfono sin hacer ningún movimiento. Después puse sobre el escritorio la guía de teléfonos y empecé a buscar un número.