Страница 13 из 68
– ¡Así que nadie le vio caer! -exclamé.
El piloto sacudió la cabeza con tristeza.
– Lo siento, pero ni siquiera nos dimos cuenta de que había habido un accidente. Estábamos amarrados en medio, pero ninguno de nuestros hombres estaba en el muelle cuando llegó la ambulancia.
Sentí un pinchazo de desánimo. Me parecía tan… tan injusto que Boom Boom hubiese podido perder la vida sin que nadie le viese… Intenté concentrarme en el capitán y su problema, pero ninguna de las dos cosas me parecían importantes. Me sentí estúpida, como si hubiese desperdiciado el día. ¿Qué es lo que había esperado encontrar, de todos modos? Dando vueltas por el muelle, jugando a los detectives, para tener que admitir al final que mi primo había muerto.
Sugerí a Bemis y a Winstein que localizasen al hombre que habían despedido y le interrogasen más a fondo, luego pretexté una reunión en el Loop y pedí al jefe de máquinas que me llevase de vuelta al aparcamiento de la Eudora. Cogí mi Lynx y me dirigí hacia el norte.
7
Mi apartamento es el último piso de un edificio barato de tres plantas en Halsted, al norte de Belmont. Todos los años los jóvenes profesionales modernos de Lincoln Park se van mudando un poco más cerca, amenazándome con echarme más al norte con sus casas adosadas, sus bares de vinos y sus ropas de correr de diseño. De momento, Diversey, dos manzanas más al sur, se ha convertido en la línea divisoria, pero puede cambiar cualquier día.
Llegué a casa alrededor de las siete, exhausta y confusa. Por el largo camino de vuelta a casa, inmersa en el tráfico diario durante dos horas, luché con mi depresión. Cuando al fin aparqué frente a mi edificio de piedra gris, el mal humor se había despejado un poco. Empecé a preguntarme cosas acerca de algunas conductas extrañas que había advertido en el puerto.
Me serví unos buenos dos dedos de Black Label y abrí los grifos de la bañera. Al pensar en ello, me pareció muy extraño que Boom Boom hubiera llamado al capitán, concertase con él una cita para hablar de vandalismo y luego muriera. No se me había ocurrido preguntar a Bemis ni a Winstein acerca de los papeles que Boom Boom hubiera podido robar.
Sonaba como si Boom Boom hubiese estado jugando a los detectives. Puede que por eso me llamara; no por desesperación, sino para pedirme una opinión profesional. ¿Qué habría descubierto? ¿Algo que mereciese la pena que yo también encontrara? ¿Seguía yo buscando algo más importante que un simple accidente con respecto a su muerte, o habría algo que debiera saber?
Di un sorbo a mi whisky. No podía aclarar lo bastante mis sentimientos como para saberlo. Me resultaba increíble que alguien hubiese matado a Boom Boom para impedirle hablar con Bemis. Además, ¿qué pasaba con la tensión existente entre Grafalk y Bledsoe? ¿Y el que la muerte de Boom Boom siguiese tan de cerca a su llamada a Bemis? ¿Y el accidente de hoy en el muelle?
Salí de la bañera, me envolví en una toalla de baño roja y me serví otro trago de whisky. Pasaban suficientes cosas raras por el puerto como para que mereciese la pena que hiciese unas cuantas preguntas más. En cualquier caso, pensé, tragándome el whisky, ¿qué pasaba si me ponía a trabajar por mi cuenta llevando a cabo una investigación? ¿Es eso más estúpido que emborracharme o hacer cualquiera de las cosas que hace la gente cuando muere un ser querido?
Me puse unos vaqueros limpios y una camiseta y me dirigí a la cocina. Un panorama desolador: las sartenes amontonadas en el fregadero, migas sobre la mesa, un trozo viejo de papel de aluminio, queso petrificado en el horno, de un plato de pasta primavera que había hecho hacía unos días. Me puse a fregar; hay días que el desorden te afecta tanto que no puedes resistirlo.
La nevera no tenía gran cosa de interés dentro. El reloj de madera de la puerta trasera marcaba las nueve. Demasiado tarde para salir a cenar, con lo cansada que estaba, así que me decidí por una lata de sopa de guisantes y unas tostadas.
Con otro whisky en la mano vi el final de una deprimente derrota de los Cubs en Nueva York: la octava de la serie. La Nueva Tradición toma el relevo, pensé lúgubremente, y me fui a la cama.
Me desperté alrededor de las seis en otro día frío y nuboso. La primera semana de mayo, y parecía noviembre. Me puse los pantalones largos de correr e hice concienzudamente cinco millas alrededor de Belmont Harbor y vuelta. Estaba utilizando la muerte de Boom Boom como excusa para la pereza y la carrera me dejó más agotada de lo que debiera.
Bebí zumo de naranja, me duché y tomé un poco de café recién molido con un panecillo y queso. Eran las seis y media. Tenía que estar en Eudora tres horas más tarde para hablar con el personal. Mientras tanto podía acercarme a echar un vistazo a las pertenencias de Boom Boom. Había buscado algo personal en mi anterior visita, algo que pudiera indicarme su estado de ánimo. Esta vez me concentraría en algo que pudiera indicar un crimen.
Un grupito de abogados y médicos hechos un brazo de mar surgieron del número 210 de East Chestnut. Tenían los rostros poco saludables de las personas que comen y beben demasiado la mayor parte del tiempo pero se mantienen en su peso con dietas severas y sesiones de raqueta entre medias. Uno de ellos me sujetó la puerta sin fijarse realmente en mí.
Al llegar al piso de Boom Boom, me quedé una vez más mirando al lago unos minutos. El lago levantaba olitas sobre el agua verde. Un puntito rojo se movía en el horizonte: un carguero de viaje al otro extremo de los lagos. Me quedé mirando largo tiempo antes de abrazarme los hombros y encaminarme al estudio.
Me encontré un panorama tremendo. Los papeles que había dejado en ocho ordenados montones estaban tirados de cualquier manera por toda la habitación. Los cajones estaban abiertos del todo, los cuadros arrancados de la pared, las almohadas de una cama auxiliar que había en el rincón hechas pedazos y la ropa de cama toda revuelta.
El zafarrancho era tan confuso y tan violento que me sentí embargada por la mayor indignación durante unos segundos. Un cuerpo yacía encogido en la esquina más alejada del escritorio.
Caminé rápidamente entre el lío de papeles, intentando no tocar el caos en el que pudiera encontrarse alguna prueba. El hombre estaba muerto. Llevaba una pistola en la mano, una Smith & Wesson 358, pero no había podido utilizarla. Tenía el cuello roto, por lo que pude deducir sin tocar el cuerpo. No vi heridas.
Le levanté la cabeza con suavidad. El rostro me miraba impasible, el mismo rostro inexpresivo que me había mirado dos noches antes en el vestíbulo. Era el viejo negro que estaba de turno de noche. Dejé otra vez su cabeza en el suelo con cuidado y salí disparada hacia el desproporcionado cuarto de baño de Boom Boom.
Me bebí un vaso de agua del grifo de la bañera y el estómago se me serenó un poco. Al usar el teléfono junto a la gran cama para llamar a la policía, me di cuenta de que el dormitorio también había sufrido ciertos disturbios menores. El cuadro rojo y morado de la pared estaba en el suelo y las revistas tiradas. Los cajones de la pulida cómoda de nogal estaban abiertos y la ropa interior por el suelo.
Examiné el resto del apartamento. Estaba claro que alguien había estado buscando algo. Pero ¿qué?
El nombre del vigilante nocturno era Henry Kelvin. La señora Kelvin llegó con la policía a identificar el cuerpo. Una mujer sombría, digna, cuyo dolor era más impresionante a causa del dominio que ejercía sobre él.
Los polis que aparecieron insistieron en tomárselo como un asalto cualquiera. La muerte de Boom Boom había sido ampliamente difundida. Cualquier ladrón emprendedor se aprovechó sin duda de la situación; fue lamentable que Kelvin le sorprendiese in fraganti. No dejé de decirles que no había desaparecido nada de valor, pero ellos insistieron en que la muerte de Kelvin había asustado a los intrusos y les habría hecho huir. Acabé por dejarlo.