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Xypher se sintió como la mierda. No había ninguna otra descripción. Vio las lágrimas en sus ojos y lo enfureció que alguien le hubiera hecho esto.

Cuando su mirada penetrante encontró la de Simone, la agonía en aquellos ojos color de avellana le atravesó como una daga.

– Tony tenía sólo siete años. ¿Cómo había podido alguien abrir fuego contra una criatura con su madre?

Xypher apartó la mirada, incapaz de aguantar el dolor y el escrutinio que vio en sus ojos.

– No lo sé.

– Tú eres parte demonio. ¿Puedes darme una explicación de tal maldad?

– No. Tan depravado como he sido, nunca he hecho daño a un niño y nunca lo haría.

Cambiando las bolsas a una mano, Xypher tiró de ella para hacer un alto. Quería consolarla, pero no estaba seguro de cómo. ¿Qué hacían los humanos para consolarse? ¿Se tocaban?

Alzó la mano para colocarla en su mejilla fría y suave.

– Siento tu pérdida, Simone. -Lo que más lo sorprendió fue que realmente quería decirlo. Realmente le importaba.

Simone vio la vacilación en los ojos de Xypher. La incertidumbre. Si no lo supiera mejor, pensaría que tenía miedo de tocarla. Colocó la mano sobre la suya y le dio un ligero apretón.

– Gracias.

Él inclinó la cabeza antes de dejar caer la mano.

– No te ofendí al tocarte, ¿verdad?

– No.

Jesse hizo un raro ruido de atragantamiento.

– Sí, pero ambos me estáis ofendiendo con toda esa chorrada de tortolitos empalagosos. Cogeos una habitación. No espera, no lo hagáis. Habitaciones separadas. ¡Vosotros dos!

Simone sacudió la cabeza.

– Jesse, para.

Jesse la ignoró mientras se adelantaba corriendo.

– Ah, mira, estamos en casa. ¡Qué bien!

Xypher retrocedió cuando Simone sacó un juego de llaves del bolsillo de los pantalones. Ella se paró delante de una puerta de acero verde que se abrió a un callejón estrecho que conducía a un patio grande.

Ella abrió la puerta y se apartó.

– Jesse, muéstrale el camino mientras yo cierro.

Xypher siguió al fantasma por el inmaculado patio que tenía un par de parrillas de acero inoxidables para barbacoas y una fuente negra.

– Mi apartamento está justo detrás. -Pasó entre ellos y se dirigió a una puerta marrón con el número 23.

Xypher la siguió hacia dentro de una pequeña sala de estar. El edificio era viejo, pero su mobiliario era nuevo. Decorado en color canela y marrón, el apartamento estaba cuidado pulcramente sin nada fuera de lugar.

Ella señaló a la parte trasera de la casa.

– Hay dos dormitorios. ¿Jesse? ¿Dormirás en el sofá?

Éste soltó un exasperado chirrido.

– Hazme hacer eso y voy a apilar el mobiliario y reajustar la alarma de tu despertador.

– Y yo localizaré a un exorcista.

Jesse la lanzó una mirada entrecerrada.

– Sólo funcionaría con un demonio. -Le envió a Xypher una afilada y penetrante mirada.

– Un médium, entonces. Iré a la tienda de Madame Selene en el Square y me echará una mano con un hechizo de destierro para ti.

– Oh, tú… -la acusó Jesse-. Excelente, Gruñón puede dormir en mi cuarto, pero mejor que no babee en mis almohadas. O duerma desnudo. La última cosa que necesito es quedarme ciego.

– No babeo.

Jesse pareció complacido.

– Bueno. ¿Y la parte del desnudo?

– No eres mi tipo, Jesse.

Jesse dio un alarido antes de echar a correr hacia la parte de atrás de la casa.





Simone puso los ojos en blanco ante las payasadas de Jesse. Podía ser exasperante, pero francamente, no podía imaginar su vida sin él.

Ella se quitó el abrigo y lo colgó, luego esperó a que Xypher hiciera lo mismo.

Una vez que estuvieron en camisa y vaqueros, le indicó la parte de atrás de su apartamento con una inclinación de la cabeza.

– Sígueme y te mostraré el camino. -Lo condujo hacia el fondo y a través de la cocina hasta donde había dos dormitorios-. Yo estoy a la derecha. Tu habitación temporal es la de la izquierda.

Había un cuarto de baño entre ellos.

Xypher hizo una pausa mientras asumía el pequeño lugar al que ella llamaba casa. Era agradable y cómodo. No demasiado elegante, pero de tamaño perfecto para una mujer que vivía sola… con un fantasma.

Lo hizo entrar en el cuarto de Jesse que estaba pintado de azul. A Xypher le gustó eso, pero había posters de grupos musicales y películas de los 80 pegados en las paredes por todas partes. Lost Boys. Joan Jett. Ferris Bueller’s Day Off. The Damned. Flash Dance. Wendy O. Williams. The Terminator. The Clash. Go-Go's. Bananarama. Parecía una extraña cápsula del tiempo.

Tres cajas de madera diseñadas para álbumes de vinilo estaban llenas de LP’s y apiladas contra la pared del fondo. Encima había un viejo equipo de música Pioneer con un plato giratorio. La cómoda tenía toda clase de cosas, incluso un Cubo de Rubik, multitud de dados, y cartuchos de Atari. Parecía el dormitorio de un adolescente de 1987.

Xypher se tomó un minuto para dejar que se filtrara en su conciencia. La mayor parte de las personas que tenían una fuerza fantasma en su vida no se esforzaban mucho en hacerla sentir como en casa. Había hasta un anticuado ordenador Apple en el escritorio cerca de las cajas, y un Atari conectado a la TV.

– Quieres a Jesse. -Esta era una declaración obvia dada la habitación en la que estaban.

– Lo quiero. -Sus ojos brillaron con sinceridad y verdad-. Se quedó y me buscó después de que mi familia se fuera. Se parecía a un hermano mayor… -Inclinó la cabeza y sonrió antes de seguir-. Ahora es el más joven. Pero no hay nada que no hiciera por él.

Cuanto lamentaba no tener aquella clase de la lealtad de alguien. Su problema era que no existía nadie que quisiera hacer algo por él.

– Puedes poner tu ropa aquí. -Abrió un cajón vacío de la cómoda.

Xypher dejó las bolsas en el suelo.

– Sabes que esto podría no funcionar.

– ¿Y eso?

– Tu dormitorio podría estar demasiado alejado. Podemos no ser capaces de separarnos.

Ella respiró bruscamente.

– Me había olvidado ya de esa cláusula. ¿Cómo lo sabremos?

Xypher se retiró.

– Empecemos caminando. En el momento en el que des con un punto donde jadees, eso debería decirnos nuestras limitaciones.

– Oh, qué alegría. No puedo esperar a ser un pececito de acuario.

– Glub, glub, pequeño pececito. Comienza a caminar.

Simone no se sentía segura mientras se dirigía despacio hacia la puerta. Pasó por la entrada, hacia el pasillo. Después de unos pasos, tuvo menos miedo. Hasta el momento iba bien.

– No parece… -Su voz se quebró al ahogarse. De repente, no podía hablar o moverse. Todo a su alrededor se estaba volviendo oscuro. Aterrador.

De la nada, Xypher estuvo allí. La tomó en brazos, la llevó al dormitorio y la puso en la cama. Su cara estaba roja mientras también él luchaba por respirar.

Le llevó varios minutos poder volver a respirar con normalidad otra vez. Xypher se quedó a su lado, mirándola con una expresión que habría denominado de preocupada si la misma idea de su preocupación por ella no fuera absurda.

– Fue espeluznante -dijo en voz baja, una vez que pudo hablar otra vez-. ¿Cómo lo hiciste, si tampoco podías respirar?

– Pura determinación.

Le colocó la mano en la mejilla y sus patillas le hicieron cosquillas en la palma. ¿Cómo podía un demonio tener momentos de bondad y compasión?

– Gracias.

Inclinó la cabeza hacia ella.

– Ahora sabemos el poco espacio del que disponemos.

Era cierto. Disponían de tal vez entre cuatro y seis metros antes de que la distancia los matara.

– ¿Qué vamos a hacer?

Xypher consideró sus opciones… ninguna de las cuales era muy buena. Se aclaró la garganta antes de contestar:

– Vamos a encontrar algún modo de salir de ésta.

– ¿Y si no podemos?

Entonces ella iba a morir cuando matara a Satara. Y no habría ningún modo de evitarlo.