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Estoy atada a un demonio… Sonaba como una mala película de ciencia ficción.

Desconcertada, aturdida y francamente confusa, fue a coger sus bolsas de donde las había dejado en el suelo. Ahora mismo, sólo quería irse a casa y recuperar la compostura.

Los llevó fuera de la escena del crimen, hacia su apartamento.

– Anímate, Sim -le dijo Jesse alegremente-. Al menos el demonio no te comió.

– Aún, quieres decir.

Xypher tomó los paquetes de sus manos.

– No te preocupes. No permitiré que te hagan daño.

– No, a menos que esto signifique que recibas un disparo de tu enemigo, ¿verdad? Entonces soy caza mayor para la muerte.

Él no hizo ningún comentario.

– Todo correctísimamente, entonces -dijo ella, tratando de aligerar la atmósfera y no amargarse con el hecho de que muy probablemente la sacrificaría para lograr su objetivo-. Hagamos nuestro camino de vuelta sin peligro. ¿Vamos?

Xypher asintió con la cabeza mientras trataba de no pensar en el hecho de que no estaba tan seguro de que no la protegería incluso a expensas de su venganza. A pesar de que tenía sangre de demonio en su interior, no era completamente despiadado. Incluso en el peor de los casos, tenía un código ético y aquella ética no le permitiría que Simone sufriera daño en el fuego cruzado.

Maldito fuera por ello.

Haciendo una pausa, Jesse le dedicó una mirada que le dijo que el fantasma no creía mucho en él. Estaba acostumbrado. Los dioses griegos le habían echado la misma mirada en cuanto se dieron cuenta de que un demonio sumerio estaba genéticamente conectado con su panteón.

En el momento en que Xypher había aprendido a infiltrarse en los sueños y había mostrado sus poderes de dios, Zeus había enviado a sus acólitos para que lo arrastraran al Olimpo encadenado.

Aunque Xypher era poco más que un niño, Zeus había intentado matarlo. Pero Poseidón había detenido a su hermano para que no cometiera aquel error.

– Los sumerios buscan una razón para hacer intervenir a los Chthonians sobre nosotros. Mata a ese muchacho y tendremos que responder todos.

Los Chthonians eran esencialmente los porteros del universo. Se aseguraban de que los panteones no hicieran la guerra el uno contra el otro, ya que tales cosas tendían a conducir a la destrucción final de la Tierra y de cada uno de los que la llamaban hogar.

Zeus había fruncido el labio a su hermano.

– ¿Entonces qué me harías hacer con él?

– Quítale las emociones y entrénalo como al resto de los mocosos de Phobetor. Ya no hay nada que temer en un Oneroi. Y una vez que esté entrenado, seremos capaces de usarlo para espiar a los sumerios.

Y así había comenzado la brutal formación de Xypher.

Joven y estúpido, Xypher realmente había pensado que su padre vendría a rescatarlo.

No lo había hecho. De hecho, había sido su padre quien había ayudado a golpearlo y a quitarle las emociones para demostrar su lealtad a Zeus. Si Xypher hubiera sido por completo un demonio, no habrían sido capaces de subyugarlo. Lamentablemente, tenía demasiada de la sangre de su padre en su interior como para eso.

Lo habían quebrado en un caluroso día de verano, cuando había decidido que sería más fácil ceder ante el adiestramiento que sufrir más abusos. Todas sus emociones habían sido desangradas hasta que estuvo insensibilizado a todo. Ningún sabor, ningún olor. Nada que pudiera inducir una emoción.

Francamente, le había dado la bienvenida. Todos los años de dolor se acabaron. Y al menos los griegos no eran del todo tan sanguinarios como los demonios. No lo habían hecho luchar por cada bocado. Sangrar por cada comodidad.

El ser un demonio significaba tomar y destruir. El alimento sólo era concedido a aquellos que podían matar por él.

Debería haberme quedado como un Oneroi.

Cuánto más simples habían sido las cosas entonces. Todo lo que tenía que hacer era custodiar el sueño de los humanos, asegurándose de que otro Skoti no se pegara a un humano en particular demasiado tiempo. Los dioses permitían al Oneroi y al Skoti existir mientras que no trastornaran el equilibrio del universo o hicieran enfermar al anfitrión humano por sus sueños.

Siempre que los Skoti se acercaban demasiado al quebrantamiento de aquellas dos leyes, mandaban a los Oneroi para ahuyentarlos o matarlos.

Había sido una vida cómoda.

Hasta que había llegado Satara. Una criada para la diosa Artemisa, había sido tan hermosa y cautivadora como ninguna inmortal. Lo había convocado en sus sueños, y allí le había mostrado la bondad y las más suaves emociones que jamás antes había experimentado. Habían hecho el amor como si estuvieran ardiendo. En cada aliento, en cada toque, le había dado placer.

Cuando estaba con él, se sentía vivo…





Xypher maldijo mientras recordaba a la hembra. Sensual y seductora, le había hecho pagar un alto precio por querer ser algo más de lo que era. Ése fue un error que nunca cometería de nuevo.

– ¿Estás bien?

Parpadeó ante la voz suave de Simone, que interrumpió sus pensamientos.

– Mejor que nunca.

– Maldición -dijo Jesse, y se inclinó acercándose a Simone-. Si esto es su “mejor que nunca”, te hace preguntarte como es su “peor que nunca”, ¿eh?

Ella echó la vista atrás sobre su hombro. Xypher no sabía por qué, pero había algo completamente encantador en sus expresiones y acciones.

– Shh, Jesse, pórtate bien. Recuerda, puede hacerte daño.

– Sí, y quiero saber ahora mismo a quién puedo quejarme acerca de esto. Es sólo que no me parece justo.

Xypher le miró entrecerrando los ojos.

– De todos modos, ¿cómo conseguiste ser un fantasma? ¿Diste la lata a demasiadas personas y te cortaron la garganta?

– Ja, ja -respondió sarcásticamente-. No, fue por un coche destrozado durante una noche realmente lluviosa hablando con mi novia desde el trabajo a casa. Lo último que oí fue a ella indicándome que me alejara de la luz. Entonces, cuando la gran luz brillante llegó, me alejé, y la siguiente cosa que supe fue que estaba atrapado aquí en la tierra.

Xypher puso los ojos en blanco.

– Es la cosa más patética que he oído nunca.

Jesse resopló.

– ¿De verdad? La cosa más patética que yo he oído nunca fue ésta de mitad demonio, mitad dios que…

– ¡Jesse! -le espetó Simone-. Otra vez, me siento obligada a recordarte que puede golpearte y hacerte daño. Mucho.

Esto contuvo un poco al fantasma.

Xypher frunció el ceño cuando les miró a los dos. Estaban muy cómodos juntos…, como una familia. Él nunca había estado así de cerca de alguien o algo, y le hacía preguntarse qué había sucedido para provocar aquel vínculo.

– ¿Cómo terminaste con Simone?

Jesse se rió.

– Mira, aquí es donde tú hubieras dicho algo así como “no es de tu maldita incumbencia”. Pero a diferencia de ti, yo soy más agradable.

Xypher entrecerró los ojos.

Un instante más tarde, Jesse tropezó como si alguien lo hubiera empujado.

Se repuso y se giró para fulminar con la mirada a Xypher.

– Oye, Vader, guarda tus bromas mentales de Jedi para ti. ¡Cómo duele!

– Sí, y la próxima vez te dolerá mucho más. ¿Ahora, cómo terminaste siendo el empleado fastidioso de Simone?

– Fue la noche en que mataron a mi madre y a mi hermano -dijo Simone, su voz traicionada por una sutil nota de tristeza-. Estaba en el hospital, esperando a que llegara mi padre, cuando Jesse vino y me dijo que no gritara.

Xypher lamentó admitirlo, pero lo que había hecho Jesse era una cosa agradable.

– ¿Cómo murieron? ¿Accidente de coche?

Sacudió la cabeza antes de abrazarse a sí misma como si le proporcionara bienestar o protección ante el mal recuerdo.

– Fue un robo que salió mal. Volvíamos de una función escolar y a Tony se le antojó uno de esos estúpidos chupetes de caramelo para atárselo con una cinta. Mi madre entró en un pequeño supermercado para darle el gusto. Puesto que tenía sueño y no me sentía bien, me quedé en el coche mientras ellos entraban. Como no regresaban, me alcé en el asiento trasero para ver qué era lo que les estaba llevando tanto tiempo. Tan pronto como lo hice, vi a dos hombres encañonarlos debajo del mostrador. Estaba tan asustada, que todo lo que pude hacer fue taparme los oídos y arrastrarme detrás del asiento delantero para esconderme. La policía me encontró allí unos minutos más tarde cuando vinieron. Tuvieron que sacar los asientos para llegar hasta mí.