Добавить в цитаты Настройки чтения

Страница 20 из 49

Pregunta:¿Lo comprendiste más tarde? Pero no en el momento, cuando los viste.

Berton:No, pues todo parecía como de yeso. Pero vi otra cosa.

Pregunta:¿Qué?

Berton:Vi objetos, que no puedo designar con un nombre preciso; no tuve tiempo de observarlos bien. Debajo de unos matorrales creí distinguir herramientas, objetos alargados, dentados. Quizá eran réplicas en yeso de herramientas de jardín. Pero no estoy seguro. En cambio estoy seguro, sí, de haber reconocido una colmena.

Pregunta:¿No pensaste que podía ser una alucinación?

Berton:No. Creí que era un espejismo. La idea de una alucinación no se me ocurrió; me sentía muy bien, y nunca en mi vida había visto nada semejante. Cuando volví a subir a 300 metros y miré nuevamente la niebla, los agujeros eran más numerosos, irregulares; me recordaron un pedazo de queso. Algunos de los agujeros eran completamente huecos y yo veía del otro lado las olas del mar; otros eran sólo cubiletes, donde hervía algo. Volví a descender a uno de los pozos — el altímetro indicaba cuarenta— y vi un muro que descansaba en la superficie del océano; pero no a gran profundidad. Era el muro de un inmenso edificio; lo veía claramente a través de las olas; estaba atravesado por varias hileras de aberturas rectangulares, ventanas; me pareció incluso que algo, no sé qué, se movía detrás de algunas de esas ventanas. Pero no estoy del todo seguro. El muro se levantó lentamente y emergió del océano. Un líquido mucoso, veteado de engrasamientos compactos, chorreaba en abundancia y corría a lo largo del muro. Bruscamente, el muro se partió en dos, se hundió en las profundidades del océano, y desapareció.

Volví a subir y continué volando por encima de la niebla, que casi rozaba mi aparato. Descubrí otro pozo, mucho mas amplio que el anterior.

Ya desde lejos había visto una forma clara, casi blanca, que flotaba en las olas; pensé en seguida que era la escafandra de Flechner, pues parecía tener una forma vagamente humana. Giré en redondo; temía extraviarme y no encontrar mas el sitio. Esa forma, ese cuerpo se movía; a veces parecía nadar, otras se incorporaba en la cresta de una ola. Me apresuré; descendí tan abajo que mi aparato rebotó suavemente; había chocado tal vez con la cresta de la gran ola. E1 cuerpo — sí, era un cuerpo humano, sin escafandra—, el cuerpo se movía.

Pregunta:¿Le viste la cara?

Berton:Sí.

Pregunta:¿Quién era?

Berton:Un niño.

Pregunta:¿Qué niño? ¿Lo habías visto antes al-guna vez?

Berton:No. Nunca. Al menos, no lo recuerdo. Además, cuando estuve a cuarenta metros o quizá menos, advertí que no era un niño ordinario.

Pregunta:¿Qué quieres decir?

Berton:Lo explicaré. No me di cuenta en seguida; lo entendí al cabo de un rato: el niño era muy grande. Enorme es poco decir. Extendido horizontalmente sobre las aguas, el cuerpo se elevaba a unos cuatro metros por encima del océano, lo juro. Recuerdo que en el momento en que toqué la ola, el rostro del niño estaba un poco más arriba que yo, y sin embargo, en mi cabina, yo debía de encontrarme a una altura de por lo menos tres metros.

Pregunta:Si era tan grande ¿por qué dices que se trataba de un niño?

Berton:Porque era un niño pequeñito.

Pregunta:¿No entiendes, Berton, que tu respuesta no tiene sentido?

Berton:No, en absoluto. Podía verle la cara; era un bebé. Además, las proporciones del cuerpo correspondían exactamente a las de un bebé. Era un niño de pecho. No, exagero. Un niño de dos o tres años. Tenía cabellos negros y ojos azules, enormes. Estaba desnudo, completamente desnudo, como un recién nacido. La piel parecía mojada, o lustrosa; resplandecía. Yo me sentía como trastornado. Ya no creía en un espejismo. Veía a ese niño con tanta claridad. Subía y bajaba, junto con las olas; pero aparte de ese movimiento general del cuerpo, el niño mismo se movía; ¡era horrible!





Pregunta:¿Por qué? ¿Qué hacía?.

Berton:Parecía una muñeca de museo, pero una muñeca viva. Abría y cerraba los labios, hacía distintos gestos, gestos horribles. No eran sus propios gestos…

Pregunta:¿Qué quieres decir?

Berton:Yo lo miraba desde unos veinte metros; creo no haberme acercado más. Pero ya lo dije, era enorme. Lo vi tan claramente. Los ojos le brillaban, y uno hubiera podido creer que era un niño verdadero, pero aquellos movimientos, aquellos gestos que alguien parecía ensayar… como si alguien, algún otro, estuviese ejercitándose…

Pregunta:Trata de ser más preciso.

Berton:Es difícil. Hablo de una impresión, de una intuición. No los analizaba, pero sabía que aquellos gestos no eran naturales.

Pregunta:¿Quieres decir, por ejemplo, que las manos no se movían como las manos humanas, que las articulaciones no eran bastante flexibles?

Berton:No, en absoluto. Pero… esos movimientos no tenían sentido. Nuestros movimientos siempre tienen algún significado…

Pregunta:¿Te parece? Los movimientos de un niño de pecho no tienen ningún significado.

Berton:Lo sé. Pero los movimientos de un niño de pecho son desordenados, confusos, caóticos. Los movimientos que yo observaba… sí, ya sé, eran metódicos. Se cumplían sucesivamente, agrupados en series. Como si alguien quisiera estudiar lo que el niño era capaz de hacer con las manos, el torso, la boca. La cara era más terrible que el resto, porque una cara tiene expresión, y aquella cara… no sé cómo decirlo. Estaba viva, sí, pero no era humana. O más bien, el conjunto de los rasgos, los ojos y la tez, sí, pero la expresión, los movimientos de la cara, no.

Pregunta:¿Eran muecas? ¿Sabes qué le pasa al rostro de un hombre en una crisis epiléptica?

Berton:Sí, he presenciado una crisis de epilepsia. Comprendo. No, se trataba de algo diferente. La epilepsia provoca espasmos, convulsiones. Los movimientos de que les hablo eran fluidos, continuos, graciosos-melodiosos, si se puede decir eso de un movimiento. Es la definición más aproximada. Pero el rostro… Un rostro no puede dividirse en dos, una mitad alegre, la otra triste, una mitad amenazadora y la otra amable, una mitad atemorizada y la otra triunfante. En aquel niño, era así. Además, todos los movimientos y cambios de expresión se sucedían con una rapidez inconcebible. No me quedé mucho tiempo abajo. Quizá diez segundos, quizá menos.

Pregunta:¿Y pretendes haber visto todo esto en tan poco tiempo? Además, ¿cómo sabes cuánto tiempo estuviste? ¿Lo verificaste en tu cronómetro?

Berton:No, no consulté el cronómetro, pero hace dieciséis años que vuelo. En mi oficio, uno mide instintivamente la duración de lo que llamamos instante, con la precisión de un segundo. Es una facultad que uno adquiere y que es indispensable para navegar. Un piloto que no sabe si un fenómeno dura cinco o diez minutos, en cualquier circunstancia, nunca será gran cosa. Lo mismo digo de la observación. Aprendemos, con los años, a verlo todo de una ojeada.

Pregunta:¿Y eso es todo lo que viste?

Berton:No, pero el resto no lo recuerdo con tanta precisión. Supongo que ya había visto demasiado: la atención me faltó. La niebla empezó a cerrarse en torno y tuve que subir; y por primera vez en mi vida estuve a punto de capotar. Tanto me temblaban las manos que me era difícil manejar los controles. Creo que grité algo, que llamé a la base; aunque sabía que no estábamos en contacto.

Pregunta:¿Entonces intentaste regresar?

Berton:No. Por último, cuando llegué arriba, pensé que Fechner se encontraba quizá en el fondo de uno de esos agujeros. Sé que puede parecer insensato. Pero fue lo que pensé. Me dije que todo era posible, y que también me sería posible encontrar a Fechner. Decidí bajar a todos los pozos que encontrase en mi camino. A la tercera tentativa, renuncié. Después de haber visto lo que vi en esta tercera ocasión, ya no podía continuar. He de añadir — el hecho ya es conocido— que tenía náuseas y había vomitado en la cabina. No comprendía absolutamente nada. Nunca me había mareado antes.