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Estupefacto, con la garganta seca, repetí:

—¿Eso es todo? — La cabeza me estallaba. — ¿Y la Estación? ¿Qué tiene que ver la Estación?

— Se diría que te niegas a entender — gruñó Snaut, observándome—. He estado hablando de Solaris, sólo de Solaris, y de ninguna otra cosa. Si la realidad te hace daño, no tengo la culpa. Por otra parte, después de lo que has pasado, ¡puedes escucharme hasta el fin! Nos internamos en el cosmos preparados para todo, es decir para la soledad, la lucha, la fatiga y la muerte. Evitamos decirlo, por pudor, pero en algunos momentos pensamos muy bien de nosotros mismos. Y sin embargo, bien mirado, nuestro fervor es puro camelo. No queremos conquistar el cosmos, sólo queremos extender la Tierra hasta los lindes del cosmos. Para nosotros, tal planeta es árido como el Sahara, tal otro glacial como el Polo Norte, un tercero lujurioso como la Amazonia. Somos humanitarios y caballerescos, no queremos someter a otras razas, queremos simplemente transmitirles nuestros valores y apoderarnos en cambio de un patrimonio ajeno. Nos consideramos los caballeros del Santo-Contacto. Es otra mentira. No tenemos necesidad de otros mundos. Lo que necesitamos son espejos. No sabemos qué hacer con otros mundos. Un solo mundo, nuestro mundo, nos basta, pero no nos gusta como es. Buscamos una imagen ideal de nuestro propio mundo; partimos en busca de un planeta, de una civilización superior a la nuestra, pero desarrollada de acuerdo con un prototipo: nuestro pasado primitivo. Por otra parte, hay en nosotros algo que rechazamos; nos defendemos contra eso, y sin embargo subsiste, pues no dejamos la Tierra en un estado de prístina inocencia, no es sólo una estatua del Hombre-Héroe la que parte en vuelo. Nos posamos aquí tal como somos en realidad, y cuando la página se vuelve y nos revela otra realidad, esa parte que preferimos pasar en silencio, ya no estamos de acuerdo.

Yo había escuchado pacientemente.

— Pero ¿de qué hablas?

— De lo que todos queríamos: el contacto con otra civilización. ¡Se ha establecido el contacto! ¡El microscopio ya puede mostrarnos nuestra horrible fealdad, nuestra locura, nuestra vergüenza!

La voz le temblaba de rabia.

— Entonces ¿tú crees que es… el océano? ¿Que el océano provoca… esto? Pero ¿por qué? Todavía no pregunto cómo, pregunto ¡por qué! ¿Crees seriamente que trata de jugar con nosotros, o castigarnos?… ¡Demonomanía primaria! El planeta gobernado por un enorme demonio, que satisface las exigencias de un humor satánico enviando súcubos a los miembros de una expedición científica… ¡Snaut, no es posible que creas en semejantes disparates¡

Snaut murmuró entre dientes:

— Ese demonio no es tan estúpido…

Lo miré perplejo. ¿Acaso los acontecimientos — admitiendo que los hubiésemos vivido con una mente sana— habían terminado por desequilibrarlo? ¿Psicosis de reacción?

Snaut reía en silencio.

—¿Estás formulando un diagnóstico? ¡No te apresures demasiado! Has soportado una sola prueba y en condiciones bastante benignas.

—¡Ah, el diablo tuvo piedad de mi!

La conversación empezaba a cansarme.

—¿Qué es lo que quieres exactamente? ¿Que te revele qué proyectos maquina para nosotros esta masa enorme de plasma metamórfico? Quizá ninguno.

—¿Cómo ninguno?

Snaut sonrió.

— Tú debieras saber que la ciencia sólo se ocupa de los fenómenos, no de las causas. ¿Los fenómenos? Empezaron a manifestarse ocho o nueve días después de esa experiencia con los rayos X. Tal vez el océano haya reaccionado a la irradiación con alguna otra irradiación, tal vez haya sondeado nuestros cerebros, encontrando ciertos quistes psíquicos.

Mi interés despertó.

—¿Quistes?

— Sí, procesos psíquicos aislados, encerrados, ahogados, enquistados; ¡focos latentes bajo las cenizas de la memorial Los descifró y se sirvió de ellos, como uno se sirve de una fórmula o de un plan de construcción.. Tú sabes cuánto se parecen las estructuras cristalinas asimétricas del cromosoma y las estructuras cristalinas asimétricas de la molécula del ácido desoxyrribonucleico que entra en la composición de los cerebrósidos y es el sustrato de los procesos de la memoria… Esta materia genética es un plasma « que recuerda ». El océano ha leído en nosotros, ha registrado los más mínimos detalles y luego… ya sabes cómo sigue. Pero ¿por qué razón? ¡Bah! En todo caso no para destruirnos. Hubiera podido aniquilarnos fácilmente. Al parecer, teniendo en cuenta sus recursos tecnológicos, hubiera podido hacer cualquier cosa, enfrentarme a tu sosia, enfrentarte al mío, por ejemplo.

—¡Ah! — exclamé—. ¡Ahora veo por qué tuviste miedo cuando llegué la primera noche!

— Sí. Además — agregó Snaut— ¿quién te dice que no lo haya hecho? ¿Cómo sabes si soy realmente el bueno de Rata Vieja, que desembarcó aquí hace dos años?

Volvió a reír en silencio, disfrutando de mi desconcierto; luego gruñó:

—¡No, no, basta de eso! Somos, tú y yo, felices mortales…, yo podría matarte, tú podrías matarme…

— Y a los otros, ¿no se los puede matar?

— No te aconsejo intentarlo: ¡horrible espectáculo!

—¿Nada puede matarlos?

— No sé. En todo caso, ningún veneno, ningún cuchillo, ninguna inyección…

—¿La pistola radiactiva?

—¿Te atreverías?

— Si sabes que no son humanos…

— En un cierto sentido subjetivo son humanos. Ignoran por completo de dónde vienen. Lo habrás comprobado sin duda.

— Sí. Entonces ¿qué pasa?

— Ellos… todo se regenera con una rapidez inconcebible, con una velocidad inverosímil, a ojos vista. Y vuelven a comportarse como…





—¿Cómo?

— Como nosotros los recordamos, como están grabados en nuestra memoria, y entonces…

Sin preocuparme por la pomada que me resbalaba por las mejillas y goteaba sobre mis manos, pregunté bruscamente:

—¿Gibarían sabía?

—¿Quieres decir… sabía como nosotros?

— Sí.

— Muy probablemente.

—¿Te dijo algo?

— No. Encontré un libro en su…

Me levanté de un salto.

—¡El Pequeño Apócrífo!

Snaut me miró de hito en hito, con desconfianza.

—¿Quién pudo hablarte?

Sacudí la cabeza.

— No, tranquilízate, ya ves que tengo la piel quemada y no se está regenerando. Gibarían dejó una carta para mí en la cabina.

—¿Una carta? ¿Qué te dice?

— No mucho. Una nota más que una carta, referencias bibliográficas; alusiones al suplemento del anuario y al Apócrifo.¿Qué es ese Apócrifo?

— Una antigualla que algo tiene que ver con nuestra situación…, ¡toma!

Sacó de un bolsillo un librito encuadernado en cuero, de cantoneras raídas, y me lo tendió.

Tomé el volumen.

—¿Y qué pasa con Sartorius?

—¿Sartorius? Cada uno se las arregla como puede. Sartorius trata de no perder la cabeza; es decir, de preservar su respetabilidad de enviado en misión oficial.

—¿Te burlas?

— No, no me burlo. Ya me encontré una vez con él. No te aburriré con los detalles, pero éramos ocho y sólo teníamos quinientos kilos de oxígeno. Uno tras otro, fuimos abandonándonos, y al final éramos un equipo de barbudos, excepto Sartorius. Sartorius era el único que se afeitaba, que se lustraba los zapatos. El es así. Ahora, naturalmente, no puede hacer otra cosa que simular, representar uña comedia, o cometer un crimen.

—¿Un crimen?

— Tienes razón, no es la palabra adecuada. « ¡Divor-cio por eyección! » ¿Suena mejor?

—¡Muy gracioso!

— Si no te gusta, sugiéreme otra cosa.

— Oh, déjame en paz.

— No, hablemos seriamente. Ahora sabes casi tanto como yo. ¿Tienes un plan?

— Ninguno. No tengo la menor idea de lo que haré cuando… cuando ella vuelva. Pues volverá, si he comprendido bien.

— Has comprendido.

—¿Por dónde entran? El casco de la Estación es hermético. Quizá el blindaje…

Snaut meneó la cabeza.

— El blindaje está en perfectas condiciones. No sé por dónde entran. ¡Generalmente te esperan al despertar, y hay que dormir de vez en cuando!