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Costó una fortuna. Firmé todo lo que me indicó Sid Matt, aunque la mayor parte de la garantía caía sobre la casa de Jason, su camión y su bote de pesca. Si lo hubieran arrestado antes una sola vez, aunque fuera por imprudencia al cruzar la calle, no creo que le hubieran permitido una fianza.
Yo estaba en los escalones del tribunal, con mi horrible y sobrio traje de color azul oscuro, bajo el calor de la mañana. El sudor me caía por la cara y se me colaba entre los labios de esa manera tan desagradable que hace que quieras lanzarte de cabeza a la ducha. Jason se detuvo frente a mí. No estaba segura de que dijera algo; parecía haber envejecido años. Al fin le habían tocado problemas serios, problemas muy graves que no desaparecerían o aflojarían su presa como la tristeza.
– No puedo hablarte de esto -dijo, en voz tan baja que apenas pude oírlo-. Sabes que no fui yo. Nunca he sido violento, aparte de una pelea o dos en algún estacionamiento por una mujer.
Le toqué el hombro, pero dejé caer la mano al ver que no reaccionaba.
– Nunca he pensado que fueras tú, y nunca lo haré. Lamento haber sido lo bastante tonta como para llamar ayer al 911. Si me hubiera dado cuenta de que no era tu sangre, te hubiera llevado a la caravana de Sam para limpiarte y quemar la cinta. Pero me daba tanto miedo que fuera tu sangre…
Sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas, pero no era momento de llorar, y lo retuve. Noté que se me endurecía el rostro. La mente de Jason era un caos, como una porqueriza mental. Allí se cocía una mezcla poco saludable de remordimientos, vergüenza porque sus costumbres sexuales salieran a la luz, culpa por no sentirse peor por la muerte de Amy, horror ante la idea de que cualquiera del pueblo pudiera creer que había matado a su propia abuela mientras esperaba a su hermana…
– Lo superaremos-dije, impotente.
– Lo superaremos -repitió él, tratando que su voz sonara firme y tranquila. Pero yo pensé que pasaría mucho, mucho tiempo antes de que la seguridad de Jason, esa certidumbre dorada que lo había hecho irresistible, regresara a su rostro, a su gesto y a su tono de voz. Tal vez nunca lo hiciera.
Nos separamos allí, en los juzgados. No teníamos nada más que decirnos.
Me senté todo el día en el bar, mirando a los hombres que entraban, leyéndoles la mente. Ninguno de ellos pensaba en cómo había matado a cuatro mujeres y había salido impune. A la hora de comer, Hoyt y Rene cruzaron la puerta pero se marcharon al verme. Era demasiado embarazoso para ellos, supongo.
Al final, Sam me obligó a marcharme. Dijo que resultaba tan siniestra que espantaba a cualquier cliente que pudiera proporcionarme información útil.
Me arrastré hacia la puerta y quedé bajo el deslumbrante sol. Estaba a punto de ponerse. Pensé en Bubba, en Bill, en todas esascriaturas que estaban surgiendo de su profundo sueño para caminar sobre la superficie de la Tierra.
Me paré en el Grabbit Kwik para comprar algo de leche para los cereales del desayuno. El nuevo dependiente era un chico con acné y una enorme nuez que me miró ansioso, como si yo fuera a constituir su idea mental de lo que a sus ojos era la hermana de un asesino. Supe que apenas podía esperar el momento en que yo saliera de la tienda para poder llamar por teléfono a su novia. Deseaba poder ver las marcas de colmillos de mi cuello, y se preguntaba si había algún modo de saber cómo se lo montaban los vampiros.
Esa era la clase de basura que tenía que escuchar día tras día. No importaba lo que me esforzara en pensar en otra cosa, en lo alta que mantuviera mi guardia ni lo extensa que fuese mi sonrisa, siempre se colaba.
Llegué a casa justo cuando anochecía.
Tras sacar la leche de la bolsa y quitarme el vestido, me puse unos pantalones cortos y una camiseta negra de Garth Brooks, y traté de pensar en algo que hacer durante la noche. No podía tranquilizarme lo bastante para leer, y de todos modos tenía que ir primero a la biblioteca para cambiar los libros, lo que en aquellas circunstancias sería un auténtico trauma. No había nada bueno en la televisión, al menos aquella noche. Se me ocurrió que podría volver a ver Braveheart; Mel Gibson con faldita escocesa siempre levanta la moral, pero era una película demasiado sangrienta para mi estado de ánimo. No podría soportar que le cortaran otra vez la garganta a aquella chica, incluso aunque ya sabía cuándo tocaba taparse los ojos.
Fui al baño para quitarme el maquillaje, que estaba empapado de sudor, cuando por encima del ruido del agua que corría me pareció oír un alarido en el exterior.
Cerré el grifo y me levanté, escuchando con tanta intensidad que casi pude sentir cómo se me desplegaba la antena. ¿Qué…? El agua que me mojaba el rostro caía hasta mi camiseta.
Ningún ruido, ningún ruido en absoluto. Me arrastré hasta la puerta delantera, porque era la más cercana al punto de vigilancia de Bubba entre los árboles.
Abrí la puerta un poquito. Grité:
– ¿Bubba?
No hubo respuesta. Lo intenté otra vez.
Daba la impresión de que hasta los grillos y los sapos retenían el aliento. La noche era tan silenciosa que podía contener cualquier cosa. Algo merodeaba ahí fuera, en la oscuridad.
Traté de pensar, pero mi corazón palpitaba tan fuerte que interfería con el proceso.
Primero, llama a la policía.
Descubrí que esa no era una opción. El teléfono no daba línea. Así que podía esperar en casa a que llegaran los problemas, o podía lanzarme a los bosques. Era una decisión complicada. Me mordí el labio mientras iba por todas las habitaciones apagando las lámparas, tratando de trazar un curso de acción. La casa proporcionaba cierta protección: cerrojos, muros, rincones y grietas. Pero sabía que cualquier persona decidida podría entrar, y en ese caso estaría perdida.
Vale, ¿cómo podía salir al exterior sin que me vieran? Para empezar, apagué las luces de fuera. La puerta trasera estaba más cerca de los árboles, así que era la mejor elección. Conocía bastante bien los bosques, debería ser capaz de esconderme hasta que amaneciera. Y tal vez pudiera llegar hasta la casa de Bill; era casi seguro que su teléfono sí funcionase, y tenía copia de su llave.
O podría tratar de llegar a mi coche y arrancar. Pero eso me retenía en un punto en particular durante varios segundos. No, los bosques parecían la mejor opción.
Me guardé en uno de los bolsillos la llave de Bill y una navaja de mi abuelo, que la abuela guardaba en un cajón de la mesa del salón para abrir los paquetes. Embutí una linterna pequeña en el otro bolsillo. Además, la abuela guardaba un viejo rifle en el armario de los abrigos, junto a la puerta principal. Había pertenecido a mi padre cuando era pequeño, y ella lo había usado casi exclusivamente para disparar a las serpientes. Bueno, yo también tenía una serpiente a la que disparar. Odiaba el maldito rifle, odiaba la idea de tener que usarlo, pero parecía ser el momento adecuado.
No estaba allí.
No pude creer lo que veían mis ojos. Rebusqué por todo el armario.
¡El asesino había estado en mi casa!
Pero no había forzado ninguna puerta. Tenía que ser alguien a quien yo hubiera invitado. ¿Quién había estado allí? Traté de enumerarlos a todos mientras me aproximaba a la puerta trasera, con las zapatillas bien atadas para que no pudiera pisarme los cordones en ningún momento. Me recogí el pelo en una coleta de modo descuidado, casi con una sola mano, para que no se me viniera a la cara, y lo sujeté con una cinta de goma. Pero todo el rato estuve pensando en el rifle robado.
¿Quién había estado en mi casa? Bill, Jason, Arlene, Rene, los niños, Andy Bellefleur, Sam, Sid Matt. Sin duda a todos los había dejado solos un minuto o dos, quizá lo suficiente para tirar el rifle fuera y recogerlo más tarde.
Entonces me acordé del día del funeral. Casi todas las personas a las que conocíamos habían estado entrando y saliendo de la casa cuando murió la abuela, y no podía recordar si había visto el rifle desde entonces. Pero hubiera sido complicado salir de una casa tan atestada de gente con un rifle en las manos, y sin llamar la atención. Y creo que si hubiera desaparecido entonces, a estas alturas ya hubiera notado su ausencia; de hecho estaba casi segura de ello. Tuve que dejar eso a un lado por el momento, y concentrarme en ser más lista que quien me estuviera aguardando allí fuera en la oscuridad.