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El rostro de Gamble se iluminó al recordar su triunfo personal.
– La gente que se mete conmigo recibe su merecido. Sólo que yo les pago mucho peor. Como le sucedió a Lieberman. Como soy un tipo generoso, le pagué a ese hijo de puta más de cien millones de dólares por haber hecho su trabajo con las tasas de interés. ¿Y cómo se le ocurrió demostrarme su gratitud? Intentó acabar conmigo. ¿Acaso tuve yo la culpa de que enfermara de cáncer? Creyó que podía ser más listo que yo, la gran leyenda de la Ivy League. No pensó que yo sabía que se estaba muriendo. Cuando hago negocios con alguien, lo descubro todo sobre él. ¡Absolutamente todo! -El rostro de Gamble se encendió por un instante para terminar por expresar una mueca astuta-. Lo único que lamento es no haber visto una fotografía de su cara cuando se estrelló aquel avión.
– No creía que se decidiera a provocar una matanza, Nathan. Hombres, mujeres y niños.
Gamble pareció repentinamente preocupado y dio una nerviosa chupada a su puro.
– ¿Cree acaso que me gustó hacer eso? Mi negocio es ganar dinero, no matar a la gente. Si hubiera encontrado alguna otra forma, lo habría hecho. Yo tenía dos problemas: Lieberman y su esposo. Ambos sabían la verdad, así que tuve que librarme de los dos. El avión era la única forma de vincularlos a los dos: matar a Lieberman y arrojar la culpa sobre su marido. Si hubiera podido comprar todos los billetes de ese avión, excepto el de Lieberman, lo habría hecho. -Hizo una pausa y la miró-. Si eso hace que se sienta algo mejor, le diré que mi fundación de obras de caridad ya ha entregado diez millones de dólares a las familias de las víctimas.
– Estupendo, ahora resulta que se presenta como benefactor a partir de su propio trabajo sucio. ¿Cree que el dinero es la respuesta a todo?
Gamble exhaló una nubecilla de humo.
– Le sorprendería comprobar con qué frecuencia lo es. Y lo cierto es que yo no tenía que hacer nada por esas familias. Las cosas son como le dije a su amigo Wharton. Cuando voy detrás de alguien que me ha jodido, no me importa quién se interpone en mi camino. Mala suerte si lo hace.
La expresión del rostro de Sidney se endureció repentinamente.
– ¿Como Jason? ¿Dónde está? ¿Dónde está mi esposo, hijo de puta?
Gritó las palabras de un modo descontrolado, furiosa, y se habría lanzado contra Gamble si sus hombres no la hubieran sujetado. Gamble se situó directamente delante de ella y su puño se estrelló contra la mandíbula de Sidney.
– ¡Cierre el pico!
Sidney, que se recuperó rápidamente, se liberó un brazo de un tirón y arañó la cara de Gamble con sus uñas. Asombrado, el hombre retrocedió, llevándose una mano a la piel desgarrada.
– ¡Maldita sea! -gritó.
Gamble se apretó un pañuelo contra la cara, mirándola con furia. Sidney le devolvió la mirada. Le temblaba todo el cuerpo a causa de toda la furia que sentía, más de la que había sentido en toda su vida. Finalmente, Gamble le hizo una seña a Lucas, que abandonó la estancia por un momento. Cuando regresó, no llegó solo.
Instintivamente, Sidney retrocedió al ver entrar en la habitación a Ke
– Supongo que me lo merecía. Ya sabe que no tenía intención de matarla, pero usted no pudo dejar las cosas como estaban, ¿verdad? -Se pasó una mano por el cabello-. No se preocupe por su hija. Crearé un gran fondo para ella. Debería estarme agradecida por haber pensado en todo.
Le hizo un gesto a Scales para que se adelantara.
– ¿De veras? -le gritó Sidney-. ¿Pensó también que si yo podía descubrirlo, también se le podía haber ocurrido a Sawyer? -Gamble la miró fijamente-. Como por ejemplo el hecho de que chantajease a Arthur Lieberman al conectarlo con Steven Page. Pero cuando Lieberman estaba a punto de ser nombrado para el cargo en la Reserva, Page contrajo el sida y amenazó con hacerlo saltar todo por los aires. ¿Y qué hizo entonces? Lo mismo que le hizo a Lieberman. Ordenó que asesinaran a Page.
La respuesta de Gamble la dejó asombrada.
– ¿Por qué demonios tendría que haber ordenado su muerte? Trabajaba para mí.
– Está diciendo la verdad, Sidney.
Ella giró la cabeza bruscamente y miró hacia el lugar de donde procedía la voz. Quentin Rowe entró en la habitación. Gamble lo miró fijamente, con los ojos muy abiertos.
– ¿Cómo demonios has logrado entrar aquí?
Rowe apenas se dignó mirarlo.
– Supongo que olvidabas que dispongo de mi propia suite privada en el avión de la empresa. Además, me gusta comprobar que los proyectos se llevan a cabo, hasta su terminación.
– ¿Dice ella la verdad? ¿Hiciste asesinar a tu propio amante?
– Eso es algo que a ti no te importa -contestó Rowe, que lo miró con calma.
– Se trata de mi empresa. Todo lo que le afecte me importa.
– ¿De tu empresa? No lo creo. Ahora que tenemos a CyberCom, ya no te necesito. Mi pesadilla ha terminado por fin.
El rostro de Gamble enrojeció. Le hizo una seña a Richard Lucas.
– Creo que necesitamos enseñarle a este imbécil algo de respeto hacia su superior. -Richard Lucas extrajo su arma, pero Gamble negó con un gesto de la cabeza-. Sólo vapuléalo un poco -dijo, con mirada maliciosamente brillante.
Pero el brillo se apagó rápidamente cuando Lucas hizo girar la pistola hacia su dirección y el puro se le cayó de la boca al jefe de la Tritón.
– ¡Qué demonios es esto! Traidor, hijo de puta…
– ¡Cállate! -le rugió Lucas-. Cierra el pico o te vuelo los sesos ahora mismo. Te juro que lo hago.
La mirada de Lucas se fijó intensamente en el rostro de Gamble y éste se apresuró a cerrar la boca.
– ¿Por qué, Quentin? -Las palabras parecieron flotar suavemente a través de la estancia-. ¿Por qué?
Rowe se volvió y se encontró con la mirada de Sidney fija en él. Respiró profundamente.
– Cuando compró mi empresa, Gamble redactó los documentos legales de tal modo que técnicamente controlaba mis ideas, todo. En esencia, me poseyó también a mí. -Por un momento, miró al ahora dócil Gamble, con una expresión de asco apenas disimulada. Luego se volvió a mirar a Sidney y adivinó sus pensamientos-. Sí, ya sé, la pareja más extraña del mundo.
Se sentó ante la mesa, delante del ordenador y miró fijamente la pantalla mientras seguía hablando. La cercanía del equipo de alta tecnología parecía tranquilizar aún más a Quentin Rowe.
– Pero, entonces, Gamble perdió todo su dinero. Mi empresa no iba a ninguna parte. Le rogué que me permitiera librarme del trato acordado entre nosotros, pero dijo que me perseguiría ante los tribunales durante años si me atrevía a nacerlo. No sabía qué hacer. Entonces, Steven conoció a Lieberman y se concibió el complot.
– Pero tú hiciste matar a Page. ¿Por qué? -Rowe no contestó-. ¿Intentaste descubrir quién le transmitió el sida? -Robert seguía sin contestar. Unas lágrimas cayeron sobre el teclado-. ¿Quentin?
– Yo se lo transmití. ¡Yo lo hice! -explotó Rowe desde su silla. Se levantó, se tambaleó un momento y luego se derrumbó de nuevo sobre el asiento. Continuó hablando con un tono de voz doloroso-: Cuando Steve me dijo que las pruebas dieron positivo, no pude creerlo. Pensamos que podía haber sido Lieberman. Conseguimos una copia de su expediente médico. Estaba limpio. Fue entonces cuando me sometí a un examen. -Le empezaron a temblar los labios-. Y entonces me dijeron que yo también era seropositivo. Lo único en lo que se me ocurrió pensar fue en una condenada transfusión de sangre que me hicieron cuando tuve un accidente de coche. Comprobé las cosas con el hospital y descubrí que algunos otros pacientes sometidos a cirugía también habían contraído el virus durante el mismo período. Se lo conté todo a Steven. Me importaba mucho. Jamás me había sentido tan culpable en toda mi vida. Creía que él lo comprendería. -Rowe respiró profundamente-. Pero no fue así.