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Apoyó un momento la cabeza en las manos, frotán?dose la frente.

– Sé que ella pudo hacerlo. Pudo ver la ocasión y pudo entrar en el almacén. Pudo haber decidido acabar a su manera, eso encaja con su carácter. Pero no me gusta la idea.

– No puedes culparte de su muerte -dijo Roarke con voz queda-. Por la sencilla razón de que tú no tienes la culpa, y por otra razón que has de aceptar: la culpa em?paña la lógica.

– Sí, lo sé. -Se levantó otra vez, intranquila-. No he estado a la altura de las circunstancias. Primero Mavis, recordándome lo de mi padre. Se me han escapado deta?lles. Y luego todo lo demás.

– ¿Incluida la boda? -sugirió él.

Ella esbozó una débil sonrisa.

– He tratado de no pensar demasiado en eso. No te lo tomes a mal.

– Considéralo una formalidad. Un contrato, si lo prefieres, con unos cuantos accesorios.

– ¿Has pensado que hace apenas un año ni siquiera nos conocíamos? ¿Que vivimos en la misma casa, pero que la mayor parte del tiempo estamos separados? ¿Que todo esto que sentimos el uno por el otro podría no ser realmente algo que dure mucho tiempo?

Él la miró largamente.

– ¿Vas a hacer que me enfade la noche antes de que nos casemos?

– No intento hacer que te enfades. Tú has sacado el tema y puesto que ésa ha sido una de las cosas que me han distraído estos días, me gustaría dejarlo claro. Son preguntas razonables y merecen respuestas razonables.

La mirada de Roarke se ensombreció. Ella lo advir?tió y se preparó para la tormenta. Pero él se puso en pie y habló con una calma tan glacial que ella casi se estre?meció.

– ¿Te estás echando atrás, teniente?

– No. Dije que me casaría. Yo sólo creo que debería?mos… pensarlo -dijo ella, odiándose a sí misma.

– Pues piensa tú, busca tus respuestas razonables. -Consultó su reloj-. Se me hace tarde. Mavis te está es?perando abajo.

– ¿Para qué?

– Pregúntale a ella-dijo él mientras se disponía a salir.

– Maldita sea. -Eve dio una patada a la mesa hacien?do que Galahad la mirase malévolamente. Dio otra pa?tada, porque el dolor a veces tenía sus recompensas, y luego bajó renqueando a encontrarse con Mavis.

Una hora después, la estaban arrastrando al Down amp; Dirty. Había soportado las órdenes de Mavis para que se cambiara de ropa, para que se arreglara el pelo, la cara. Incluso la actitud. Pero cuando la música y el ruido la impactaron como un gancho largo, Eve se plantó.

– Caray, Mavis, ¿por qué aquí precisamente?

– Porque es feo, por eso. Las despedidas de soltero se supone que son feas. Eh, mira a ese del escenario. Con esa polla tan grande hasta podría clavar clavos. Menos mal que le dije a Crack que nos reservara una mesa bue?na. Esto está hasta los topes, y apenas son las doce de la noche.

– Mañana he de casarme -dijo Eve, encontrando por primera vez que era una excusa buena.

– Exactamente. Por Dios, Dallas, tranquilízate. Mira, ahí llegan.

Eve estaba acostumbrada a los sustos. Pero aquello era el no va más. No podía creer que estuviera sentada a una mesa justo debajo de un meneapollas con Nadine Furst, Peabody, una mujer que debía de ser Trina y, San?to Dios, la doctora Mira.

Antes de poder cerrar la boca, Crack apareció por detrás y la hizo levantarse.

– Qué tal, rostro pálido. Esta noche hay fiesta. Te traeré una botella de champán de la casa.

– Si en este tugurio hay champán, me como el tapón.

– Eh, y con burbujas y todo. ¿Qué te habías creído? -Crack la hizo girar provocando exclamaciones de aprobación entre el público, la cazó al vuelo y la deposi?tó de nuevo en la silla-. Señoras, a divertirse o se van a enterar.

– Qué amigos más interesantes tiene, Dallas -dijo Nadine entre el humo de su cigarrillo. Allí nadie iba a preocuparse por la prohibición de fumar-. Tómese algo. -Levantó una botella de una cosa desconocida y sirvió un poco en lo que parecía un vaso bastante limpio-. No?sotras llevamos ventaja.

– He tenido que obligarla a cambiarse. -Mavis se acomodó en una silla-. Y no ha parado de protestar. -Se le hizo un nudo en la garganta-. Pero lo ha hecho por mí. -Tomó la copa de Eve y la apuró-. Queríamos sor?prenderos.

– Lo ha conseguido. Doctora Mira. Usted es la doc?tora Mira, ¿verdad?

Mira sonrió alegremente.





– Lo era cuando he entrado. Me temo que ahora mis?mo estoy un poco confusa.

– Hemos de brindar. -Peabody, inestable, sobre sus tacones, utilizó la mesa como punto de apoyo. Consi?guió levantar su copa sin derramar más de la mitad en la cabeza de Eve-. Por la poli más cojonuda de esta maloliente ciudad, que va a casarse con el tío más sexy que he conocido, y que, como es más lista que el ham?bre, ha hecho que me asignen de forma permanente a Homicidios. Que es donde debo estar, como podría decirles cualquier gilipollas. Salud. -Apuró el resto y cayó de nuevo sobre su silla, sonriendo como una tonta.

– Peabody -dijo Eve y agitó un dedo delante de su nariz-. Nunca me había emocionado tanto.

– Estoy beoda, Dallas.

– Las pruebas así lo indican. ¿Podemos pedir algo de comer que no tenga ptomaína? Me muero de hambre.

– La futura novia quiere comer. -Todavía sobria como una monja, Mavis se puso en pie de un salto-. Yo me encargo de eso. No os levantéis.

– Ah, Mavis. -La hizo sentar y le murmuró al oído-: Tráeme algo de beber que no sea letal.

– Dallas, esto es una fiesta.

– Y pienso disfrutarla, de veras. Pero mañana quiero tener la mente clara. Es importante para mí.

– Oh, qué romántico. -Sollozando de nuevo, Mavis apoyó la cara en el hombro de Eve.

– Sí, me usan como edulcorante artificial. -Hizo girar a Mavis y la besó directamente en la boca-. Gracias. A nadie más se le habría ocurrido esto.

– A Roarke sí. -Mavis se secó los ojos con los volan?tes que le colgaban de la manga-. Lo hemos preparado juntos.

– Claro. -Sonriendo un poco, Eve echó una nueva ojeada prudente a los cuerpos desnudos que evoluciona?ban en el escenario-. Eh, Nadine. -Llenó el vaso de la periodista-. Ese de las plumas rojas en el rabo no le qui?ta ojo de encima.

– ¿ Ah, sí? -Nadine se volvió para mirar con ojos tur?bios.

– A que no.

– A que no ¿qué? ¿Que no subo ahí? Bah, eso es pan comido.

– Pues hágalo. -Eve le sonrió-. Un poco de acción no nos vendrá mal.

– Cree que no lo haré. -Nadine se levantó a duras pe?nas, se enderezó como pudo-. Oye, tío bueno -le gritó al que tenía más cerca-. Ayúdame a subir.

A la gente le encantó. Sobre todo cuando Nadine se puso a su altura y se quedó en bragas color morado. Eve suspiró ante el agua mineral. Sabía cómo escoger a sus amigos, sí señor.

– ¿Cómo va eso, Trina?

– Estoy en plena experiencia ultracorpórea. Ahora mismo creo estar en el Tibet.

– Ya. -Eve miró de reojo a la doctora Mira. Por la forma en que estaba vitoreando, daba la impresión de que podía saltar al escenario de un momento a otro. Eve no creía que ninguna de las dos quisiera guardar esa ima?gen en los archivos de su memoria-. Peabody. -Hubo de pincharle el brazo con los dedos para obtener una vaga reacción-. Vamos a buscar más comida.

– Eso también puedo hacerlo yo -gruñó Peabody.

Siguiendo la dirección de su mirada, Eve vio a Nadine meneando las caderas frente a un negro de más de dos metros con el cuerpo pintado.

– Seguro que sí. Seguro que echaría la casa abajo.

– Lo que pasa es que tengo un poco de tripa. -Se tambaleó, pero Eve la sostuvo por el brazo-. Jake lo lla?ma gelatina. Estoy ahorrando para que me la succionen.

– ¿Está segura? Haga más abdominales.

– Es hereditaria.

– ¿Hereditaria?

– Sí. -Peabody iba dando tumbos mientras Eve la guiaba entre la gente-. En mi familia todos tienen tripa. A Jake le gustan flacas, como usted.

– Pues que le jodan.

– Ya lo he hecho. -Peabody se rió como una tonta y luego se apoyó pesadamente en una barra auxiliar-. Fo?llamos hasta matarnos. Pero usted sabe que eso no basta, Evie.