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Roarke fue al despacho de Eve y meneó la cabeza. Iban a casarse al día siguiente. Dentro de menos de veinte ho?ras. ¿Estaba la novia probándose el traje de boda, bañán?dose en fragantes perfumes o fantaseando sobre su vida futura?

En absoluto, estaba encorvada sobre el ordenador, hablando sola, con el pelo alborotado de tanto rascarse con los dedos. Tenía una mancha de café en la camisa. Un plato con lo que había sido un emparedado había quedado en el suelo. Hasta el gato lo evitaba.

Él se acercó por detrás y vio, como ya esperaba, el archivo de Fitzgerald en pantalla.

Su tenacidad le fascinaba y le seducía a la vez. Se pre?guntó si Eve habría dejado que alguien más viera que su?fría por la muerte de Fitzgerald. Hasta a él mismo se lo habría ocultado, de haber podido hacerlo.

Roarke sabía que sentía culpa, y compasión. Y senti?do del deber. Todo eso mantenía a Eve atada al caso. Era una de las razones por las que él la quería; esa enorme capacidad para la emoción dentro de una mente lógica e inquieta.

Empezó a inclinarse para besarle la cabeza justo cuando ella la levantó. Ambos maldijeron cuando su ca?beza chocó con la mandíbula de él.

– Santo Dios. -Entre divertido y dolido, Roarke se secó la sangre del labio-. Contigo, hasta el amor es peli?groso.

– No deberías espiarme de esa manera. -Eve se frotó la cabeza. Otro sitio más que le dolía-. Creía que Feeney y tú y algunos de tus amigos hedonistas estabais dedica?dos al pillaje.

– Una despedida de soltero no es una invasión vikinga. Aún me queda tiempo antes de que empiece la barba?rie. -Se sentó en la esquina de la mesa y la miró detenida?mente-. Eve, necesitas descansar.

– Voy a tomarme tres semanas de permiso, ¿no? -dijo entre dientes mientras él levantaba las cejas-. Per?dona, soy insoportable. No puedo pasar de esto, Roarke. Lo he dejado una docena de veces durante la semana pasada, pero no para de venirme a la cabeza.

– Dilo en voz alta. A veces ayuda.

– Está bien. -Eve se apartó de la mesa, a punto de pi?sar al gato-. Jerry pudo ir al club. Hay gente elegante que va a esa clase de sitios.

– Pandora, por ejemplo.

– Exacto. Y se mezclaban con el mismo tipo de per?sonal. Así que ella pudo ir al club, pudo ver a Boomer allí. Incluso puede que algún contacto le dijera que él estaba en el club. Suponiendo, claro es, que ella le cono?ciera, lo cual no está probado. Y que trabajaba con él, o a través de él. Jerry le ve allí, comprueba que se está yendo de la lengua. Boomer es un cabo suelto, alguien que ha dejado de ser útil para convertirse en una contin?gencia.

– Hasta aquí tiene lógica.

Ella asintió, pero sin dejar de pasearse.

– Bien, Boomer la ve cuando sale del cuarto privado con Hetta Moppett. Jerry está preocupada por lo que Boomer haya podido decir. Puede que él haya fanfarro?neado, hinchado incluso su relación con el negocio para impresionar a Hetta. Boomer es lo bastante listo para sa?ber que está en un aprieto, se larga, se esconde. Hetta es la primera víctima porque podría saber algo. Es asesina?da rápida y brutalmente, para que parezca una cosa for?tuita, producto de un arrebato. Hetta tiene ficha. Eso significa que se tardaría más en relacionar a Jerry con el club y con Boomer. Si es que a alguien se le ocurría rela?cionarla, cosa improbable.

– Sólo que no contaban contigo.

– Exacto. Boomer tiene una muestra, tiene la fórmu?la. Era rápido cuando le daba la gana, y tenía talento para robar. La inteligencia no era su fuerte. Tal vez exigió más dinero, una tajada más grande. Pero en su especiali?dad era muy bueno. Nadie sabía que era un soplón apar?te de algunas personas relacionadas con el departamento de policía y seguridad de Nueva York.





– Y esas personas no podían saber hasta qué punto uno se toma en serio una asociación comercial. -Roarke ladeó la cabeza-. En otras circunstancias, supongo que su muerte habría sido atribuida a un conflicto entre tra?ficantes, un acto de venganza por parte de uno de los so?cios, y ya está.

– Cierto, pero Jerry no actuó con suficiente rapidez. Encontramos la droga en casa de Boomer y empezamos a trabajar desde ahí. Al mismo tiempo, pude ver perso?nalmente a Pandora en acción. Ya sabes lo que pasó, y has oído el resumen sobre las circunstancias que se die?ron en la noche de su muerte. Colgarle el crimen a Mavis fue un golpe de suerte, buena y mala. Eso daba tiem?po a Jerry, y de paso le proporcionaba un chivo expiatorio.

– Un chivo expiatorio que casualmente era muy que?rido del primer investigador.

– Por eso he dicho mala suerte. ¿Cuántas veces voy a tener un caso cuyo primer sospechoso sé que es absolu?tamente inocente? Pese a las pruebas, pese a todo. No creo que eso vuelva a ocurrir.

– Quién sabe. A mí me pasó hace unos meses.

– Yo no sabía, sólo lo presentía. Pero después tuve la certeza. -Eve metió las manos en los bolsillos y volvió a sacarlas-. Con Mavis lo supe desde el primer momen?to. De modo que enfoqué el problema desde otro án?gulo. Ahora veo tres posibles sospechosos, todos ellos, a decir verdad, con móvil, oportunidad y medios. Empiezo a creer que uno de estos sospechosos es adicto a esa misma droga que lo echó a rodar todo. Y cuando piensas que ya puedes empezar a hacer cabalas, un camello del East End es asesinado. El mismo modus operandi. ¿Por qué? Algo no encaja, Roarke, y no consigo aclararlo. No necesitaban a Cucaracha. Las desventajas de que Boomer le confiara algún dato son tantas que llegan a la es?tratosfera. Pero a él se lo cargan, y en su organismo ha?bía rastros de la droga.

– Una estratagema. -Roarke sacó un cigarrillo y lo encendió-. Una maniobra de distracción.

Ella sonrió por primera vez en horas.

– Es lo que me gusta de ti. Tu mente criminal. Poner una pista falsa para confundirnos. Que la poli se las vea y se las desee para buscar una conexión lógica con ese Cucaracha. Mientras, Redford está fabricando una va?riedad propia de Immortality, y se la da a probar a Jerry. Junto con unos suculentos honorarios. Pero él recuperó el dinero, desplumándola por todas y cada una de las botellas. Es un negociante avispado; se tomó la moles?tia y el riesgo de procurarse un espécimen de la colonia Edén.

– Dos -dijo Roarke y tuvo el placer de ver que aque?lla cara se volvía blanca.

– ¿Dos qué?

– Encargó dos especímenes. Pasé por Edén de regre?so al planeta y charlé con la hija de Engrave. Le pedí si podía buscar un hueco para hacer una verificación. Red?ford encargó su primer espécimen hace nueve meses, bajo otro nombre y con una licencia falsificada. Pero los números de identificación son los mismos. Lo hizo en?viar a una floristería de Vegas II que tiene una reputación dudosa por contrabando de flora. -Hizo una pausa para echar la ceniza en un bol de mármol-. Creo que de allí la mandaron a un laboratorio a fin de destilar el néctar.

– ¿Por qué diablos no me lo has dicho antes?

– Te lo estoy diciendo ahora. Me lo han confirmado hace cinco minutos. Probablemente podrás contactar con seguridad en Vegas II y hacer que interroguen a la florista.

Eve estaba sudando cuando aporreó su enlace y dio órdenes al respecto.

– Aunque consigan arrestar a Redford, llevará sema?nas hacer los trámites burocráticos para que lo manden al planeta y yo pueda hablar con él. -Pero se frotó las manos, anticipando el placer que eso le reportaría-. Po?drías haberme dicho que estabas en esto.

– Si no sacaba nada te hubieras decepcionado. En cambio, deberías agradecérmelo. Mira, Eve, esto no cambia mucho las cosas.

– Pero significa que Redford trabajó por su cuenta más de lo que nos insinuó. Y significa… -Se dejó caer en una silla-. Sé que ella pudo hacerlo, Roarke. Ella sola. Pudo salir del apartamento de Young sin ser detectada. Pudo dejarle durmiendo, volver después. Cuando le diera la gana. O puede que él lo supiera. Él se habría sa?crificado, y además es actor. Habría arrojado a Redford a las fieras, pero no si con eso involucraba a Jerry.