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– No bromeo, Roarke. No puedes usar mi enlace para asuntos personales.

– Mmm. Ajustar centro recreativo C. Superficie in?suficiente. Transmitir las dimensiones enmendadas, CFD Arquitectura y Diseño, oficina FreeStar Uno. Guardar en disco y desconectar. -Roarke recuperó el disco y se lo metió en el bolsillo-. ¿Decías?

– Esta unidad está programada sólo para mi voz. ¿Cómo has conseguido acceder?

Él sólo sonrió.

– ¡Vamos, Eve!

– Está bien. No me lo digas. Tampoco quiero saber?lo. ¿No podías haber hecho esto en casa?

– Claro. Pero entonces no habría tenido el placer de acompañarte y hacer que duermas unas horas. -Se puso en pie-. Que es lo que voy a hacer ahora.

– Pensaba dormir un poco en el sofá.

– No, pensabas quedarte aquí repasando los datos y haciendo cálculos de probabilidades hasta que se te ca?yeran los ojos.

Ella podría haberlo negado. En general, no era muy difícil decir mentiras.

– Sólo hay un par de cosas que quiero poner en or?den.

Él inclinó la cabeza.

– ¿Dónde está Peabody?

– La he mandado a casa.

– ¿Y el inestimable Casto?

Viendo la trampa pero no la vía de escape, Eve se en?cogió de hombros.

– Creo que se ha ido con ella.

– ¿Tus sospechosos?

– Les han dado un descanso.

– Bien -dijo él, cogiéndola del brazo-. Pues tú también vas a descansar. -Ella forcejeó pero Roarke siguió empujándola hacia el pasillo-. Estoy seguro de que a todo el mundo le gusta tu nuevo look, pero creo que lo mejora?rás si duermes un rato, te duchas y te cambias de ropa.

Ella se miró el vestido de raso negro. Había olvidado totalmente que lo llevaba.

– Creo que tengo unos téjanos en el armario. -Cuan?do él consiguió meterla en el ascensor sin demasiado es?fuerzo, ella vio que flaqueaba-. Vale, está bien. Iré a casa, me ducharé y puede que desayune algo.

Y, pensó él, dormirás al menos cinco horas.

– ¿Qué tal te ha ido ahí dentro?

– ¿Mmm? -Ella parpadeó, poniéndose alerta-. No hemos avanzado mucho. Tampoco esperaba gran cosa en la primera tanda. Siguen ciñéndose a su coartada y asegurando que alguien dejó allí la droga. Creo que po?dremos hacerle un test a Fitzgerald. Sus abogados han protestado mucho al respecto, pero nos saldremos con la nuestra. -Bostezó.

– Utilizaremos el resultado para pulir los datos, si no es que le sacamos toda una confesión. En el próximo in?terrogatorio triplicaremos los efectivos.

Él la condujo hacia el pasaje abierto que daba al aparcamiento de las visitas donde había dejado el coche. Notó que ella caminaba con el extremo cuidado de una mujer borracha.

– No les quedan posibilidades -dijo él al aproximar?se al coche-. Roarke, desconectar cierre centralizado.

Abrió la puerta y depositó a Eve en el asiento del acompañante.

– Nos cambiaremos. Casto es un buen interrogador. -Descansó la cabeza en el respaldo-. Eso he de recono?cerlo. Y Peabody tiene madera. Es muy tenaz. Los ten?dremos a los tres en cuartos separados, cambiándoles de interrogador. Apuesto a que el primero en caer será Young.

Roarke dejó atrás el aparcamiento y puso rumbo a su casa.



– ¿Por qué? -preguntó.

– Ese cabrón la quiere. El amor lo estropea todo. Co?metes errores porque estás preocupado. Porque eres es?túpido.

El sonrió ligeramente y le apartó el pelo de la cara. Eve se quedó profundamente dormida.

– Dímelo a mí.

Capitulo Dieciocho

Si la conducta reciente era un ejemplo de lo que re?presentaba tener marido, se dijo Eve, la cosa no estaba tan mal. La habían acunado en la cama, lo cual debía re?conocer había sido buena idea, y cinco horas después la había despertado el aroma del café caliente y unos gofres recién hechos.

Roarke ya estaba en pie y enfrascado en transmitir alguna información vital.

Le fastidiaba de vez en cuando que él pudiera pasar?se sin dormir más que cualquier humano normal, pero no se lo había dicho. Esa clase de comentario sólo habría provocado en él una sonrisa presuntuosa.

Hablaba en su favor el hecho de que él no pusiera de manifiesto que estaba cuidando de ella. Saberlo era de por sí lo bastante raro como para que encima se vanaglo?riara de ello.

Así pues, se dirigió hacia la Central, descansada, bien alimentada y con el vehículo recién reparado, aunque no había recorrido más de cinco manzanas cuando el coche la sorprendió con un nuevo fallo. El indicador de velocidad señalaba zona roja, pese a que Eve estaba absolutamente parada en medio del atasco.

AVISO. MOTOR SOBRECARGADO EN CINCO MINUTOS A ESTA VELOCIDAD. REDUZCA POR FAVOR O CAMBIE A SUPERDIRECTA AUTOMÁTICA.

– Al cuerno -dijo ella, y condujo el resto del camino con la constante advertencia de que o reducía la veloci?dad o explotaba.

No pensaba dejar que eso le cambiara el humor. Los negros nubarrones que hacían amontonarse los gases de escape de la circulación no la molestaban. El hecho de que fuera sábado, una semana antes de su boda, y que previera un día largo, duro y potencialmente brutal de trabajo no menguó su placer.

Entró en la Central con paso muy decidido y sonrisa torva.

– Parece a punto de comer carne cruda -comentó Feeney al verla.

– Es como más me gusta. ¿Alguna novedad?

– Vayamos por el camino más largo. Le pondré al co?rriente.

Feeney fue hacia un deslizador aéreo, casi vacío a mediodía. El mecanismo tartamudeó un poquito, pero los llevó hacia arriba. Manhattan quedó a sus pies como una preciosa ciudad en miniatura de avenidas que se cruzaban y vehículos de vivos colores.

Los relámpagos agrietaron el cielo con un acompa?ñamiento de truenos que sacudió el recinto de cristal. La lluvia cayó a cántaros por la grieta.

Feeney miró hacia abajo y vio cómo los peatones se hacinaban como hormigas enloquecidas. Un airbús hizo sonar su claxon y pasó rozando casi el deslizador.

– ¡Maldita sea! -Feeney se llevó una mano al cora?zón-. ¿Dónde diablos sacan su licencia estos cerdos?

– Cualquiera que tenga buen pulso puede conducir uno de esos cacharros. Yo no me subiría ni con una pis?tola en el pecho.

– El transporte público es la deshonra de esta ciudad. -Feeney sacó una bolsa de cacahuetes dulces para sose?garse-. En fin, su corazonada sobre las llamadas desde Maui ha tenido éxito. Young llamó dos veces a casa de Fitzgerald antes de volver en el puente aéreo. Pidió el show en pantalla, además. Las dos horas enteras.

– ¿Algún dato de seguridad sobre su casa la noche en que mataron a Cucaracha?

– Young entró con su bolsa de viaje hacia las seis de la mañana. El avión llegaba a medianoche. No hay datos de qué hizo el resto del tiempo.

– No hay coartada. Tuvo tiempo de sobra para ir de la terminal a la escena del crimen. ¿Podemos localizar a Fitzgerald?

– Estuvo en el salón de baile hasta poco más de las veintidós treinta. Ensayos para lo de anoche. No apareció en su casa hasta las ocho. Hizo muchas llamadas: su estilista, su masajista, su esculpidor. Ayer pasó cua?tro horas en Paradise, haciendo que la dejaran gua?pa. En cuanto a Young, estuvo todo el día hablando con su agente, su administrador y… -Feeney sonrió un poco-. Con un agente de viajes. Nuestro hombre que?ría información sobre un viaje para dos a la colonia Edén.

– Le quiero, Feeney.

– Bueno, a mí me quiere mucha gente. De camino he recogido el informe de los del gabinete. Ni en casa de Young ni en la de Fitzgerald hay nada que nos sirva. El único rastro de ilegales estaba en el zumo azul. Si tienen más, lo guardan en otro sitio. No hay constancia de nin?gún tipo de transacción ni señales de fórmulas. Aún me quedan por examinar los discos duros, por si escondie?ron algo allí. De todos modos, no creo que sean unos ge?nios de la tecnología.