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– Realmente es absurdo. -Para calmarse, Eve probó a respirar hondo-. Mira, no creo que merezcas ninguna explicación, pero Casto no significa nada para mí, ni na?die más. En realidad, Peabody está colada por él. Así que no te pongas nervioso.

– Vale. ¿Quieres que vuelva al coche y te traiga café?

Ella ladeó la cabeza.

– ¿Es una treta barata para poner fin a la discusión?

– Te recuerdo que mi café no es del barato.

– Peabody lo toma flojo. Tenlo en cuenta. -Eve le aga?rró del brazo, se lo llevó de nuevo a los arbustos-. Espera un momento -murmuró Eve mientras pasaba un coche por la calle a toda velocidad. El coche frenó rechinando y se metió rápidamente en una plaza elevada del aparca?miento. Rozó impaciente varios parachoques. Una mujer vestida de plata bajó a grandes trancos por la rampa.

– Ahí está -dijo Eve en voz baja-. No ha perdido el tiempo.

– Lo que usted pensaba, teniente -comentó Peabody.

– Sí. ¿Por qué una mujer que acaba de pasar por una situación incómoda y potencialmente engorrosa viene corriendo a ver a un hombre con el que acaba de rom?per, al que acusa de haberla engañado y que le dio un par de guantazos? Y todo eso en público.

– ¿Tendencias sadomasoquistas? -sugirió Roarke.

– No lo creo -dijo Eve-. Yo más bien diría que se trata de sexo y dinero. Y fíjese, Peabody. Nuestra heroí?na conoce la entrada de servicio.

Con una mirada despreocupada hacia atrás, Jerry fue directamente hacia la entrada de mantenimiento, intro?dujo el código y desapareció en el interior del edificio.

– Parece como si lo hubiera hecho a menudo. -Roar?ke puso una mano en el hombro de Eve-. ¿Bastará eso para refutar su coartada?

– Es un buen principio, desde luego. -Sacó del bolso unas gafas de reconocimiento, se las ajustó y enfocó ha?cia las ventanas de Justin Young-. No le veo -murmu?ró-. No hay nadie en la zona de estar. -Inclinó la cabe?za-. El dormitorio está vacío, pero encima de la cama hay una bolsa de viaje. Muchas puertas cerradas. No hay for?ma de ver la cocina ni la entrada posterior. Maldita sea.

Puso las manos en jarras y siguió observando.

– Hay un vaso en la mesilla de noche, y se ve una luz. Creo que el monitor del dormitorio está encendido. Ahí llega ella.

Los labios de Eve siguieron curvados mientras ob?servaba a Jerry irrumpiendo en el dormitorio. Las gafas especiales eran lo bastante potentes para permitirle ver un primer plano de furia desbocada. La boca de Jerry se estaba moviendo. Ahora se quitaba los zapatos y los lan?zaba lejos.

– Menudo mal humor -murmuró Eve-. Le está lla?mando, no para de tirar cosas. Entra el joven héroe por la izquierda. Caramba, está muy bien dotado.

Peabody, con sus gafas ajustadas, emitió un murmu?llo de asentimiento.

Justin estaba totalmente desnudo, la piel y el pelo mojados. Aparentemente, Jerry no se impresionó. Se lanzó sobre él, empujándole mientras Justin levantaba las manos y negaba con la cabeza. La discusión crecía en intensidad y dramatismo, con muchos ademanes y sacu?didas de cabeza. De pronto el tono cambió. Justin estaba desgarrando el carísimo vestido de noche de Jerry mien?tras ambos caían sobre la cama.

– Qué bonito, Peabody. Están haciendo las paces.

Roarke le tocó el hombro.

– ¿No tendrás otro par de gafas?

– Pervertido. -Pero como le parecía justo, Eve le en?tregó las suyas-. A lo mejor te llaman como testigo.

– ¿Qué? Yo ni siquiera estoy aquí. -Roarke se ajustó las gafas. Luego comentó-: No tienen mucha imagina?ción, ¿verdad? Dime, teniente, ¿dedicas mucho tiempo a presenciar coitos ajenos cuando vigilas?

– En ese terreno hay pocas cosas que no haya visto.

Reconociendo el tono, Roarke se quitó las gafas y se las devolvió.

– Qué trabajo el tuyo. Ahora entiendo que los sospe?chosos de asesinato no disfruten de mucha intimidad.

Ella se encogió de hombros y se puso las gafas. Era importante recuperar la idea inicial. Sabía que algunos colegas suyos se calentaban mirando las alcobas de la gente, y el mal uso de las gafas de vigilancia estaba a la orden del día. Ella las consideraba una herramienta, im?portante, sí, por más que su utilización fuera frecuente?mente recusada en los tribunales.



– Se acerca el gran final -dijo Eve sin más-. Hay que reconocer que son rápidos.

Apoyado en los codos, Justin la penetró. Con los pies en el colchón, Jerry elevó las caderas para recibirlo. Sus rostros brillaban de sudor, y los ojos muy cerrados añadían expresiones gemelas de tortura y placer. Cuan?do él se derrumbó sobre ella, Eve empezó a hablar.

Pero optó por callarse al ver que Jerry le abrazaba. Justin le acarició el cuello, mejilla contra mejilla.

– Vaya -masculló Eve-. No es sólo sexo. Se quieren.

El afecto humano resultaba más difícil de observar que la lascivia animal. Se separaron brevemente y se in?corporaron al unísono con las piernas entrelazadas. Él le acarició el pelo enmarañado. Ella apoyó la cara en la pal?ma de su mano. Empezaron a hablar. A juzgar por sus expresiones, el tono era serio, intenso. En un momento dado, Jerry bajó la cabeza y lloró.

Justin le besó el pelo, la frente, se puso en pie y cruzó la habitación. De una mininevera, sacó una esbelta bote?lla de cristal y sirvió un vaso de un líquido azul oscuro.

Se le veía serio cuando ella le arrebató el vaso y lo apuró de un solo trago.

– Bebidas de salud, y una mierda. Jerry consume.

– Sólo ella -terció Peabody-. Él no toma nada.

Justin sacó a Jerry de la cama y rodeándola por la cintura se la llevó del dormitorio, fuera de la vista.

– Siga mirando, Peabody -ordenó Eve. Se quitó las gafas dejándolas colgadas del cuello-. Está a punto de decir algo. Y no creo que tenga que ver con nuestra pe?queña escaramuza. La presión ha hecho mella en Jerry. Hay personas que no han nacido para matar.

– Si están intentando distanciarse el uno del otro para dar más fuerza a su coartada, ha sido arriesgado por su parte venir esta noche aquí.

Eve asintió y miró a Roarke.

– Ella le necesitaba. Hay muchas clases de adicción. -Como su comunicador hacía señales, Eve metió la mano en el bolso-. Aquí Dallas.

– Prisas, prisas. Siempre igual.

– Dame buenas noticias, Dickie.

– Una interesante mezcla, teniente. Aparte de los aditivos para convertirla en líquido, un bonito color y un sabor ligeramente afrutado, tienes lo que estabas buscando. Todos los elementos del polvo previamente analizado están ahí, incluido el néctar de Capullo In?mortal. No obstante, se trata de una mezcla menos po?tente, y si se ingiere por vía oral…

– Con eso basta. Transmite un informe completo a la unidad de mi despacho, con copias para Whitney, Casto y el fiscal.

– ¿Le pongo también un bonito lazo rojo alrededor? -dijo él de mal humor.

– No seas plasta, Dickie. Tendrás tus butacas de la lí?nea de cincuenta yardas. -Eve cortó la transmisión, son?riente-. Pida una orden de registro y decomiso, Peabody. Vamos por ellos.

– Sí, señor. Eh… ¿y Casto?

– Dígale que iremos por la parte de delante. Ilegales tendrá su tajada.

Eran las cinco de la mañana cuando terminaron el pape?leo oficial y la primera tanda de interrogatorios. Los abogados de Fitzgerald habían insistido en tener una pausa de seis horas como mínimo. Sin otra alternativa que darles ese gusto, Eve ordenó a Peabody que se toma?ra el tiempo libre hasta las ocho y pasó por su despacho.

– ¿No te había dicho que te fueras a dormir? -pre?guntó cuando vio a Roarke sentado a su mesa.

– Tenía trabajo.

Eve miró con malos ojos la pantalla encendida de su ordenador. Las intrincadas cianocopias la hicieron silbar.

– Esto es propiedad de la policía. Te puede costar hasta dieciocho meses de arresto domiciliario.

– ¿Puedes demorarlo un poco? Casi he terminado. Vista del ala este, todos los niveles.