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– Pero es letal, ¿no?
– Es lo que se dice del tabaco, pero yo te he visto en?cender algún que otro cigarrillo. -Enarcó una ceja-. Du?rante la segunda mitad del siglo veinte el sexo sin protec?ción era letal; eso no impidió que la gente jodiera con desconocidos. Las armas son letales, pero llevamos dé?cadas comprándolas en la calle. Y luego…
– Entendido. La mayoría de nosotros piensa que va a vivir eternamente. ¿Le hiciste pruebas a Redford?
– Sí. Es inocente. Eso no quiere decir que sus manos estén menos pringadas de sangre. Pienso encerrarlos a los tres para los próximos cincuenta años.
Roarke detuvo el coche ante un semáforo y se volvió a mirarla.
– Eve, dime, ¿los persigues por asesinato o por ha?berle fastidiado la vida a tu amiga Mavis?
– El resultado es el mismo.
– Tus sentimientos no.
– Le han hecho daño -dijo ella, tensa-. Se lo han he?cho pasar fatal. Mavis perdió su empleo y gran parte de la confianza que tenía en sí misma. Eso tienen que pagarlo.
– De acuerdo. Sólo te diré una cosa.
– No necesito críticas al procedimiento por parte de alguien que salta cerraduras como tú.
Roarke sacó un pañuelo y le tocó la barbilla.
– La próxima vez que empieces con que no tienes fa?milia -dijo suavemente-, piénsalo dos veces. Mavis es familia tuya.
Ella fue a protestar, pero en cambio dijo:
– Yo hago mi trabajo. Si de pasada obtengo cierta sa?tisfacción personal, ¿qué hay de malo en eso?
– Nada en absoluto. -La besó y luego torció a la iz?quierda.
– Quiero dar la vuelta por la parte de atrás del edifi?cio. Gira a la derecha en la próxima esquina y luego…
– Ya sé cómo ir por la parte de atrás.
– No me digas que también eres el propietario de esto.
– Está bien, no te lo diré. A propósito, si me hubieras preguntado sobre el sistema de seguridad en casa de Young, yo podría haberte ahorrado (o a Feeney) tiempo y molestias. -Al ver que ella bufaba, él sonrió-. Si me da cier?ta satisfacción personal el ser dueño de gran parte de Man?hattan, ¿qué hay de malo en eso?
Eve se volvió hacia la ventanilla para que él no le vie?ra sonreír.
Al parecer, Roarke siempre tenía mesa en los más exclusivos restaurantes, butacas de primera fila en la obra de teatro de mayor éxito, y una plaza libre para aparcar en la calle. Roarke metió el coche y apagó el motor.
– No pensarás que voy a esperarte aquí, supongo.
– Lo que yo pienso no suele convencerte nunca. Vamos, pero procura recordar que tú eres un civil y yo no.
– Eso es algo que no olvido nunca. -Cerró el coche con el código. Era un barrio tranquilo, pero el vehículo valía el alquiler de medio año en la más elegante unidad del edificio-. Cariño, antes de que te pongas en modo oficial, ¿qué llevas debajo de ese vestido?
– Un artilugio para volver locos a los hombres.
– Pues funciona. Me parece que nunca te había visto mover el trasero de esa manera.
– Ahora es un culo de poli, así que cuidado.
– Eso es lo que hago. -Él sonrió y propinó a la zona en cuestión un palmetazo-. En serio. Buenas noches, Peabody.
– Roarke. -La cara inexpresiva, como si no hubiera oído una sola palabra, de Peabody se destacó de entre unos arbustos-. Dallas.
– Alguna señal de… -Eve se agazapó a la defensiva cuando el arbusto emitió un sonido, pero luego maldijo al ver salir a Casto sonriente-. Maldita sea, Peabody.
– Eh, no la culpe a ella. Yo estaba con DeeDee cuan?do recibió su llamada. No he dejado que se desembara?zara de mí. Cooperación interdepartamental, ¿eh, Eve? -Sin dejar de sonreír, extendió la mano-. Es un placer conocerle, Roarke. Jake Casto, de Ilegales.
– Me lo imaginaba. -Roarke enarcó una ceja al darse cuenta de que Casto se fijaba en el raso negro que envol?vía a Eve. A la manera de los hombres o de los perros irascibles, Roarke enseñó los dientes.
– Bonito vestido, Eve. Decía usted algo de llevar una muestra al laboratorio.
– ¿Siempre escucha todas las transmisiones de sus colegas?
– Bueno, yo… -Casto se acarició el mentón-. La lla?mada llegó en un momento crítico, entiende. Debería haber estado sordo para no oírlo. ¿Cree que ha pillado a Jerry Fitzgerald con una dosis de Immortality?
– Habrá que esperar el resultado del análisis. -Eve miró a Peabody-. ¿Young está dentro?
– Confirmado. He verificado seguridad, y entró a eso de las diecinueve. Desde entonces sigue ahí.
– A menos que haya salido por detrás.
– No, señor. -Peabody se dio el lujo de sonreír-. Lla?mé a su enlace cuando llegué aquí, y me respondió él. Pedí disculpas por un mal contacto.
– Entonces Young le ha visto.
Peabody negó con la cabeza.
– Esa clase de hombres no recuerda a un subalterno. Ni se fijó en mí, y desde que yo he llegado a las veintitrés treinta y ocho no ha habido movimiento en esta zona. -Señaló hacia arriba-. Tiene las luces encendidas.
– Entonces esperaremos. Casto, por qué no ayuda un poco y va a vigilar la entrada principal.
Él enseñó su sonrisa de dentífrico.
– ¿Quiere librarse de mí?
Ella levantó los ojos.
– Pues sí. Me explico: soy primer investigador de los casos Moppett, Joha
– Es dura de pelar, Eve. -Casto suspiró, encogió los hombros y guiño el ojo a Peabody-. Espérame, DeeDee.
– Lo siento, teniente -empezó a decir Peabody no bien Casto se hubo alejado-. Él escuchó la transmisión. Como no había forma de impedir que viniera aquí por su cuenta, me pareció más lógico asegurarme su ayuda.
– No creo que haya problemas. -El comunicador zumbó. Eve se fue a un aparte-. Aquí Dallas. -Escuchó un momento, frunció los labios, asintió-. Gracias. -Fue a guardarse el aparato en el bolsillo pero cayó en la cuen?ta de que no tenía, y lo metió en su bolso-. Fitzgerald ha salido, pagando ella misma. No me extrañaría que consiguiese una investigación operacional por esa riña de nada.
– Si llegan los resultados del laboratorio -dijo Peabody.
– Es lo que esperamos. -Echó una ojeada a Roarke-. La noche podría ser larga. No tienes por qué quedarte. Peabody y Casto pueden dejarme en casa cuando haya?mos terminado.
– Me gustan las noches largas. Permíteme un mo?mento, teniente. -Roarke se la llevó aparte-. No me ha?bías dicho que tenías un admirador en Ilegales.
Ella se mesó el cabello.
– ¿No?
– Esa clase de admirador que se muere de ganas por mordisquearte las extremidades.
– Curiosa manera de decirlo. Mira, él y Peabody son pareja ahora mismo.
– Eso no le impide mirarte a lametones.
Eve soltó una risotada, pero al ver la mirada de Ro?arke, se calmó y carraspeó antes de decir:
– Es inofensivo.
– A mí no me lo parece.
– Venga, Roarke, lo único que hace es representar su papel, como todos los que tenéis testosterona. -Los ojos de él brillaban aún, y algo hizo que Eve notara un vahído de nervios en el estómago, aunque no desagradable-. No estarás celoso, ¿verdad?
– Pues sí. -Era degradante admitirlo, pero él era de los que hacían lo que había que hacer.
– ¿De veras? -La sensación en el estómago fue ahora claramente placentera-. Pues gracias.
No merecía la pena suspirar. Ni tampoco darle un meneo. Roarke hundió las manos en los bolsillos e incli?nó la cabeza.
– De nada. Nos casamos dentro de unos días, Eve.
Otra vez los nervios.
– Sí.
– Como siga mirándote así, voy a tener que pegarle.
Ella sonrió y le palmeó la mejilla.
– Tranquilo, hombre.
Antes de que Eve pudiera reprimir del todo la risa, él le cogió de la muñeca.
– Me perteneces, Eve. -Sus ojos echaron chispas, sus dientes brillaron-. La cosa es mutua, cariño, pero por si no lo habías notado, me parece justo decirte que soy muy consciente de mi territorio. -La besó en la boca-. Yo te quiero. Por absurdo que parezca.