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– No, el que podría saber más de esto es Redford. Yo creo que aquí hay algo más que tráfico y asesinato, Feeney. Si logramos que la sustancia pase como veneno y les colgamos conocimiento previo de sus cualidades le?tales, tendremos fraude organizado a gran escala y cons?piración para asesinar.
– Nadie ha usado conspiración para asesinar desde las Guerras Urbanas.
El deslizador gruñó al pararse.
– Pues yo creo que suena muy bien.
Encontró a Peabody esperando frente al área de in?terrogatorios.
– ¿Dónde están los demás?
– Los sospechosos están hablando con sus abogados. Casto ha ido a buscar café.
– Bien, contacte con las salas de reunión. Se les ha terminado el tiempo. ¿Se sabe algo del comandante?
– Viene hacia aquí. Dice que quiere observar. La ofi?cina del fiscal participará vía enlace.
– Muy bien. Feeney se encargará de examinar las grabaciones de los tres. No quiero ninguna metedura de pata cuando esto vaya a los tribunales. Usted se ocupa de Fitzgerald, Casto de Redford. Yo me cojo a Young.
Vio venir a Casto con una bandeja y café para todos.
– Feeney, infórmeles de los datos adicionales. Úsen?los con cuidado -añadió, cogiendo una taza-. Cambia?remos de equipo dentro de media hora.
Eve entró en su zona. El primer sorbo de café abyec?to le hizo sonreír. El día iba a ser bueno.
– Creo que puede hacerlo mejor, Justin. -Eve estaba calentando motores. Llevaba tres horas de interroga?torio.
– Me pregunta qué es lo que ocurrió. Los otros me preguntan qué es lo que ocurrió. -Young bebió un poco de agua. Él sí estaba perdiendo el paso-. Ya se lo he dicho.
– Usted es actor -señaló ella, toda sonrisas amables-. Y de los buenos. Así lo dicen las críticas. En una que leí el otro día afirmaban que es capaz de hacer que una frase mala suene a música. Yo no oigo nada, Justin.
– ¿Cuántas veces quiere que le repita lo mismo? -Miró hacia su abogado-. ¿Cuánto tiempo va a durar esto?
– Podemos interrumpir el interrogatorio cuando queramos -le recordó la abogada. Era una rubia feno?menal de mirada penetrante-. No tiene ninguna obliga?ción de seguir hablando.
– En efecto -intervino Eve-. Podemos parar. Puede volver a custodia. No podrá salir bajo fianza habiendo ilegales de por medio, Justin. -Se inclinó hacia adelante, asegurándose de que él la mirara a los ojos-. Y menos te?niendo sobre su cabeza cuatro cargos por asesinato.
– Mi cliente no ha sido acusado de otro delito que una sospecha de posesión. -La abogada la miró desde su nariz estrecha como una aguja-. No tienen pruebas, te?niente. Eso lo sabemos todos.
– Su cliente está al borde de un precipicio. Eso lo sa?bemos todos. ¿Quiere caerse usted solo, Justin? A mí no me parece justo. Sus amigos están respondiendo ahora mismo a otras preguntas. -Levantó las manos, separó los dedos-. ¿Qué piensa hacer si le delatan?
– Yo no maté a nadie. -Justin desvió la mirada hacia la puerta y el espejo. Sabía que tenía público, y por pri?mera vez no sabía cómo actuar-. Ni siquiera conocía a esas personas.
– Pero a Pandora sí.
– Naturalmente que conocía a Pandora. Es evidente.
– Usted estuvo en casa de ella la noche en que fue ase?sinada.
– Ya lo he dicho antes, ¿no? Escuche, Jerry y yo fui?mos a su casa porque ella nos había.invitado. Tomamos unas copas, llegó la otra mujer. Pandora se puso muy pesada y nos marchamos.
– ¿Suelen usar usted y la señorita Fitzgerald la en?trada de servicio del edificio donde viven?
– Es por la intimidad -insistió él-. Si tuviera usted a los periodistas acosándola cada vez que quiere hacer pipi, lo comprendería.
Eve sabía qué era eso y sonrió enseñando los dien?tes.
– Es curioso, pero ninguno de los dos parecía muy receloso de los media. Si yo fuera cínica, diría que uste?des más bien los utilizaban. ¿Cuánto hace que Jerry toma Immortality?
– No lo sé. -Volvió a mirar al espejo, como si espera?ra que un director gritase «¡corten!» y terminara la esce?na-. Ya le he dicho que yo ignoraba qué había en esa be?bida.
– Tenía una botella en su dormitorio, pero no sabía qué había dentro. ¿Ni siquiera lo probó?
– Jamás.
– Eso también es curioso. Sabe, Justin, si yo tuviera algo en la nevera, tendría tentaciones de probarlo. A me?nos, claro está, que supiera que era veneno. Usted sabe que Immortality es un veneno lento, ¿no es así?
– Qué quiere que le diga. -Se calló, respiró hondo por la nariz-. Yo no sé nada al respecto.
– Una sobrecarga del sistema nervioso, de acción lenta pero igualmente letal. Usted le sirvió una copa a Jerry, se la dio. Eso es asesinato.
– Teniente…
– Yo no le he hecho nada a Jerry -explotó él-. Estoy enamorado de ella. Nunca podría hacerle daño.
– ¿De veras? Varios testigos afirman que usted le hizo daño hace unos días. ¿Pegó o no pegó usted a la se?ñorita Fitzgerald en el salón Waldorf el día dos de julio?
– No, yo… Perdimos los estribos. -Empezaba a no recordar bien su papel-. Fue un malentendido.
– Usted la pegó en la cara.
– Sí, bueno, no. Sí. Estábamos discutiendo.
– Y como discutían, le da usted un puñetazo a la mu?jer que ama y la deja tumbada. ¿Aún estaba usted tan enfadado cuando ella se presentó anoche en su aparta?mento?, ¿cuando usted le sirvió un vaso de veneno?
– Ya se lo he dicho, no es como usted dice. Yo soy in?capaz de hacerle daño. Jamás me he enfadado con ella.
– Nunca se ha enfadado con ella. Nunca le ha hecho daño. Le creo, Justin. -Eve serenó su tono de voz, se in?clinó nuevamente hacia él, puso una mano amable sobre la de Justin, que temblaba-. Ni tampoco la pegó. Usted lo fingió todo, ¿no es así? Usted no es de los que pegan a la mujer amada. Usted representó un papel, como en una de sus películas.
– No, yo… -Levantó impotente los ojos hacia Eve, y ella supo que ya le tenía.
– Usted ha hecho muchos vídeos de acción. Sabe cómo dar un puñetazo, cómo fingir uno. Y eso hizo aquel día, ¿no es verdad, Justin? Usted y Jerry fingieron una riña. Usted no le tocó ni un pelo. -Su voz era suave, llena de comprensión-. Usted no es un individuo vio?lento, ¿verdad, Justin?
Destrozado, él apretó los labios y miró a su aboga?da. Ella levantó la mano para atajar más preguntas y le dijo algo al oído.
Sin inmutarse, Eve esperó: sabía el lío en que estaban metidos. ¿Admitía Justin haber fingido, convirtiéndose en mentiroso, o declaraba haber pegado a su amante, de?mostrando su carácter violento? Era una maroma difícil de pasar.
La abogada se incorporó y cruzó los dedos.
– Mi cliente y la señorita Fitzgerald representaron una inofensiva tragedia. Fue una tontería, desde luego, pero tampoco es delito fingir una pelea.
– No, no es delito. -Eve advirtió la primera grieta que debilitaba su coartada-. Y tampoco lo es huir a Maui y fingir que uno se encama con otra mujer. Todo era inventado, ¿no es cierto, Justin?
– Bien, nosotros… Supongo que no tuvimos tiempo de reflexionar. Estábamos preocupados, nada más. Des?pués que usted pillara a Paul, temimos que viniera a por nosotros. Los tres estábamos allí aquella noche, así que nos parecía lógico.
– Eso mismo pensé yo, Justin. -Eve lo miró radian?te-. Es un paso muy lógico.
– Ambos teníamos importantes proyectos en pers?pectiva. No podíamos enfrentarnos a lo que está pasan?do ahora mismo. Creíamos que si fingíamos una ruptu?ra, eso daría más peso a nuestra coartada.
– Porque sabían que la coartada era endeble. Se figu?raban que nos daríamos cuenta de que uno de los dos, o ambos, podían haber salido sin ser vistos del apartamen?to la noche en que murió Pandora. Podían haber ido a casa de Leonardo, matarla y regresar a casa sin que el si-tema de seguridad detectara nada.
– No fuimos a ninguna parte. No puede demostrar lo contrario. -Enderezó la espalda-. Usted no puede probar nada.