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– Ignoraba que supieras cocinar.

– Hay muchas cosas que sé hacer y que no te he mostrado… aún -y, esta vez, fue Nick quien sonrió.

Capítulo 53

Maggie apenas podía creer que de la cocina saliera un aroma tan delicioso. Hasta Harvey bajó a echar un vistazo y a acercar la nariz.

– ¿Dónde aprendiste a cocinar así?

– Eh, que soy italiano -Nick fingió un acento que no sonaba en absoluto a italiano mientras removía la salta de tomate-. Pero no se lo digas a Christine.

– ¿Temes arruinar tu reputación?

– No, pero no quiero que deje de invitarme a cenar.

– ¿Así hay suficiente ajo? -ella dejó de cortar el ajo un momento para que Nick supervisara su tarea.

– Pica un diente más.

– ¿Qué tal están Christine y Timmy? -Maggie se había encariñado con la hermana y el sobrino de Nick durante su corta estancia en Nebraska.

– Bien. Muy bien. Bruce ha alquilado un apartamento en Platte City. Christine lo está obligando a esforzarse si quiere volver con ellos. Creo que quiere asegurarse de que sus tiempos de donjuán se han acabado definitivamente. Ten, prueba esto -le alargó la cuchara de madera, manteniendo la mano abierta debajo para que las gotas no cayeran al suelo.

Ella probó cuidadosamente la cuchara.

– Un poco más de sal y mucho más ajo.

– Entonces, ¿puedes contarme algo sobre esa Tess que trae loco a Will? ¿Tienes alguna idea de lo que le ha pasado?

Maggie no sabía por dónde empezar, ni cuánto quería contarle. Todo eran meras suposiciones. Vio que Nick tomaba un puñado de sal y que lo esparcía sobre la cazuela puesta al fuego. Le gustaba cómo se movía por la cocina, como si llevara años preparando la cena para los dos. Harvey lo seguía ya de un lado a otro como si fuera el nuevo amo de la casa.

– Tess era mi agente inmobiliario. Me vendió esta casa y luego, menos de una semana después, desapareció.

Maggie aguardó, preguntándose si él comprendería el significado de sus palabras, si podría establecer él solo la conexión. ¿O era ella la única que veía claramente aquella conexión? Él se acercó a la encimera junto a la cual Maggie estaba sentada en un taburete, picando ajos. Sirvió más vino en los vasos de ambos y bebió un trago. Por fin, la miró.

– ¿Crees que Stucky la ha matado? -dijo con voz pausada y franca.

– Sí. O, si no la ha matado, tal vez en este momento ella esté deseando que lo haga de una vez.

Evitó sus ojos y fingió concentrarse en los trocitos de ajo. No quería pensar en Stucky cosiendo a puñaladas a Tess McGowan, o sometiendo su cuerpo y su espíritu a sus pasatiempos de torturador. Comenzó a cortar los ajos con brusquedad, torvamente. Se detuvo, esperó a que su incipiente cólera se disipara y le alargó la tabla a Nick.

Por suerte para ella, Nick la tomó sin mencionar el leve temblor de sus manos. Echó el ajo picado en la humeante salsa de tomate y al instante un nuevo aroma inundó la cocina.

– Will me ha dicho que había un coche aparcado frente a la casa de Tess la mañana que se fue.

– Manx comprobó la matrícula en el Departamento de Vehículos a Motor -era una de las pocas cosas que Manx le había contado a regañadientes-. El número pertenece a Daniel Kassenbaum, el novio de Tess.

Nick giró la cabeza para mirarla.



– ¿El novio? ¿Alguien lo ha interrogado?

– Sí, mi compañero, pero sólo por encima. Manx me dijo que volvería a interrogarlo con más detalle.

– Si vio a Will saliendo de la casa, es posible que se cabreara. Tal vez Stucky no tenga nada que ver con la desaparición le esa mujer.

– No creo que sea tan sencillo, Nick. Al parecer, al novio no le importa mucho que Tess haya desaparecido, ni que lo atuviera engañando. Tengo la sensación de que Stucky está letras de todo esto.

Su teléfono móvil sonó, sobresaltándolos a ambos. Ella agarró su chaqueta y buscó a tientas hasta que dio con el aparato en el bolsillo de la pechera.

– Maggie O'Dell.

– Agente O'Dell, soy Tully.

¡Maldición! Se había olvidado por completo de Tully. No lo había llamado. Ni siquiera le había dejado un mensaje.

– Agente Tully… -seguramente le debía una disculpa, o al menos una explicación.

Antes de que tuviera oportunidad de decir nada, él añadió:

– Tenemos otro cadáver.

Capítulo 54

Al principio, Tully sintió alivio al saber que el cuerpo no había sido hallado en Newburgh Heights. El aviso procedía de la Patrulla Estatal de Virginia. El patrullero le había dicho que un camionero había recogido un recipiente de comida para llevar en el mostrador de una pequeña cafetería. Le había explicado por teléfono, con voz temblorosa, que el conductor aún no había llegado a su camión cuando descubrió que el recipiente goteaba. Lo que pensaba eran los restos de su escalope de pollo, se había convertido de pronto en un chorreo de sangre.

Tully se acordaba de la parada de camiones justo al norte de Stafford, saliendo de la autopista interestatal 95, pero hasta que se detuvo en el aparcamiento de la cafetería no se dio cuenta de que posiblemente aquélla era la ruta que seguía la agente O'Dell para regresar a su casa desde Quantico. Su alivio se disipó de inmediato. Aunque no se tratara de Tess McGowan, era posible que O'Dell pudiera reconocer el cadáver.

Tully empezó a maldecir al ver las furgonetas de los medios de comunicación y los focos de las cámaras de televisión ya montados. Hasta ese momento, habían tenido suerte. Sólo los medios locales se habían interesado por los asesinatos. Ahora, Tully advirtió la presencia de reporteros de medios nacionales. Un grupo de ellos se apiñaba alrededor de un hombre corpulento, con barba, a quien Tully adivinó el conductor del camión.

Por suerte, la Patrulla Estatal había tenido el buen sentido de confiscar el recipiente de comida para llevar y acordonar la zona que se extendía detrás de la cafetería. Allí, junto a una alambrada, había un contenedor de basura metálico, gris y abollado. Tully calculó que tenía al menos un metro ochenta de alto. Era uno de esos contenedores extra grandes que utilizaban los establecimientos comerciales. ¿Cómo diablos habría metido Stucky el cuerpo en aquel lugar? Y, dejando a un lado ese asunto, ¿cómo había pasado desapercibido, habiendo allí una gasolinera y una cafetería que abría las veinticuatro horas del día, siete días a la semana?

Les mostró la placa a un par de agentes uniformados que mantenían a raya a los periodistas detrás de las vallas y la cinta policial amarilla. Sus largas piernas le permitieron pasar por encima de la cinta sin mucho esfuerzo. El detective del condado de Stafford al que había conocido detrás de la pizzería estaba también allí, intentando poner orden. Tully no recordaba su nombre, pero en cuanto el detective lo vio le hizo señas para que se acercara.

– Sigue en el contenedor -dijo sin perder un momento-. El doctor Holmes está de camino. Estamos intentando averiguar cómo cojones vamos a sacarla de ahí.

– ¿Cómo la encontraron?

El detective sacó un paquete de chicles. Desenvolvió uno y se lo metió en la boca. Volvió a guardarse el paquete en el bolsillo antes de ofrecerle uno a Tully. Hizo ademán de sacarlo otra vez, pero Tully sacudió la cabeza. No entendía cómo podía apetecerle nada, aunque fuera un chicle.

– Seguramente no la habríamos encontrado -dijo por fin el detective-, si no hubiera sido por el aperitivo que ese tipo dejó en el bar.

Tully hizo una mueca de repulsión. Se preguntaba cuántos años tendrían que pasar para que pudiera referirse a los miembros de un cuerpo humano con aquella desenvoltura.

El detective no lo notó y siguió hablando.

– Por lo menos, no la habríamos descubierto hasta que el camión de la basura hubiera vaciado el contenedor. Y, aun así, en estos grandes cabe mucha basura. Quizá no la habríamos encontrado nunca. Nadie iba a quejarse del olor, eso está claro. Esos armatostes siempre apestan. Así que parece que ese tío anda haciendo de las suyas otra vez, ¿eh?