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Alex Kava
Sin Aliento
Título Original: Split second
Serie: Los misterios de Maggie O'Dell, 2
Prólogo
Centro de Detención del Condado de North Dade
Miami, Florida
Viernes, 31 de octubre. Fiesta de Halloween
Del Macomb se enjugó el sudor de la frente con la manga de la camisa. El tieso algodón del uniforme se le pegaba a la espalda, y sólo eran las nueve de la mañana. ¿Cómo era posible que hiciera aquel bochorno en octubre?
Él se había criado al norte de Hope, Mi
– ¿A qué jodido cabrón hay que llevar hoy?
Del se sobresaltó al oír a su compañero. El lenguaje de Be
– Dicen que se llama Stucky -se preguntó si Be
En el Centro de Detención del Condado de North Dade, Be
Vio que Be
Su compañero subió con cuidado los estrechos peldaños de la cabina del furgón blindado y se retrepó al asiento derecho. Esa mañana parecía moverse más despacio que de costumbre, y Del comprendió de inmediato que de nuevo tenía resaca. Del se subió al asiento del conductor y se abrochó el cinturón de seguridad fingiendo, como siempre, no notarlo.
– ¿Quién dices que es ese capullo? -preguntó Be
– Hoy nos toca la ruta de Brice y Webber.
– Joder, ¿y eso por qué?
– Webber tiene la gripe y Brice se rompió una mano anoche.
– ¿Y cómo coño se rompió una mano?
– Ni idea. Sólo sé que se la rompió. Creía que odiabas la monotonía de nuestra ruta de siempre. Y los atascos para llegar a los juzgados.
– Sí, bueno, pero más vale que no haya más papeleo -Be
– Héctor dice que se llama Albert Stucky. Dice que no es mal tipo. Muy inteligente y amable. Dice que hasta ha encontrado la salvación en Jesucristo.
Del notó que Be
– Dale tiempo al motor. Para qué queremos que nos dé el puto aire caliente en la cara.
Del sintió que se sonrojaba. Se preguntaba si alguna vez conseguiría ganarse el respeto de su compañero. Ignoró la exasperación que se agitaba en su interior y bajó la ventanilla. Sacó la hoja de ruta y anotó la lectura del cuentakilómetros y del indicador del combustible, dejando que la rutina ejerciera su efecto calmante sobre él.
– Espera un momento -dijo Be
– ¿Los fibis?
– Sí, los del FBI. Jesús, pero tú ¿es que no sabes nada?
Esta vez, Del notó el escozor del sonrojo en sus orejas. Giró la cabeza y fingió revisar el retrovisor lateral.
– Ese tal Stucky -continuó Be
– La gente puede cambiar. ¿No crees? -Del miró a Be
– Jesús, hijo. Apuesto a que todavía crees en Santa Claus -Be
Be
Del se metió la hoja de ruta en el bolsillo lateral y puso el furgón en marcha. Observó la prisión de cemento por el retrovisor lateral. El sol caía a plomo sobre el patio, por el que deambulaban varios reclusos, pidiéndose cigarrillos los unos a los otros y aguantando el calor de la mañana. ¿Cómo podía gustarles estar allí fuera, sin una sola sombra? Añadió aquello a su lista de injusticias. Allá, en Mi
Mientras se acercaban al último control, miró por el retrovisor. Se sobresaltó al descubrir que el preso lo estaba mirando fijamente. Lo único que veía a través de la ranura del grueso cristal eran unos penetrantes ojos negros que lo observaban con fijeza a través del espejo.
Del percibió algo en los ojos del prisionero, y sintió que un nudo se le formaba en el estómago. Había visto aquella mirada años antes, siendo un niño, una vez que acompañó a su padre en un viaje. Visitaron a un preso condenado al que el padre de Del había conocido en una de sus reuniones de convivencia con los reclusos. Durante aquella visita, el preso le confesó las cosas horribles, inimaginables, que le había hecho a su propia familia antes de matarlos a todos: a su mujer, a sus cinco hijos y hasta al perro de la casa.
Los pormenores que Del había oído aquel día, siendo un niño, se le habían grabado a fuego en la memoria. Pero lo que más lo había impresionado era el perverso placer que el preso parecía obtener al relatar cada detalle y observar el impacto que surtía sobre un niño de diez años. Del veía esa misma mirada en los ojos del hombre que ocupaba la parte trasera del furgón blindado. Por primera vez en doce años, sintió que estaba mirando al mal directamente a los ojos.