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Tully detuvo el coche lo más cerca de las barricadas que pudo. Cu

– ¿Dónde está? -le preguntó Cu

– Sigue en el contenedor. No hemos tocado nada, salvo la caja de pizza.

El detective tenía el cuello tan grueso como un defensa de fútbol americano y las costuras de su chaqueta deportiva parecían a punto de estallar. Se comportaba como si aquello fuera un control de tráfico cualquiera. Tully se preguntó de qué gran ciudad procedía, porque indudablemente no había desarrollado aquella desenvoltura trabajando en Newburgh Heights. El director adjunto y él parecían conocerse y no se pararon a hacer las presentaciones.

– ¿Dónde está la caja de pizza? -preguntó Cu

– El agente McClusky se la dio al doctor. Al chico que la encontró se le cayó, y está todo hecho un revoltijo.

De pronto, el olor a pizza rancia y los sonidos de la radios de los coche patrulla hicieron que a Tully le doliera la cabeza. Durante el trayecto, había empezado a segregar adrenalina. Ahora, la realidad resultaba un tanto sobrecogedora. Se pasó nerviosamente los dedos por el pelo. De acuerdo, esto no podía ser muy distinto de las fotografías. Podía hacerlo, e ignoró de nuevo una náusea mientras seguía a su jefe hacia el contenedor junto al que montaban guardia tres agentes uniformados. Hasta los agentes se mantenían a varios metros de distancia para evitar el hedor.

Lo primero que vio Tully fue el pelo largo y rubio de la joven. Inmediatamente pensó en Emma. Podía mirar fácilmente por encima del borde del contenedor, pero aguardó a que Cu

Aunque cubierta de basura, Tully notó enseguida que la mujer era joven, no mucho mayor que su hija. Y, además, era muy guapa. Trozos de lechuga y tomates podridos se pegaban a sus pechos desnudos. El resto de su cuerpo estaba enterrado entre los desperdicios, pero Tully vislumbró el muslo, y entonces comprendió que sólo llevaba puesta una gorra de béisbol. Vio además que tenía la garganta seccionada de oreja a oreja y una herida abierta en el costado, casi en el cóccix. Pero eso era todo. No había miembros desgajados, ni mutilaciones macabras. Tully no sabía muy bien qué había esperado.

– Parece que está de una pieza -dijo Cu

– No estoy seguro. A mí me pareció un amasijo de sangre. El doctor podrá decírselo. Está allí, en la furgoneta.

Señaló una furgoneta plateada y polvorienta con el distinvo del condado de Stafford en un lateral. Las puertas estaban abiertas y un hombre de aspecto distinguido y pelo cano, vestido con un traje bien planchado, permanecía sentado en la parte trasera, con un portafolios en las manos.

– Doctor, estos caballeros del FBI necesitan ver ese envío special.

El detective se dio la vuelta. Se disponía a irse cuando un camión de la televisión se detuvo en un aparcamiento cercano.

– Discúlpenme, caballeros. Parece que los visitantes del zoo han llegado.

Cu

– Hola, Frank -el director adjunto Cu

– No sé si se trata de tu hombre, Kyle, pero cuando el detective Rosen me llamó, parecía creer que esto iba a interesarte.

– Rosen trabajaba en Boston cuando Stucky secuestró a la concejala Brenda Carson.



– Sí, lo recuerdo. Eso fue hace dos o tres años, ¿no?

– Todavía no hace dos.

– Por suerte, yo estaba de vacaciones. Pescando en Canadá -el médico ladeó la cabeza como si intentara recordar algún acontecimiento de aquella temporada de pesca. A Tully, toda aquella naturalidad le resultaba un poco inquietante. Permanecía muy callado, confiando en que nadie oyera el latido de su corazón. El médico prosiguió-. Pero, si no recuerdo mal, el cuerpo de Carson apareció enterrado en un hoyo de escasa profundidad, en un bosque. A las afueras de Richmond, ¿no? Desde luego, no en un contenedor de basuras.

– Ese tipo es muy complicado, Frank. A las que colecciona casi nunca las encontramos. Éstas… éstas son sólo sus desechos. Son para él un simple entretenimiento…, para exhibirse -Cu

Tully miró fijamente la caja de pizza en el suelo del furgón. A pesar del olor a masa y pepperoni, reconoció el acre hedor de la sangre. Nunca más volvería a comer pizza.

– En este pequeño y tranquilo barrio, nunca pasa nada -dijo el doctor Holmes mientras seguía anotando datos en los impresos que llevaba sujetos al portafolios-. Y, de pronto, dos homicidios en un solo día.

– ¿Dos? -la tranquilidad del doctor parecía ir adelgazando la paciencia de Cu

– Bueno, todavía no estoy seguro de que el otro sea un homicidio. No encontramos el cuerpo -por fin, el doctor Holmes dejó a un lado el portafolios-. Había una agente en la escena del crimen. ¿No era de tu equipo?

– ¿Cómo dices?

– Ayer por la tarde. No muy lejos de aquí, en un barrio muy bonito y tranquilo de Newburgh Heights. Dijo que era psicóloga forense y que acababa de mudarse al barrio de la víctima. Una joven de gran valía.

Tully observó la cara de Cu

– Sí, algo me han dicho. Se me había olvidado que ahora vive en Newburgh Heights. Lamento que se entrometiera.

– Oh, no hace falta que te disculpes, Kyle. Al contrario, fue de gran ayuda. Creo que el arrogante bastardo que supuestamente tenía que examinar la escena del crimen aprendió una cosa o dos.

Tully sorprendió al Cu

– La agente O'Dell, su predecesora, acaba de comprarse una casa en esta zona.

– ¿La agente Margaret O'Dell? -Tully sostuvo la mirada a su jefe hasta que notó que Cu