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– Vamos -dijo Ethan-. Siéntate.

Lena se lo quedó mirando.

– Siento haberte hecho daño.

– ¿Qué te hace pensar que me has hecho daño? -preguntó ella, aunque aún le palpitaba la muñeca.

Dobló la mano, para comprobar si estaba bien, pero el dolor se lo impidió. Le haría pagar por eso. Ese tipo no iba a hacerle daño y salir indemne.

– No quiero que te enfades conmigo -dijo Ethan.

– No te conozco -afirmó Lena-. Y por si no te has dado cuenta, tengo problemas, así que gracias por el café, pero…

– Yo conocía a Andy.

Lena recordó que Jeffrey había dicho que ella estuvo en el apartamento de Andy. Intentó estudiar la expresión de Ethan para saber si mentía, pero le fue imposible. Recordó la amenaza de Jeffrey.

– ¿Qué sabes de Andy? -preguntó.

– Siéntate -dijo Ethan, y fue más una orden que una petición.

– Te oigo perfectamente desde aquí.

– No voy a seguir hablando contigo si te quedas de pie -dijo él. Se sentó y esperó.

Lena se quedó junto a la silla, evaluando sus opciones. Ethan era estudiante. Lo más seguro es que estuviera al corriente de más habladurías que ella. Si conseguía alguna información para Jeffrey acerca de Andy, a lo mejor reconsideraría sus absurdas acusaciones. Lena sonrió para sus adentros al imaginar que le daba a Jeffrey las claves para resolver el caso. Él le había dejado claro que ya no era policía. Haría que Jeffrey lamentara haberla dejado marchar.

– ¿Por qué sonríes? -preguntó Ethan.

– No es por ti -dijo Lena, dándole la vuelta a la silla.

Se sentó con las manos colgando sobre el respaldo, aun cuando a causa de la presión le parecía que la muñeca le quemaba por dentro. Había algo seductor en controlar la intensidad de su dolor. Para variar, la hacía sentirse fuerte.

Dejó la mano colgando, sin hacer caso del dolor.

– Cuéntame lo que sabes de Andy.

Ethan pareció pensar en algo que contarle, aunque al final tuvo que admitir:

– No gran cosa.

– Me estás haciendo perder el tiempo.

Lena hizo ademán de ponerse en pie, pero él volvió a extender la mano para detenerla. Esta vez no la tocó, pero el recuerdo del dolor fue suficiente para que se quedara sentada.

– ¿Qué sabes? -preguntó Lena.

– Conozco a alguien que era muy buen amigo suyo. Un amigo íntimo.

– ¿Quién?

– ¿Sueles ir de fiesta?

Lena identificó el eufemismo de la cultura de la droga.

– ¿Y tú? -preguntó ella-. ¿Tomas éxtasis o qué?

– No -dijo él, y pareció decepcionado-. ¿Y tú?

– ¿Tú qué crees? -le espetó ella-. ¿Y Andy?

Ethan la miró un instante, como si la estudiara.

– Sí.

– ¿Cómo lo sabes si tú no tomas?

– Su madre está en la clínica. Todo el mundo comentaba que su madre era incapaz de ayudarle.

Lena sintió la necesidad de tomar partido por Jill Rosen, aunque ella había pensado lo mismo de la doctora.

– A veces no se puede hacer más por los otros. A lo mejor Andy no quería dejarlo. A lo mejor no era lo bastante fuerte para dejarlo.



Ethan parecía sentir curiosidad.

– ¿Eso crees?

– No lo sé -respondió Lena, pero parte de ella comprendía la atracción de las drogas, algo que no había sucedido antes de la violación-. A veces la gente quiere evadirse. Dejar de pensar.

– Es algo temporal.

– Lo dices como si lo supieras.

Lena le miró los brazos, aún cubiertos por las mangas de la camiseta, a pesar del calor que hacía en el local. De pronto le recordó de la clase de la semana anterior. También llevaba una camiseta de manga larga. A lo mejor tenía marcas de pinchazos. El tío de Lena, Hank, tenía unas feas cicatrices de cuando se inyectaba droga, pero estaba orgulloso de ellas, como si haber conseguido dejar el speed le convirtiera en una especie de héroe, y las marcas fueran cicatrices de una noble guerra.

Ethan se dio cuenta de que le miraba los brazos. Se bajó las mangas hasta las muñecas.

– Digamos que tuve mis problemas. Dejémoslo así.

– Muy bien.

Estudió a Ethan, preguntándose si le contaría algo interesante. Se dijo que ojalá conociera la ficha policial de Ethan (pues ahora no le cabía duda de que estaba fichado) y utilizarlo para sonsacarle lo que necesitaba saber.

– ¿Cuánto llevas en Grant Tech? -le preguntó.

– Casi un año -dijo él-. Pedí el traslado, antes iba a la Universidad de Georgia.

– ¿Por qué?

– No me gustaba el ambiente.

Se encogió de hombros, y a Lena ese gesto le resultó más significativo que cualquier otra cosa. En ese gesto había una actitud defensiva, aun cuando lo que había dicho era perfectamente coherente. Quizá le habían expulsado.

– Quería ir a una universidad más pequeña -añadió-. Hoy en día la Universidad de Georgia es una selva. Crimen, violencia… violaciones. No es la clase de sitio donde quiero estar.

– ¿Y Grant sí?

– Prefiero los sitios más tranquilos -dijo, jugando de nuevo con la bolsa de té-. No me gustaba la persona que era cuando estaba en esa universidad. Me sobrepasaba.

Lena le entendió, pero no se lo dijo. Una de las razones por las que dejó la policía -aparte de porque Jeffrey le diera un ultimátum- fue que no quería tanto estrés en su vida. Jamás previó que trabajar con Chuck resultara, en muchos aspectos, aún más estresante. Podría haber encontrado una manera de engañar a Jeffrey sin perder el empleo. Él no le había pedido ninguna prueba de que iba al psiquiatra. Lena podría haberle mentido y decirle que todo iba bien en lugar de destrozarse la vida. Y joder, al final se la había destrozado de todos modos. Hacía menos de una hora, Jeffrey había estado a punto de ponerle las esposas.

Lena intentó dar con algo que la relacionara con Andy Rosen. Debía de tratarse de un error. Quizás había tocado algo en la consulta de Jill Rosen que había acabado en la habitación de Andy. Era la única explicación. En cuanto a la prenda íntima, pronto se demostraría si eso era cierto. De todos modos, ¿qué le hacía pensar a Jeffrey que era de Lena? Lena debería haber hablado con él en lugar de cabrearle. Debería haberle dicho a Ethan que se preocupara de sus asuntos. Él había tensado la cuerda con Jeffrey, no ella. Esperaba que Jeffrey se hubiera dado cuenta. Lena sabía cómo se comportaba cuando alguien se le metía entre ceja y ceja. La podía poner en un brete, y no sólo en la ciudad, sino en el campus. Podía hacerle perder su trabajo, con lo que se quedaría sin sitio donde vivir y sin dinero. Acabaría durmiendo en la calle.

– ¿Lena? -preguntó Ethan, como si a ella se le hubiera ido el santo al cielo.

– ¿Quién era ese amigo íntimo de Andy? -quiso saber ella.

Ethan tomó la desesperación de su voz por autoridad.

– Hablas como un poli.

– Soy poli -contestó ella automáticamente.

Ethan sonrió sin alegría, como si ella acabara de admitir algo que le entristecía.

– ¿Ethan? -insistió ella, procurando ocultar el pánico que sentía.

– Me gusta tu manera de decir mi nombre -le dijo, como si fuera una broma-. Cabreada.

Ella le lanzó una mirada cortante.

– ¿Con quién se veía Andy?

Él se lo pensó, y Lena se dio cuenta de que le gustaba mantener la información fuera de su alcance, como si la sujetara con algo para que no pudiera cogerla. Ethan tenía la misma expresión que cuando estuvo a punto de partirle la muñeca.

– Mira, no me jodas -le dijo Lena-. Mi vida está demasiado llena de mierda para que venga un memo y me oculte información. -Se controló, sabiendo que Ethan era su mejor opción para recabar datos sobre Andy Rosen-. ¿Tienes algo que contarme o no?

Ethan apretó la boca, pero no contestó.

– De acuerdo -dijo ella, haciendo ademán de marcharse, con la esperanza de que Ethan no viera que se trataba de un farol.

– Esta noche hay una fiesta -cedió Ethan-. Algunos de los amigos de Andy estarán presentes. También el chico en que estoy pensando. Era muy amigo de Andy.