Добавить в цитаты Настройки чтения

Страница 53 из 58



Luego escribió una nota para lord Henry, diciéndole que regresaba a Londres para consultar a su médico, y pidiéndole que distrajera a sus huéspedes durante su ausencia. Cuando la estaba metiendo en el sobre, oyó llamar a la puerta, y su ayuda de cámara le informó de que el guarda mayor quería verlo.

Dorian Gray frunció el ceño y se mordió los labios. -Dígale que pase -murmuró, después de una breve vacilación.

Tan pronto como entró su visitante, Dorian sacó de un cajón el talonario de cheques y lo abrió.

– Imagino, Thornton, que viene para hablarme del desafortunado accidente de esta mañana -dijo, empuñando la pluma.

– Así es, señor -respondió el guardabosque.

– ¿Estaba casado ese pobre infeliz? ¿Tenía personas a su cargo? -preguntó Dorian, con aire aburrido-. Si es así, no quisiera que pasaran necesidades, y estoy dispuesto a enviarles la cantidad que usted considere necesaria.

– No sabemos quién es, señor. Eso es lo que me he tomado la libertad de venir a decirle.

– ¿No saben quién es? -preguntó Dorian distraídamente-. ¿Qué quiere decir? ¿No era uno de sus hombres?

– No, señor. No lo había visto nunca. Parece un marinero, señor.

A Dorian Gray se le cayó la pluma de la mano, y tuvo la sensación de que el corazón dejaba de latirle.

– ¿Un marinero? -exclamó-. ¿Ha dicho un marinero? -Sí, señor. Parece como si hubiera sido marinero o algo parecido; tatuajes en los dos brazos y otras cosas por el estilo.

– ¿Llevaba algo encima? -preguntó Dorian, inclinándose hacia adelante y mirando al guardabosque con ojos llenos de sobresalto-. ¿Algo que nos permita saber su nombre?

– Algo de dinero, señor, no mucho, y un revólver de seis tiros. Nada que lo identifique. Aspecto de persona decente, sin ser un caballero. Algo así como un marinero, creemos nosotros.

Dorian se puso en pie. Una imposible esperanza le rozó con su ala y se agarró a ella con frenesí.

– ¿Dónde está el cadáver? -exclamó-. ¡Deprisa! He de verlo cuanto antes.

– En un establo vacío de la granja, señor. Nadie quiere tener una cosa así en su casa. Dicen que un cadáver trae mala suerte.

– ¡La granja! Vaya inmediatamente allí y espéreme. Diga a uno de los mozos de cuadra que me traiga el caballo. No. No se preocupe. Iré yo al establo. Ahorraremos tiempo.

En menos de un cuarto de hora Dorian Gray galopaba por la gran avenida. Los árboles parecían desfilar a ambos lados como un cortejo de fantasmas, y sombras extrañas se arrojaban furiosamente en su camino. En una ocasión la yegua hizo un extraño ante un poste blanco y estuvo a punto de derribarlo. Dorian le golpeó el cuello con la fusta. El animal se adentró en la oscuridad como una flecha. Sus cascos hacían volar los guijarros.

Finalmente llegó a la granja y encontró a dos hombres ociosos en el patio. Dorian saltó de la silla y le arrojó a uno de ellos las riendas. En el establo más distante parpadeaba una luz. Algo le dijo que allí se hallaba el cadáver. Corrió hacia la puerta y puso la mano en el picaporte.



Luego se detuvo un momento, sintiendo que estaba a punto de hacer un descubrimiento que haría renacer su vida o la destruiría. A continuación abrió la puerta de golpe y entró.

Sobre un montón de sacos vacíos, y en el rincón más alejado de la puerta, yacía el cadáver de un hombre vestido con una camisa de tela basta y unos pantalones azules. Sobre el rostro le habían colocado un pañuelo de lunares. Una vela de mala calidad, hundida en el cuello de una botella, chisporroteaba a su lado.

Dorian Gray se estremeció. Sintió que no podía ser su mano la que retirase el pañuelo, y pidió a uno de los gañanes que se acercara.

– Quítenle eso que tiene sobre la cara. Quiero verlo -dijo, agarrándose a la jamba de la puerta para no caer.

Cuando el gañán hizo lo que le pedían, Dorian Gray se adelantó. De sus labios escapó un grito de alegría. El hombre muerto entre la maleza era James Vane.

Permaneció allí unos minutos contemplando el cadáver. Luego regresó a la casa principal con los ojos llenos de lágrimas, sabiendo que estaba, a salvo.

Capítulo 19

– No me digas que vas a ser bueno -exclamó lord Henry, sumergiendo los dedos en un cuenco de cobre rojo lleno de agua de rosas-. Eres absolutamente perfecto. Haz el favor de no cambiar.

Dorian Gray movió la cabeza.

– No, Harry, no. He hecho demasiadas cosas horribles en mi vida. No voy a hacer ninguna más. Ayer empecé con las buenas acciones.

– ¿Dónde estuviste ayer?

– En el campo, Harry. Solo, en una humilde posada. -Mi querido muchacho -dijo lord Henry sonriendo-, cualquiera puede ser bueno en el campo, donde no existen tentaciones. Ése es el motivo de que las personas que no habitan en ciudades vivan todavía en estado de barbarie. La civilización no es algo que se consiga fácilmente. Sólo hay dos maneras. O se es culto o se está corrompido. La gente del campo carece de ocasiones para ambas cosas, de manera que sólo conocen el estancamiento. -Cultura y corrupción -repitió Dorian-. Sé algo acerca de esas dos cosas. Ahora me parece terrible que vayan alguna vez unidas. Porque tengo un nuevo ideal, Harry. Voy a cambiar. Creo que ya he cambiado.

– No me has contado cuál ha sido tu buena acción de ayer. ¿O fue más de una? -preguntó su interlocutor, mientras vertía sobre su plato una pequeña pirámide carmesí de fresas maduras, blanqueándolas luego con azúcar mediante una cuchara perforada en forma de concha.

– Te lo puedo contar a ti, Harry, aunque a nadie más. Renuncié a perjudicar a una persona. Parece pretencioso, pero ya entiendes lo que quiero decir. Era muy hermosa, y extraordinariamente parecida a Sibyl Vane. Creo que fue eso lo primero que me atrajo de ella. Te acuerdas de Sibyl, ¿no es cierto? ¡Cuánto tiempo parece que ha pasado! Hetty, por supuesto, no es una persona de nuestra posición, tan sólo una chica de pueblo. Pero me había enamorado. Estoy completamente seguro de que la quería. Durante todo este mes de mayo tan maravilloso que hemos disfrutado iba a verla dos o tres veces por semana. Ayer se reunió conmigo en un huerto. Las flores de los manzanos le caían sobre el pelo y se reía mucho. Íbamos a escaparnos juntos hoy por la mañana al amanecer. De repente decidí que no cambiara por mi culpa.

– Imagino que la novedad de ese sentimiento te habrá proporcionado un estremecimiento de auténtico placer -le interrumpió lord Henry-. Pero estoy en condiciones de contarte el final de tu idilio. Le diste buenos consejos y le rompiste el corazón. Ése ha sido el comienzo de tu enmienda.

– ¡Qué desagradable eres, Harry! No debes decir cosas tan espantosas. A Hetty no se le ha roto el corazón. Lloró, por supuesto, y todo lo demás. Pero no ha perdido la honra. Puede vivir, como Perdita [18], en su jardín de menta y caléndulas.

– Y llorar por la infidelidad de Florisel -dijo lord Henry, riendo, mientras se inclinaba hacia atrás en la silla-. Mi querido Dorian, tienes curiosas ideas de adolescente. ¿De verdad crees que esa muchacha se contentará ahora con alguien de su posición? Imagino que algún día la casarán con un carretero mal hablado o con un labrador chistoso. Y el hecho de haberte conocido, y de haberte amado, le permitirá despreciar a su marido, lo que la hará perfectamente desgraciada. Desde el punto de vista de la moral, no puedo decir que tu gran renuncia me impresione demasiado. Incluso como modesto principio es muy poquita cosa. Además, ¿quién te dice que en este momento Hetty no flota en algún estanque iluminado por las estrellas y rodeada de lirios, como Ofelia?

– ¡Eres insoportable, Harry! Te burlas de todo y acto seguido imaginas las tragedias más espantosas. Siento habértelo contado. Me tiene sin cuidado lo que digas. Sé que he actuado bien. ¡Pobre Hetty! Cuando pasé a caballo esta mañana por delante de su granja, vi su rostro en la ventana, como un ramillete de jazmines. Vamos a no hablar más de ello, y no trates de convencerme de que mi primera buena acción en muchos años, el primer intento de autosacrificio de toda mi vida es en realidad otro pecado más. Quiero ser mejor. Voy a ser mejor. Cuéntame algo sobre ti. ¿Qué está pasando en Londres? Hace días que no voy por el club.