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Ella no quería que se humillara. Le hacía sentirse incómoda.

– Bueno, estás demasiado ocupado mortificándote para que me preocupe, así que volvamos.

Él la cogió del brazo antes de que ella pudiera abrir la puerta.

– Eve, no sé qué ha ocurrido, de verdad. Hace un minuto estábamos allí fuera, escuchando a Mavis, y al siguiente… ha sido superior a mis fuerzas. Como si mi vida dependiera de tomarte en ese mismo instante. No era sólo sexo, sino cuestión de supervivencia. No podía controlarlo. Eso no es excusa para…

– Espera. -Ella se apoyó contra la puerta unos instantes, luchando por diferenciar la esposa de la policía que había en ella-. ¿No crees que exageras?

– No; era como unas tenazas en el cuello. -Roarke logró esbozar una débil sonrisa-. Bueno, tal vez ésa no sea la parte correcta de la anatomía. No hay nada que pueda decir o hacer para…

– Olvídate de tu sentido de culpabilidad, ¿quieres? Y piensa. -Esta vez la mirada de Eve era fría y dura como un ágata-. Una urgencia repentina e irresistible, semejante a una compulsión, que tú, un hombre con un gran autodominio, no has podido controlar. Y me penetras con la delicadeza de un célibe sudoroso rompiendo el ayuno con una androide de alquiler.

Él hizo una mueca y sintió que los remordimientos lo desgarraban.

– Soy muy consciente de ello.

– Y ése no es tu estilo, Roarke. Tienes tus movimientos característicos, no puedo seguirlos todos, pero son rítmicos y estudiados. Tal vez seas brusco, pero nunca mezquino. Y alguien que ha hecho el amor contigo en casi todas las posturas anatómicamente posibles puede afirmar que nunca eres egoísta.

– Vamos, esto es una lección de humildad -repuso él sin saber muy bien cómo reaccionar.

– No eras tú -murmuró ella.

– Lamento disentir.

– No lo era la persona en que te habías convertido -corrigió ella-. Y eso es lo que cuenta. Algo dentro de ti se rompió. O se encendió. Ese hijo de perra. -Contuvo la respiración al mirar a Roarke a los ojos y ver que empezaba a comprender lo ocurrido-. Ese hijo de perra tiene algo. Me lo comentó mientras bailábamos. Estuvo fanfarroneando y yo no lo entendí, de modo que tuvo que hacer una pequeña demostración. Y eso va a ser su perdición.

Roarke le cogió del brazo con fuerza.

– ¿Estás hablando de Jess Barrow? ¿De escáneres cerebrales y de sugestión? ¿Del control de la mente?

– La música debería afectar el comportamiento de la gente, el modo de pensar y de sentir. Eso me decía unos minutos antes de que empezara la actuación. Cabrón presuntuoso.

Roarke recordó la sorpresa reflejada en la mirada de Eve cuando la arrojó contra la pared y la penetró a la fuerza.

– Si tienes razón, quiero tener unos momentos a solas con él -dijo con un tono tal vez demasiado glacial.

– Es asunto de la policía -empezó a decir ella, pero él se acercó con una expresión de fría determinación.

– O me dejas unos momentos a solas con él o ya encontraré el modo de conseguirlos. De un modo u otro los tendré.

– Está bien. -Ella posó una mano sobre la de él, no para aflojar su sujeción sino en un gesto de solidaridad-. Está bien, pero tendrás que esperar tu turno. Tengo que estar segura.

– Esperaré -accedió él.



Pero ese hombre pagaría, se prometió Roarke, por haber introducido un instante de miedo o desconfianza en su relación.

– Dejaré que termine la actuación -decidió ella-. Entonces lo interrogaré de forma extraoficial en mi despacho bajo la supervisión de Peabody. No hagas nada por tu cuenta, Roarke. Hablo en serio. -Él abrió la puerta.

– He dicho que esperaría.

La música seguía sonado fuerte y los golpeó con una nota aguda varios metros antes de que llegaran al umbral. Pero bastó que Eve entrara y se abriera paso entre la multitud para que Jess levantara la mirada de la consola y la clavara en ella. Entonces esbozó una fugaz sonrisa entre orgullosa y divertida.

Y ella estuvo segura.

– Busca a Peabody y pídele que baje a mi despacho y se prepare para un interrogatorio preliminar. -Dio un paso hacia Roarke y lo miró a los ojos-. Por favor, no estamos hablando de un ultraje personal, sino de asesinato. Déjame hacer mi trabajo.

Roarke se volvió sin decir palabra. En cuanto se perdió en la multitud, ella se abrió paso hasta Summerset.

– Quiero que vigile a Roarke.

– ¿Cómo dice?

Ella le clavó un dedo en la pulcra americana hasta alcanzarle las costillas.

– Escuche, es importante. Podría estar en apuros. No quiero que lo pierda de vista hasta al menos una hora después de la actuación. Si le ocurre algo, le freiré el culo. ¿Comprendido?

En absoluto, pero sí comprendió el apremio.

– Está bien -respondió con dignidad, y cruzó la habitación con garbo, aunque con los nervios en punta.

Segura de que Summerset vigilaría a Roarke como una halcón madre a sus crías, Eve volvió a abrirse paso entre el público hasta situarse en primera fila. Aplaudió con el resto y se esforzó por dedicar una sonrisa de apoyo a Mavis cuando ésta subió a cantar un bis. Y al llegar la siguiente ovación, se acercó con disimulo a Jess y rodeó la consola.

– Todo un triunfo -murmuró.

– Ya te lo dije, es un tesoro -respondió él. Tenía un brillo malicioso en los ojos cuando la miró sonriente y añadió-: Tú y Roarke os habéis perdido un par de números.

– Un asunto personal -repuso ella-. Necesito hablar contigo, Jess. De tu música.

– Me alegro. No hay nada que me guste más.

– Ahora, si no te importa. Vayamos a algún sitio un poco más privado.

– Claro. -Cerró su consola y tecleó el código de seguridad-. Es tu fiesta.

– Desde luego que lo es -murmuró ella, precediéndolo.