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– Roarke sabe cómo montar una fiesta. -Mavis se zampó un huevo de codorniz con salsa picante y habló con la boca llena-. Todo el mundo está aquí, y me refiero a todo el mundo. ¿Has visto a Roger Keene? Va a la cabeza en Be There Records. ¿Y a Lilah Monroe? Está triunfando en Broadway con su espectáculo con participación del público. Tal vez Leonardo logre convencerla de que le diseñe el nuevo vestuario. Y allí está…

– Para el carro, Mavis -aconsejó Eve mientras su amiga parloteaba sin dejar de llevarse canapés a la boca-. No te aceleres.

– Estoy tan nerviosa… -Con las manos momentáneamente libres, Mavis se apretó el estómago, que llevaba al descubierto salvo por una artística versión de una orquídea roja-. ¿Sabes? No puedo controlarme. Cuando estoy tan excitada sólo puedo comer y hablar.

– Y vomitar si no te calmas un poco -advirtió Eve. Recorrió con la mirada la habitación y tuvo que admitir que Mavis tenía razón. Roarke sabía montar una fiesta.

La sala relucía, lo mismo que la gente. Incluso la comida se veía distinguida, casi demasiado decorativa para comer. Claro que no era el caso de Mavis. Como el tiempo no había fallado, habían abierto el techo dejando entrar la suave brisa y el brillo de las estrellas. Una de las paredes estaba cubierta por una enorme pantalla, y Mavis daba vueltas y brincaba en ella, mientras se oía crepitar la música. Roarke había sido lo bastante astuto para poner el volumen al mínimo.

– Nunca podré pagártelo.

– Vamos, Mavis.

– No; hablo en serio. -Después de dedicar a Leonardo una radiante sonrisa y enviarle un exagerado beso, se volvió hacia Eve-. Nos conocemos desde hace mucho, Dallas. Demonios, si no me hubieras detenido seguramente seguiría robando carteras y estafando a la gente.

Eve escogió un canapé de aspecto interesante.

– Eso ha quedado muy lejos, Mavis.

– Es posible, pero no cambia los hechos. Hice mucho por corregirme y cambiar de rumbo, y me siento orgullosa.

Cambiarnos a nosotros mismos, pensó Eve. Podía ocurrir. Había ocurrido, de hecho. Miró hacia donde Reea

– Y tienes que estarlo. Yo estoy orgullosa de ti.

– Pero lo que quiero decir es que deseo salir de ésta, ¿comprendes? Antes de que me levante e intente arrancar todos los diamantes de las orejas de esta gente. -Mavis se aclaró la garganta y de pronto olvidó el pequeño discurso que había preparado-. Al demonio con esto. Te conozco, y te quiero. Te quiero de verdad, Dallas.

– Cielos, Mavis, no me pongas sensiblera. Roarke ya me ha drogado.

Mavis hizo un puchero, emocionada.

– Habrías hecho todo esto por mí… si hubieras sabido cómo. -Al ver que Eve parpadeaba y fruncía el entrecejo, Mavis logró convertir su sensiblería en una broma-. Vamos, tú no habrías tenido ni la más remota idea de encargar algo más complicado que salchichas de soja y platos de verduras picadas. Veo la mano de Roarke por todas partes.

«Encontrarás mi mano por todas partes.» Las palabras de Roarke resonaron en la mente de Eve y la hicieron estremecer.

– Desde luego.

Decidida a no permitir que nada le estropeara la velada, Eve negó con la cabeza.

– Lo hizo por ti, Mavis.

Mavis sonrió y volvieron a empañársele los ojos.

– Sí, supongo que sí. Tienes un maldito príncipe, Dallas. Un jodido príncipe. Ahora tengo que ir a vomitar. Enseguida vuelvo.

– Claro. -Medio riendo, Eve cogió un agua con gas de una bandeja que pasó por su lado y se acercó a Roarke-. Perdón, sólo es un momento -se disculpó apartándolo de un grupo-. Eres un maldito príncipe.

– Oh, muchas gracias. Supongo. -El le deslizó un brazo por la cintura con delicadeza, puso la otra mano sobre la de ella que sostenía una copa, y la sorprendió con unos pasos de baile-. Tienes que utilizar tu imaginación al… estilo de Mavis. Pero este tema casi puede considerarse romántico.

Eve arqueó una ceja y se concentró en la voz de Mavis que se alzaba por encima de los instrumentos de metal.

– Sí, es una melodía anticuada y sentimental. Soy una pésima bailarina.

– No lo serías si no intentaras llevarme. He decidido que ya que no vas a estar sentada y descansar tu exhausto cuerpo, podrías apoyarte un rato en mí. -Le sonrió-. Estás empezando a cojear ligeramente. Pero tienes un aspecto de lo más relajado.

– Siento la rodilla un poco rígida. Pero estoy muy relajada. Supongo que ha sido de tanto oír farfullar a Mavis. Ahora está vomitando.

– Encantador.

– Sólo son los nervios. Gracias. -Se dejó llevar por un impulso y le dio uno de sus raros besos en público.

– De nada. ¿Por qué?

– Por asegurarte de que no haya salchichas de soja y platos de verdura picada.

– El placer es mío. -La atrajo con delicadeza-. Créeme, el placer es mío. Bueno, a Peabody le sienta bien el negro y parece llevar bien la conmoción.

– ¿Cómo? -Separándose, Eve vio a su ayudante, que acababa de cruzar las amplias puertas dobles, coger una copa de una bandeja-. Debería estar en cama -murmuró y se apartó de Roarke-. Discúlpame, voy a hacerlo yo misma.

Cruzó la sala entornando los ojos mientras Peabody trataba de sonreír.

– Una gran fiesta, teniente. Gracias por la invitación.

– ¿Qué demonios estás haciendo levantada?

– Sólo fue un golpe en la cabeza, y todo lo que me hacían era toquetearme. No iba a permitir que una tontería como una explosión me impidiera asistir a una fiesta de Roarke.





– ¿Has tomado alguna medicación?

– Sólo un par de calmantes y… -Puso cara larga cuando Eve le arrebató el champán de la mano-. Sólo sostenía la copa. ¡De verdad!

– Sostén esto en su lugar -sugirió Eve y le entregó su vaso de agua-. Debería enviar tu trasero de vuelta al centro médico.

– Tú tampoco fuiste -murmuró Peabody, y alzó la barbilla y añadió-: Además, no estoy de servicio. Ahora soy dueña de mi tiempo y no puedes darme órdenes.

Por mucho que simpatizara y admirara la determinación, Eve se mantuvo en sus trece.

– Nada de alcohol -replicó-. Ni de baile.

– Pero…

– Te saqué de un edificio hoy y puedo volver a hacerlo de éste. A propósito, Peabody -añadió-, podrías perder unos kilos.

– Eso me decía siempre mi madre. -Resopló-. Nada de alcohol ni de baile. Ahora, si has terminado con las prohibiciones, quisiera hablar con alguien que no me conozca.

– Muy bien. Por cierto, Peabody…

La oficial se volvió con el entrecejo fruncido.

– ¿Sí, teniente?

– Has hecho un buen trabajo hoy. Confiaría en ti sin pensármelo dos veces.

Eve se alejó mientras ella la miraba boquiabierta. Lo había dicho con aire de indiferencia, pero era el mayor cumplido que jamás había recibido en el plano profesional.

Alternar no era el pasatiempo favorito de Eve, pero hizo lo que pudo. Incluso se resignó a bailar cuando no pudo escabullirse. Se encontró siendo conducida -esto era lo que pensaba de bailar- por el suelo en los brazos de Jess.

– ¿Conoces a William? -preguntó Jess.

– Es amigo de Roarke. No lo conozco muy bien.

– Pues tenía ciertas ideas interesantes sobre el diseño de un interactivo para acompañar este disco. Y hacer vibrar al público con la música… con Mavis.

Ella arqueó una ceja y volvió la vista hacia la pantalla. Mavis balanceaba sus caderas medio desnudas y gritaba algo sobre arder en el fuego del amor mientras unas llamas rojas y doradas danzaban a su alrededor.

– ¿Crees realmente que a la gente le gustaría vibrar con ella?

Él rió y adoptó un acento sureño.

– Se pisotearían por hacerlo, encanto. Y soltarían mucha pasta por tener la oportunidad.

– Y si lo hacen tú te ganas un generoso porcentaje -respondió ella, volviéndose hacia él.

– Es lo habitual en esta clase de tratos. Pregúntale a tu marido. Él te lo explicará.

– Mavis tomó una decisión. -Eve se ablandó al ver a varios invitados observar absortos el espectáculo de la pantalla-. Y yo diría que fue acertada.

– Ambos la tomamos. Y creo que será un gran éxito. Y cuando les hagamos una demostración en directo, bueno, la casa se vendrá abajo con los aplausos.

– ¿No estás nervioso? -Eve observó su mirada confiada, su expresión de gallito-. No, no estás nervioso.

– Llevo muchos años tocando para comer. Es un trabajo. -Le sonrió y le recorrió la espalda con los dedos-. Tú tampoco te pones nerviosa persiguiendo a tus asesinos. Te embalas y te sientes intranquila, pero no nerviosa.

– Depende. -Eve pensó en qué perseguía en esta ocasión y se le revolvió el estómago.

– No; tienes los nervios de acero. Lo vi la primera vez que te miré a los ojos. Nunca cedes ni das marcha atrás. Ni siquiera parpadeas. Eso hace que tu cerebro, bueno, tu forma de ser, por así decirlo, resulte fascinante. ¿Qué mueve a Eve Dallas? ¿La justicia, la venganza, el deber, la moralidad? Yo diría que es una combinación única de todo eso, exacerbado por un conflicto de inseguridad en ti misma. Tienes una idea muy clara de lo que está bien, y no paras de preguntarte quién eres.

Ella no estaba muy segura de que le gustara el giro que había tomado la conversación.

– ¿Qué eres, músico o psiquiatra?

– La gente creativa estudia al resto de la gente, y la música tiene tanto de ciencia como de arte, de emoción como de ciencia. -Sus ojos plateados permanecieron clavados en los de ella mientras la conducía alrededor de las demás parejas-. Cuando compongo una serie de notas quiero llegar a la gente. Debo comprender, e incluso estudiar la naturaleza humana, si quiero obtener de ellos la reacción correcta. Saber cómo les hará comportarse, pensar, sentir.

Eve sonrió ausente cuando William y Reea

– Pensaba que era para entretenerlos.

– Ésa es la cara externa. Sólo la externa. -Los ojos de Jess brillaban de excitación mientras hablaba-. Cualquier músico mediocre puede ejecutar un tema por ordenador y salir con una melodía aceptable. El oficio del músico cada vez es más corriente y predecible gracias a la tecnología.

Con las cejas arqueadas, Eve echó un vistazo a la pantalla y a Mavis.

– Tengo que decir que no oigo nada corriente ni predecible aquí.

– Exacto. Me he dedicado a estudiar cómo los distintos tonos, notas y ritmos afectan a la gente, y sé qué teclas hay que tocar. Mavis es una joya. Es tan abierta, tan maleable. -Sonrió al ver que la mirada de ella se endurecía-. Lo digo como un cumplido, no como una debilidad. Pero es una mujer a la que le gustan los riesgos, y está dispuesta a vaciarse y a convertirse en un simple conducto transmisor del mensaje.