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– Me vengaré de esto. No sé cómo ni cuándo, pero lo haré. -Eve se metió cojeando en la ducha-. El muy hijo de perra me ha obligado a tomar drogas. Me trata como una maldita imbécil. -Pero gimió de alivio cuando el agua cubrió su magullado cuerpo.

Él sonrió al verla apoyar ambas manos contra la pared y poner la cabeza debajo del chorro.

– Querrás ponerte algo suelto y largo hasta el suelo. Prueba el vestido azul que Leonardo diseñó para ti.

– Oh, vete al infierno. Puedo vestirme sola. ¿Por qué no dejas de mirarme y te vas a dar órdenes a tus subalternos?

– Ahora son nuestros subalternos, querida.

Ella contuvo una risita y dio una palmada en el panel de la ducha para tener acceso al telenexo empotrado.

– Centro médico Brightmore -ordenó-. Ingresos de la quinta planta. -Esperó la conexión mientras conseguía enjabonarse con una sola mano el cabello-. Habla la teniente Eve Dallas. Tienen allí a mi ayudante, la oficial Delia Peabody, y quiero saber su estado. -Escuchó a la enfermera de turno pronunciar las típicas frases cinco segundos antes de interrumpirla-. Pues averígüelo ya. Quiero saber su estado, y créame, más vale que me informe.

Le llevó sólo una hora de relativo dolor, tenía que admitirlo. Lo que fuera que Roarke le había hecho beber no la dejó con esa sensación de indefensión y de estar flotando que detestaba. Al contrario, se sentía muy despierta y sólo ligeramente mareada.

Tal vez fuera la droga lo que le hizo admitir, al menos para sus adentros, que él había acertado con el vestido. Este le caía ligero sobre el cuerpo, ocultando elegantemente los cardenales con su cuello alto, las mangas largas y ceñidas y la falda hasta los tobillos. Lo completó con el diamante que él le había regalado como una disculpa simbólica por haberlo maldecido, aun cuando se lo había merecido.

Menos enfurruñada que de costumbre, se maquilló y se peleó con su cabello. El resultado no estaba nada mal, decidió examinándose en el triple espejo del armario. Y supuso que estaba casi tan elegante como era capaz de estar.

Cuando entró en la terraza abierta en el tejado donde iba a tener lugar la actuación, la sonrisa de Roarke le dio la razón.

– Aquí la tenemos -murmuró y se acercó a ella para cogerle ambas manos y llevárselas a los labios.

– No pienso dirigirte la palabra.

– Muy bien. -Él se inclinó y, sin hacer caso de los cardenales, la besó con delicadeza-. ¿Mejor así?

– Tal vez. -Eve suspiró-. Supongo que tendré que soportarte ya que estás haciendo todo esto por Mavis.

– Lo estamos haciendo por Mavis.

– Yo no he hecho nada.

– Casarte conmigo -respondió él-. ¿Cómo está Peabody? Te oí llamar al centro médico desde la ducha.

– Una ligera conmoción cerebral, contusiones y cardenales. Sufrió un ligero shock, pero ya ha vuelto en sí. Fue por el explosivo. -Al recordar ese instante, Eve resopló-. Empezó a calentársele en la mano. No vi el modo de acercarme a ella. -Cerró los ojos y negó con la cabeza-. Me dio un susto de muerte. Pensé que encontraría trozos de ella por todas partes.

– Es una mujer dura e inteligente, y está aprendiendo de la mejor.

Eve entornó los ojos.

– Con tus halagos no vas a conseguir que te perdone por haberme drogado.

– Ya se me ocurrirá algo.

Ella lo sorprendió sujetándole el rostro con las manos y diciendo:

– Hablaremos de esto, listo.

– Cuando quieras, teniente.

Pero ella se limitó a mirarlo con seriedad.

– Hay algo más que tenemos que discutir. Algo grave.

– Eso ya lo veo. -Preocupado, Roarke echó un vistazo a los ajetreados encargados del servicio de comida y bebida, y a los camareros ya en hilera a la espera de las últimas instrucciones-. Summerset puede ocuparse de todo esto. Podemos utilizar la biblioteca.





– Es un mal momento, lo sé, pero no puede esperar. -Eve le cogió la mano en un instintivo gesto de apoyo mientras salían de la habitación y recorrían el amplio pasillo en dirección a la biblioteca.

Una vez dentro, Roarke cerró la puerta, ordenó encenderse las luces y sirvió un agua mineral para Eve.

– Tendrás que pasar unas horas sin alcohol -dijo-. El analgésico no se lleva muy bien con él.

– Creo que podré contenerme.

– Soy todo oídos.

Eve dejó el vaso sin apenas tocarlo y se mesó el cabello con ambas manos.

– En fin, tienes un nuevo modelo de realidad virtual en el mercado.

– Así es. -Él se sentó en el brazo del sofá de cuero, sacó un cigarrillo y lo encendió-. Salió hace un mes. Hemos mejorado muchas de las opciones y programas.

– Con subliminales.

Él exhaló el humo, pensativo. No era difícil leer los pensamientos de Eve cuando la comprendías. Estaba preocupada y estresada, y el efecto sedante del fármaco no podía hacer nada en ese sentido.

– Por supuesto. Varios de los paquetes de opciones incluyen una gama de subliminales. Son muy populares. -Sin dejar de observarla, asintió con la cabeza-. Supongo que Cerise tenía uno de mis nuevos modelos y lo estuvo utilizando antes de saltar.

– Sí. El laboratorio aún no ha podido identificar los subliminales, y puede que no sea nada, pero…

– Tú no lo crees -concluyó él.

– Algo la movió a actuar así. A ella y a todos los demás. Estoy tratando de confiscar los aparatos de realidad virtual de los demás individuos. Si resulta que todos tenían ese nuevo modelo… la investigación involucrará a tu compañía. Y a ti.

– ¿Por qué iba a tener yo un deseo repentino de fomentar el suicidio?

– Sé que no tienes nada que ver con esto -se apresuró a decir ella-. Y voy a hacer todo lo posible por mantenerte al margen. Sólo quiero…

– Eve… -interrumpió él en voz baja, cambiando de postura para apagar el cigarrillo-, no tienes por qué justificar tu conducta ante mí. -Sacó del bolsillo su tarjeta-agenda y tecleó un código-. La investigación y desarrollo de ese modelo se realizó en dos localidades: Chicago y Travis II. La fabricación fue realizada por una de mis filiales, de nuevo en Travis II. De la distribución y transporte, dentro y fuera del planeta, se encargó Fleet. El empaquetado se hizo a través de Trilliym, y el marketing a través de Top Drawer aquí en Nueva York. Puedo enviarte todos esos datos a la terminal de tu oficina, si lo crees oportuno.

– Lo siento.

– Descuida. -Él se guardó la agenda y se levantó-. En esas compañías hay cientos, tal vez miles de empleados. Desde luego que puedo conseguirte una lista, por si sirve de algo. -Hizo una pausa y acarició el diamante que ella llevaba-. Debes saber que he trabajado y aprobado personalmente el diseño, y fui yo quien puso en marcha el proyecto. Llevamos perfeccionando ese modelo más de un año, y durante ese tiempo he revisado cada fase en un momento u otro. Encontrarás mis manos por todas partes.

Eve lo había imaginado. Lo había temido.

– Puede que no sea nada. Dickhead dice que mi teoría de incitación subliminal al suicidio raya en lo imposible.

Roarke esbozó una sonrisa.

– ¿Cómo vas a hacer caso de un hombre con ese nombre? Eve, tú misma probaste la nueva unidad.

– Sí, lo que hace tambalear mi débil hipótesis. Todo lo que saqué en claro fue un orgasmo. -Eve trató de sonreír-. Ojalá esté equivocada, Roarke. Quisiera estar equivocada y cerrar todos esos casos como suicidios. Pero si no…

– Nos ocuparemos de ello. Será lo primero que hagamos mañana por la mañana. Yo mismo investigaré. -Ella se disponía a negar con la cabeza, pero él le cogió la mano-. Eve, conozco el tema y tú no. Conozco a mi gente o al menos al jefe de departamento de cada etapa. Ya hemos trabajado juntos antes.

– No me gusta.

Roarke volvió a juguetear con el diamante que le colgaba entre los senos.

– Es una lástima, porque creo que a mí sí.