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– Bien, Dallas y Peabody, juntas otra vez. -Nadine Furst, la mejor reportera del canal 75, se bajó ágilmente del coche-. ¿Qué tal la luna de miel?

– Privada -replicó Eve.

– Eh, creía que éramos colegas. -Nadine le guiñó un ojo a Peabody.

– Te faltó tiempo para divulgar nuestra pequeña reunión, colega.

Nadine extendió sus bonitas manos.

– Que atrapes a un asesino y cierres un caso candente en tu propia despedida de soltera, a la que soy invitada, es noticia. La gente no sólo tiene derecho a saber, también disfruta con ello. El índice de audiencia se disparó vertiginosamente. Y fíjate ahora, acabas de volver y ya estás envuelta en otro asunto importante. ¿Qué me dices de Fitzhugh?

– Está muerto. Tengo trabajo, Nadine.

– Vamos, Eve. -Nadine le tiró de la manga-. Después de todo lo que hemos pasado juntas, dame algo con que entretenerme.

– Los clientes de Fitzhugh harán bien en empezar a buscar otro abogado. Es todo lo que voy a decirte.

– Vamos. ¿Accidente, homicidio o qué?

– Estamos investigando -replicó Eve cortante, descodificando la cerradura.

– ¿Peabody? -La oficial se limitó a sonreír y encogerse de hombros-. Vamos, Dallas, todo el mundo sabe que el fallecido y tú no os profesabais mucha devoción. El estribillo que se oía ayer tras la vista eran las palabras de él describiéndote como una policía con inclinación a la violencia.

– Es una lástima que no pueda seguir dándote a ti y a tus colegas frases pegadizas.

Eve cerraba la portezuela de un golpe, cuando Nadie introdujo la cabeza por la ventana.

– Dámela tú entonces.

– S. T. Fitzhugh está muerto. La policía está investigando. Apártate.

Eve puso en marcha el motor y salió bruscamente de la plaza, de modo que Nadie tuvo que echarse atrás.





Al oír a Peabody soltar una risita, le lanzó una mirada glacial.

– ¿Qué es tan divertido?

– Me gusta. -Peabody miró atrás y vio que Nadine le sonreía-. Y a ti también.

Eve contuvo la risa.

– Sobre gustos no hay nada escrito -respondió mientras salía a la lluvia de la mañana.

Todo había marchado sobre ruedas. Absolutamente sobre ruedas. Saber que eras tú quien movía las palancas te daba una excitante sensación de poder. Todos los informes de las distintas agencias eran debidamente cargados y archivados. Tales cuestiones requerían una minuciosa organización y aumentaban la pequeña pero cada vez más alta pila de discos de datos.

Era tan divertido que se sorprendió. La diversión no había sido el principal incentivo de la operación. Pero era una deliciosa consecuencia indirecta.

¿Quién sucumbiría a continuación?

Con sólo pulsar un botón, el rostro de Eve parpadeó en un monitor, y todos los datos relativos a ella aparecieron en la otra mitad de la pantalla. Una mujer fascinante. De lugar de nacimiento y padres desconocidos. La niña maltratada que había sido descubierta agazapada en un callejón de Dallas, Texas, con el cuerpo magullado y la mente en blanco. Una mujer que no recordaba los primeros años de su vida. Los años que le habían formado el alma. Los años en que había sido golpeada, violada y atormentada.

¿Cómo afectaba esta clase de vida a la mente? ¿Al corazón? ¿A la persona en sí?

Había hecho de ella primero una asistenta social, hasta convertirla en Eve Dallas, la mujer policía. La policía con fama de investigar a fondo, que el invierno anterior se había ganado cierta mala reputación en la investigación de un caso delicado y espinoso.

Entonces fue cuando conoció a Roarke.

El ordenador zumbó, y el rostro de Roarke apareció en otra parte de la pantalla. Una pareja intrigante. Los orígenes de él no eran mejores que los de ella. Pero él había escogido, al menos al principio, el otro lado de la ley para dejar su impronta y hacer su fortuna.

Ahora formaban un equipo. Un equipo que podía destruir a su antojo.

Pero todavía no. Aún no había llegado el momento. Después de todo, el juego acababa de empezar.