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Peabody lo guardó en la bolsa de pruebas y entornó los ojos.

– ¿No es…?

– Fitzhugh, sí.

– ¿Por qué se mataría?

– Aún no hemos establecido que lo hiciera. Nunca asumas nada, oficial -la aleccionó Eve-. Es la primera norma. Llama al equipo de recogida de pruebas. Podemos dejar el cadáver en manos del forense, de momento he terminado con él. -Retrocedió con las manos enguantadas goteando sangre-. Quiero que tomes declaración a los dos agentes que respondieron a la llamada mientras yo hablo con Foxx.

Echó un vistazo al cadáver y meneó la cabeza.

– Así es como te miraba en el tribunal cuando creía tenerte atrapado. Hijo de perra. -Sin apartar los ojos del cadáver, sacó una toallita para limpiarse la sangre, luego la guardó también en una bolsa-. Dile al forense que quiero el examen toxicológico ya.

Dejó a Peabody y siguió el reguero de sangre hasta el piso de abajo. Foxx había pasado a gimotear, casi atragantándose. El agente uniformado pareció ridículamente aliviado cuando Eve reapareció.

– Espera al forense y a mi ayudante fuera. Y da tu informe a la oficial Peabody. Hablaré ahora con el señor Foxx.

– Sí, teniente. -Y con un alivio casi impropio, el agente abandonó la habitación.

– Señor Foxx, soy la teniente Dallas. Mi más sentido pésame. -Eve pulsó el botón que corría las cortinas dejando entrar en la habitación una luz tenue-. Convendría que me explicara qué ha ocurrido aquí.

– Está muerto. -La voz de Foxx era ligeramente melodiosa y con acento. Encantadora-. Fitz está muerto. No sé cómo ha podido ocurrir. No sé cómo podré seguir viviendo.

Todos seguimos adelante, pensó Eve. No tenemos más remedio. Se sentó y puso la grabadora en la mesa.

– Señor Foxx, nos ayudaría a ambos que hablara conmigo ahora. Voy a informarle de sus derechos. Es sólo una formalidad.

Recitó el Miranda revisado mientras él dejaba de sollozar y clavaba en ella sus ojos hinchados e inyectados en sangre.

– ¿Cree que lo maté yo?

– Señor Foxx…

– Lo quería. Llevábamos doce años juntos. Era toda mi vida.

Pero conservas tu vida, pensó ella. Sólo que no lo has pensado.

– Entonces querrá ayudarme a hacer mi trabajo. Dígame qué ha ocurrido.

– Últimamente tenía problemas de insomnio. No le gusta tomar tranquilizantes. Suele leer, escuchar música, relajarse con un programa de realidad virtual o uno de sus juegos, lo que sea. El caso en que estaba trabajando lo tenía preocupado.

– El de Salvatori.

– Sí, creo que sí. -Foxx se secó los ojos con una húmeda y ensangrentada manga-. No hablamos de sus casos en profundidad. Está lo que se llama el secreto profesional, y yo no soy abogado, sino nutriólogo. Así es cómo nos conocimos. Fitz acudió a mí hace doce años para que le ayudara con su dieta. Nos hicimos amigos, luego amantes, y después simplemente seguimos juntos.

Ella precisaba toda esa información, pero de momento sólo le interesaban los hechos que conducían a ese último baño.

– ¿Dice que tenía problemas de insomnio?

– Así es. A menudo sufre de insomnio. Se entrega demasiado a sus clientes. Y éstos se aprovechan de su inteligencia. Estoy acostumbrado a que despierte en mitad de la noche y vaya a otra habitación a programar un juego o a dormitar delante de la pantalla de la televisión. A veces toma un baño caliente. -Foxx palideció-. Oh, Dios.

Se echó de nuevo a llorar, y las lágrimas le corrieron por las mejillas. Eve echó un vistazo alrededor y vio un pequeño androide en una esquina de la habitación.

– Un vaso de agua para el señor Foxx -ordenó, y el pequeño robot obedeció a toda prisa-. ¿Eso ocurrió? -continuó-. ¿Se levantó en mitad de la noche?

– Ni siquiera lo recuerdo. -Foxx levantó las manos y las dejó caer-. Yo duermo profundamente, nunca tengo insomnio. Nos habíamos acostado justo antes de medianoche, vimos las últimas noticias, tomamos un coñac. Yo suelo despertarme temprano.

– ¿A qué llama temprano?

– A las cinco, cinco y cuarto. A los dos nos gusta amanecer temprano, y tengo la costumbre de programar personalmente el desayuno. Vi que Fitz no estaba en la cama y supuse que había pasado mala noche y que lo encontraría en el piso de abajo o en una de las habitaciones libres. Entonces fui al baño y lo vi. Oh, Dios. Toda esa sangre. Fue como una pesadilla.

Se apretó la boca con sus temblorosas manos llenas de anillos.

– Corrí hacia él y le golpeé el pecho para reanimarlo. Supongo que perdí un poco la cabeza. Estaba muerto. Comprendí que estaba muerto, y sin embargo traté de sacarlo del agua, pero es un hombre muy corpulento y yo estaba temblando. Y mareado. -Se apretó el estómago-. Luego llamé una ambulancia…

– Sé que es difícil para usted, señor Foxx. Lamento hacerle pasar por esto ahora, pero es lo más sencillo.

– Estoy bien. -Foxx alargó la mano hacia el vaso de agua que le ofrecía el androide-. Prefiero quitármelo de encima cuanto antes.

– ¿Puede decirme en qué estado de ánimo estaba anoche? Ha dicho que andaba preocupado por un caso.

– Preocupado sí, pero no deprimido. Había un policía al que no lograba hacer temblar en el estrado y eso le indignaba. -Foxx tomó un sorbo de agua.

Eve decidió que era mejor no mencionar que ella era el policía que lo había indignado.

– Y tenía un par de casos pendientes cuya defensa estaba preparando. Como ve, tenía la mente demasiado llena de cosas para dormir.





– ¿Recibió o hizo alguna llamada?

– Ambas cosas. A menudo se traía trabajo a casa. Anoche pasó un par de horas en su despacho de arriba. Llegó a casa a eso de las cinco y media, y trabajó hasta cerca de las ocho. Entonces cenamos.

– ¿Mencionó algo que lo preocupara aparte del caso Salvatori?

– Su peso. -Foxx sonrió ligeramente-. Fitz odiaba engordar un kilo de más. Hablamos de intensificar el programa de gimnasia, y tal vez hacerle algún retoque quirúrgico cuando tuviera tiempo. Vimos una comedia en la pantalla del salón y nos fuimos a la cama, como ya le he dicho.

– ¿Discutieron?

– ¿Discutir?

– Tiene cardenales en el brazo, señor Foxx. ¿Se peleó con el señor Fitzhugh anoche?

– No. -Palideció aún más y le brillaron los ojos al borde de un nuevo estallido de llanto-. Nunca nos peleábamos físicamente. Por supuesto que discutíamos de vez en cuando, todo el mundo lo hace. Supongo que me hice los cardenales en la bañera, cuando traté de…

– ¿Tenía el señor Fitzhugh relaciones con alguien más aparte de usted?

Los ojos hinchados de Foxx se enfriaron.

– Si se refiere a si tenía otros amantes, no. Estábamos comprometidos.

– ¿De quién es este piso?

Foxx se puso rígido.

– Lo puso a nombre de ambos hace diez años. Era de Fitz.

Y ahora es tuyo, pensó Eve.

– Supongo que el señor Fitzhugh era un hombre adinerado. ¿Sabe quién va a heredarle?

– Aparte de alguna obra benéfica, yo. ¿Cree que lo maté por dinero? -preguntó con una nota de desprecio, antes que de horror-. ¿Con qué derecho viene a mi casa y me hace estas horribles preguntas?

– Necesito saber las respuestas, señor Foxx. Si no se las pregunto aquí, tendré que hacerlo en comisaría. Y creo que aquí es más fácil para usted. ¿El señor Fitzhugh coleccionaba cuchillos?

– No. -Foxx parpadeó, luego palideció-. Yo sí. Tengo una amplia colección de cuchillos antiguos. Registrados -se apresuró a añadir-. Todos debidamente registrados.

– ¿Posee un cuchillo de empuñadura de marfil, de hoja recta y unos quince centímetros de largo?

– Sí, es del siglo XIX, de Inglaterra. -A Foxx se le aceleró el pulso-. ¿Es lo que utilizó? ¿Utilizó uno de mis cuchillos…? No lo vi. Sólo le vi a él. ¿Utilizó uno de mis cuchillos?

– Me he llevado un cuchillo como prueba, señor Foxx. Lo analizaremos y le daré un recibo por él.

– No lo quiero. No quiero verlo. -Foxx ocultó el rostro entre las manos-. ¿Cómo pudo utilizar uno de mis cuchillos?

Rompió a llorar de nuevo. Eve oyó voces en la otra habitación; el equipo de recogida de pruebas había llegado.

– Me ocuparé de que un agente le traiga algo de ropa, señor Foxx -dijo poniéndose de pie-. Le ruego se quede aquí un poco más. ¿Hay alguien a quien desee que llame?

– No quiero a nadie. Ni nada.

– No me gusta, Peabody -murmuró Eve mientras bajaban a buscar el coche-. Fitzhugh se levanta en mitad de una noche corriente, coge un cuchillo de coleccionista y se prepara él mismo la bañera. Enciende unas velas, pone música y se abre las venas. Y sin ninguna razón en particular. Un hombre en la cumbre de su carrera, con un montón de dinero, residencias lujosas y clientes a destajo, y sencillamente se dice: Qué demonios, creo que voy a morir.

– No comprendo el suicidio. Supongo que porque no soy una persona de grandes altibajos.

Eve sí lo comprendía. Ella incluso había barajado brevemente la posibilidad durante los años que pasó en los orfanatos estatales, y antes, en los oscuros tiempos anteriores, cuando la muerte le había parecido una liberación del infierno en que vivía.

Por esa misma razón no podía creerlo de Fitzhugh.

– En este caso no hay una motivación, o al menos nada lo demuestra por el momento. Pero tenemos un amante que colecciona cuchillos y que va a heredar una considerable fortuna.

– ¿Estás pensando que tal vez Foxx lo mató? -Peabody reflexionó sobre ello al llegar al nivel del garaje-. Fitzhugh era mucho más corpulento que él. No habría podido hacerlo sin luchar, y no había señales de lucha.

– Las señales pueden borrarse. Tenía cardenales. Y si Fitzhugh estaba drogado, no podría haberse defendido demasiado. Veremos qué dice el informe toxicológico.

– ¿Por qué quieres que sea un homicidio?

– Sólo quiero que tenga sentido, y el suicidio no encaja. Es posible que Fitzhugh no pudiera dormir y se levantara. Alguien estuvo utilizando la sala de relajamiento. O así lo han hecho parecer.

– Nunca he visto nada semejante -musitó Peabody tratando de hacer memoria-. Todos esos aparatos en una sola sala. Y esa gran silla con todos esos mandos, la pantalla de pared, el servicio de bar, la estación de realidad virtual, la bañera alteradora del ánimo. ¿Has probado alguna vez esa bañera?

– Roarke tiene una, pero a mí no me gusta. Prefiero que mis estados de ánimo cambien de forma natural antes que programarlos. -Eve vio la figura sentada en el capó de su coche y silbó-. Como ahora, por ejemplo. Siento que mi humor está cambiando. Creo que estoy a punto de cabrearme.