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Y ahora, con la aparición de Thornhill, a Buchanan empezaban a fallarle los pies y estaba más cerca que nunca del abismo. Ya no podía confiar en su indiscutible alma gemela, Faith Lockhart. Ella no sabía nada sobre Thornhill ni sabría jamás nada del hombre de la CIA; eso bastaría para mantenerla a salvo. Buchanan había sacrificado su último contacto humano real y ahora estaba solo de verdad.

Se aproximó a la ventana del despacho y observó los majestuosos edificios conocidos en todo el mundo. Algunos argüían que las hermosas fachadas eran sólo eso: como la mano del mago, su función consistía en distraer la mirada de los asuntos realmente importantes de la ciudad, que solían negociarse para beneficiar a una minoría selecta.

Buchanan había aprendido que el poder efectivo y a largo plazo derivaba, básicamente, de la moderada fuerza de gobierno de la minoría sobre la mayoría ya que gran parte de la población no tenía vocación política. Para que la minoría gobernara a la mayoría hacía falta un equilibrio delicado, tacto y cortesía, y Buchanan sabía que el mejor ejemplo histórico se encontraba allí.

Cerró los ojos, la oscuridad lo envolvió y le insufló la energía necesaria para la lucha del día siguiente. Sin embargo, la noche sería larga ya que, de hecho, su vida se había convertido en un largo túnel que no conducía a ninguna parte. Si por lo menos pudiera asegurarse de que Thornhill cayera también, entonces todos los esfuerzos habrían valido la pena. Todo cuanto Buchanan necesitaba era una pequeña grieta en la oscuridad. ¡Ojalá fuera posible!