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– Puede que sí o puede que no.
Potter se dirigió a la puerta, pero se volvió en el último momento para mirar con dureza a Nick.
– Mira, has tenido una carrera decente. No lo estropees ahora. Yo en tu lugar tendría mucho cuidado.
– Siempre lo tengo -repuso Nick.
– ¿Qué significa eso de vacaciones indefinidas? -preguntó Sarah de camino al hotel.
Nick sonrió sin humor.
– Digamos que no es un ascenso.
– ¿Lo han despedido?
– Más o menos.
– ¿Porqué?
El hombre no contestó. Se detuvo en un semáforo con un suspiro de cansancio.
– ¿Nick? -musitó ella-. ¿Ha sido por mi culpa?
Él hombre asintió.
– En parte. Parece que han puesto en duda mi patriotismo a causa de usted. Ocho años de trabajo no significan nada para ellos. Pero no se preocupe. Creo que a nivel inconsciente llevaba tiempo queriendo dejarlo.
– Lo siento.
– No lo sienta. Puede que sea lo mejor que me ha pasado nunca.
Cambió el semáforo y se mezclaron con el tráfico de la mañana. Eran las diez y había muchos coches. Un autobús los pasó por la derecha y Sarah sintió un momento de pánico. El hecho de conducir por la izquierda la perturbaba. Hasta Nick parecía algo nervioso mirando por el espejo retrovisor.
Se forzó por relajarse e ignorar el tráfico.
– No puedo creer todo lo que ha pasado-dijo-. Es una locura. Y cuanto más intento entenderlo, menos… -miró a Nick, que tenía el ceño fruncido-. ¿Qué pasa?
– No se vuelva, pero creo que nos siguen.
Sarah reprimió el deseo de volver la cabeza y centró su atención en la calle húmeda por la que avanzaban.
– ¿Qué vas a hacer? -preguntó con miedo.
– Nada.
– ¿Nada?
– Exacto. Haremos como si no hemos notado nada. Pasamos por tu hotel, te vistes, haces las maletas y pagas la factura. Luego, nos vamos a desayunar. Estoy muerto de hambre.
– ¿Desayunar? ¡Pero acabas de decir que nos siguen!
– Mira, si buscaran sangre, podrían haberte cogido anoche.
– ¿Como cogieron a Eve? -susurró ella.
– No. Eso no ocurrirá -miró por su espejo-. Agárrate. Vamos a ver cómo son de buenos.
Giró a una calle estrecha, pasó una hilera de tiendas y cafés y apretó el freno. El coche detrás de ellos se detuvo de repente, con el guardabarros a pocos centímetros de su coche. Nick soltó una carcajada.
– ¿Estás bien?
Sarah, demasiado asustada para hablar, asintió con la cabeza.
– Todo va bien -dijo él-. He visto antes a esa gente -sacó una mano por la ventanilla e hizo un gesto obsceno al coche que los seguía, y que respondió de igual manera.
Nick soltó una carcajada.
– No pasa nada. Son de la CIA.
– ¿De la CIA? -preguntó ella, aliviada.
– No te pongas a celebrarlo todavía. Yo no me fío de ellos. Y tú tampoco deberías.
Pero el miedo de ella se evaporaba por momentos. ¿Por qué iba a temerle a la CIA? ¿no estaban todos del mismo lado? Se preguntó cuánto haría que la seguían. Si era desde su llega a Londres, tenían que haber visto quién mató a Eve…
Miró a Nick.
– ¿Qué le pasó a Eve? -preguntó.
– ¿Además de que la mataron?
– Antes has dicho algo que… No se limitaron solo a matarla, ¿verdad?
– No -repuso él, sin mirarla-. No fue solo eso.
El semáforo estaba en rojo. Gotas gordas de lluvia empezaban a caer sobre el parabrisas. Los omnipresentes paraguas negros cubrían el paso de peatones. Nick miraba la calle, inmóvil.
– La encontraron en un callejón con las manos atadas a una verja de hierro -dijo-. Estaba amordazada. Debió gritar mucho, pero nadie la oyó. El que hizo el trabajo se tomó su tiempo. Una hora o quizá más. Sabía usar una navaja. No fue… una muerte agradable.
La miró a los ojos. Sarah era consciente de su proximidad, del olor de su chaqueta sobre los hombros de ella. Habían torturado a una mujer. Un coche los seguía. Y sin embargo, se sentía segura con él. Sabía que Nick no era ningún salvador, sino un hombre corriente, alguien que seguramente se pasaba la vida detrás de una mesa. Ni siquiera sabía por qué estaba allí, pero estaba y ella se lo agradecía.
El coche detrás de ellos hizo sonar el claxon. El semáforo había cambiado a verde. Nick volvió su atención al tráfico.
– ¿Por qué la mataron así? -murmuró Sarah.
– La policía dice que parecía obra de un maníaco. Alguien a quien le gusta causar dolor.
– O alguien que busca venganza -añadió ella-. Magus -dijo, recordando el nombre-. Es un nombre clave -explicó-. Un hombre al que llamaban el Mago. Eve me habló de él.
– Ya hablaremos de eso -dijo él-. El Savoy está ahí delante. Y todavía nos siguen.
Una hora y media más tarde, desayunaban huevos con beicon en un café del Strand. Sarah empezaba a sentirse humana de nuevo. Tenía el estómago lleno y una taza de té caliente en las manos. Y llevaba una falda y un jersey gris. Se daba cuenta de que había sido una buena estrategia policial dejarla en camisón y bata. Así se sentía más indefensa y dispuesta a confesar.
Y la prueba no había terminado aún; sus problemas solo habían hecho nada más que empezar.
Nick había comido con rapidez, escuchando su historia sin perder de vista la puerta.
– ¿Y Eve se mostró de acuerdo en que Geoffrey estaba vivo? -preguntó, cuando ella terminó de hablar.
– Sí. El robo de la foto la convenció.
– Vale. Según Eve, alguien quiere matar a Geoffrey. Alguien que no conoce su rostro pero sí su nombre nuevo de Fontaine. Geoffrey descubre que lo siguen. Va a Berlín, llama a Eve y le dice que se esconda. Luego, organiza su propia muerte.
– Eso no explica por qué la han torturado.
– No explica muchas cosas. De quién era el cuerpo que enterramos, por ejemplo. Pero por lo menos explica el robo de la foto. Si Simon Dance se hizo cirugía estética para cambiar de aspecto, la gente que lo persigue podría no reconocerlo.
– ¿Y por qué nos siguen a nosotros? ¿Creen que los llevaremos hasta él?
Nick asintió.
– Lo que me lleva a otro detalle que me preocupa: tu liberación. No me creo la historia de la falta de pruebas. Cuando yo hablé con el inspector Appleby, parecía dispuesto a encerrarte de por vida. Luego, llega Potter y todo está arreglado. Creo que alguien ha presionado al inspector y que la orden ha debido llegar de muy arriba. Y están esperando tu próximo movimiento.
La fatiga dibujaba sombras en su rostro. Sarah sintió el impulso de acariciárselo, pero se limitó a rozar su mano con timidez. Nick pareció sobresaltarse ante la caricia y ella se ruborizó. Trató de apartar la mano, pero él se la retuvo. El calor de su piel pareció subir por el brazo de ella hasta invadir todos los poros de su cuerpo.
– Tú crees que Geoffrey está vivo, ¿verdad? -murmuró.
El hombre asintió.
– Creo que está vivo.
Sarah miró sus manos unidas sobre la mesa.
– Yo nunca creí que estuviera muerto -susurró.
– Y ahora que sabes más cosas, ¿qué sientes por él?
– No sé. Ya no sé nada -lo miró con intensidad-. Yo creía en él. Quizá era una ingenua, pero todos tenemos sueños que queremos que se hagan realidad. Y si tienes treinta y dos años, no eres muy guapa y estás sola, cuando un hombre te dice que te quiere, deseas creerlo.
– Te equivocas -dijo él con gentileza-. Eres muy guapa.
Sabía que lo decía por mostrarse amable. ¿Qué pensaría en realidad de ella? ¿Que solo una mujer fea podía ser tan crédula? Apartó la mano y tomó la taza de té. Seguro que pensaba que Geoffrey había elegido bien el blanco.
– Fue un matrimonio de mentiras -dijo-. Y tengo la sensación de haberlo soñado todo. Como si no hubiera estado nunca casada.
Nick asintió.
– Yo a veces he sentido lo mismo.
– ¿Estuviste casado?
– No mucho. Tres años. Llevo cuatro divorciado.
– Lo siento.
Guardaron silencio un momento.
– Sean los que sean tus sentimientos por Geoffrey, sabes que es un gran riesgo seguir en Londres. Si alguien lo persigue, te vigilarán a ti. Es evidente que te siguen. Ya los has llevado hasta Eve.
La mujer levantó la vista.
– ¿Eve?
– Eso me temo. Era una profesional. Una ex agente del Mossad. Sabía desaparecer y lo hacía bien. Pero la curiosidad, o los celos, la hicieron descuidarse. Accedió a reunirse contigo y no es casualidad que la mataran entonces.
– ¿Yo he causado su muerte? -susurró Sarah.
– En cierto modo, sí. Debieron seguirte hasta el pub en el que te reuniste con ella.
– ¡Oh, Dios mío! -movió la cabeza con aire miserable-. Casi la odiaba, Nick. Cuando pensaba en Geoffrey y ella… no podía evitarlo. Pero no quiero ser responsable de su muerte.
– La profesional era ella, Sarah, no tú. No puedes echarte las culpas.
La joven empezó a temblar.
– Venganza -dijo con suavidad-. Por eso la mataron.
– Yo no estoy tan seguro.
– ¿Qué otra cosa podría ser?
– La venganza es uno de los motivos de la tortura, sí. Pero supongamos que había razones más prácticas…
Sarah lo entendió enseguida.
– ¿Sacarle información?
– Puede que crean que Geoffrey sigue vivo y esperaran que ella los llevara hasta él. Lo que no sabemos es si Eve les contó algo.
Sarah recordó el amor evidente que Eve parecía sentir por Geoffrey y sus ojos verdes y duros. Seguramente sabía dónde buscarlo, pero también era una mujer de gran resistencia. Jamás habría traicionado a Geoffrey. Había muerto con su secreto.
¿Sería ella tan valiente? Pensó en la navaja, en el dolor que podía infligir una hoja en la carne, y se estremeció. Era imposible juzgar el valor propio. El coraje solo aparecía cuando lo necesitabas, cuando te veías obligada a enfrentarte a tus terrores más oscuros.
Sarah confió en que nunca tuviera que poner a prueba el suyo.