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– Muy bien. Antes de pasar la draga o la sonda de agua, haremos un rastreo con el detector de metales. El sonar escáner lateral no nos servirá de gran cosa si los pecios están enterrados.

– Quizá tendríamos que llamar a Rudi y pedirle que nos envíe un magnetómetro.

– El magnetómetro solo sirve para detectar el campo magnético del hierro o el acero -replicó Dirk con una sonrisa-. Ulises realizó su viaje mucho antes de la era del hierro. El detector de metales, en cambio, nos informará de la presencia del hierro y de casi todos los demás metales, incluidos el oro y el bronce.

Summer encendió el detector Fisher Pulse 10 mientras Dirk conectaba el cable de telemetría y audio a la cápsula del sensor. A continuación pasó la cápsula por encima de la borda con la precaución de dejar la longitud de cable precisa para evitar que arrastrara contra el fondo durante la navegación a baja velocidad. Cuando acabó, levó el ancla.

– ¿Preparada? -preguntó.

– Todo a punto -contestó Summer.

Dirk puso el motor en marcha y comenzó a navegar con una pauta de búsqueda de idas y venidas paralelas y muy cercanas entre sí, como quien siega el césped. Después de tan solo quince minutos, la aguja telemétrica comenzó a zigzaguear a la vez que sonaba un fuerte pitido en los auriculares de Summer.

– Nos acercamos a algo -anunció.

Luego se escuchó un pitido suave y la aguja apenas si se movió cuando pasaron por encima de la sonda metálica de Summer clavada en el fondo.

– ¿Tienes una buena lectura? -preguntó Dirk.

Summer ya iba a responderle que no, cuando la aguja comenzó a oscilar velozmente para indicar la presencia de uno o varios objetos metálicos debajo de la quilla.

– Tenemos una buena masa abajo. ¿Qué rumbo seguimos?

– De este a oeste -dijo Dirk, que marcó las coordenadas del objetivo en su aparato GPS.

– Vuelve a pasar por el mismo lugar, pero esta vez de norte a sur.

Dirk hizo lo que le había pedido su hermana. Se alejó un centenar de metros del objetivo antes de virar en un ángulo de noventa grados que situó al Dear Heart en el rumbo norte-sur. Una vez más, los instrumentos enloquecieron. Summer tomó nota de las lecturas en una libreta y miró a Dirk, que llevaba el timón.

– El objetivo es lineal, de unos quince metros de largo y una ancha marca bipolar. Parece tener una masa mínima y dispersa, como cabría esperar de una nave destrozada en un naufragio.

– Entra en los parámetros de un pecio. Será mejor que lo comprobemos. ¿Cuál es la profundidad?

– Unos tres metros.

Dirk viró de nuevo, apagó el motor y dejó que el balandro derivara con la corriente. En el momento en que los números en la pantalla del aparato GPS se acercaron a las coordenadas del pecio, largó el ancla. Después puso en marcha el compresor.

Volvieron a ponerse el equipo de buceo y saltaron al agua uno por cada banda. Dirk abrió la válvula del chorro de agua y clavó la boquilla de la manguera en la arena, tal como los chicos meten la boquilla de la manguera en la tierra del jardín para hacer un agujero. Después de cinco intentos sin encontrar nada sólido, notó de pronto que la punta de la boquilla golpeaba contra un objeto duro a poco menos de un metro por debajo del fondo. Continuó perforando hasta formar una cuadrícula, con la sonda de metal de Summer en una de las esquinas.

– Sí que hay algo ahí abajo -comentó en cuanto salieron a la superficie y se quitó la boquilla del respirador de la boca-. Tiene el tamaño aproximado de una nave antigua.

– Podría ser cualquier cosa -opinó Summer, muy sensatamente-. Desde los restos de un viejo pesquero a basura arrojada desde una barcaza.

– Lo sabremos en cuanto cavemos un agujero con la draga de inducción.

Nadaron de regreso al velero, conectaron la manguera a la draga y la dejaron caer al agua. Dirk se ofreció voluntario para la lenta y pesada tarea de manejar la draga. Summer se quedó a bordo para vigilar el compresor.

Dirk arrastró la manguera, que estaba acoplada a un tubo de metal que chupaba la arena del fondo y la sacaba por una segunda manguera, que dejó unos metros más allá para impedir que la arena en suspensión enturbiara el agua. La draga funcionaba como una aspiradora doméstica. La arena era blanda, y en menos de veinte minutos había abierto un agujero cuadrado de metro veinte de ancho y noventa centímetros de profundidad. Luego, unos treinta centímetros más abajo, encontró un objeto redondo que identificó como un antiguo recipiente de cerámica para el aceite, como los que aparecían en las fotos que les había mostrado el doctor Boyd durante la conferencia en la NUMA. Retiró con mucho cuidado la arena que lo rodeaba hasta que pudo levantarlo. Lo dejó junto al agujero y continuó con su trabajo.

El próximo hallazgo fue una taza de cerámica. Luego otras dos. A éstas las siguieron la empuñadura y la hoja corroída de una espada. Estaba a punto de abandonar y llevar su botín a la superficie, cuando quitó la arena de un objeto con la forma de una cúpula con dos protuberancias laterales. Había destapado casi la mitad, cuando los latidos de su corazón se aceleraron. Acababa de identificar aquello que Homero había descrito en sus obras como un casco con cuernos de la Edad del Bronce.

Dirk acabó de sacar el antiquísimo casco del lugar donde reposaba desde hacía más de tres mil años y lo depositó suavemente en la arena dorada junto a los demás hallazgos. Estar de pie dentro del agujero entre los remolinos de arena y manejar la draga resultó un trabajo agotador. Llevaba casi cincuenta minutos de inmersión y había encontrado lo que había ido a buscar: las pruebas de que la flota de Ulises se había hundido en el mar de las Antillas y no en el Mediterráneo.

El aire de la botella estaba a punto de acabarse y, por más que habría podido agotarlo y luego subir a la superficie con una simple exhalación, había llegado el momento de tomarse un descanso, una vez que llevara los objetos a bordo del Dear Heart .

Subió a la superficie con el casco entre los brazos como si fuese un recién nacido. Summer lo esperaba junto a la escalerilla para recoger la botella de aire y el cinturón de lastre. Dirk sacó el casco fuera del agua y se lo alcanzó con mucho cuidado.





– Cógelo -le dijo-, pero trátalo con mucha suavidad. Está en muy mal estado.

Antes de que su hermana pudiera hacer un comentario, se sumergió de nuevo para ir a buscar los demás objetos.

Cuando al fin subió al balandro, Summer ya había vaciado el recipiente del hielo y estaba sumergiendo los objetos en agua salada para preservarlos.

– ¡Fantástico! -exclamó y lo repitió tres veces-. No puedo creer lo que veo. Un casco, un maravilloso casco de la Edad del Bronce.

– Hemos tenido muchísima suerte al encontrarlos en la primera inmersión.

– ¿Crees que pertenecen a la flota de Ulises?

– No lo sabremos a ciencia cierta hasta que los expertos como el doctor Boyd y el doctor Chisholm los examinen. Afortunadamente, estaban enterrados en el sedimento que los ha preservado durante tantos años.

Después de una comida ligera y otra hora de descanso, mientras Summer se dedicada a limpiar las primeras capas de las incrustraciones sin dañar los objetos, Dirk se sumergió de nuevo para continuar trabajando con la draga.

Esta vez encontró cuatro lingotes de cobre y uno de estaño. Tenían una forma curiosa con los bordes cóncavos, una clara indicación de que procedían de la Edad del Bronce. Luego descubrió un martillo de piedra. A una profundidad de un metro cincuenta, dio con fragmentos de tablas y vigas de madera. Había un trozo de viga que medía sesenta centímetros de largo por doce de ancho. Quizá, solo quizá, pensó Dirk, un laboratorio de dendrocronología podría obtener una fecha a partir de los anillos de crecimiento del árbol que habían utilizado. Cuando acabó de llevar los objetos a la superficie y desmontó la draga, era la última hora de la tarde.

Encontró a Summer entretenida en la contemplación de una magnífica puesta de sol con las nubes pintadas de rojo naranja por los rayos de la enorme bola que era el sol en el momento de ocultarse debajo del horizonte. Su hermana lo ayudó a quitarse el equipo.

– Prepararé la cena. Tú encargarte de abrir una botella de vino.

– ¿Qué tal un cóctel para celebrarlo? -propuso Dirk con una sonrisa-. Compré una botella del mejor ron de Guadalupe antes de salir del hotel, y tenemos ginger ale . Prepararé un Collins de ron.

– Tendremos que beberlos a temperatura ambiente. Tiré el hielo de la nevera cuando trajiste a bordo los primeros objetos, para utilizarlo como tanque de conservación.

– Ahora que tenemos un yacimiento productivo -comentó Dirk-, creo que mañana podríamos comenzar la búsqueda y exploración de las otras naves de la flota de Ulises.

Summer miró con añoranza el agua, que comenzaba a adquirir un color azul oscuro a medida que el sol se hundía en el mar.

– Me pregunto cuántos tesoros encontraremos ahí abajo.

– Quizá no haya ninguno.

Summer vio la duda reflejada en los ojos de su hermano.

– ¿Por qué lo dices?

– No puedo afirmarlo, pero creo que alguien se nos ha adelantado.

– ¿Adelantado? -repitió Summer, con un tono escéptico-. ¿Quién puede haber estado aquí?

Dirk miró los edificios de la isla con cierta aprensión mientras respondía:

– Tengo la sensación de que los objetos han sido movidos de lugar por manos humanas, y no por las mareas y los corrimientos de arena. Pareciera como si los hubiesen amontonado en una pila que no es obra de la naturaleza.

– Ya nos preocuparemos por eso mañana -afirmó Summer, hechizada por la puesta de sol-. Tengo hambre y sed. Ocúpate de preparar los cócteles.

Era noche cerrada cuando Summer acabó de preparar una sopa de chirlas y el par de langostas que había pescado durante la inmersión. De postre sirvió plátanos Foster. Luego se tumbaron en la cubierta, y miraron las estrellas mientras conversaban animadamente, con el fondo del suave chapoteo de las olas contra el casco del balandro.

Como todos los hermanos mellizos, Dirk y Summer estaban muy unidos aunque, a diferencia de los mellizos idénticos, cada uno tenía su vida independiente cuando no trabajan juntos. Summer salía con un joven diplomático del Departamento de Estado que le había presentado su abuelo senador. Dirk prefería no tener ninguna relación estable y salía con chicas muy distintas en aspecto y personalidad.

Si bien estaba cortado por el mismo patrón que su padre, Dirk no compartía los mismos intereses. Era cierto que a los dos les gustaban los coches y los aviones antiguos y sentían verdadera pasión por el mar, pero aquí acababan las similitudes. A Dirk le encantaba participar en las carreras de motos de cross y lanchas. Era un entusiasta de la competición individual. Su padre, en cambio, casi nunca competía individualmente, y se inclinaba decididamente por los deportes en equipo. Dirk había descollado en las pruebas de atletismo en la Universidad de Hawai, y Dirk padre lo había hecho en el equipo de fútbol americano de la Academia de la Fuerza Aérea.