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Fiel a su estilo, el almirante fue directamente al grano.

– ¿Todavía no has salido para Washington?

– No, y no lo haremos -contestó Pitt.

Sandecker comprendió que Pitt tenía algo en mente y adoptó un tono más neutro.

– Supongo que tendrás una buena razón.

– ¿Sabía que Odyssey es propietaria de un enorme complejo secreto, que construyó en una isla del lago de Nicaragua y está directamente encima de los túneles?

– Todo lo que sé es que Odyssey construyó un canal entre el océano y el lago para permitir el paso de barcos de ultramar -Sandecker hizo una pausa-. Ahora que lo pienso, el informe también hacía vagas referencias a unas instalaciones que los nicaragüenses estaban construyendo en el puerto de Granada, a unos pocos kilómetros al este de Managua.

– El informe era vago porque las instalaciones portuarias las construyeron en el complejo de Odyssey en la isla de Ornetepe, para su uso exclusivo.

– ¿Qué te traes entre manos? -preguntó Sandecker, como si le hubiese leído el pensamiento.

– Propongo que Al y yo entremos en el complejo para investigar qué hacen.

– Después de escapar por los pelos de los túneles, me parece que es abusar de vuestra suerte -comentó Sandecker.

– Nos hemos convertido en unos expertos en intrusiones.

– No me hace ninguna gracia -replicó el almirante con tono desabrido-. Las medidas de seguridad deben de ser espectaculares. ¿Cómo pretendes entrar?

– Desde el agua.

– ¿No crees que deben tener instalados sensores submarinos?

– La verdad es que me sorprendería mucho si no los tuviesen -manifestó Pitt.

35

Diez minutos después de su conversación con Pitt, el almirante Sandecker miraba estupefacto a Hiram Yaeger.

– ¿Estás seguro de eso? Tiene que haber algún error en los datos.

Yaeger se mantuvo firme en sus palabras:

– Max no es infalible en un ciento por ciento, pero en esto no tengo la menor duda de que ha acertado.

– Supera todo lo creíble -opinó Gu

Sandecker movió lentamente la cabeza, como si no pudiera salir de su asombro.

– Estás diciendo que construyeron los túneles para desviar la corriente ecuatorial sur, algo que a su vez produciría un descenso en la temperatura de la corriente del Golfo.

– De acuerdo con el modelo generado por Max, bajaría ocho grados al llegar a las costas de Europa.

Gu

– Los efectos sobre el clima europeo serían catastróficos. Todo el continente estaría helado por ocho meses al año.

– No olvidemos el efecto de la corriente del Golfo en la costa este de Estados Unidos y las provincias marítimas de Canadá -añadió Sandecker-. Todos los estados al este del Misisipí y a lo largo de la costa atlántica padecerían las consecuencias de un frío tan riguroso como el europeo.

– Un pensamiento la mar de alegre -recalcó Gu

– La deriva del agua superficial atlántica cálida depende de la temperatura y la salinidad -explicó Yaeger-. En su movimiento hacia el norte, las aguas tropicales se mezclan con el agua fría que baja del Ártico, con lo que se hacen más densas y se hunden al sudeste de Groenlandia. Eso se llama la circulación termohalina. Luego se vuelven a calentar gradualmente y suben a la superficie cuando llegan a Europa. La súbita bajada de la temperatura de la corriente del Golfo también podría provocar el fallo de la circulación termohalina, algo que acentuaría la crisis y duraría varios siglos.

– ¿Cuáles serían los resultados más inmediatos? -preguntó el almirante.

Yaeger distribuyó varias páginas sobre la mesa de Sandecker y comenzó a citar los datos.





– La muerte y el caos se extenderían por doquier. Al principio, morirían miles de personas desamparadas como consecuencia de la congelación y la hipotermia. Otros muchos miles morirían más tarde tras el agotamiento de las fuentes de energía debido a un exceso de demanda. Se paralizaría todo el tráfico fluvial, por el congelamiento de los ríos. Los puertos del Báltico y el mar de Norte cerrarían, cosa que impediría la entrada de los barcos que transportan el petróleo y el gas licuado necesario para la calefacción, por no hablar de los millones de toneladas de alimentos que se importan de otros países.

»Las cosechas se reducirían a la mitad. La escasez de alimentos se acentuaría debido al acortamiento de las estaciones poductivas. También se complicaría la circulación de coches y camiones debido al hielo en las carreteras, las copiosas nevadas y la falta de combustible. Los aeropuertos y ferrocarriles interrumpirían sus servicios durante semanas. Las personas sufrirían resfriados, gripes y neumonías. El turismo desaparecería. La economía europea se hundiría, sin ninguna perspectiva de recuperación. Todo esto no es más que la mitad de la historia.

– Adiós a los vinos de Francia y los tupilanes holandeses -murmuró Gu

– ¿Qué me dices del gas transportado por los gasoductos desde Oriente Medio y Rusia? -preguntó Sandecker-. ¿No podrían aumentar el suministro para paliar el sufrimiento de la población?

– Es una gota en el mar, si se calcula la demanda. Hay que tener en cuenta los cortes en el suministro de energía eléctrica provocados por las fuertes tormentas invernales. Max estima que al menos treinta millones de hogares en Europa se quedarían sin calefacción.

Gu

– Has dicho que esto es sólo la mitad de la historia.

– Nuevas desgracias y miserias acompañarían el aumento de la temperatura a finales de la primavera -prosiguió Yaeger-. Este terrible panorama se vería reforzado por las trombas de agua y los fuertes vientos. Las consecuencias serían unas inundaciones nunca vistas. Los ríos se desbordarían y anegarían miles de ciudades y pueblos. El agua destrozaría puentes vitales para las comunicaciones y millones de casas. Los aludes y los deslizamientos de tierra sepultarían ciudades enteras y acabarían con gran parte de la red de autopistas. Las pérdidas de vidas después de semejante cataclismo serían incalculables.

Gu

– ¿Por qué? -preguntó escuetamente. Gu

Yaeger levantó las manos en un gesto de impotencia.

– Max todavía no ha encontrado una respuesta.

– ¿Podría ser que Specter controlara el suministro de gas que llega a Europa? -propuso Sandecker.

– Nos formulamos la misma pregunta y buscamos informaciones sobre todas las grandes compañías proveedoras de gas al continente -respondió Yaeger-. La respuesta fue negativa. Odyssey no es propietaria de yacimientos de gas natural o petróleo en ningún país del mundo. Specter sólo tiene intereses en la explotación de minas de platino, paladio, iridio y rodio. Es propietario de las mayores reservas y minas de Sudáfrica, Brasil, Rusia y Perú. Tendría el monopolio de las reservas mundiales si se hiciera con el control de la mina Hall de Nueva Zelanda, que produce más que todas las otras reunidas; pero el propietario de la mina, Westmoreland Hall, ha rechazado todas las ofertas de compra.

– Si no recuerdo mal mis clases de química en el Instituto -dijo Sandecker con voz pausada-, el platino se utiliza básicamente para la fabricación de los electrodos de las bujías de automotores y la joyería.

– También existe una gran demanda por parte de los laboratorios químicos, debido a su gran resistencia al calor.

– No consigo ver la relación entre sus explotaciones mineras y el plan de sumir a Europa en otra era glacial.

– Tiene que haber una razón -afirmó Gu

Sandecker se volvió para mirar con expresión pensativa el río Potomac a través de la ventana. Luego miró de nuevo a Yaeger.

– Aquellas bombas, accionadas por la presión del agua, ¿se podrían utilizar para generar electricidad? Si es así, podrían producir energía suficiente para abastecer toda Centroamérica.

– El informe de Pitt no menciona para nada la presencia de generadores. Él y Giordino los habrían identificado de inmediato.

La penetrante mirada de los ojos azules de Sandecker se fijó en Gu

– ¿Estás al corriente de la nueva travesura que esos dos quieren hacer?

– No sé de qué se trata. -Gu

– Se ha producido un cambio de planes.

– Vaya.

– Me han dicho que piensan realizar una investigación clandestina en un complejo secreto que Odyssey ha construido en una isla del lago de Nicaragua.

– ¿Les ha dado su permiso? -preguntó Gu

– ¿Desde cuándo crees que esos dos aceptan un no por respuesta?

– Quizá consigan hallar algunas respuestas para nuestro enigma.

– Quizá -admitió Sandecker en tono grave-. Claro que también pueden conseguir que los maten a los dos.