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– El país de la gente con un solo ojo -apuntó Sandecker, con una sonrisa.

– En ninguna parte Homero manifiesta que todos tuvieran un solo ojo -puntualizó Yaeger-. Tenían dos. Sólo Polifemo tenía uno, y no estaba en el centro de la frente.

– Si no recuerdo mal mi lectura de la Odisea -dijo Gu

– Después de introducir en el ordenador los vientos dominantes y las corrientes, la proyección indicaba que la siguiente escala que realizó Ulises fue en alguna de las numerosas islas al sur de la Martinica y al norte de Trinidad. A partir de allí, su flota fue arrastrada por una tormenta a la tierra de los lestrigones. Una de las islas pequeñas llamada Branwen, cerca de las costas de Guadalupe, encaja con la descripción. Los altos acantilados a ambos lados del angosto canal que recorre la nave cuadran exactamente con las características de la isla.

– Allí fue donde los lestrigones destruyeron la flota de Ulises -añadió Perlmutter.

– Si eso es verídico -declaró Yaeger-, las naves cargadas con los tesoros todavía yacen en el fondo de la bahía.

– ¿El nombre de la isla tiene algún significado?

– Branwen -respondió Yaeger- era una diosa celta y una de las tres matriarcas de Britania.

– ¿A qué país pertenece la isla? -preguntó Dirk.

– Es de propiedad privada.

– ¿Sabe quién es el propietario? -le interrogó Summer-. ¿Alguna estrella del rock, un actor, o quizá un grupo de empresarios?

– No, Branwen es propiedad de una mujer muy rica. -Yaeger hizo una pausa para consultar sus notas-. Se llama Epona Eliade.

– Epona es el nombre de una diosa celta -señaló Summer-. Eso es una coincidencia.

– Quizá sea algo más que una afortunada coincidencia -afirmó Yaeger-. Lo comprobaré.

– ¿Cuál fue el siguiente puerto donde recaló Ulises? -intervino Sandecker.

– Ahora que sólo contaba con una nave de las doce originales -respondió Yaeger-, navegó hacia la isla de Circe, llamada Eea, que corresponde al banco de la Natividad, un lugar que Homero sitúa en el extremo del mundo.

– ¡Circe! -exclamó Summer-. ¿Circe era la mujer que vivió y murió en la estructura que encontramos?

Yaeger se encogió de hombros.

– ¿Qué puedo decir? Todo esto no son más que conjeturas, prácticamente imposibles de demostrar.

– Pero… ¿qué la llevó a atravesar el océano hace tantos siglos? -preguntó Gu

Perlmutter entrelazó las manos sobre su considerable barriga.

– Hubo más travesías entre los continentes que lo que nadie imagina.

– Me interesaría saber dónde sitúas el Hades -le dijo Sandecker a Yaeger.

– El lugar más aproximado sería en las cavernas de Santo Tomás, en Cuba.

Perlmutter se sopló la nariz delicadamente, y luego preguntó:

– Después de dejar el Hades, ¿dónde se encontró con las sirenas, el monstruo Escila y Caribdis el remolino?

Yaeger levantó las manos en un gesto muy expresivo.

– He tenido que descartar esos episodios como producto de la descabellada imaginación de Homero. No hay ninguna localización geográfica para ellos a este lado del Atlántico. -Hizo una pausa antes de volver a la carta del viaje de Ulises-. A continuación, Ulises navegó hacia el este hasta la isla de Ogigia, donde vivía Calipso, que Wilkens y yo creemos que es la isla de San Miguel, en las Azores.

– Calipso era la hermosa diosa hermana de Circe -señaló Summer-. Eran mujeres del más alto rango. Ulises vivió con Calipso un episodio romántico, en lo que era un paraíso terrenal, después de su aventura amorosa con Circe en su isla, ¿no?

– Efectivamente -respondió Yaeger-. Después de que Ulises dejara a la llorosa Calipso en la playa, su última recalada en el palacio del rey Alcínoo fue consecuencia de los vientos adversos. El palacio estaba en la isla de Lanzarote, en las Canarias. Luego de relatar sus aventuras al rey y a su familia, le dieron una nave y consiguió finalmente regresar a su casa en Ítaca.

– ¿Dónde sitúas Ítaca? -preguntó Gu

– Donde la situó Cailleux: en el puerto de Cádiz, al sudoeste de España.

Todos los sentados a la mesa guardaron unos momentos de silencio mientras pensaban en el relato clásico y la multitud de teorías. ¿Cuánto de todo esto se acercaba aunque solo fuera remotamente a la verdad? Solo Homero lo sabía, y llevaba muerto tres mil años.

– Tienes que otorgarle a Ulises el mérito de tener un gran carisma masculino, a la vista de que vivió sendos romances con las dos mujeres más bellas e influyentes de su época -le comentó Dirk a Summer con una sonrisa-. Antes de que él las sedujera, ambas eran castas e inaccesibles.

– Si hemos de ceñirnos a la verdad -intervino Chisholm-, ninguna de las dos era una diosa, ni tampoco inocente como un bebé. Ambas aparecen descritas como mujeres de una extraordinaria belleza y poseedoras de una personalidad mágica. Circe era bruja y Calipso hechicera. Como simple mortal, Ulises no habría podido nunca satisfacer a ninguna de ellas. Lo más probable es que fuesen druidesas que tomaban parte en toda clase de rituales salvajes y perversos. Como tales, estaban íntimamente relacionadas con los sacrificios humanos que consideraban necesarios para ganar la vida eterna.

– Es algo difícil de creer -protestó Summer, que sacudió la cabeza enérgicamente.

– Pero cierto -replicó Chisholm-. Se sabe que las druidesas atraían a los hombres para que participaran en los sacrificios y las orgías. Por otra parte, como líderes de su culto femenino, tenían el poder de controlar a sus fieles para hacerles realizar los actos que ellas deseaban.

– Es una suerte para nosotros que el druidismo desapareciera hace mil años -declaró Yaeger.





– Ahí está la pega -señaló Chisholm-. El druidismo continúa muy vivo entre nosotros. Hay cultos por toda Europa que siguen los viejos rituales.

– Excepto en lo que se refiere a los sacrificios humanos -dijo Yaeger.

– No -respondió Boyd con un tono grave-. A pesar de que es un asesinato, los sacrificios humanos continúan practicándose entre los cultos druidas clandestinos.

Acabada la reunión, Sandecker llamó a Dirk y Summer a su despacho. Esperó a que se sentaran y fue al grano.

– Quiero que vosotros dos os encarguéis de un proyecto arqueológico.

Dirk y Summer se miraron, desconcertados. No tenían idea de lo que quería el almirante.

– ¿Quiere que volvamos al banco de la Natividad? -preguntó Dirk.

– No, quiero que voléis a Guadalupe y llevéis a cabo una exploración submarina en el puerto de la isla de Branwen.

– Dado que es una isla privada, ¿no necesitaríamos un permiso? -preguntó Summer.

– Mientras no piséis la costa, no se os considerará intrusos.

Dirk miró a Sandecker con una expresión escéptica.

– ¿Quiere que vayamos a buscar el tesoro perdido de la flota de Ulises en el país de los lestrigones?

– No, quiero que encontréis las naves y sus objetos. Si tenéis éxito, serían de lejos los pecios más antiguos encontrados en el hemisferio occidental y alterarían la historia del mundo antiguo. Si se puede hacer, quiero que lo haga la NUMA.

Summer entrelazó las manos sobre la mesa, sin disimular su nerviosismo.

– Sin duda comprende, almirante, que las probabilidades de realizar hallazgo tan extraordinario son de una entre un millón.

– Esa única probabilidad vale todos nuestros esfuerzos. Es mejor intentarlo que quedarnos cruzados de brazos y no saberlo.

– ¿Tiene ya un plan de trabajo?

– Rudi Gu

– ¿A qué se debe la urgencia? -quiso saber Dirk.

– Si se corre la voz, y correrá, todos los buscadores de tesoros del mundo aparecerán en la isla. Quiero que la NUMA sea la primera en llegar, que haga una prospección del fondo y se largue. Si tenéis éxito, nos pondremos en contacto con los franceses que gobiernan Guadalupe para que protejan la zona. ¿Alguna pregunta?

Dirk cogió la mano de su hermana.

– ¿A ti qué te parece?

– Que es apasionante.

– Estaba seguro de que dirías eso -manifestó Dirk, con un tono de cansancio-. ¿A qué hora quiere que estemos en la terminal aérea de la NUMA, almirante?

– Lo mejor es salir temprano. Vuestro avión despegará a las seis.

– ¿De la mañana? -preguntó Summer, con mucho menos entusiasmo.

Sandecker sonrió alegremente.

– Con un poco de suerte, quizá podáis escuchar el canto de los gallos camino del aeropuerto.

33

Después de la reunión, Yaeger bajó en el ascensor a su despacho en el piso diez. Poco partidario de las comidas en los restaurantes de moda de Washington, se llevaba a la oficina una anticuada fiambrera con frutas y verduras y un termo de zumo de zanahoria.

Le costaba ponerse en marcha por las mañanas y era incapaz de lanzarse al trabajo con todo su ímpetu. Se preparó una tisana y bebió lentamente, antes de reclinarse en la silla y leer el Wall Street Journal para saber cómo iban sus inversiones. Cuando acabó de leer el periódico, leyó el informe que le habían enviado del despacho de Sandecker sobre la enorme red de túneles que Pitt y Giordino habían descubierto en Nicaragua. Después puso en marcha un programa para copiar el texto mecanografiado en un disquete. Bebió otro sorbo de tisana y tecleó la orden para llamar a Max.

La mujer se materializó poco a poco. Ese día vestía una bata corta de seda azul con una faja amarilla, estrellas azules y una leyenda en la espalda que decía: MUJER MARAVILLA.

– ¿Qué opinas de mi atuendo? -preguntó Max con voz melosa.

– ¿Dónde lo has encontrado? -replicó Yaeger-. ¿Has estado revolviendo en la basura?

– Ya sabes que lo compro todo por internet. Por cierto, lo he pagado con la tarjeta de crédito de tu esposa.

– Allá tú.

Yaeger sonrió. Max era un holograma. Era imposible que pudiera comprar, pagar o usar objetos materiales. Sacudió la cabeza en una muestra de asombro ante el vivaz temperamento de Max. Había ocasiones en las que creía que haber programado a Max con el aspecto y la personalidad de su esposa había sido un error.