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– ¿Cuál es la situación? -preguntó Pitt.

– La escalera pasa a través de un centro de control de los sistemas de ventilación, que está a unos cinco metros por encima del suelo del túnel. Hay un hombre y una mujer sentados delante de las consolas. Afortunadamente, están de espaldas a la escalera. Creo que podremos dejarlos fuera de combate antes de que se den cuenta de nuestra presencia.

Pitt miró los oscuros ojos de Giordino, que estaban a solo un palmo de los suyos.

– ¿Cómo quieres hacerlo?

En el rostro de Giordino apareció una sonrisa burlona.

– Yo me encargaré del hombre. Tú eres mucho mejor que yo cuando se trata de dejar incapacitada a una mujer.

– Menudo gallina -replicó Pitt.

No perdieron más tiempo y continuaron bajando hasta la sala de control, en el más absoluto silencio. Los encargados del sistema -el hombre vestido con un mono negro y la mujer con otro blanco- vigilaban atentamente los aparatos y no vieron el reflejo de sus asaltantes en las pantallas hasta que fue demasiado tarde.

Giordino atacó por un costado y descargó un tremendo gancho de derecha contra la mandíbula del hombre. Pitt optó por golpear a la mujer en la nuca. Ambos se desplomaron con un leve gemido.

Agachado para que no lo vieran a través de la ventana, Pitt sacó un rollo de cinta adhesiva de la mochila y se lo arrojó a Giordino.

– Átalos mientras yo les quito los monos.

Tardaron menos de tres minutos en desnudar, atar y amordazar a los dos encargados inconscientes, tras lo cual los empujaron debajo de las mesas para que no los vieran desde el exterior. Pitt se vistió con el mono negro, que le iba holgado, mientras que Giordino reventó las costuras del mono blanco de la mujer. Encontraron dos cascos a juego en un estante y se los pusieron. Pitt se echó la mochila al hombro, y Giordino se hizo con una tablilla y un lápiz para completar el disfraz. Luego, bajaron la escalera hasta el túnel.

En cuanto se orientaron y miraron en derredor, Pitt y Giordino se quedaron boquiabiertos ante el increíble espectáculo, con los ojos entrecerrados para protegerlos del brillo de las luces.

Aquel no era un túnel ferroviario cualquiera. No era un túnel ferroviario en absoluto.

29

El túnel con forma de herradura era mucho más inmenso de lo que él o Giordino podían haberse imaginado. Pitt tuvo la sensación de encontrarse en una fantasía de Julio Verne. Calculó que el diámetro del túnel sería de unos quince metros, mucho más ancho que cualquier otro túnel existente. El diámetro del túnel del canal de la Mancha, que une Inglaterra y Francia, es de poco más de siete metros y el de Seikan, que conecta Honshu con Hokkaido, no llega a diez.

El batir de los extractores fue reemplazado por un zumbido que resonaba por todo el túnel. Encima de ellos, montada en una hilera de vigas de acero, una enorme cinta transportadora se movía en dirección al este. En lugar de verse piedras de un tamaño entre treinta y cuarenta centímetros, las rocas habían sido desmenuzadas hasta convertirlas en arena.

– Ahí tienes el origen del légamo marrón -dijo Pitt-. Muelen las piedras hasta convertirlas en polvo, para poder enviarlo a través de una cañería hasta el mar.

Debajo de la cinta transportadora estaban las vías de ferrocarril y un camino pavimentado. Pitt se arrodilló para mirar de cerca los rieles y las uniones.

– Es un tren eléctrico, como el Metro de Nueva York.

– Ten cuidado con el tercer riel -le advirtió Giordino-. No sabemos cuál es el voltaje.

– Seguramente han instalado subestaciones generadoras cada pocos kilómetros para disponer de electricidad.

– ¿Vas a poner un penique en el riel? -preguntó Giordino, con tono burlón.

Pitt se levantó para mirar a lo lejos.

– Es imposible que esta vía permita la circulación de trenes de carga a una velocidad de trescientos ochenta kilómetros por hora. Los rieles son de baja calidad y las uniones metálicas están demasiado separadas. Por si fuera poco, la trocha normal es de un metro cuarenta y tres centímetros. Estos están separados unos noventa centímetros, o sea que es un ferrocarril de vía angosta.

– Lo han construido para transportar equipos y como apoyo de las tuneladoras.

– ¿Cómo lo has sabido? -preguntó Pitt, que miró a su compañero con una expresión de sorpresa.

– Recuerdo haber leído algo sobre las tuneladoras.

– Eso te convierte en el primero de la clase. Efectivamente, este túnel fue excavado por una tuneladora, una muy grande.

– Quizá su intención es reemplazar los rieles más tarde -apuntó Giordino.

– ¿Por qué esperar a que todo el túnel esté acabado? Lo lógico sería que, para ahorrar tiempo, fueran colocando los rieles en cuanto acabara de pasar la tuneladora. -Pitt sacudió la cabeza pensativamente-. No han construido un túnel de estas dimensiones para destinarlo al servicio ferroviario. Tiene que tener algún otro propósito.





Se volvieron cuando un autobús de dos pisos pintado de color lavanda pasó silenciosamente por el camino, y el conductor los saludó con un gesto. Ambos aparentaron estar discutiendo algo apuntado en la tablilla que sujetaba Giordino, mientras pasaba el vehículo donde viajaban los trabajadores, vestidos con monos de diferentes colores. Todos llevaban cascos y gafas de sol. Pitt y Giordino no pasaron por alto el logo y el nombre de Odyssey pintados en el lateral del autobús. El conductor disminuyó la marcha ante la posibilidad de que ellos quisieran subir, pero Pitt le indicó con un ademán que no parara.

– Un autobús con motor eléctrico -comentó Giordino.

– Es para no contaminar el aire con el monóxido de carbono del escape.

Giordino se acercó a un par de cochecitos de golf eléctricos, que parecían deportivos en miniatura.

– Es muy amable de su parte facilitarnos un medio de transporte. -Se sentó al volante-. ¿Hacia dónde vamos?

– Sigamos el sentido de la marcha de la cinta transportadora -respondió Pitt, después de pensarlo unos segundos-. Ésta podría ser nuestra única oportunidad para confirmar si es la fuente del légamo marrón.

El gigantesco túnel parecía extenderse hasta el infinito. Al parecer el tráfico estaba restringido al transporte de los trabajadores, mientras que las vagonetas del ferrocarril de vía angosta transportaban materiales y rocas. En el panel del cochecito había un velocímetro, y Pitt lo aprovechó para medir la velocidad de la cinta transportadora. Se movía a casi veinte kilómetros por hora.

Pitt observó con atención las obras de acabado del túnel. Tras el paso de la tuneladora, los trabajadores habían instalado unos sistemas de soporte para reforzar la tendencia natural de la piedra a consolidarse. Luego habían rociado las paredes con una gruesa capa de cemento, aplicada neumáticamente a gran velocidad. El transporte del cemento hasta esa distancia seguramente lo habían hecho con bombas impulsoras instaladas desde la entrada hasta donde se encontraba la tuneladora. Después de la capa de cemento habían procedido a cubrirlo todo con una capa impermeabilizante para sellar cualquier posible filtración. Además de garantizar la estanquidad, el cemento y el aislante también mejorarían la circulación de líquidos a través del túnel, un fenómeno que Pitt comenzaba a juzgar como muy posible.

Los focos instalados en el techo iluminaban el túnel de tal manera que el resplandor hacía daño en los ojos. Ambos comprendieron la razón por la que los trabajadores que viajaban en el autobús llevaran gafas de sol. Como si se hubieran puesto de acuerdo, Pitt y Giordino se pusieron las suyas al mismo tiempo.

Una locomotora eléctrica que arrastraba varias bateas cargadas con vigas pasó en dirección opuesta, hacia donde continuaban perforando el túnel. Los maquinistas saludaron a los dos hombres sentados en el cochecito, que respondieron al saludo.

– Todo el mundo parece de lo más amable -comentó Giordino.

– ¿Te has fijado en que los hombres visten monos negros y las mujeres los llevan blancos o verdes?

– Seguramente Specter fue interiorista en una vida anterior.

– Yo diría que es algún tipo de sistema de identificación por grupos -manifestó Pitt.

– Me cortaría una oreja antes de vestirme de color lavanda -refunfuñó Giordino, al recordar súbitamente que vestía un mono blanco-. Creo que me he equivocado de uniforme.

– Ponte un poco de relleno en el pecho.

Giordino no abrió la boca, pero su mirada asesina fue más que suficiente. Una expresión sobria apareció en el rostro de Pitt.

– Me pregunto si estos trabajadores tienen alguna idea del contenido tóxico de la piedra molida que arrojan al mar.

– La tendrán -afirmó Giordino- cuando se queden sin la cabellera y se les disuelvan los órganos internos.

Continuaron avanzando, conscientes de la atmósfera artificial a esa profundidad debajo de la tierra y el mar. Pasaron por delante de las bocas de varios túneles transversales más pequeños, situados a la izquierda, que despertaron su curiosidad. Por lo visto había otro túnel paralelo que estaba comunicado por los transversales cada mil metros. Pitt consideró que debía de tratarse de un túnel de servicio, por donde pasarían las conducciones eléctricas.

– Aquí tenemos la explicación para los temblores de tierra en la superficie -dijo-. No utilizaron la tuneladora para estos túneles más pequeños. Los excavaron con el sistema clásico de las explosiones y los martillos neumáticos.

– ¿Quieres que entremos en alguno?

– Más tarde -respondió Pitt-. Sigamos para ver hasta dónde nos lleva la cinta transportadora.

Giordino estaba asombrado ante la potencia del motor del cochecito. Aceleró hasta alcanzar una velocidad de ochenta kilómetros por hora y no tardó mucho en adelantar a los otros vehículos que circulaban por la carretera.

– Será mejor que bajes la velocidad. No nos conviene llamar la atención.

– ¿Crees que aquí abajo tendrán agentes de tráfico?

– No, pero el Gran Hermano nos vigila -replicó Pitt al tiempo que le señalaba discretamente una cámara instalada entre el enrejado que sostenía los focos.

Giordino redujo la velocidad muy a su pesar y se situó detrás de un autobús que circulaba en la misma dirección. Pitt comenzó a medir el horario de los autobuses y calculó rápidamente que pasaba uno cada veinte minutos y se detenían en las paradas cada vez que algún trabajador necesitaba apearse o subir.

Sólo era cuestión de tiempo antes de que los técnicos del cambio de turno entraran en la sala de control del sistema de ventilación y encontraran a sus compañeros atados y amordazados en el suelo. Hasta el momento no había sonado ninguna alarma, ni tampoco habían visto a los guardias de seguridad recorrer los túneles como si buscaran a alguien en concreto.