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El canal estaba despejado y ellos navegaban hacia mar abierto. Pusieron rumbo a Punta Perla y a las islas de Cayo Perlas, que estaban más allá. La lluvia había cesado y las estrellas aparecieron entre las nubes, que eran barridas por una ligera brisa que soplaba del sur.

Pitt se ofreció voluntario para hacer la guardia desde la medianoche a las tres de la mañana. Se instaló en la timonera y dejó vagar sus pensamientos mientras el piloto automático seguía el rumbo fijado.

Durante la primera hora de la guardia tuvo que apelar a toda su fuerza de voluntad para no quedarse dormido. Su mente comenzó a crear una visión de Loren Smith. Mantenían una relación intermitemente desde hacía casi veinte años. Al menos en dos ocasiones habían estado a punto de casarse, pero ambos ya estaban casados con sus respectivos trabajos: Pitt con la NUMA, Loren con el Congreso. Ahora que Loren había manifestado que no tenía la intención de presentarse por quinta vez, quizá había llegado el momento para que él buscara un puesto que no le exigiera ir a los más remotos confines del mundo.

Había tenido demasiados roces con la muerte, y le habían dejado cicatrices físicas y mentales. Se podía decir que estaba viviendo de prestado. La buena fortuna no duraría para siempre. Si no hubiese sospechado de la mujer que los vigilaba en la camioneta de Odyssey y no hubiese tenido el súbito presentimiento de que podía haber una bomba, él, su amigo Giordino y los demás estarían todos muertos. Tal vez había llegado el momento de retirarse. Después de todo, en la actualidad era un jefe de familia, con dos hijos mayores y responsabilidades que nunca habría imaginado un par de años atrás.

El único problema era que amaba el mar. De ninguna manera podía volverle la espalda sin más. Tenía que haber una solución de compromiso.

Volvió a centrarse en el problema del légamo marrón. Los instrumentos de detección química, cuyos delicados sensores estaban montados bajo el casco, sólo indicaban unos rastros ínfimos. A pesar de que no se veían en el horizonte las luces de navegación de ningún otro barco, cogió los prismáticos y miró a un lado y a otro.

A una cómoda velocidad de veinte nudos, el Poco Bonito había dejado atrás las islas de Cayo Perlas hacía poco más de una hora. Dejó los prismáticos y estudió la carta. Calculó que se hallaban a unos cuarenta y cinco kilómetros de la ciudad de Tasbapauni, en la costa nicaragüense. Miró de nuevo los instrumentos. Las agujas y los marcadores digitales continuaban marcando cero, y comenzó a preguntarse si no estarían buscando una quimera.

Giordino entró en la timonera con una taza de café.

– Me dije que quizá te gustaría beber algo que te mantuviera despierto.

– Muchas gracias. Todavía falta una hora para tu guardia.

Giordino se encogió de hombros.

– Me desperté y no pude volver a conciliar el sueño.

Después de beber un par de sorbos del café bien cargado, Pitt le preguntó:

– Al, ¿cómo es que nunca te has casado?

En los oscuros ojos de Giordino brilló la curiosidad.

– ¿A qué viene la pregunta?

– Ya sabes. Dejas divagar la mente y te preguntas las cosas más extrañas.

– Como se dice en estos casos… -Giordino volvió a encogerse de hombros-, nunca encontré a la chica adecuada.

– Estuviste muy cerca de encontrarla en una ocasión.

– Ah, Pat O'Co

– ¿Qué pensarías si te dijera que estoy pensando en retirarme de la NUMA y casarme con Loren?

Giordino se volvió para mirar a su amigo como si acabaran de atravesarle un pulmón con una flecha.

– ¿Me lo puedes repetir?

– Creo que has captado la idea.

– Te creeré cuando el sol salga por el oeste.

– ¿Nunca te has planteado la posibilidad de liar el petate y tomarte las cosas con calma?

– La verdad es que no -respondió Giordino, pensativamente-. Nunca he tenido grandes ambiciones. Soy feliz con lo que hago. Eso de ser marido y padre nunca me ha entusiasmado. Además, estoy fuera de casa ocho meses al año… ¿Qué mujer estaría dispuesta a soportarlo? No, supongo que seguiré tal como estoy ahora hasta que me lleven en una silla de ruedas a una residencia para la tercera edad.

– No te imagino muriéndote en una residencia.

– Pues el pistolero Doc Holliday murió en una. Sus últimas palabras fueron: “Que me aspen”, cuando se miró los pies descalzos y comprendió que no moriría con las botas puestas.

– ¿Qué quieres que escriban en tu lápida? -preguntó Pitt, con tono risueño.

– “Fue una gran fiesta mientras duró. Espero que continúe en alguna otra parte”.

– Lo tendré presente cuando llegue tu…

Pitt se interrumpió bruscamente al ver que los indicadores de los instrumentos señalaban la presencia de polución química en el agua.

– Creo que hemos encontrado algo.

– Despertaré a Dodge -dijo Giordino, y se dirigió a la escalerilla que conducía a los camarotes de la tripulación.





Al cabo de pocos minutos, Dodge entró en la timonera con cara de sueño y estudió los monitores y los registros de los instrumentos. Cuando acabó, miró a los demás con una expresión de perplejidad.

– No se parece a ninguna contaminación producida por el hombre que yo conozca.

– ¿Qué crees que puede ser? -preguntó Pitt.

– No podré saberlo hasta que haga algunos análisis, pero a primera vista parece un cóctel de minerales escapados de la tabla de elementos químicos.

La excitación fue en aumento cuando Gu

Faltaban tres horas para que el sol asomara por el este cuando Pitt salió a cubierta y observó el agua oscura que pasaba junto al casco. Se sentó en la cubierta, se inclinó sobre la borda y metió la mano en el agua. Cuando la sacó y la sostuvo ante los ojos, vio que tenía la palma y los dedos cubiertos con una sustancia de color marrón, parecida al fango. Volvió a la timonera, levantó la mano para que la vieran los demás y anunció:

– Estamos navegando en medio del légamo. El agua tiene un color marrón, como si hubiesen removido el fango del fondo.

– Estás mucho más cerca de la diana de lo que crees -dijo Dodge, que no había abierto la boca en la última media hora-. Esta es la mezcla más curiosa que he visto en toda mi vida.

– ¿Alguna pista sobre la receta? -preguntó Giordino, que esperaba pacientemente a que Renée le llenara el plato con una abundante ración de tocino y huevos revueltos.

– Los ingredientes son los que menos se podrían imaginar.

– ¿De qué clase de polución química estamos hablando? -quiso saber Renée, intrigada.

Dodge la miró con una expresión solemne.

– El légamo no está compuesto de productos químicos fabricados por el hombre.

– ¿Estás diciendo que el hombre no es culpable? -preguntó Gu

– Así es -contestó Dodge lentamente-. En este caso, la culpable es la Madre Naturaleza.

– Si no son residuos químicos, ¿qué es? -insistió Renée.

– Un cóctel -declaró Dodge. Se sirvió una taza de café-. Un cóctel que contiene algunos de los minerales más tóxicos que se encuentran en la tierra. Elementos que incluyen el bario, el antimonio, el cobalto, el molibdeno y el vanadio, que se obtienen de minerales tóxicos como la estibinita, la barita, la patronita y el mispíquel.

Renée encarcó las cejas perfectamente delineadas.

– ¿Mispíquel?

– El mineral de donde se obtiene el arsénico.

Pitt miró a Dodge con una expresión reflexiva.

– ¿Cómo es posible que un cóctel de minerales tóxicos, como lo llamas, con una concentración tan alta, pueda multiplicarse, dado que es imposible que se reproduzca a sí mismo?

– La acumulación proviene de una reposición continua -explicó Dodge-. También hay abundantes rastros de magnesio, una señal de limo dolomítico que se ha disuelto en una concentración sin precedentes.

– ¿Eso qué sugiere? -preguntó Gu

– Para empezar, la presencia de piedra caliza -respondió Dodge sin vacilar. Hizo una pausa para leer nuevos datos-. Otro factor es la fuerza de la gravedad, que empuja los minerales o los productos químicos presentes en el agua alcalina hacia el norte magnético verdadero. Los minerales atraen otros minerales para formar óxidos. Los productos químicos en el agua alcalina atraen otros productos químicos hacia su superficie para formar un residuo o gas tóxico. Esta es la razón por la que la mayor parte del légamo marrón va hacia el norte, hacia Key West.

– Pero no explica cómo Dirk y Summer pudieron recoger muestras del légamo en el banco de la Natividad, al otro lado de la República Dominicana -manifestó Gu

– Una parte pudo ser arrastrada por el viento y las corrientes a través del canal de la Mona, entre Puerto Rico y la República Dominicana, y de allí llegar al banco de la Natividad -explicó Dodge.

– Me da igual de qué esté hecho el cóctel -declaró Renée, que enarboló la bandera ecologista-. Ha convertido el agua en algo dañino y peligroso para todos los seres vivos que la utilizan: seres humanos, animales, reptiles, peces e incluso los pájaros que se posan en ella, por no hablar del mundo microbiano.

– Lo que me intriga -prosiguió Dodge, como si no hubiese escuchado a Renée- es cómo algo con la consistencia del fango puede unirse para formar una masa cohesionada que flota a una profundidad que no supera los cuarenta metros y recorre una gran distancia. -Escribió varias anotaciones en un cuaderno-. Sospecho que la salinidad tiene algo que ver con la dispersión. Eso explicaría por qué el légamo no se hunde hasta el fondo.

– Esa no es la única cosa extraña -dijo Giordino.

– ¿A qué te refieres? -preguntó Pitt.

– La temperatura del agua es de unos veinticinco grados, casi cinco menos de lo que es normal en esta zona del Caribe.

– Otro problema por resolver -comentó Dodge, con voz cansada-. Un descenso tan pronunciado es un fenómeno que no se ajusta a las reglas.

– Has hecho un gran trabajo -lo animó Gu