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Se trataba de un buceador, que apretaba la máscara contra la ventana al tiempo que agitaba los brazos. Unos segundos más tarde, apareció otro buceador que también comenzó a gesticular animadamente al ver que los ocupantes del habitáculo seguían con vida.

Summer creyó que estaba experimentando la borrachera típica de las profundidades, pero después tomó conciencia de que los buceadores eran reales.

– ¡Dirk! -gritó-. ¡Están aquí, nos han encontrado!

El muchacho se volvió hacia la ventana, sin acabar de creer el anuncio de su hermana. Su incredulidad desapareció en cuanto identificó a los buceadores.

– Oh, Dios mío, son papá y el tío Al…

Summer y Dirk apoyaron las manos en el plástico de la ventana y se echaron a reír mientras su padre apoyaba las manos contra las de ellos desde el otro lado. Luego cogió una tablilla que llevaba sujeta al cinto de lastre y escribió una pregunta antes de levantarla.

¿AIRE?

Dirk buscó apresuradamente entre los objetos tumbados en el interior de Pisces hasta que encontró una hoja de papel y un rotulador. Escribió la respuesta en letras mayúsculas y apretó el papel contra la ventana.

PARA 10-15 MIN

– Eso es apurar mucho las cosas -comentó Giordino.

– Muchísimo -admitió Pitt.

– No hay manera de cortar el plástico antes de que se les acabe el aire. -Giordino detestaba decirlo, pero tenía que hacerlo-. Sólo un misil podría romper la ventana y, aunque eso fuese posible, la presión del agua a estas profundidades entraría en el habitáculo con la fuerza de una carga de dinamita en el interior de un tubo. Los aplastaría.

Giordino nunca dejaba de asombrarse ante la frialdad y la capacidad analítica de la mente de Pitt. Cualquier otro hombre se hubiera dejado dominar por el pánico al saber que a sus hijos les quedaban apenas unos pocos minutos antes de sufrir una muerte horrible. Pero no era ese el caso de Pitt. Permaneció quieto en el agua como si estuviese contemplando los lánguidos movimientos de un pez tropical. Durante varios segundos pareció como si fuese ajeno al drama. Cuando habló, lo hizo con toda naturalidad.

– Paul, ¿me recibes?

– Te recibo y comprendo tu dilema. ¿Qué puedo hacer desde aquí?

– En tu taller tienes que tener un taladro submarino Morton, ¿no es así?

– Efectivamente. Tenemos uno a bordo.

– Tenlo preparado en la rampa para cuando lleguemos y asegúrate de que tenga colocada la sierra de copa más grande.

– ¿Alguna cosa más?

– Otro par de botellas de aire con reguladores.

– Lo tendrás todo en la rampa cuando llegues.

Pitt escribió de nuevo en la pizarra y la apoyó contra la ventana.

VUELVO EN 10 MIN

Giordino y Pitt se apartaron de la ventana para volver a la superficie.

Para Summer y Dirk, ver que Pitt y Giordino desaparecían de la vista para dirigirse a la superficie, fue como si un aguacero cayera sobre una fiesta sorpresa de cumpleaños organizada en un jardín. Habían recuperado el ánimo al verlos, pero tras su marcha todo volvía a ser desesperante.

– Hubiera preferido que no se marcharan -declaró Summer en voz baja.

– No te preocupes. Saben cuánto aire nos queda. Estarán de regreso antes de que te des cuenta.

– ¿Cómo crees que harán para sacarnos de aquí? -preguntó Summer.

– Si hay quien pueda obrar milagros, esos son papá y Al.

Summer miró de nuevo la aguja en el medidor de la botella. Oscilaba cada vez más cerca del cero.





– Será mejor que se den prisa.

Barnum tenía las botellas y el taladro submarino Morton preparados para que Pitt los recogiera. Pitt viró con la neumática en una vuelta muy cerrada y la detuvo al pie de la rampa.

– Gracias, Paul.

– A mandar -respondió Barnum, con una sonrisa.

Cargaron los equipos en un santiamén y Pitt emprendió a toda velocidad el camino de regreso hacia la boya que marcaba la posición del Pisces .

Lelasi arrojó el ancla mientras Giordino y Pitt se ponían las máscaras y se dejaban caer por la borda. Pitt no utilizó el compensador para conseguir una flotabilidad neta con el taladro Morton, que pesaba diez kilos; en lugar de ello, dejó que el peso lo arrastrara hasta el fondo en menos de un minuto, y solo tragó un par de veces para nivelar la presión en los oídos. En cuanto apoyó las aletas en la arena del fondo, apretó la sierra contra el plástico de la ventana.

Antes de empezar la perforación, miró al interior. Summer parecía inconsciente. Dirk lo saludó con un gesto. Pitt apartó el taladro para escribir en la tablilla.

ABRIREMOS UN AGUJERO PARA LAS BOTELLAS. APARTAOS DEL CHORRO

Consciente de que solo disponía de unos pocos minutos, Pitt apretó la punta de la sierra contra el plástico y puso en marcha el taladro. Rezó para que perforara el plástico transparente, que tenía una dureza similar a la del acero. El ruido del motor del taladro, amplificado debajo del agua, y el de la sierra que cortaba el plástico espantó a todos los peces en cien metros a la redonda, que se alejaron a esconderse en el arrecife.

Pitt se apoyó contra el taladro y empujó con toda la fuerza de que era capaz. Dio gracias cuando Giordino se arrodilló a su lado para sujetar el cuerpo del taladro, y sumar su fuerza al corte.

Pasaron los minutos mientras los dos hombres empujaban el taladro con todas sus fuerzas. No hablaban. No necesitaban hacerlo. Llevaban más de cuarenta años leyéndose el pensamiento. Trabajaban como una yunta de caballos de tiro.

Pitt comenzó a ponerse frenético cuando no vio movimiento alguno en el interior del habitáculo. Cuanto más profundo era el corte, más rápido penetraba la sierra. Por fin Pitt y Giordino notaron cómo la herramienta salía por el otro lado. Tiraron del taladro para sacarlo. En el mismo momento en que salió, Giordino metió una botella de aire y el regulador por el agujero de veinticinco centímetros de diámetro, ayudado por el agua que entraba como un torrente en el habitáculo, donde la presión era menor.

Pitt quería gritarles a sus hijos que reaccionaran, pero era imposible que lo escucharan. Vio que Summer no hacía ningún intento de moverse. Ya se disponía a agrandar el agujero para poder entrar, cuando vio que Dirk cogía el regulador y se llevaba la boquilla a la boca. Dos bocanadas profundas y volvió a la normalidad. Luego, con mucha suavidad, metió la boquilla entre los labios de Summer.

Pitt se sintió el hombre más feliz del mundo cuando vio que Summer abría los ojos y su pecho comenzaba a subir y bajar. Aunque el agua llenaba rápidamente el interior del habitáculo, ahora tenían todo el aire que necesitaban. Giordino y él volvieron a sujetar el taladro y comenzaron a cortar el plástico para ampliar el agujero lo suficiente para poder sacarlos. Esta vez no había prisas. Se turnaron en el trabajo hasta que acabaron de cortar un agujero en forma de trébol de cuatro hojas por el que podía pasar un cuerpo sin problemas.

– Paul -llamó Pitt por la radio.

– Te escucho -respondió Barnum.

– ¿Qué pasa con la cámara hiperbárica?

– Está preparada para recibirlos en cuanto los tengamos a bordo.

– ¿A qué profundidad y durante cuánto tiempo han estado dentro del Pisces ?

– Han estado presurizados a veinte metros durante tres días y catorce horas.

– Por lo tanto necesitarán un mínimo de quince horas de descompresión.

– El tiempo que haga falta -replicó Barnum-. Tengo a bordo a un especialista en medicina hiperbárica. Él se encargará de calcular el tiempo.

Giordino le indicó con un gesto que acababa de cortar el último círculo. El agua había llenado casi del todo el interior del habitáculo; solo le faltaba el trozo que ocupaba la cámara de aire. Giordino metió un brazo, cogió a Summer de una mano y la sacó al exterior. Dirk le dio una de las botellas. Summer sujetó la boquilla con los dientes y se abrazó a la botella. Entonces, inesperadamente, movió las manos para indicar que esperaran y entró de nuevo en el habitáculo. No tardó en reaparecer con varias bolsas herméticas que contenían sus cuadernos de notas, los disquetes y la cámara digital. Giordino la cogió del brazo y la llevó a la superficie.

Dirk salió el último, con la segunda botella de aire. Pitt le dio un rápido abrazo antes de subir hacia la única neumática disponible, que los esperaba. En cuanto los hermanos estuvieron a bordo, Cristiano puso en marcha los motores y salió disparado hacia el Sea Sprite .

Pitt y Giordino, para no demorar la marcha, se quedaron en el agua y se apartaron rápidamente para evitar el riesgo de que los pillaran las hélices. Cuando Lelasi acudió a recogerles, les comentó que Summer y Dirk ya estaban en la cámara hiperbárica.

La causa del mal de la descompresión -o de los bends , como lo llaman los buceadores- es que a la presión normal el cuerpo se libera de la mayor parte del exceso de nitrógeno. En cambio, cuando aumenta la presión a medida que el buceador se sumerge, aumenta el nivel de nitrógeno en la sangre. Luego, cuando el buceador asciende y disminuye la presión, se forman burbujas de nitrógeno en el torrente sanguíneo y llega un momento en que son demasiado grandes para atravesar los tejidos. Para que disminuyan de tamaño y puedan pasar por el tejido pulmonar, el buceador debe permanecer en el interior de una cámara donde la presión disminuye muy lentamente mientras el paciente respira oxígeno puro.

Dirk y Summer pasaron las horas que les tocaba estar en la cámara, bajo control médico, dedicados a la lectura y a escribir los informes sobre el estado del coral enfermo y el légamo marrón, y también sobre la caverna con los objetos antiguos.

Las estrellas brillaban como diamantes y las luces resplandecían en los edificios cuando el Sea Sprite entró en Port Everglades, de Fort Lauderdale, uno de los puertos de aguas profundas más activos del mundo. Las luces del barco de exploración oceánica lo alumbraban de proa a popa mientras pasaba lentamente junto a la larga fila de cruceros de lujo que embarcaban pasajeros y provisiones para zarpar con el alba. Avisados por la guardia costera, todos los barcos hicieron sonar las sirenas tres veces en un saludo de honor a la nave que iba hacia los muelles de la NUMA.

El épico rescate del Ocean Wanderer y de sus mil huéspedes efectuado cuarenta y ocho horas antes era una noticia mundial. Pitt no quería ni pensar en los reporteros que estarían esperándolos en el muelle. Se apoyó en la borda de proa y contempló el agua oscura, salpicada por el reflejo de las luces y la espuma que levantaba la proa. Salió de su ensimismamiento al advertir que había alguien a su lado, y al volverse se encontró con el rostro sonriente de su hijo. Nunca dejaba de sorprenderle la sensación de estar viéndose a sí mismo en un espejo veinticinco años atrás.