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– Suena como una causa perdida.

– Mucho me temo que nos encontramos ante una catástrofe sin precedentes -afirmó Heidi con tono grave.

– Me voy a casa. ¿Por qué no te tomas un respiro y vienes? Prepararé una buena cena.

– No puedo, Harley. Todavía no. Tengo que calcular la evolución de Lizzie.

– A la vista de su potencia, podrían pasar días, incluso semanas…

– Lo sé -admitió Heidi-. Eso es lo que más me asusta. Si su energía no disminuye después de pasar por Dominicana y Haití, llegará a tierra firme con toda la furia.

Summer sentía una fascinación por el mar. Se había iniciado cuando sólo tenía seis años y su madre había insistido en que aprendiera a bucear. Le fabricaron una botella de aire y un respirador a medida y había tomado lecciones con los mejores profesores, junto con su hermano. Se había convertido en una criatura marina, que estudiaba a los habitantes del mar para conocer sus caprichos y ánimos. Fue consciente de ello después de nadar en las aguas serenas y azules. También había experimentado lo que era un tifón en el Pacífico. Ahora, como la esposa que lleva veinte años de casada y de pronto descubre en su marido una vena sádica, era testigo de primera mano de lo cruel y malicioso que puede ser el mar.

Sentados en la parte delantera del Pisces , los hermanos miraban a través de la gran burbuja transparente el infernal torbellino en que se había convertido el mar. Cuando la primera línea del huracán avanzó a través del banco de la Natividad, su furia parecía distante, pero a medida que aumentaba su fuerza no tardó en quedar claro que su cómodo habitáculo se enfrentaba a un grave peligro y que estaba mal preparado para protegerlos.

Las crestas de las olas pasaban sin problemas por encima de ellos, que se encontraban a quince metros de profundidad; pero muy pronto las olas alcanzaron unas dimensiones gigantescas, y, cuando los senos bajaron hasta el fondo del mar, Dirk y Summer vieron asombrados que la lluvia azotaba al Pisces hasta que la siguiente ola los tapaba de nuevo.

Una y otra vez el Pisces se vio severamente castigado por el interminable desfile de las olas. La estación espacial interior estaba construida para resistir la presión de las profundidades y sus paredes de acero aseguraban su estanqueidad, pero la terrible fuerza ejercida sobre su superficie comenzó a arrastrarla por el fondo. Las cuatro patas de apoyo no estaban sujetas a una base, sino simplemente hundidas unos pocos centímetros en el coral. Solo las sesenta y cinco toneladas del Pisces impedían que se levantara y acabara lanzada por el arrecife como una botella vacía.

Entonces, el mismo par de olas gigantes que había estado a punto de enviar a pique al Sea Sprite a treinta kilómetros de distancia llegaron al banco de la Natividad. Aplastaron sin piedad el coral y destrozaron su delicada infraestructura en millones de fragmentos. La primera ola tumbó al Pisces y lo envió rodando como un tonel por un desierto pedregoso. A pesar de los intentos de sus ocupantes de sujetarse a cualquier cosa fija, se vieron arrojados de un lado a otro como muñecos de peluche en una batidora.

La estación fue dando tumbos durante casi doscientos metros hasta acabar colgada precariamente en el bordo de una angosta grieta de coral. Luego llegó la segunda ola y la arrojó al fondo.

El Pisces cayó cuarenta metros hasta el suelo de la grieta. Durante la caída chocó repetidamente contra las paredes de coral, y cuando golpeó contra el suelo levantó una enorme nube de arena. La estación cayó sobre el lado derecho y quedó encajada entre las paredes de la grieta. En el interior, todo lo que no estaba sujeto salió disparado en una docena de direcciones. Los platos, las provisiones, los equipos de buceo, las camas y los efectos personales acabaron mezclados y dispersos por todas partes.

Sin hacer caso del dolor que le provocaban una docena de magulladuras y un tobillo torcido, Dirk se acercó a gatas a su hermana, que yacía en posición fetal entre las camas tumbadas. Miró sus grandes ojos grises y por primera vez desde que habían empezado a caminar vio el miedo en ellos. Le sujetó la cabeza cariñosamente entre las manos y le sonrió.

– ¿Qué te ha parecido la montaña rusa?

Summer lo miró a la cara, vio la sonrisa y respiró lentamente mientras dominaba el miedo.

– Mientras dábamos vueltas, no dejé de pensar que habíamos nacido juntos y que moriríamos juntos.

– Mi hermana la pesimista. Todavía tenemos otros setenta años por delante para fastidiarnos mutuamente. ¿Estás herida? -le preguntó, preocupado.

– Me metí debajo de la cama, así que los tumbos no me castigaron tanto como a ti. -Miró a través de la burbuja hacia la superficie-. ¿El habitáculo ha sufrido algún daño?

– Absolutamente ninguno, ni siquiera una gotera. No hay ola, por gigante que sea, capaz de romper al Pisces . Tiene una cubierta de acero de diez centímetros de espesor.

– ¿Qué hay de la tormenta?

– Continúa con la misma violencia, pero aquí abajo estamos seguros. Las olas pasan por encima del cañón sin provocar turbulencias.

Summer miró en derredor.

– Dios, qué desorden.

Mucho más tranquilo al saber que su hermana no había sufrido rasguños, Dirk se ocupó de revisar los sistemas de soporte vital mientras Summer comenzaba a recoger cosas. No había ninguna posibilidad de ponerlo todo donde correspondía, dado que el habitáculo estaba caído de lado. Así que lo acomodó todo en pilas y tapó con mantas todas las partes sobresalientes de los instrumentos, las válvulas y los soportes. Al no tener un suelo, tenían que pasar por encima de las cosas para moverse. Le producía una sensación extraña encontrarse en un entorno donde todo había dado un giro de noventa grados.

Se sentía más segura al saber que habían sobrevivido hasta el momento. La tormenta ya no podía amenazarlos en el cañón de coral, con las paredes cortadas a pico. Allí abajo no se escuchaba el aullido del viento ni la lluvia golpeaba contra las paredes cuando el seno de una ola dejaba el habitáculo al descubierto. El miedo y la angustia de lo que podría ocurrir comenzaron a disiparse. Podían esperar tranquilos a que el Sea Sprite capeara el temporal y regresara. Además contaba con el cariño y el apoyo de su hermano, que había heredado el coraje y la fuerza de su legendario padre.





Pero cuando acudió a sentarse a su lado, con mucho cuidado para no aumentar el dolor de las magulladuras, no vio en su rostro la expresión de confianza que había esperado.

– No pareces muy contento. ¿Qué pasa?

– La caída ha roto las tuberías que conectan las botellas de aire con el sistema de soporte vital. Las lecturas de las válvulas de presión indican que las cuatro botellas intactas sólo contienen aire para las próximas catorce horas antes de agotarse.

– ¿No tenemos las botellas que dejamos en la esclusa de entrada?

– Sólo entramos una que tenía la válvula averiada. La carga de aire nos permitirá respirar a los dos un máximo de cuarenta y cinco minutos.

– Podemos utilizarla para salir a recoger las demás -manifestó Summer, ilusionada-. Aguardaremos uno o dos días a que la tormenta amaine antes de abandonar la estación, y luego subiremos a la superficie con la balsa neumática a esperar que nos rescaten.

Dirk sacudió la cabeza con una expresión lúgubre.

– La peor noticia es que estamos atrapados. La escotilla de la esclusa de entrada está encajada contra el coral. Nada excepto una carga de dinamita podría abrirla lo suficiente para que podamos salir.

Summer exhaló un profundo suspiro.

– Por lo que se ve, nuestro destino está en las manos del capitán Barnum.

– Estoy seguro de que nos tiene presentes. No se olvidará de nosotros.

– Tendremos que informarle de nuestra posición…

Dirk se volvió hacia ella para apoyar las manos en sus hombros.

– La radio se destrozó cuando caímos en el cañón.

– Podemos soltar la radioboya, para que sepan que estamos vivos -respondió Summer, sin darse por vencida.

– Estaba montada en el lado del habitáculo que está contra el fondo -dijo Dirk, con mucha calma-. Seguramente acabó aplastada. Y aunque no hubiese sufrido daños, no tenemos manera de soltarla.

– Pues cuando vengan a buscarnos, tendrán que recorrer toda la zona para encontrarnos metidos en este cañón.

– Puedes contar con que Barnum enviará todas las lanchas y buceadores a bordo del Sea Sprite a que recorran el arrecife.

– Hablas como si tuviésemos aire para días en lugar de unas horas.

– No te preocupes, hermanita -declaró Dirk, muy seguro-. Por el momento estamos bien protegidos de la tormenta. Cuando el mar se calme un poco, la tripulación del Sea Sprite vendrá a buscarnos como un borracho que corre a recoger una caja de whisky que se cayó del camión. Después de todo, somos su prioridad número uno.

12

En aquel momento el Pisces y sus dos tripulantes ni siquiera existían en la mente de Barnum. Impaciente, se movía en el sillón alto mientras su mirada pasaba alternativa y constantemente de la pantalla del radar a la ventana del puente de mando. Las olas gigantescas habían disminuido hasta ser las habituales de la mar gruesa. Se lanzaban en formación contra el Sea Sprite con regularidad cronométrica, y el rítmico cabeceo se hizo monótono. En esos momentos ya no superaban los treinta metros, y la distancia entre la cresta y el seno apenas era de una docena de metros. Aunque seguía embravecido, parecía un lago comparado con las titánicas olas anteriores. Era como si el mar supiera que había descargado su mejor golpe contra el barco sin conseguir hundirlo. Frustrado, había reconocido su derrota y se había convertido en una simple molestia.

Pasaban las horas y el Sea Sprite continuaba navegando a la máxima velocidad posible que Barnum se atrevía a darle. El capitán, un hombre que se caracterizaba por su buen humor y campechanía, se había vuelto frío y distante mientras reflexionaba en la tarea imposible que tenía por delante. No veía la manera de enganchar un cable de arrastre en el Ocean Wanderer . Había quitado el cabrestante y el cable de arrastre hacía años, cuando el Sea Sprite había dejado de ser un remolcador para convertirse en un barco de exploración oceánica para la NUMA.

Ahora disponían de un torno y un cable que se utilizaban para bajar y subir a los sumergibles. Colocado en la cubierta de popa detrás de la grúa, de poco serviría para arrastrar un hotel flotante con un tonelaje superior al de un crucero. La mirada de Barnum intentaba traspasar la cortina de lluvia.