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Hubo un silencio. Case escuchó claramente el agua que lamía los lados de la piscina.

– ¿Qué era lo que le contabas, cuando regresé? -Ahora Riviera estaba muy cerca.

– Acerca de mi madre. Ella me lo pidió. Creo que había tenido un shock, además de la inyección de Hideo. ¿Por qué le hiciste eso?

– Quería ver si se romperían.

– Una se rompió al menos. Cuando despierte, si despierta, podremos ver el color de sus ojos.

– Es extremadamente peligrosa. Demasiado peligrosa. Si yo no hubiera estado aquí para distraería, para hacer aparecer a Ashpool y distraería, y a mi Hideo para que arrojara su pequeña bomba, ¿dónde estarías tú? En manos de ella.

– No -dijo 3Jane-. Estaba Hideo. Me parece que no entiendes del todo a Hideo. Ella sí, evidentemente.

– ¿Quieres beber algo?

– Vino. Del blanco. Case desconectó.

Maelcum estaba inclinado sobre los controles del Garvey , tecleando órdenes para una secuencia de acoplamiento. En la pantalla central del módulo había un cuadrado rojo: el muelle de Straylight. El Garvey era un cuadrado algo mayor, verde, que se reducía lentamente, moviéndose de un lado a otro de acuerdo con las órdenes de Maelcum. A la izquierda, una pantalla más pequeña mostraba un gráfico esquelético del Garvey y el Haniwa a medida que se acercaban a la curvatura del huso.

– Tenemos una hora, viejo -dijo Case, quitando del Hosaka la cinta de fibra óptica. Las baterías de apoyo de la consola funcionarían durante noventa minutos, pero la estructura del Flatline supondría un gasto adicional. Trabajó con rapidez; mecánicamente, sujetando la estructura al fondo de la Ono-Sendai con cinta microporosa. El cinturón de trabajo de Maelcum pasó flotando junto a él. Lo cogió, desprendió los dos trozos de cuerda, y las almohadillas de succión rectangulares y grises, y enganchó entre sí los dientes de las pinzas. Sostuvo las almohadillas contra los costados de la consola y movió con el pulgar la palanca de succión. Con la consola, la estructura y la correa improvisada suspendidas frente a él, se puso la chaqueta de cuero, verificando el contenido de los bolsillos. El pasaporte que Armitage le había dado, el chip bancario registrado bajo el mismo nombre, el chip de crédito que había obtenido cuando llegó a Freeside, dos dermos de betafenetilamina que le había comprado a Bruce, un fajo de nuevos yens, media caja de Yeheyuan, y el shuriken. Arrojó el chip de Freeside por encima del hombro, y oyó cómo chocaba contra el ventilador ruso. Iba a hacer lo mismo con la estrella de acero, pero el chip de crédito rebotó, lo golpeó en la nuca, salió disparado y pasó junto al hombro izquierdo de Maelcum. El sionita interrumpió la operación de pilotaje y lo miró, enojado. Case vio el shuriken y se lo puso en el bolsillo de la chaqueta; oyó que el forro se rasgaba.

– Te estás perdiendo al Mute, hombre -dijo Maelcum-. El Mute dice que está arreglando para nosotros el sistema de seguridad. El Garvey va a acoplarse como si fuera otra nave, una que están esperando que llegue de Babilonia. El Mute nos transmite códigos.

– ¿Vamos a llevar puestos los trajes?

– Demasiado pesados. -Maelcum se encogió de hombros. – Quédate en la red hasta que te avise. -Tecleó una secuencia final en el módulo y se aferró a las gastadas anillas rosadas que había a cada lado del tablero de navegación. Case vio que el cuadro verde se reducía por última vez, unos pocos milímetros, y se ponía sobre el cuadrado rojo. En la pantalla pequeña, el Haniwa bajó la proa para evitar la curva del huso, y ya no se movió. El Garvey colgaba todavía del yate, como una larva. El remolque se sacudió y retumbó. Dos estilizados brazos aparecieron y rodearon la estilizado forma de avispa. Straylight expulsó un tentativo rectángulo amarillo que describió una curva, tanteando más allá del Haniwa , en busca del Garvey .

Oyeron que algo raspaba la proa, más allá de las temblorosas frondas de arcilla.

– Hombre -dijo Maelcum-, recuerda la ley de la gravedad. -Una docena de pequeños objetos golpearon el suelo simultáneamente, como atraídos por un imán. Case se quedó sin aliento cuando sus órganos internos fueron empujados y dispuestos de otro modo. La consola y la estructura le habían caído dolorosamente sobre las piernas.

Ahora estaban sujetos al huso, rotando con él.

Maelcum extendió los brazos y movió los hombros para aliviar la tensión. Se sacó la bolsa que le sujetaba los mechones y sacudió la cabeza. -Vamos, hombre, ya que dices que el tiempo es precioso…

19

LA VILLA STRAYLIGHT era una estructura parasitaria, recordó Case al pasar junto a las mechas de calafateado y por la escotilla de proa del Marcus Garvey . Straylight chupaba aire y agua de Freeside, y no tenía un ecosistema propio.

El túnel de entrada que se extendía desde el muelle era una versión más elaborada del que había atravesado trabajosamente para llegar al Haniwa , y lo utilizaban en la gravedad de rotación del huso. Era un túnel corrugado, articulado mediante miembros hidráulicos integrales; dos segmentos estaban unidos por anillos de plástico resistentes y antideslizantes, y los anillos servían como peldaños. El túnel serpenteaba alrededor del Haniwa ; era horizontal en el punto donde se unía con la antecámara del Garvey , pero se alzaba en una pronunciada curva hacia la izquierda sobre el casco del yate. Ya Maelcum estaba subiendo por los anillos, izándose con la mano izquierda, la Remington en la derecha. Llevaba unos holgados y sucios pantalones militares, chaqueta de nailon verde sin mangas y un par de andrajosas zapatillas de suela rojo brillante. El túnel se sacudía ligeramente cada vez que trepaba a otro anillo.

Las hebillas del improvisado atado de Case se le hundían en el hombro por el peso de la Ono-Sendai y la estructura del Flatline. Ahora solo sentía miedo, un pavor generalizado. Lo apartó, obligándose a recordar el discurso de Armitage sobre el huso y Villa Straylight. Comenzó a subir. El ecosistema de Freeside tenía límites, no era cerrado. Sión era un sistema cerrado, capaz de funcionar durante años sin la introducción de materiales externos. Freeside producía aire y agua, pero dependía de los constantes suministros de comida, del sostenido aumento de nutrientes terrestres. La Villa Straylight no producía nada en absoluto.

– Hombre -dijo Maelcum en voz baja-, sube aquí, a mi lado. -Case se inclinó de costado en la escalerilla circular y subió los últimos anillos. El corredor terminaba en una compuerta pulida, ligeramente convexa, que medía dos metros de diámetro. Los miembros hidráulicos del tubo desaparecían en unos compartimientos flexibles dispuestos en el marco de la escotilla.

– Bueno, ¿entonces qué…?

Case cerró la boca en cuanto se abrió la escotilla y una leve diferencia de presión le arrojó un chorro de arenisca a los ojos.

Maelcum se acercó a gatas al borde, y Case oyó el menudo ruido metálico del seguro de la Remington. -Eres tú quien tiene prisa, hombre… -susurró Maelcum, agazapado. Case lo alcanzó.

La escotilla estaba en el centro de una cámara redonda y abovedada, pavimentada con baldosas azules antideslizantes. Maelcum le dio un codazo a Case y señaló un monitor en una pared curva. En la pantalla, un hombre alto y joven con las facciones de los Tessier-Ashpool se cepillaba las mangas de un traje oscuro. Estaba junto a una escotilla idéntica, en una sala idéntica. -Lo lamento mucho, señor -dijo una voz desde una rejilla del centro de la compuerta. Case miró hacia arriba.- Lo esperaba más tarde, en el muelle axial. Un momento, por favor. -En el monitor el joven movió la cabeza con impaciencia.

Maelcum se volvió rápidamente, pistola en mano, cuando la puerta se abrió, deslizándose hacia la izquierda.

Un euroasiático de corta estatura y vestido con un mono anaranjado salió y los miró con ojos saltones. Abrió la boca, pero no dijo nada. La cerró. Case miró el monitor. En blanco.

– ¿Quién? -alcanzó a decir el hombre.

– La Marina Rastafari -dijo Case, poniéndose de pie; la consola del ciberespacio le golpeaba la cadera-. Sólo queremos conectar con vuestro sistema de seguridad.

El hombre tragó saliva. -¿Es una prueba de lealtad? Tiene que ser una prueba de lealtad. -Se limpió las palmas de las manos en los muslos del traje anaranjado.

– No, hombre. Esto va en serio. -Maelcum se irguió apuntando a la cara del euroasiático con la Remington. -Muévete.

Volvieron a la entrada detrás del hombre, hacia un corredor de paredes de hormigón pulido y suelo irregular de alfombras superpuestas, todo perfectamente familiar para Case. -Bonitos felpudos -dijo Maelcum, empujando al hombre con la pistola-. Huele a iglesia.

Llegaron frente a otro monitor, un Sony arcaico instalado sobre una consola, con un tablero y un complejo conjunto de paneles de conexión. La pantalla se encendió cuando se detuvieron: el finlandés les sonreía, tenso, desde lo que parecía ser la sala anterior de la Metro Holografix. -De acuerdo -dijo-; Maelcum, lleva a este tipo por el pasillo hasta el armario de la puerta abierta y mételo ahí; yo la cerraré. Case, ve al quinto enchufe de izquierda a derecha, panel superior. Hay unos adaptadores en el cajón debajo de la consola. Necesitamos un Ono-Sendai de ocho patillas para un Hitachi de cuarenta. -Mientras Maelcum llevaba al hombre a empellones, Case se arrodilló y revolvió entre un surtido de enchufes hasta que dio con el que necesitaba. Una vez que hubo conectado la consola al adaptador, se detuvo un momento.

– ¿Tienes que mostrarte así? -preguntó al rostro de la pantalla. La imagen del finlandés fue borrada línea a línea por la imagen de Lo

– Lo que quieras, cariño -replicó Zone con petulancia-. Nada más date prisa: te lo pide el viejo Lo

– No -dijo Case-, utiliza al finlandés. -Cuando la imagen de Zone desapareció, enchufó el adaptador Hitachi, y se ajustó los trodos.

– ¿Por qué te retrasaste? -preguntó el Flatline, y rió. -Te dije que no lo hicieras -dijo Case.

– Era una broma, muchacho -dijo la estructura-. Para mí no pasa el tiempo. Veamos qué tenemos aquí.

El programa Kuang era verde, exactamente del color del hielo de la T-A. Case observó cómo se hacía más opaco, aunque podía ver claramente aquella cosa que parecía un tiburón, negro y espejeado, cuando levantaba la vista. Las líneas de fractura y las alucinaciones habían desaparecido, y la cosa parecía tan real como el Marcus Garvey : una arcaica nave de reacción, sin alas, la lisa superficie bañada en cromo negro.