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- Señor Lington. -El entrenador lo mira perplejo-. No tiene grasa. ¿Cuántas veces he de decírselo?

- ¡Sí, sí que tiene! -Casi doy un salto cuando Sadie se abalanza bruscamente sobre él-. ¡Estás gordo! -le chilla-. ¡Gordo, gordo, gordo! ¡Como un auténtico cerdito!

El rostro del tío Bill se contrae en una mueca de alarma. Desesperado, se echa en la esterilla y reanuda los abdominales entre gruñidos agónicos.

- Bien -dice Sadie, flotando sobre su cabeza y mirándolo con desprecio-. Sufre. Lo tienes bien merecido.

No puedo reprimir la risa. Hay que quitarse el sombrero. Es una venganza genial. Lo dejamos jadear y gruñir un rato más y luego Sadie se acerca a él.

- ¡Dile a tu criado que se largue! ¡¡¡Venga, díselo!!! -le grita al oído, y tío Bill hace una pausa.

- Ya puedes irte, Jean-Michel -dice, jadeante-. Nos vemos esta tarde.

- Muy bien. -El entrenador recoge sus cosas y les sacude la arena-. Hasta las seis.

Sube las escaleras, haciéndome un gesto al pasar, y desaparece.

Mi turno. Me lleno los pulmones del cálido aire mediterráneo y bajo los dos últimos peldaños. Las manos empiezan a sudarme. Doy unos pasos por la arena caliente y me detengo, esperando a que tío Bill repare en mí.

- ¿Qué.. . ? -Me ve de reojo al tenderse en la esterilla y se incorpora de golpe, estupefacto. Tiene mala cara, cosa que no me sorprende después de cincuenta mil abdominales-. ¿Lara? ¿Qué haces aquí? ¿Cómo has entrado?

Se lo ve tan aturdido y agotado que casi da pena, pero no voy a dejarme impresionar ni a entretenerme con preámbulos. Tengo un discurso preparado y voy a pronunciarlo.

- Sí, soy yo -confirmo con voz rimbombante y engolada-. Lara Alexandra Lington. Hija de un padre traicionado. Sobrina nieta de una tía abuela traicionada. Sobrina de un tío malévolo, traidor y embustero. Y he venido a vengarme. -Esta frase me ha quedado muy bien, así que la repito más alto para que resuene en toda la playa-: ¡He venido a vengarme!

Dios, me habría encantado ser actriz de cine.

- Lara. -El tío Bill ya ha dejado de jadear y parece haber recobrado su aplomo. Se seca la cara y se anuda una toalla alrededor de la cintura. Luego se vuelve y me sonríe con su habitual aire condescendiente y afectado-. Muy sobrecogedor, pero no tengo ni idea de qué hablas. Y ahora, dime, ¿cómo has conseguido pasar los controles.. . ?

- Sí sabes de qué hablo -replico en tono mordaz-. Lo sabes.

- Pues me temo que no.

Se hace un silencio. Sólo se oye el rumor de las olas. El sol parece apretar con más fuerza que antes. Ninguno de los dos nos hemos movido.

Así que se pone en plan desafiante. Debe de creerse a salvo. Debe de pensar que el acuerdo confidencial con el museo lo protege y que nadie averiguará nunca la verdad.

- ¿Es por lo del collar? -dice de repente, como si acabara de ocurrírsele-. Es una baratija preciosa y comprendo tu interés. Pero no sé dónde está, créeme. Por cierto, ¿te ha dicho tu padre que quiero ofrecerte un puesto? ¿Has venido por eso? Porque realmente, jovencita, mereces un diez por tu entusiasmo.

Me muestra su dentadura y se pone unas chancletas negras. Le está dando la vuelta a la situación. Ahora pedirá bebidas y simulará que esta visita ha sido idea suya. Intentará comprarme, distraerme, colocar las cosas a su favor. Como ha hecho siempre con todo el mundo.

- No estoy aquí por el collar ni por el trabajo -le corto las alas-. He venido por lo de la tía abuela Sadie.. .

Él alza los ojos al cielo con una exasperación muy propia.

- Por Dios, Lara. ¿Por qué no cambias ya de tema? Por última vez, cielo, no la asesinaron, no era nadie especial.. .

- .. . y por el cuadro suyo que encontraste -continúo sin inmutarme-. El Cecil Malory. Y por el acuerdo secreto que cerraste con la London Portrait Gallery en el ochenta y dos. Y por las quinientas mil libras que te embolsaste. Y por todas las mentiras que has contado. Y para saber qué piensas hacer ahora. Para eso estoy aquí.





Y entonces observo con satisfacción que la cara de mi tío se desinfla de un modo nunca visto. Como un bloque de mantequilla derritiéndose al sol.

Capítulo 26

Una auténtica bomba, sí señor. Ha salido en la portada de todos los periódicos. De todos.

Bill Dos Pequeñas Monedas Lington ha «aclarado» su historia. La gran entrevista apareció en el Daily Mail y el resto de la prensa se abalanzó de inmediato.

Ha confesado lo de las quinientas mil libras. Aunque, por supuesto, siendo el tío Bill, se apresuró a argumentar que el dinero era sólo una parte de la historia y que sus ideas seguían teniendo vigencia para cualquiera que empezara con dos pequeñas monedas. En el fondo nada cambiaba, adujo, ya que en cierto sentido da lo mismo medio millón que dos pequeñas monedas: es sólo la cantidad lo que cambia. (Luego se dio cuenta de que ésa era una idea condenada al fracaso y se retractó. Aunque demasiado tarde, ya lo había dicho.)

Para mí, la verdadera cuestión no es el dinero. La cuestión es que, al final, ha tenido que reconocerle a Sadie su mérito. Le ha hablado al mundo de ella, en lugar de negarla y ocultarla. La cita que han reproducido la mayoría de los medios ha sido: «Me hubiera resultado imposible obtener todo mi éxito sin la ayuda de mi preciosa tía Sadie Lancaster, con la que siempre estaré en deuda.» Una frase que le dicté yo, palabra por palabra.

El retrato de Sadie ha salido en todas las portadas y la London Portrait Gallery ha recibido una enorme afluencia de público. Sadie es como la nueva Mona Lisa. Sólo que mejor, porque el cuadro es tan grande que pueden contemplarlo montones de personas a la vez. (Y además era mucho más mona, sin ánimo de ofender.) Hemos ido unas cuantas veces para ver esas multitudes y escuchar los piropos que le dedican a Sadie. Incluso hay una página web de sus fans.

En cuanto al libro del tío Bill, él podrá decir lo que quiera de sus principios para el éxito, pero no le servirá de nada. Dos Pequeñas Monedas se ha convertido en un objeto de escarnio general. Lo han parodiado todos los periódicos populares, y no hay humorista de televisión que no haya hecho un chiste a su costa. Los editores están tan abochornados que se han ofrecido a devolver el importe del libro a los compradores. Y en torno a un veinte por ciento han aceptado, por lo visto. Supongo que los demás prefieren conservarlo como recuerdo, o dejarlo en la repisa de la chimenea para reírse de vez en cuando.

Estoy leyendo un editorial sobre el tío Bill en el Daily Mail de hoy cuando un pitido del móvil me anuncia un mensaje de texto.

Hola, te espero fuera. Ed.

Ésta es una de las muchas cosas buenas que tiene Ed. Nunca llega tarde. Recojo alegremente mi bolso, cierro la puerta de mi apartamento y bajo las escaleras. Kate y yo nos trasladamos hoy a nuestra nueva oficina, y Ed me ha prometido pasar a verla antes de ir a su trabajo. Salgo a la calle y me lo encuentro con un enorme ramo de rosas rojas.

- Para la nueva oficina -dice, entregándomelas con un beso.

- ¡Gracias! -Sonrío encantada-. Todo el mundo me mirará en el metro.. .

Ed me interrumpe tocándome el brazo.

- Esta vez podemos ir en mi coche -me dice como quien no quiere la cosa.

- ¿Tu coche?

- Ajá. -Señala un elegante Aston Martin negro aparcado muy cerca.

- ¿Ese coche es tuyo? -Lo miro con ojos desorbitados-. Pero.. . ¿desde cuándo?

- Me lo he comprado. Ya sabes: un concesionario, una tarjeta de crédito.. . lo típico. He pensado que sería mejor comprar uno británico -añade con una sonrisita irónica.

¿Se ha comprado un Aston Martin? ¿Así como así?

- Pero si tú nunca has conducido por la izquierda.. . -observo con cierta alarma-. ¿Has venido conduciendo?