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Cada tarde, cuando Kate se va a casa, Sadie y yo nos sentamos en la cama y charlamos. Bueno, más bien es ella la que habla. Le he dicho que quiero saberlo todo sobre su vida. Quiero que me cuente todo lo que recuerda, tanto si es importante como trivial.. . Todo. Así que se sienta, juguetea con las cuentas de su collar, medita un poco y empieza a contarme. Tiene tendencia a divagar y no siempre logro seguirla, pero poco a poco he ido perfilando una imagen global de su vida. Me ha hablado del precioso sombrero que llevaba en Hong Kong cuando estalló la guerra; del baúl de cuero donde lo metió todo y que acabó perdiendo; del viaje en barco que hizo a Estados Unidos, de la ocasión en que la atracaron a punta de pistola en Chicago (aunque por suerte no se llevaron el collar), del hombre con el que bailó una noche y que años más tarde se convirtió en presidente.. .

Yo la escucho fascinada. Nunca había oído una historia parecida. Sadie tuvo una vida asombrosa y pintoresca. A veces divertida, a veces excitante, a veces desesperada, a veces espantosa. Una vida que no imagino que haya tenido nadie. Sólo ella.

Respecto a mí, le he contado cosas de mi infancia con mis padres; anécdotas sobre las clases de equitación de Tonya y sobre lo obsesionada que estuve con la natación sincronizada. También le he hablado de los ataques de ansiedad de mamá y de cuánto me gustaría que aprendiera a relajarse y disfrutar. Y de cómo nos hemos pasado toda la vida a la sombra del tío Bill.

No hacemos ningún comentario. Sólo nos escuchamos.

Más tarde, cuando me acuesto, Sadie se va a la London Portrait Gallery y se queda toda la noche delante del cuadro. Ella no me lo ha contado, pero lo deduzco por su manera de desaparecer en silencio con esa expresión remota y soñadora. Y porque cuando vuelve, todavía abstraída, se pone a hablar de su niñez y de Stephen y de Archbury. Me alegra que vaya al museo. El cuadro es muy importante para ella, es lógico que pase tiempo con él. Y por las noches no ha de compartirlo con nadie.

Casualmente, también me viene bien que me deje las noches libres. Por diversas razones.

Nada de particular.

Bueno, sí, vale. Hay un motivo en particular: que Ed últimamente ha pernoctado en casa algunas veces.

O sea, ya me entiendes. ¿Se te ocurre algo peor que tener a un fantasma dando vueltas por tu habitación cuando estás.. . ejem, conociendo mejor a tu nuevo novio? La sola idea de que Sadie fuera haciendo comentarios sobre la marcha me supera. Y ella es una desvergonzada, seguro que nos observaría todo el rato. Probablemente nos daría una puntuación del uno al diez, o diría con desdén que en sus tiempos lo hacían mejor. O le gritaría a Ed al oído: «¡Más rápido, cateto!»

Ya la pillé una mañana metiéndose en la ducha cuando Ed y yo estábamos allí casualmente. Pegué un grito e intenté sacarla de un empujón, y sin querer le di a Ed un codazo en la cara. Necesité una hora para tranquilizarme. Y Sadie no parecía arrepentida en lo más mínimo. Me dijo que exageraba y que sólo pretendía hacernos compañía. ¿Compañía?

Después, Ed no paraba de mirarme de reojo, como si sospechara algo. Vamos, no puede haber adivinado la verdad, eso sería imposible, pero es bastante observador y se da cuenta de que hay algo un poco rarito en mi vida.

Suena el teléfono y atiende Kate.

- Consultoría Mágica, ¿en que puedo ayudarle? Ah, sí. Le paso. -Pulsa el botón de espera-. Es Sam, de la oficina itinerante de Bill Lington. Por lo visto, tú los llamaste.

- Sí. Gracias, Kate.

Inspiro hondo y cojo el auricular. Allá vamos.

- Hola, Sam -digo en tono amable-. Gracias por devolverme la llamada. Verás, quería ponerme en contacto con vosotros porque estoy montando una pequeña sorpresa para mi tío. Ya sé que está de viaje, pero me preguntaba si podrías pasarme los detalles de su vuelo. Obviamente, no se los daré a nadie -añado con una risita desenfadada.

Menudo farol. Ni siquiera sé si va a coger un vuelo de vuelta desde dondequiera que esté. Quizá piensa viajar en el Queen Elizabeth II en submarino hecho a medida. Ya nada me sorprendería en su caso.

- Lara. -Sam suspira-. Acabo de hablar con Sarah. Me ha dicho que has estado tratando de contactar con Bill. También me ha informado de que tienes prohibido el acceso a la casa.

- ¿Prohibido? -Aparento una gran consternación-. ¿Hablas en serio? Bueno, no sé a qué viene esto. Sólo pretendía organizarle a mi tío una pequeña sorpresa de cumpleaños.. .

- Su cumpleaños fue hace un mes.

- Ah.. . ¡entonces llego con retraso!

- Lara, no puedo facilitarte información de los vuelos. Es confidencial -dice suavemente-. Y tampoco ninguna otra información. Lo lamento. Que pases un buen día.

- Vale. Muy bien.. . Gracias. -Cuelgo de un porrazo.

Maldita sea.

- ¿Todo bien?

- Sí, perfecto.

Procuro sonreír, pero, mientras me dirijo a la cocina, resoplo y la sangre se me enciende de pura frustración. Seguro que esta situación es fatal para mi salud. Otra cosa de la que culpar a tío Bill. Enciendo el hervidor, me apoyo en la encimera y hago unas respiraciones profundas para calmarme.





Hare hare.. . La venganza será mía.. . Hare hare.. . Sólo he de tener un poco de paciencia.

El problema es que ya estoy harta de ser paciente. Cojo una cucharilla y cierro el cajón con un buen golpe.

- ¡Cielos! -Sadie aparece sobre los fogones-. ¿Qué pasa?

- Ya sabes lo que pasa. -Saco la bolsita de té de un tirón y la lanzo al cubo de basura-. Quiero atraparlo.

Sadie abre unos ojos como platos.

- No sabía que estabas tan rabiosa.

- No lo estaba. Pero ahora sí. Ya he tenido bastante. -Me sirvo un chorro de leche en la taza, dejo el envase en la nevera y la cierro de un portazo-. Ya sé que tú estás en plan magnánimo, pero no entiendo cómo lo consigues. Me dan ganas de.. . de darle un puñetazo. Cada vez que paso por un Lingtons Café y veo un expositor de ejemplares de Dos Pequeñas Monedas, tengo la tentación de entrar corriendo y gritar: «¡Alto todo el mundo! ¡No fueron dos pequeñas monedas! ¡Fue toda la fortuna de mi tía abuela!»

Suspiro y bebo un sorbo de té. A continuación la observo con curiosidad.

- ¿No tienes ganas de desquitarte? Debes de ser una santa.

- Exageras.. . -Se echa el pelo hacia atrás.

- Eres increíble. -Tomo la taza con ambas manos-. Tu manera de seguir adelante, de no dejarte obsesionar, de fijarte sólo en lo importante.

- Siempre adelante -dice con sencillez-. Ése ha sido mi modo de actuar toda la vida.

- Pues te admiro. Si yo estuviera en tu lugar, desearía destruirlo.

- Podría destruirlo si quisiera. -Se encoge de hombros-. Podría presentarme en el sur de Francia y convertir su vida en un infierno. Pero ¿sería así mejor persona? -Se toca el pecho-. ¿Y me sentiría mejor por dentro?

- ¿El sur de Francia? ¿Qué quieres decir?

Sadie parece incómoda de repente.

- Es sólo una suposición. La clase de sitio donde podría estar. A esos lugares van los ricos.

¿Por qué no me mira a los ojos?

- Ay, Dios. -Sofoco un grito al comprenderlo-. Tú sabes dónde está, ¿verdad? ¡Sadie! -exclamo al ver que empieza a desvanecerse-. ¡No te atrevas a desaparecer!

- Vale. -Vuelve a materializarse, con aire enfurruñado-. Sí. Lo sé. Fui a su oficina. Me resultó muy fácil averiguarlo.

- ¿Por qué no me lo dijiste?

- Porque.. . -Se encoge de hombros con expresión evasiva.

- ¡Porque no querías reconocer que eres tan mala y tan vengativa como yo! Anda, dilo. ¿Qué le has hecho? Será mejor que me lo cuentes de una vez.

- ¡No he hecho nada! -replica, altiva-. O nada serio, al menos. Sólo quería echarle un vistazo. Es muy, muy rico, ¿no?

- Increíblemente rico. ¿Por qué?

- Da la impresión de ser el dueño de la playa entera. Fue allí donde lo encontré. Tumbado al sol en una hamaca, cubierto de aceite y con un enjambre de criados alrededor cocinando para él. Parecía espantosamente satisfecho de sí mismo. -Un rictus de repugnancia cruza su rostro.