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Malcolm Gledhill sigue profundamente turbado.

- Si hubiéramos sabido que vivía.. . Si alguien nos lo hubiera dicho.. .

- Ustedes no podían saberlo -le digo, ya más calmada-. Ni siquiera nosotros estábamos al tanto de toda la historia.

Porque el tío Bill no dijo una palabra. Porque lo tapó todo para salirse con la suya. Ahora entiendo por qué quería apoderarse del collar: era lo único que vinculaba a Sadie con el retrato, lo único que podría haber destapado su artimaña. Este cuadro debe de ser para él como una bomba de relojería. Ha seguido haciendo tictac en la sombra todos estos años y ahora, por fin, ha estallado. ¡Bum! Todavía no sé cómo, pero voy a vengar a Sadie. Será digno de verse.

Lentamente, los cuatro nos hemos vuelto de nuevo hacia el cuadro. Es casi imposible sentarse en esta sala y no acabar contemplándolo hipnotizado.

- Ya le he dicho que es nuestro cuadro más popular -comenta Malcolm Gledhill al cabo de un rato-. Hoy he hablado con los de promoción y van a convertirlo en la imagen oficial del museo. Saldrá en todas las campañas.

- Me gustaría aparecer en un pintalabios -dice Sadie-. En un precioso y reluciente pintalabios.

- Debería utilizar su imagen en un pintalabios -le sugiero al director-. Y ponerle su nombre. Es lo que a ella le habría gustado.

- Veré qué puede hacerse. -Parece algo apurado-. Ése no es mi terreno.. .

- Ya le informaré de todas las cosas que a ella le habrían gustado. -Le hago un guiño a Sadie-. De ahora en adelante, actuaré extraoficialmente como si fuese su agente.

- Me gustaría saber qué está pensando -dice Ed, sin apartar la vista del lienzo-. Tiene una expresión intrigante.

- Yo también me lo pregunto a menudo -interviene Gledhill-. Parece desprender tal serenidad y tal felicidad.. . Por lo que usted ha explicado, tenía cierta relación sentimental con Malory. A veces he pensado que quizá él le leía poesía mientras la retrataba.. .

- Menudo idiota -murmura Sadie, burlona-. Es obvio lo que estoy pensando. Miro a Stephen y pienso: «Qué ganas tengo de echarle un polvo.»

- Tenía ganas de echarle un polvo -le digo al director.

Ed me lanza una ojeada, incrédulo, y estalla en carcajadas.

- Debería irme ya.. . -murmura Gledhill, que obviamente ha tenido más que suficiente de nosotros por hoy. Recoge su maletín, nos hace un gesto y se aleja con paso vivo. Unos segundos más tarde oímos que baja la escalinata de mármol prácticamente corriendo.

Miro a Ed y sonrío.

- Perdona todo este lío.

- No importa. -Me observa con aire socarrón-. ¿Alguna otra obra maestra que descubrir esta noche? ¿Alguna escultura de la familia perdida durante décadas? ¿Alguna otra revelación de tus poderes paranormales? ¿O nos vamos a cenar?

- A cenar. -Me levanto y me vuelvo hacia Sadie, que permanece sentada, con los pies sobre el banco y el vestido amarillo alrededor. Se contempla a sí misma, a su yo de veintitrés años, con tal avidez que parece querer beberse el cuadro.

- ¿Vienes? -digo en voz baja.

- Claro -responde Ed.

- Aún no -dice ella, sin volver la cabeza-. Ve tú. Nos veremos luego.

Sigo a Ed hacia la salida. Me doy la vuelta una vez más y le echo un último vistazo a Sadie, para asegurarme de que está bien. Pero ella ni siquiera se da cuenta. Sigue absorta, como si quisiera pasar toda la noche con el cuadro para recuperar el tiempo perdido.





Como si, finalmente, hubiera encontrado lo que buscaba.

Capítulo 25

Nunca me he vengado de nadie. Y empiezo a descubrir que es más complicado de lo que pensaba. El tío Bill está de viaje y nadie puede ponerse en contacto con él. (Bueno, ellos claro que pueden. Pero no van a hacerlo por la chiflada de su sobrina, que no para de acosarlo.) No quiero escribirle ni hablar por teléfono. Esto debe hacerse cara a cara. Así que, de momento, imposible.

Tampoco ayuda que Sadie se ponga ahora moralista y trascendental. Según ella, no tiene sentido preocuparse del pasado. Lo hecho, hecho está, dice, y «deberías dejar de lamentarte, cielo».

Pero no me importa su opinión. La venganza será mía. Cuanto más pienso en el tío Bill, más furiosa me pongo y más ganas me dan de llamar a papá y contárselo todo. Pero consigo controlarme. No hay prisa. Todo el mundo sabe que la venganza es un plato que se sirve.. . cuando has tenido tiempo para acumular suficiente furia y vitriolo. Además, no es que mis pruebas vayan a esfumarse. El cuadro no va a desaparecer de la London Portrait Gallery, como tampoco el acuerdo confidencial que tío Bill firmara tantos años atrás. Ed ya ha contratado a un abogado que va a poner en marcha un pleito en cuanto yo le dé el visto bueno. Cosa que haré tan pronto como me enfrente con tío Bill y lo vea abochornarse. Ése es mi objetivo. (Si llega a humillarse, miel sobre hojuelas, aunque no me hago tantas ilusiones.)

Doy un suspiro, estrujo una hoja de papel y la lanzo a la papelera. Quiero verlo retorcerse de vergüenza. Tengo preparado mi discurso vengativo y todo.

Para distraerme, me reclino en la cabecera de la cama y ojeo el correo. Mi habitación es un despacho estupendo, la verdad. No he de moverme de casa y no me cuesta una libra. Y tiene una cama. La única pega es que Kate ha de trabajar en mi tocador y no sabe dónde meter las piernas.

Mi nueva empresa se llama Consultaría Mágica y llevamos tres semanas en marcha. ¡Ya hemos ganado una comisión! Janet Grady, mi nueva amiga íntima, nos recomendó a una compañía farmacéutica. (Janet no es tonta, sabe de sobra que todo el trabajo lo hice yo, no Natalie. Más que nada porque la llamé para contárselo.) Yo misma me encargué de soltarles el rollo para convencerlos y hace un par de días supimos que nos habían dado el trabajo. Nos han pedido que preparemos una lista de candidatos para un puesto de director de marketing. Ha de ser un especialista en el campo de la industria farmacéutica. Le dije al jefe de recursos humanos que era un encargo ideal para nosotras porque, casualmente, una de mis socias conoce a fondo ese sector.

Lo cual, estrictamente hablando, no es cierto, claro.

Pero lo bueno de Sadie es que aprende rápido y se le ocurren montones de ideas brillantes. Por eso es uno de los miembros más apreciados del equipo de Consultoría Mágica.

- ¡Hola! -Su voz aguda me saca de mi ensoñación. Está sentada en el borde de la cama-. Acabo de estar en Glaxo Wellcome. Ya tengo el teléfono de dos ejecutivos de marketing. Deprisa, antes de que lo olvide.. .

Me dicta los nombres y los números. Números directos, personales. Oro en polvo para un cazatalentos.

- El segundo acaba de tener un hijo -añade-. Así que seguramente no querrá cambiar de trabajo. Pero Rick Young tal vez sí. Parecía bastante aburrido durante la reunión del consejo directivo. Cuando me pase otra vez averiguaré su sueldo.

«Sadie -escribo debajo de los números-, eres un fenómeno. Mil gracias.»

- No hay de qué -dice-. Ha sido muy fácil. ¿Y ahora qué? Deberíamos pensar en otros países europeos, ¿sabes? Tiene que haber muchos talentos en Suiza o Francia.

«Excelente idea», escribo, y levanto la vista:

- Kate, ¿podrías hacerme una lista de las grandes compañías farmacéuticas europeas? Creo que esta vez vamos a extender nuestras redes más lejos.

- Buena idea, Lara -dice ella, impresionada-. Me pongo ahora mismo.

Sadie me guiña un ojo y yo le sonrío. Le viene muy bien tener un trabajo. Se la ve más despierta y más contenta que nunca. Incluso le he dado un nombre a su puesto: cazatalentos mayor. Al fin y al cabo, es ella la que hace toda la investigación.

También nos ha encontrado una oficina: un edificio abandonado cerca de Kilburn High Road. Nos trasladamos la semana que viene. Todo empieza a encajar.