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No puedo creerlo. No se marcha. No le hace caso a Sadie. Sea cual sea la voz que oiga en su interior, no es la de ella.. .

Finalmente, se separa y sonríe mientras me aparta de la cara un mechón de pelo. Le devuelvo la sonrisa, aún sin aliento, reprimiendo la tentación de seguir besándolo.

- ¿Te apetece bailar, chica años veinte? -me dice.

Sí, quiero bailar. Y algo más que bailar. Quiero pasar toda la velada y toda la noche con él.

Echo un vistazo a Sadie, que se ha apartado un poco y se mira los zapatos cabizbaja, retorciéndose las manos como una adolescente. Levanta la vista fugazmente y se encoge de hombros, admitiendo la derrota.

- Baila con él -dice-. No pasa nada. Esperaré.

Lleva años y años esperando averiguar la verdad sobre Stephen. Y está dispuesta a aguardar un poco más para que su sobrina nieta baile con Ed.

Siento una punzada en el corazón. Cuánto me gustaría abrazarla.

- No. -Muevo la cabeza-. Es tu turno. Ed.. . -digo, inspirando hondo-. He de hablarte de mi tía abuela. Murió hace poco.

- Ah, vaya. No lo sabía. -Parece sorprendido-. ¿Quieres que lo hablemos mientras cenamos?

- No. Necesito hablarlo ahora mismo. -Lo arrastro hacia el borde de la pista, lejos de los músicos-. Es muy importante. Se llamaba Sadie y estaba enamorada de un tal Stephen en los años veinte. Creía que él era un cerdo que la había utilizado y luego olvidado. Pero él la amaba. Me consta que la amaba. Incluso después de irse a Francia, siguió amándola, siempre. -Las palabras me salen a borbotones. Miro a Sadie. He de hacerle llegar mi mensaje. Tiene que creerme.

- ¿Cómo lo sabes? -Alza la barbilla, más altiva que nunca, pero le tiembla voz-. ¿De qué estás hablando?

- Lo sé porque él le escribió un montón de cartas desde Francia -digo a Ed-. Y porque él se retrató en el collar. Y porque nunca pintó otro retrato. La gente le suplicaba, pero él siempre respondía: J’ai peint celui que j’ai voulu peindre. Y cuando ves el cuadro, comprendes por qué. ¿Cómo iba a querer pintar a nadie después de Sadie? -Se me forma un nudo en la garganta-. Ella era la chica más preciosa que hayas visto. Radiante. Y llevaba ese collar.. . Cuando ves el collar en el cuadro todo encaja. Sí, él la amaba. Aunque ella haya pasado toda la vida sin saberlo. Aunque haya vivido ciento cinco años sin recibir una respuesta. -Me seco una lágrima de la mejilla.

Ed se ha quedado desconcertado. No me extraña. Hace un minuto estábamos besándonos y ahora lo abrumo con un culebrón familiar.

- ¿Dónde has visto el cuadro? ¿Dónde está? -Sadie se acerca, pálida, temblando de pies a cabeza-. Se había perdido. Se quemó en el incendio.

- ¿Y conocías mucho a tu tía abuela? -Ed recupera el habla.

- No la conocí en vida. Pero tras su muerte fui a Archbury, donde ella se había criado. Él era un pintor famoso -digo, volviéndome hacia ella-. Stephen es un pintor famoso.

- ¿Famoso? -Sadie se queda boquiabierta.

- Hay un museo dedicado a él. Se hacía llamar Cecil Malory. Lo descubrieron muchos años después de su muerte. Y el retrato también se ha hecho famoso. Consiguieron salvarlo y está en una galería de arte, y le encanta a todo el mundo.. . Tienes que verlo. Tienes que verlo.

- Ahora -musita Sadie casi inaudiblemente-. Por favor, vamos ahora.

- Estoy impresionado -dice Ed educadamente-. Tenemos que ir a verlo un día. Podríamos recorrer varias galerías, almorzar y.. .

- No. Vamos ahora. -Le cojo la mano-. Ahora mismo -repito, mirando a Sadie-. En marcha.

Estamos sentados los tres en un banco tapizado de cuero. Sadie a mi derecha y Ed a mi izquierda. Ella no ha abierto la boca desde que entramos. Creí que iba a desmayarse cuando vio el retrato. Parpadeó, se quedó mirándolo y por fin soltó el aire como si llevase una hora aguantando la respiración.

- Los ojos son asombrosos -murmura Ed. No cesa de mirarme con cautela, como inseguro respecto a qué debe decir.

- Asombrosos -repito, pero no puedo prestarle atención-. ¿Estás bien? -Miro a Sadie, inquieta-. Supongo que ha sido un golpe brutal para ti.

- Perfectamente. -Ed parece perplejo-. Gracias por preguntar.

- Estoy bien -dice Sadie con una sonrisa lánguida, y vuelve a concentrarse en el cuadro. Antes se ha acercado para atisbar el retrato de Stephen oculto en el collar y su rostro se ha contraído en una sobrecogedora mueca de amor y pena. He tenido que mirar para otro lado.

- Han hecho un estudio en el museo -le digo a Ed- y resulta que su retrato es el más popular. Van a lanzar una gama de productos con su imagen. Carteles, tazas de café.. . ¡Va a hacerse famosa!

- ¿Tazas de café? ¡Qué vulgaridad! -dice Sadie sacudiendo la cabeza, aunque detecto un brillo de orgullo en sus ojos-. ¿Dónde más saldré?

- Paños de cocina, puzles.. . -añado, como informando a Ed-. En fin, una amplia variedad. Si Sadie pensó alguna vez que no iba a dejar huella en este mundo.. . -Dejo la frase en el aire.





- ¡Qué pariente más famosa tenéis! -Ed arquea las cejas-. Tu familia debe de sentirse orgullosa.

- No tanto -replico-. Pero lo estará.

- Mabel. -Ed consulta la guía que se ha empeñado en comprar en la entrada-. Aquí pone: «Se cree que la modelo del cuadro se llamaba Mabel.»

- Eso es lo que creían. Porque en la parte de detrás pone: «Mi Mabel.»

- ¿Mabel? -Sadie me mira tan horrorizada que se me escapa una carcajada.

- Ya les he dicho que era una broma privada -me apresuro a explicar-. Era el apodo que le puso Malory, pero todo el mundo creyó que se llamaba así.

- ¿Acaso tengo cara de Mabel?

Percibo un movimiento en la entrada. Al levantar la vista, veo sorprendida a Malcolm Gledhill, que viene con un maletín y me sonríe tímidamente.

- Ah, señorita Lington. Después de nuestra conversación de esta tarde se me ha ocurrido echarle otro vistazo al cuadro.

- A mí también. Permítame que le presente a.. . -¡Cuidado, ésta es Sadie!-. A Ed -rectifico a tiempo volviéndome hacia el otro lado-. Sí, a Ed Harrison. -¡Fiu!-. Éste es Malcolm Gledhill, el director de la colección.

Malcolm se sienta con nosotros tres y todos contemplamos la obra maestra.

- Así que tienen este cuadro desde mil novecientos ochenta y dos -dice Ed, todavía leyendo la guía-. ¿Por qué quiso desprenderse de él la familia? Una extraña decisión.

- Buena pregunta -dice Sadie, despertando-. Me pertenecía a mí. Nadie debería haber sido autorizado a venderlo.

- Buena pregunta -repito-. Era de Sadie. Nadie debería haber sido autorizado a venderlo.

- Y lo que me gustaría saber es quién lo vendió -añade ella.

- Y me gustaría saber quién lo vendió.

- Sí, ¿quién lo vendió? -repite Ed.

Malcolm Gledhill se remueve inquieto.

- Como ya le he dicho antes, señorita Lington, hay una cláusula de confidencialidad. Mientras no se produzca una reclamación legal, el museo no puede.. .

- Vale, vale. Ya lo he entendido, no puede decírmelo. Pero voy a averiguarlo. El cuadro pertenecía a mi familia. Tenemos derecho a saberlo.

- A ver si lo entiendo bien. -Ed empieza a interesarse por fin en la historia-. ¿Alguien robó el cuadro?

- No lo sé. -Me encojo de hombros-. Desapareció durante años y ahora he descubierto que estaba aquí. El museo lo compró en los ochenta, eso es lo único que sé, pero no quién lo vendió.

- ¿Usted lo sabe? -Ed mira Gledhill.

- Sí, claro que lo sé.

- ¿Y no puede decírselo?

- No.. . Bueno.. . de momento no.

- ¿Es una especie de secreto de Estado? -pregunta Ed-. ¿Tiene algo que ver con armas de destrucción masiva? ¿O con una cuestión de seguridad nacional?

- No exactamente. -El director parece nervioso-. Pero el acuerdo incluye una cláusula de confidencialidad.. .

- Entiendo. -Ed se pone automáticamente en modo consultor-de-negocios-tomando-el-mando-. Pondré a un abogado a trabajar en el asunto mañana mismo. Es absurdo.