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- Natalie -empecé-, esto ha resultado muy estresante sin ti.. .

- Bienvenida al mundo de los negocios -dijo guiñándome un ojo-. El estrés va incluido en el sueldo.

- Pero ¡te largaste por las buenas! ¡Sin previo aviso! Tuvimos que sacar todas las castañas del fuego.. .

- Lara. -Alzó una mano, pidiendo calma-. Sí, ya lo sé, ha sido muy duro. Pero ahora ya está. Y además no importa: si resulta que se han producido cagadas en mi ausencia, yo las arreglaré. ¿Graham? -dijo al teléfono-. Natalie Masser.

Y siguió así toda la tarde, saltando de una llamada a otra, de modo que no pude volver a meter baza. Cuando se fue a última hora, seguía pegada al móvil y sólo nos dirigió un gesto distraído.

En fin, que ha vuelto. Se comporta como si fuera la reina y no hubiera hecho nada malo, y como si tuviéramos que darle las gracias por haber regresado.

Si vuelve a guiñarme un ojo la estrangulo.

Me hago una coleta, todavía muy baja de moral. Hoy no pienso matarme demasiado. Para hacer turismo no hace falta un vestido de época. Y Sadie cree que salgo con Josh, así que por una vez no me atosiga.

Le echo una ojeada furtiva mientras me pongo colorete. No me gusta mentirle, pero ella no debería haber sido tan odiosa.

- No quiero que vengas -le advierto otra vez-. Ni se te ocurra.

- ¡No iría aunque me lo pidieses! ¿Crees que me apetece seguiros a ti y esa marioneta? No; me quedo a ver la televisión. Están dando un ciclo de Fred Astaire. Edna y yo pasaremos juntas un día delicioso.

- Muy bien. Dale recuerdos -digo, sarcástica.

Sadie ha encontrado a una viejecita llamada Edna que vive cerca y que no hace otra cosa que mirar películas en blanco y negro. Así que ahora la mayoría de los días se va a su casa y se sienta a su lado en el sofá delante de la tele. El único problema surge cuando llaman por teléfono y su amiga se pone a charlar en mitad de la película. Sadie se ha acostumbrado a gritarle al oído: «¡Cállate ya! ¡Cuelga de una vez!» Edna se pone muy nerviosa y a veces cuelga a media frase.

Pobre.

Termino de ponerme colorete y me miro en el espejo. Vaqueros negros ceñidos, zapatillas de ballet plateadas, una camiseta y una chaqueta de cuero. Maquillaje normal del siglo XXI. Ed no me reconocerá. Debería ponerme una pluma en el pelo para que sepa que soy yo.

La idea me provoca una risotada y Sadie me echa un vistazo con aire suspicaz.

- ¿De qué te ríes? -Me examina de arriba abajo-. ¿Piensas salir así? Nunca había visto un conjunto tan soso. Josh se morirá de aburrimiento. Si es que no te mueres de aburrimiento tú antes.

Ja, ja, muy graciosa. Aunque quizá tenga algo de razón. Quizá me he vestido de un modo demasiado informal.

Me sorprendo a mí misma tomando uno de mis collares de los años veinte y colgándomelo del cuello. Las cuentas de plata y azabache caen en hileras y tintinean cuando me muevo, y al punto me siento una pizca más interesante. Más glamurosa.

Me repaso otra vez los labios con un color más oscuro, dándoles una silueta más parecida al estilo años veinte. Recojo el bolsito, también de época, de cuero plateado, y me echo un último vistazo ante el espejo.

- ¡Mucho mejor! -dice Sadie-. ¿Qué tal un sombrerito?

- No, gracias. -Pongo los ojos en blanco.

- En tu lugar, yo llevaría sombrero -insiste.

- Ya, pero yo no quiero parecerme a ti. -Me echo el pelo atrás y sonrío-. Quiero parecerme a mí.

Le propuse a empezar nuestro tour en la Torre de Londres y, en cuanto salgo del metro al aire fresco de la orilla del río, me siento instantáneamente animada. Olvídate de Natalie. Olvídate de Josh. Olvídate del collar y mira todo esto. ¡Es fantástico! Antiguas almenas de piedra elevándose hacia el cielo azul, como lo han hecho durante siglos. Alabarderos de la Guardia, que parecen salidos de un cuento de hadas, paseándose con sus uniformes rojos y azules.

Son estos lugares los que te hacen sentir orgullosa de ser una londinense de pura cepa. ¿Cómo es posible que Ed no se haya molestado en venir al menos aquí? Es.. . no sé, una de las maravillas del mundo.

Ahora que caigo, no estoy segura de si he visitado la Torre de Londres. O sea, entrar y verla por dentro. Pero, bueno, eso es distinto. Yo vivo aquí, no estoy obligada.

- ¡Lara! ¡Por aquí!

Ed está en la cola para sacar las entradas. Va con tejanos y una camiseta gris. No se ha afeitado, lo cual resulta interesante. Ya lo tenía catalogado como esa clase de hombre que va impecable incluso los fines de semana. Cuando me acerco, me da un repaso con una leve sonrisa.

- Así que a veces llevas ropa del siglo veintiuno.. .





- Muy raramente -digo, devolviéndole la sonrisa.

- Estaba convencido de que ibas a presentarte con otro vestido años veinte. De hecho, he encontrado un accesorio para mí. Para no desentonar.

Se mete la mano en el bolsillo y saca un estuche rectangular de plata medio deformado. Lo abre y veo una baraja de cartas.

- ¡Chulísimo! -digo, impresionada-. ¿De dónde lo has sacado?

- De una subasta de eBay. -Se encoge de hombros-. Siempre llevo encima un juego de naipes. Éste es de mil novecientos veinticinco -añade, mostrándome un sello diminuto.

No deja de conmoverme un poco que haya hecho semejante esfuerzo.

- Me encanta. -En ese momento llegamos a la taquilla-. Dos adultos, por favor. De esto me encargo yo -añado cuando hace ademán de sacar la cartera-. Para algo soy la anfitriona.

Compro las entradas, y una guía titulada Londres histórico, y luego me detengo un momento frente a la Torre.

- Bueno, este edificio que tienes delante es la Torre de Londres -empiezo con el tonillo de un guía turístico-. Uno de nuestros monumentos más antiguos e importantes. Una de las muchas maravillas de esta ciudad. Es un crimen venir a Londres y no interesarse por nuestro increíble patrimonio -le advierto con una mirada severa-. Un crimen propio de personas estrechas de miras. En América, además, no tenéis nada parecido.

- Cierto. -Observa la Torre con aire contrito-. Es espectacular.

- ¿A que sí? -digo, orgullosa.

Hay momentos en los que ser inglesa resulta ideal, y la lección de historia y castillos antiguos es uno de esos momentos.

- ¿Cuándo fue construido? -pregunta Ed.

- Hummm.. . -Miro alrededor, buscando alguna placa, pero no hay ninguna. Maldita sea. Debería haber una. No puedo ponerme a buscarlo en el libro. Al menos, mientras él me mira expectante-. Pues en.. . -me vuelvo un poquito y mascullo unas sílabas borrosas- en el siglo.. .

- ¿Cuál?

- Se remonta al período.. . -carraspeo- Tudor.. . quiero decir, Estuardo.

- ¿Te refieres a la época de los normandos?

- Exacto, a eso me refería. -Le lanzo una mirada suspicaz. ¿Y él cómo lo sabía? ¿Habrá estado empollando?-. Bueno, es por allí. -Lo guío hacia una muralla, pero él me tira del brazo.

- Creo que la entrada es por el otro lado, por el río.

Dios mío. Obviamente, es de esos hombres que se empeñan en tomar las riendas como sea. Seguro que nunca pide indicaciones por la calle.

- Escucha, Ed -le digo con amabilidad-. Tú eres americano y nunca habías estado aquí. ¿Quién tiene más posibilidades de saber dónde está la entrada, tú o yo?

En ese momento, un alabardero se detiene a nuestro lado con una sonrisa. Se la devuelvo y me dispongo a preguntarle por dónde se entra, pero él se dirige jovialmente a Ed.

- Buenos días, señor Harrison. ¿De nuevo por aquí?

¿Cómo? ¿Ahora resulta que conoce a los alabarderos?

No acierto a decir nada mientras Ed le estrecha la mano.

- Me alegro de verlo, Jacob. Le presento a Lara.

- Ah.. . hola -digo débilmente.

¿Qué sucederá a continuación? ¿Aparecerá la reina y nos invitará a tomar el té?

- Vale -farfullo en cuanto el alabardero sigue su camino-. Explícame qué es esto.