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- Sí, bueno, de eso se trata.. .

- Y tendría por padre a un odioso gilipollas que se cree Dios y que nos hace salir a todos en su estúpido documental biográfico.. . ¡sin obtener nada a cambio! ¿Qué obtendré yo? -exclama, abriendo sus brazos esbeltos y bronceados-. ¿Qué?

Vale. No voy a meterme en ese debate.

- Tienes razón -me apresuro a decir-. Pero volviendo al collar de la libélula.. .

- Mi padre se ha enterado de que venías hoy, ¿sabes? -Por lo visto, ni siquiera me oye-. Me ha llamado por teléfono. En plan: «¿Qué hace ella en la lista de invitados? Sácala.» Y yo: «¡Que te zurzan! ¡Es mi prima, joder!»

El corazón me da un brinco.

- ¿Tu padre no quería que viniera? -Me humedezco los labios-. ¿Te dijo por qué?

- Yo le repliqué: «¿Qué más da si está un poco loca?» -Lo dice como si yo no estuviera delante-. «Haz el favor de ser más tolerante, joder.» Y entonces se puso a hablar del collar, ¿sabes? -Abre unos ojos como platos-. Me dijo que me daría otros a cambio. Y yo: «No pretendas engatusarme con el jodido Tiffany. Soy diseñadora, ¿vale? Tengo mi propia visión.»

La sangre me bombea en los oídos. El tío Bill sigue detrás del collar. Pero ¿por qué? Lo único que sé es que debo encontrarlo.

- Diamanté -le digo cogiéndola por los hombros-. Escucha, por favor. Ese collar es muy importante para mí. Para mi madre. Yo valoro tu visión como diseñadora y tal.. . Pero ¿me lo darás después del desfile?

Tiene una expresión tan vacía que me temo que habré de explicárselo todo otra vez. Entonces me rodea el cuello y me abraza con fuerza.

- Claro que sí, cielo. En cuanto acabe el espectáculo, es tuyo.

- Genial. -Procuro no mostrar el alivio que siento-. ¿Y dónde lo tienes ahora mismo? ¿Podría verlo?

En cuanto le ponga la vista encima, lo cojo y me largo. No voy a correr más riesgos.

- ¡Claro! ¿Lyds? -Llama a una chica con un top a rayas-. ¿Sabes dónde está el collar de la libélula?

- ¿Cómo, cariño? -Lyds se acerca con el móvil en la mano.

- El collar antiguo, el que tiene esa libélula tan mona. ¿Sabes dónde está?

- Con una doble hilera de cuentas amarillas -intervengo, ansiosa- y un colgante en forma de libélula que llega hasta aquí.. .

Pasan dos modelos con un montón de collares al cuello y yo los miro, aguzando la vista, por si acaso.

Lyds se encoge de hombros.

- No me acuerdo. Debe de llevarlo alguna de las chicas.

Como si dijese: «La aguja debe de estar por aquí, en el pajar.» Miro alrededor, desesperada. Hay modelos por todas partes. Collares por todas partes.

- Ya lo busco yo -digo-. Si no te importa.. .

- ¡No! ¡El desfile está a punto de empezar! -Diamanté me empuja hacia la puerta-. Lyds, acompáñala. Que la pongan en primera fila. Así aprenderá papá.

- Pero.. .

Demasiado tarde. Ya me han sacado afuera.

En cuanto se cierran las puertas, me pongo a dar saltitos de frustración. Está ahí dentro. El collar de Sadie lo lleva una de esas modelos. Pero ¿cuál?

- No lo veo por ningún parte -dice Sadie, surgiendo a mi lado. Está al borde de las lágrimas-. He examinado a todas las chicas. He mirado todos los collares. No está, no aparece.

- ¡Tiene que estar! -me obstino mientras cruzamos el pasillo-. Escucha, Sadie, lo lleva una modelo. Las miraremos atentamente a medida que vayan pasando y acabaremos por encontrarlo. Te lo prometo.





Procuro sonar optimista, pero no estoy tan segura. Nada segura.

Afortunadamente me han puesto en primera fila. Al comenzar el desfile hay al menos seis filas ocupadas a cada lado, y la gente es tan alta y espigada que desde más atrás no habría visto nada. La música resuena con golpes sordos, las luces parpadean por todo el salón y se oyen gritos de entusiasmo, seguramente los amigos de mi prima.

- ¡Vamos, Diamanté! -grita uno de ellos.

Para mi espanto, comienzan a surgir nubes de hielo seco en la pasarela. ¿Cómo voy a ver a las modelos así? No digamos ya el collar. La gente que tengo alrededor sufre accesos de tos.

- ¡Diamanté, que no vemos nada! -grita sin cortarse una chica-. ¡Apaga eso!

Finalmente, la niebla va disipándose. En la pasarela parpadean topos de color rosa y por los altavoces suena un tema de Scissor Sisters. Me echo hacia delante, lista para observar concienzudamente a la primera modelo, y entonces lo veo con el rabillo del ojo.

Al otro lado de la pasarela, en un asiento de primera fila, está el tío Bill. Lleva un traje oscuro y camisa sin corbata, y lo acompañan Damian y otro ayudante. Mientras lo contemplo horrorizada, levanta la vista y me mira a los ojos.

Me quedo paralizada.

Tras unos segundos interminables, alza una mano con calma y me saluda. Lo imito torpemente. La música sube de volumen y de repente aparece la primera modelo con un vestidito blanco, estilo enagua y estampado con telarañas. Recorre la pasarela con ese contoneo propio de las modelos que resalta sus caderas huesudas y sus brazos flacuchos. Observo los collares que se agitan en su cuello, pero pasa tan deprisa que cuesta distinguirlos.

Le echo un vistazo al tío Bill y siento un escalofrío. Él también está examinando los collares.

- ¡Esto es inútil! -Sadie se materializa de golpe y sube de un salto a la pasarela. Se planta frente a la modelo y escruta atentamente el amasijo de cadenas, cuentas y amuletos-. ¡No lo veo! ¡Te lo he dicho, no está aquí!

Aparece la siguiente modelo y Sadie se abalanza para examinar sus collares.

- Tampoco aquí.

- ¡Una colección súper! -exclama la chica que tengo al lado-. ¿No te parece?

- Pues sí. Fantástica. -Pero yo sólo tengo ojos para los collares, para esa borrosa serie de cuentas, dorados y joyas de imitación. Empiezo a tener un mal presentimiento, una sensación de fracaso.. .

Oh, Dios mío.

Oh, Dios mío.. . ¡ahí está! Justo delante de mis narices, enrollado en el tobillo de una modelo. El corazón se me desboca mientras contemplo sin aliento las cuentas amarillas entrelazadas como una ajorca. Una ajorca. No me extraña que Sadie no lo encontrara. La modelo sigue con sus contoneos. Tengo el collar apenas a medio metro. Podría inclinarme y agarrarlo. Esto es insoportable.. .

Sadie sigue mi mirada y da un grito.

- ¡Mi collar! -Se abalanza sobre la modelo, que sigue adelante como si tal cosa, y le grita-: ¡Es mío! ¡Es mío!

En cuanto la modelo salga de la pasarela, voy tras ella y lo recupero. Cueste lo que cueste. Echo una ojeada al tío Bill.. . ¡Horror, él también tiene los ojos fijos en el collar!

La modelo se aleja con sus andares estilizados. En pocos segundos habrá abandonado la pasarela. Miro al otro lado, guiñando los ojos porque un topo de luz me da en la cara. El tío Bill se ha puesto de pie y su gente va abriéndole paso.

Maldición. ¡Maldición!

Me levanto de un brinco y empiezo a salir, murmurando disculpas y repartiendo pisotones. Al menos tengo una ventaja: estoy en el lado de la pasarela más cercano a la entrada. Sin atreverme a mirar atrás, cruzo la doble puerta, corro por el pasillo hasta los camerinos y le muestro mi pase al gorila de turno.

La zona de camerinos es un auténtico caos. Una mujer con tejanos ladra instrucciones y guía a las modelos a empujones hacia el escenario. Ellas se quitan la ropa a tirones o se dejan vestir y peinar, inmóviles mientras les repasan el maquillaje.. .

Miro alrededor, jadeante y muerta de pánico. No veo a la modelo. ¿Dónde demonios se ha metido? Me abro paso entre secadores de pelo y percheros cargados de ropa, a ver si la localizo por algún lado, cuando oigo un tumulto en la puerta.

- Este señor es Bill Lington, ¿entiende? -Es la voz de Damian y parece estar perdiendo los estribos-. Bill Lington. Sólo porque no tenga un pase de camerinos.. .

- Sin pase no entra -replica el gorila, inflexible-. Normas de la jefa.

- El puto jefe es él -le espeta Damian-. Él ha pagado todo esto, imbécil.