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¡Uf! Se cree muy sexy, pero no es más que un depravado repulsivo. Y un machista.

- Sólo El Gran Firenzo posee tales poderes -añade con aire teatral, mirándonos a todos-. Sólo El Gran Firenzo puede realizar tal proeza. Sólo El Gran Firenzo.. .

- Yo también puedo -tercio risueña. Ahora veremos quién tiene la mente más débil.

- ¿Perdón? -El tipo me taladra con la mirada.

- Que yo también puedo comunicarme con la mente. Sé qué tarjeta ha escogido.

- Por favor, joven damisela. -Me dirige una sonrisa feroz-. No interrumpa el trabajo del Gran Firenzo.

- Sólo decía -me encojo de hombros- que sé cuál es.

- No, no lo sabe -me espeta la rubia-. No sea absurda. Está estropeándole el espectáculo a todo el mundo. ¿Ha bebido más de la cuenta? -le pregunta a Ed.

Qué cara más dura.

- ¡Lo sé! -replico airada-. Se lo dibujaré, si quiere. ¿Alguien tiene un bolígrafo? -El hombre sentado a mi lado me pasa uno y yo empiezo a dibujar en la servilleta.

- Lara -susurra Ed-, ¿qué estás haciendo?

- Magia -le digo. Acabo de trazar el triángulo y le lanzo la servilleta a la rubia-. ¿He acertado?

Se queda boquiabierta. Me mira con incredulidad y examina otra vez la servilleta.

- Ha acertado. -Destapa su tarjeta y se oye un murmullo asombrado alrededor de la mesa-. ¿Cómo lo ha hecho?

- Ya se lo he dicho, sé hacer magia. También yo poseo poderes misteriosos que me fueron otorgados en Extremo Oriente. Me llaman La Gran Lara -añado. Sadie me sonríe, socarrona.

- ¿Es usted miembro del Círculo de Magia? -El Gran Firenzo se ha quedado blanco-. Porque nuestras normas establecen.. .

- No soy de ningún círculo -replico en tono melifluo-. Pero tengo una mente bastante poderosa, ya ve. Para ser una dama.

El Gran Firenzo empieza a recoger sus cosas, ofendido en lo más hondo.

Le echo un vistazo a Ed, que alza sus cejas oscuras.

- Impresionante. ¿Cómo lo has hecho?

- Magia. -Me encojo de hombros con aire inocente-. Ya te lo he dicho.

- La Gran Lara, ¿eh?

- Sí. Así me llaman mis discípulos. Pero tú puedes llamarme Larissa para abreviar.

- Larissa. -Percibo un tic en sus labios y, de pronto, se le dibuja una sonrisa en la comisura. Una auténtica sonrisa.

- Oh, ¡Dios! -Lo señalo con júbilo-. ¡Has sonreído! ¡El americano ceñudo ha sonreído!

Ay. Quizá sí he bebido demasiado. No pretendía llamarlo así delante de todo el mundo. Por un momento parece desconcertado, pero se encoge de hombros, tan impertérrito como siempre.

- Debe de haber sido un error. Procuraré que me lo arreglen. No volverá a suceder.

- Mejor. Podrías lastimarte la cara sonriendo de esa manera.

No responde y temo haber ido demasiado lejos. De hecho, es bastante encantador. No quiero ofenderlo.

De repente, un tipo de aspecto pomposo con esmoquin blanco alecciona a su acompañante:

- Es simplemente cuestión de probabilidades, nada más. Con un poco de práctica, yo mismo podría calcular la probabilidad de que elijas un triángulo.. .

- No, no podría -lo interrumpo-. Venga, voy a hacer otro truco. Escriba lo que quiera, cualquier cosa. Una forma, un nombre, un número. Leeré su mente y le diré qué ha puesto.

- Muy bien. -El tipo lanza una sonrisa alrededor con las cejas alzadas, como diciendo «Ahora se va a enterar», y saca un bolígrafo-. Usaré la servilleta.

Se la pone en el regazo, por debajo de la mesa, de manera que nadie vea nada. Le echo una mirada a Sadie, que planea a su espalda y se inclina para fisgar.

- «Estación de nieblas y frutos maduros.» -Hace una mueca-. Con una letra horrible.

- Muy bien. -El tipo cubre la servilleta con la mano y levanta la vista-. Dígame qué he dibujado.

Ah, muy astuto.





Le sonrío con dulzura y alzo las manos hacia él, tal como El Gran Firenzo.

- La Gran Lara va a leerle el pensamiento. Un dibujo, dice. ¿Cuál será? ¿Un círculo, un cuadrado? Diría que un cuadrado.. .

El tipo intercambia miradas de suficiencia con su amigo. Se cree muy listo.

- Abra su mente, caballero -le digo con severidad-. Deseche esos pensamientos que dicen: «¡Soy más inteligente que nadie en esta mesa!» Obstaculizan mi visión.

Se pone como la grana.

- De acuerdo -murmura, y guarda silencio.

- Ya lo tengo -digo tras una breve pausa-. He leído su pensamiento. Y no ha dibujado nada. Nadie puede engañar a La Gran Lara. Ha escrito.. . -Una pausa de expectación; ojalá sonara un redoble de tambor-: «Estación de nieblas y frutos maduros.» Muestre la servilleta, por favor.

¡Ja! El tipo me mira como si se hubiese atragantado. Lentamente, despliega la servilleta y enseguida se produce una exclamación unánime, seguida de un aplauso.

- ¡Joder! -masculla su amigo, mirando a todos los presentes-. ¿Cómo lo ha hecho? Es imposible que lo supiera.

- Es un truco -musita el tipo pomposo, aunque ya no tan convencido.

- ¡Hágalo otra vez! ¡Con otra persona! -El hombre que tengo enfrente hace señas a la mesa vecina-. Eh, Neil, ven a ver esto. ¿Cómo ha dicho que se llamaba?

- Lara -digo con retintín-. Lara Lington.

- ¿Dónde estudió? -El Gran Firenzo se ha plantado a mi derecha y me habla al oído-. ¿Quién le enseñó ese truco?

- Nadie. Ya se lo he dicho, tengo poderes especiales. Poderes femeninos -añado-, o sea, especialmente poderosos.

- Entiendo. Hablaré de usted en el sindicato.

- Venga, Lara. -Sadie aparece a mi izquierda y empieza a pasarle a Ed la mano por el pecho-. Quiero bailar. ¡Vamos!

- Un par de truquitos más. -Le digo entre dientes, mientras se agolpan otros invitados alrededor de la mesa-. ¡Mira toda esta gente! Puedo hablar con ellos, darles mi tarjeta, hacer algunos contactos.. .

- Me tienen sin cuidado tus contactos -replica con un mohín-. ¡Quiero menear las ancas!

- ¡Sólo dos más! -Hablo con la comisura de los labios, tapándome con la copa de vino-. Y luego vamos. Te lo prometo.

Pero he despertado tal expectación que sin darme cuenta ya ha pasado una hora. Todo el mundo arde en deseos de que le lea el pensamiento. Todos saben mi nombre. El Gran Firenzo ha recogido sus cacharros y se ha largado. Me da un poco de pena, pero no debería haberse comportado de un modo tan detestable, ¿no?

Han apartado varias mesas y acercado sillas, y se ha formado espontáneamente toda una audiencia. A estas alturas he depurado un poco mi número: ahora me retiro a una habitación lateral, la persona escribe lo que sea y se lo muestra al público y, finalmente, reaparezco y lo adivino. Hasta ahora han salido nombres, fechas, versículos de la Biblia e incluso un dibujo de Homer Simpson. (Sadie me lo ha descrito y, por suerte, he logrado deducirlo.)

- Y ahora -digo recorriendo con la vista a mi público-, La Gran Lara ejecutará una proeza todavía más asombrosa. Leeré el pensamiento a.. . ¡cinco personas a la vez!

Suena un murmullo de asombro y algunos aplausos.

- ¡Yo! -Una chica se adelanta corriendo.

Otra se abre paso a trompicones entre las sillas.

- ¡Yo también!

- Siéntense ahí. -Hago un floreo con la mano-. ¡Ahora La Gran Lara se retirará y, cuando regrese, leerá sus mentes!

Se oye una salva de aplausos y algunos vítores, y yo sonrío con modestia. Me meto en la habitación lateral y bebo un trago de agua. Estoy acalorada, noto un subidón brutal. ¡Esto es fantástico! ¡Deberíamos hacerlo todos los días!

- Muy bien -digo en cuanto se cierra la puerta-. Lo haremos por orden. Será fácil.. .

Pero Sadie parece enfurruñada.

- ¿Cuándo nos vamos? Quiero ir a bailar de una vez. Ésta es mi cita.

- Ya. -Me repaso el brillo de labios-. Tranquila, ya iremos.

- ¿Cuándo?

- Vamos, Sadie. Esto es divertidísimo. Todo el mundo se lo está pasando bomba. ¡Para bailar siempre hay tiempo!

- ¡Yo no tengo tiempo! -se enfurruña-. ¿Ahora quién es una egoísta? ¡Quiero ir ahora! ¡Ahora!